Aunque sabemos que Regina Lamo Jiménez solía visitar a su hermano Carlos y a su tía Rosario, gracias a la prensa local tenemos constancia de alguna de estas visitas, como la que tiene lugar en el verano de 1920, pues a mediados de septiembre el diario El Noroeste da cuenta de su partida «tras haber pasado en Gijón la temporada veraniega» en compañía de sus dos hijas: Carlota, que ya tiene quince años, y Enriqueta, que en la primavera cumplió los once.
Regina la conocía desde bien joven (⇑) y, a pesar de que tiene veinte años menos que Rosario, comparte con ella puntos de vista e inquietudes en lo que respecta a la emancipación de la mujer, a la llamada cuestión social, al gusto por la poesía o al amor por los animales: Regina estará en los inicios de la Federación Ibérica Protectora de Animales y Plantas, desde donde luchará contra las corridas de toros y contra todo acto que pueda suponer sufrimiento para los animales, objetivo que comparte con Rosario de Acuña. Las coincidencias no se limitan al campo de las ideas que defienden (la necesidad de avanzar en la situación social de la mujer, la defensa del librepensamiento, la importancia de la educación de las nuevas generaciones, el papel protagonista que ha de jugar el proletariado español en la regeneración patria…); además, las dos se caracterizan por poseer una fuerte personalidad: ambas muestran decisión, voluntad y coraje para pelear por la consecución de sus ideales.
Quizás sea esa capacidad de lucha, esa decisión, la razón de que fuera ella y no su hermano quien intente por todos los medios a su alcance cumplir la encomienda que Rosario de Acuña dejó escrita en su testamento: «encargo a don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar, corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a D. Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias publicadas o inéditas, en prosa o en verso...». Tal y como explico en un comentario anterior (⇑), no fue ni el uno ni el otro, fue Regina quien impulsó varias iniciativas para publicar las obras de su tía: a principios del año 1929 pone en marcha la Editorial Cooperativa Obrera, que publicará varios de sus cuentos y algún que otro escrito; en 1933 logra editar Rosario de Acuña en la escuela, con algunos artículos, diálogos teatrales, cuentos o poesías: un proyecto destinado al ámbito escolar que quedó truncado, y el libro, anunciado como «Tomo I», se convierte en «tomo único», pues no tuvo la continuación inicialmente prevista.
Aunque no está presente en los homenajes que se le tributan en Gijón con ocasión de los dos primeros aniversarios de su fallecimiento («ausente yo de Gijón, adonde no fui hasta transcurridos dos años y cinco meses del tránsito de mi tía»), será ella quien tome el relevo de su hermano para evitar que la ejemplar trayectoria vital de Rosario de Acuña cayera en el olvido. Elegida vicepresidenta del Ateneo Socialista de Barcelona en noviembre de 1928, organiza una velada para honrar la memoria de su amiga. Tras la proclamación de la Segunda República, Regina redobla sus esfuerzos que se van a ver en parte recompensados cuando, a principios del año 1933, la Junta Municipal de Enseñanza de Madrid, acuerde que uno de los grupos escolares de nueva creación lleve su nombre. El 11 de febrero, con la asistencia de Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, se inaugura el Grupo Escolar Rosario de Acuña, establecido en la calle de España, en el barrio de Aluche.
Poco después, con la intención de prestar apoyo al nuevo colegio y de enaltecer la memoria de la mujer que figura en su denominación oficial, impulsa la creación del Patronato Rosario de Acuña (⇑), que pasa a presidir. Los actos se suceden. Ilustres conferenciantes (Jiménez de Asúa, Belén Sárraga o Tato y Amat) que hablan sobre educación e higiene, pero también sobre otros asuntos de interés general. En cuanto a las actividades para el alumnado, destacan las veladas artísticas o las meriendas de confraternización con ocasión de algunas efemérides, como el Día de la Cooperación Internacional o el aniversario de la proclamación de la República. El último tuvo lugar el domingo 19 de abril de 1936: tras repartirse una «suculenta y abundantísima merienda» no solo para quienes asisten al centro escolar sino también para muchos pequeños del barrio, «aspirantes a ingreso en sus aulas», la Agrupación Musical Obrera de La Latina amenizó una animada velada de confraternización.
Todo habrá de cambiar pocas semanas después con las primeras noticias de la sublevación del Ejército de Marruecos contra el Gobierno de la República. Aunque en Madrid no triunfó la conspiración militar y la capital queda bajo control gubernamental, la toma de la ciudad es un objetivo para los sublevados. Antes de que concluya aquel trágico mes de julio del año treinta y seis, el Patronato Rosario de Acuña hace público un comunicado de apoyo al Gobierno del Frente Popular en el cual ofrece la colaboración de sus miembros para prestar auxilio en hospitales, ambulancias o guarderías. El texto, firmado por la presidenta Regina Lamo, concluye anunciando «que está organizando una guardería de niños que ampare a los de la barriada de Aluche, a la cual pertenece el grupo escolar que ostenta el nombre de la insigne republicana librepensadora Rosario de Acuña».
Enriqueta O´Neill Lamo en la guardería infantil Rosario de Acuña reinstalada en Barcelona |
A principios de octubre, los militares sublevados que habían reorganizado sus tropas en el Frente del Tajo, inician su avance a Madrid. Es entonces cuando se decide trasladar a los niños. Una parte de los que integran el grupo escolar Rosario de Acuña son enviados a la huerta murciana. Los de la guardería parten hacia Barcelona, donde ya se encuentran a primeros de noviembre, instalados en una guardería sita en la calle Aviñó número 20.
La capital catalana se convierte por entonces en lugar de acogida para la infancia desplazada. Se ponen en marcha varios CAIR (Comité de Ayuda Infantil en la Retaguardia) con la misión de proporcionar refugio a los niños evacuados. Tal y como se cuenta el semanario madrileño Crónica en el primer número del año 1937, son más de tres mil quinientos niños los que por entonces están a cargo de Ayuda Infantil en la Retaguardia. Los primeros habían llegado del frente de Aragón, luego de Irún, los últimos llegaron de Madrid.
El reportaje, firmado por Madrigal Hernández, es muy completo, a doble página, pero contiene un error: las fotografías que lo ilustran no son de la guardería Lina Odena como equivocadamente se afirma, sino de la Rosario de Acuña, «radicada en Madrid, Paseo de Extremadura, 105», y llegada a Barcelona el 5 de noviembre, tal y como precisa la nota que publicó el periódico barcelonés El Diluvio en los primeros días del mes de enero de 1917, recogiendo la aclaración remitida por las profesoras Enriqueta O´Neill y Josefa Mildon, que son quienes aparecen en las fotos.La menor de las hijas de Regina Lamo, había interrumpido varias veces su enseñanza por razones familiares y cambios de domicilio; luego intentó estudiar diversas enseñanzas que no llegó a completar. «Su belleza, su inteligencia, su desordenada cultura, sus conocimientos de esto y de aquello, sus ansias de superación, constituían un hermoso conjunto». Con veintitantos años conoció a César Falcón, por entonces uno de los mejores escritores y periodistas de habla hispana, activo militante del Partido Comunista de España y director de Mundo Obrero. En diciembre del año treinta y cinco nació su hija, a la que pusieron por nombre Lidia. Once meses después del nacimiento, abandona Madrid con los niños de la guardería Rosario de Acuña, que queda instalada «solo accidentalmente» en la barcelonesa calle Aviñó.
Como años después contará su hija, Lidia Falcón O´Neill, en Los hijos de los vencidos, la estancia de Enriqueta en Barcelona no tendría el carácter de provisionalidad que ella pensaba por entonces. El inicio de la larga posguerra las pilló a las tres, hija, madre y abuela, en aquella ciudad, «sin un amigo, sin un céntimo, sin una esperanza». Menos mal que, sorprendentemente, Enriqueta consiguió una plaza de secretaria en la recién creada Delegación de Prensa y Propaganda, dependiente del Ministerio de Educación Nacional.
Gracias al dinero que ganaba Enriqueta con su nuevo trabajo (y al cupo de alimentos al que tenía derecho) se alimentaban las seis personas que se alojaban en un piso de la barcelonesa calle Muntaner. Allí habían logrado reunirse la abuela Regina, sus hijas Carlota y Enriqueta y sus tres nietas: Lidia, la más pequeña, que había llegado de Madrid y María Gabriel y Carlota, rescatadas del Asilo de Huérfanos de Militares, donde se encontraban desde los inicios de la guerra civil, cuando su padre, el comandante de aviación Virgilio Leret, fue sentenciado a muerte por oponerse a la sublevación militar y su madre, Carlota Lamo O´Neill, ingresó en la prisión de Melilla. Al final, las seis se encontraban gracias a los buenos oficios de Bernabé, que por entonces era el Delegado de Prensa y Propaganda en Barcelona: «Mis años de infancia transcurrieron bajo el amparo de Bernabé y sus relaciones con mi madre no me dejaron entrever la existencia de aquel amor que era para todos patente».
De Bernabé, a quien llamaban familiarmente Pepe, cuenta también Lidia Falcón que fue el artífice de la desaparición de los antecedentes de su madre. Relata que tuvo que pagar una buena cantidad de dinero a un policía para hacerse con el expediente completo de su madre: su matrimonio con César Falcón, sus colaboraciones en Mundo Obrero, su trabajo en el Teatro Proletario o su pertenencia a Film Popular, productora que se dedicaba a la importación de películas soviéticas y a la redacción del noticiero España al día.
Ni qué decir tiene que la condena que podría esperarse de hacerse público el expediente hubiera sido muy grave, nefasta para la familia. Todo quedó destruido. Gracias a la actuación de Bernabé nadie sabría lo de César Falcón, Mundo Obrero, Film popular o el Teatro Proletario; tampoco que Enriqueta O´Neill Lamo pasó temporadas en la casa gijonesa de aquella mujer cuyo nombre se había proscrito, arrancado de paseos, calles y colegios; que sus dibujos habían ilustrado aquel libro, titulado Rosario de Acuña en la escuela, que su madre había conseguido publicar para enaltecer la memoria de su tía y amiga; o que había sido profesora en la guardería Rosario de Acuña, cuando no tuvieron más remedio que salir del asediado Madrid para refugiarse en aquella misma ciudad donde ahora las tres nietas de Regina Lamo Jiménez iniciaban una larga posguerra, que no parecía acabar nunca.
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