Carlos Lamo Jiménez había llegado a Madrid siendo un estudiante de bachillerato. Lo había hecho en compañía de su familia tras haber pasado buena parte de su infancia en Úbeda. En esta ciudad jiennense vino al mundo el 18 de agosto de 1868, convirtiéndose en el primero de los hijos de Micaela y Anselmo, al que pusieron por nombre Carlos Tomás de Santa Clara. Dos años después, nacerá Regina, su única hermana. Para sacar adelante a sus dos hijos, el matrimonio hubo de repartirse las tareas productivas: Anselmo, sastre de profesión, complementaba su actividad habitual recorriendo los pueblos andaluces dedicado a la promoción y venta de las máquinas de coser Singer, que por entonces se estaban introduciendo en España. Micaela, por su parte, realizaba demostraciones del manejo de la máquina en la tienda que poseían en el pueblo.
«Huérfano miserable e ignorante», la infancia de Anselmo no debió de ser nada fácil, pero gracias a la constancia y al trabajo honrado pudo forjarse una vida independiente y una inusual amplitud de miras, que le llevaría a convertirse en un militante defensor de las ideas liberales. Esta mentalidad abierta no siempre será bien entendida por sus convecinos, razón por la cual tanto Micaela como su marido se enfrentarán a más de un contratiempo. Gracias a una de sus descendientes, la conocida abogada, escritora y feminista Lidia Falcón O´Neill, conocemos alguno de estos sucesos:
Después de un tifus, difícilmente superado con la ayuda de la medicina de la época, Micaela se vio en la necesidad de cortarse la larga cabellera que exigían las buenas costumbres y la moda. Y no quiso usar ni pelucas ni postizos. Durante varias semanas, los gritos de los chiquillos, «la pelona, la pelona», y las risas de las mujeres, la acompañaron por las calles del pueblo. El atraso de sus contemporáneos proporcionó numerosos sinsabores a mis bisabuelos. La suciedad de las casas y de las personas era comentada siempre por mi familia. Micaela tenía fama de mala mujer porque se lavaba continuamente, incluso en el bidé.
Según nos cuenta su bisnieta, la repetición de episodios similares colmó la paciencia de Anselmo y Micaela, hasta el punto de plantearse seriamente la posibilidad de trasladarse a Madrid, con objeto de que sus hijos pudieran educarse en un entorno más abierto y tolerante. La instalación de la familia Lamo Jiménez en la capital de España debió de producirse a finales de 1882, pues a principios del año siguiente Anselmo ya trabaja como sastre en la calle Montera. En julio de 1885 Carlos se matricula en el Instituto San Isidro, donde va a continuar los estudios de Bachillerato que había comenzado en el provincial de Jaén en el año setenta y ocho. Tras superar los ejercicios del Grado de Bachiller, da inicio a los de Derecho en la Universidad Central. Mientras tanto, su hermana Regina estudia Piano y Solfeo con gran aprovechamiento, pues en los concursos que anualmente organiza la Escuela Nacional de Música y Declamación obtiene un Segundo Premio en 1888 y un Primer Premio en 1889. Bien parece que las expectativas que Micaela y Anselmo se habían planteado para sus hijos se están cumpliendo.
Será en ese tiempo, finales de 1887 o principios del siguiente año, cuando Rosario de Acuña conozca a los Lamo Jiménez. Probablemente sea Carlos, universitario por entonces y quizás afin al grupo con el que la escritora había establecido contacto tras las huelgas estudiantiles de finales de 1884 (véase el comentario 137.Yo pago la matrícula ⇑), el primero en relacionarse con ella. Lo cierto es que el hijo de Micaela y Anselmo es presidente de una entidad cultural denominada Ateneo familiar, que los miembros de la sociedad han decidido nombrarla presidenta honoraria, y que nuestra protagonista acepta el nombramiento (⇑). Del contenido de la misiva en la que da respuesta a la invitación recibida, podemos deducir que no hace mucho tiempo que Rosario y Carlos han entablado amistad y que la nueva presidenta honoraria del Ateneo familiar parece haber recuperado el ánimo, reconfortada por la vitalidad de aquel grupo de jóvenes entusiastas:
Sr. D. Carlos Lamo:
Estimado amigo: empiezo por suplicarte que me dispenses el tuteo; ciertas hebrillas blancas que van tornasolando con visos de plata el oro de mi cabellera, vuelven un tantico despreocupada mi voluntad cuando se dirige hacia una juventud tan flamante como la tuya, que apenas ha dejado al tiempo trazar sobre tu rostro el albor de la primavera de la vida.
[…]
Atiende, Carlos, y hazlo presente a tus asociados. Tengo por seguro que la regeneración española, es decir, el levantamiento de las energías laceradas y entumecidas de mi patria no se realizará sino por la juventud. ¿Vas comprendiendo tú y los tuyos por qué me congratulo tanto de ser vuestra presidenta? Vuestra generación es la España del porvenir; con ella están en los códigos del Estado: la República, sin adjetivos, sin reyes y sin histriones; la Iglesia sin autoridad devastadora, sin rentas sacadas del trabajo del pueblo contra su voluntad, y sin soberanía sobre la dignidad de los ciudadanos […] .
Tras las profundas transformaciones que ha experimentado la vida de Rosario en los pasados años, aquel ateneo familiar se convertirá en un revulsivo para ella, será el núcleo de sus nuevas relaciones. En aquel grupo nuestra protagonista parece sentirse tan a gusto que no duda en organizar una fiesta en su villa de Pinto. Por una crónica publicada en el semanario en el que ella colabora habitualmente, sabemos que a la cita acuden alrededor de cuarenta asociados entre los que se encuentran algunos profesores, muchos alumnos y la familia Lamo Jiménez al completo. Según ha dejado escrito el cronista, en el transcurso de aquella velada de ambiente familiar se alabaron los méritos de los ateneístas, se recitaron poesías, se «cantaron cuantos himnos recuerdan los triunfos de la libertad en el mundo», y también se bailó. A la hora de los brindis muchos fueron los intervinientes. Habló Carlos en calidad de presidente de aquella fraternal sociedad; lo hizo también Anselmo, quien «presentó sencillamente su vida como ejemplo de lo que pueden lograr la constancia y el trabajo honrado». La anfitriona puso fin a las intervenciones con entusiastas palabras a favor de una trinidad presente y viva: libertad, mujer y juventud; como instrumentos ineludibles para «que las edades futuras puedan dedicarse al culto de otra trinidad, definitiva en el pensamiento humano y perenne para todas las humanidades: Dios, Naturaleza y Trabajo» .
No tardó Anselmo Lamo en encontrar los cauces adecuados para continuar la actividad que como republicano, masón y librepensador había desarrollado en Jaén. A la vista está que en todas esas facetas habrá de coincidir, al igual que su mujer y sus hijos, con Rosario de Acuña. Y aun habrá nuevos puntos en común, pues Anselmo va a adquirir cierto protagonismo en Fomento de las Artes , una sociedad de artesanos, artistas e industriales empeñada en contribuir a la emancipación de las clases trabajadoras, en cuyos salones pronunciará doña Rosario dos conferencias a lo largo del año 1888.
Parece evidente que el ochenta y ocho tuvo una gran significación en lo que respecta a las relaciones entre la familia Lamo Jiménez y Rosario de Acuña, y más aún si consideramos que el 5 de abril de ese año tiene lugar la constitución del Grande Oriente Español a partir de la fusión de dos de las obediencias masónicas existentes en España. Tal era la importancia de aquella unión que la fecha dio nombre a una de las logias que se constituyó por entonces. Ni Rosario, ni Micaela, ni Anselmo, ni Carlos, ni Regina debían de andar muy lejos de los hermanos masones que la integraban (tampoco de las hermanas, pues la logia 5 de abril del 88 lo era de adopción, esto es, que, al igual que la alicantina Constante Alona donde se inició nuestra protagonista, permitía la presencia de las mujeres). Coincidirían con sus integrantes en los anhelos por conseguir una masonería más fuerte, más unida; abierta de par en par a las mujeres. También en la defensa del iberismo, tan querido de muchos republicanos de entonces, y que se habría de poner a prueba en 1890 con ocasión del ultimátum del gobierno británico, mediante el cual pretende que el ejército portugués retirase sus tropas del territorio comprendido entre Angola y Mozambique. Fue entonces cuando aquella logia decide enviar un escrito de apoyo a sus hermanos portugueses. Lleva por título «La logia 5 de abril del 88 al pueblo portugués» (⇑) y está firmado por una nutrida lista de nombres, que encabeza el de Rosario de Acuña y entre los que se encuentran los de Anselmo Lamo, Micaela Jiménez, Carlos Lamo y Regina Lamo.
Aquella jovencita que había sido recibida en audiencia privada por Pío IX, que había saludado alborozada la entrada en Madrid de Alfonso XII, que se había sentido plenamente integrada en la burguesía isabelina, católica y liberal, con una vela puesta en el Cádiz de las Cortes y la otra en el Vaticano, con un ojo en el pariente Francisco de Paula Benavides y Navarrete, primero obispo y luego cardenal, y el otro en el progresista Pascual Madoz, comandante del subteniente de las Milicias Felipe de Acuña, sabe que ya no pertenece al grupo social en el que se crió. Las relaciones con la familia de su marido se han roto por completo; de las que mantiene con la suya poco sabemos, pero parecen haberse enfriado en grado sumo; sus antiguos conocidos, muchos de ellos representantes aventajados de aquella sociedad ostentosa y enfermiza que tanto ha criticado, parecen haber desaparecido. Republicana, masona y librepensadora, encuentra en la familia Lamo y Jiménez nuevos vínculos que mantendrá hasta la muerte.
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