Poco a poco, como a cuentagotas, vamos conociendo algunos de los hitos de su exilio portugués. Tal y como se cuenta en el comentario 134. Proceso, exilio e indulto (⇑), sabemos que debió de entrar por la frontera de Tuy y que los primeros meses estuvo alojada en un hotel de Valença, a la espera de saber cómo se desarrollaban los acontecimientos; que apoyó al Gobierno Provisional de la República (⇑) frente a las fuerzas clericales que se oponían a la nueva legislación para secularizar el Estado; que a finales del mes de marzo de 1912 abandonó la localidad fronteriza en dirección a Lisboa; que a partir de entonces se dedicó a recorrer el país vecino; que compartió mesa y mantel con Alfonso Costa, quien no tardando se convertirá en presidente de la República, o que durante una de sus expediciones por aquellas tierras ascendió hasta la zona de las lagunas en la Sierra de la Estrella, como pone de manifiesto esa fotografía suya, tan repetida últimamente, que tiene por escenario un nevero en la laguna Redonda.
Pues bien, ahora podemos añadir un nuevo dato, un nuevo documento. Se trata de una carta que desde el exilio envió como respuesta a la que había hecho llegar Berthe Delaunay. Pero, vayamos por partes, ¿quién es ella y cuál era el objeto de su misiva?
Aunque no se apellidaba Delaunay, que era el apellido de su marido, como Berthe Delaunay era conocida en el mundo periodístico y en el ámbito de las vanguardias intelectuales. Colaboró en diversos medios franceses como Gil Blas, Le Gaulois o Matin, en cuyas páginas se publicó la entrevista que mantuvo con el dictador venezolano Cipriano Castro, la única que concedió durante su visita a Francia en diciembre de 1909. De su interés por la cultura y la vida española pueden dar buena cuenta sus frecuentes visitas o su residencia en Barcelona en los años de la Primera Guerra Mundial; también la carta que envía al director de Heraldo de Madrid con diversas observaciones sobre algunas reformas efectuadas en el Museo del Prado, a resultas de las cuales las obras de Goya han quedado dispersas en varias salas.
Conocedora de las protestas populares contra el envío de tropas, especialmente de reservistas, para luchar en tierras marroquíes en la llamada Guerra de Melilla (que dieron lugar en el verano de 1909 a la conocida como Semana Trágica, con varias decenas de muertos, centenares de heridos y millares de detenidos), Berthe se propone conocer cuál es la opinión de los españoles sobre Marruecos, sabiendo como sabe, y así lo afirma desde el principio, que existe un temor generalizado ante las amenazas que suponen las guerras coloniales, así como una airada repulsa contra los políticos responsables de haber metido al país en la aventura marroquí.
En la lista de personas que piensa entrevistar en su periplo por diversos lugares de España se encuentran un jefe de cocina de Bilbao, un soldado, un diputado, un canónigo, el presidente de la Cámara de Comercio de Madrid, el líder del Partido Socialista o la escritora Rosario de Acuña.
Además de por ser mujer y escritora distinguida, «la decana de las mujeres de las letras españolas», ardiente polemista que llevaba ya largos años combatiendo, pluma en mano, los prejuicios, la hipocresía y la injusticia, según ella cuenta en su artículo, creo que, al menos, hay otras dos razones que pueden explicar el hecho de que doña Rosario forme parte de esa lista. La primera tiene que ver con la amistad que ambas comparten con Luis Bonafoux (⇑), razón por la cual resulta verosímil pensar que el nombre de Rosario de Acuña hubiera surgido en alguna de sus conversaciones parisinas, como sí sabemos que lo hizo, por ejemplo, el del pintor Evaristo Valle por quien se interesó Berthe al contemplar algunos de sus cuadros, y de quien Bonafoux dio cumplidas explicaciones, de su estancia en París y de su muerte como artista, en el caso de que el Ayuntamiento de Gijón persistiera en su intención de retirarle la pensión que años atrás le había concedido. La otra tiene más que ver con el asunto de su investigación periodística, pues años atrás doña Rosario había escrito La voz de la patria, su última obra dramática, que tiene por protagonista a un reservista que es llamado para combatir en Melilla, en la anterior guerra, conocida como Primera Guerra del Rif. En 1909, con ocasión de las revueltas que siguen a la nueva llamada de reservistas en esta nueva guerra, la autora la recupera el drama, dirige los ensayos y la estrena en el gijonés teatro Jovellanos: «Su sentido patriótico se relaciona con los momentos actuales, y eso, principalmente, fue lo que me impulsó a "hacerla" en Gijón».
Fuera por estas o por otras razones, lo cierto es que Berthe quiere entrevistar a esta escritora de quien sabe que lleva décadas combatiendo «pluma en mano, los prejuicios, la hipocresía y la injusticia». Sabe que vive a las afueras de Gijón, en una pequeña casa de campo situada al lado del mar. Viene bien informada pero, sorpresivamente, cuando llega hasta allí se encuentra con que las puertas están cerradas y no hay rastro de que allí viva alguien. Intrigada por aquel inesperado revés preguntó por los motivos de aquella ausencia y fue entonces cuando le dijeron que se había ido del país «porque los estudiantes habían ido a tirar piedras contra su casa a raíz de un artículo que había publicado contra ellos». Bueno, en realidad, sabemos que no fue por las piedras, que fue para evitar las consecuencias del proceso que se había abierto contra ella por el asunto de La Jarca (⇑).
El caso es que a la señora Delaunay aquel asunto le hizo olvidar el motivo de su presencia en aquella casa o, al menos, que pasara a un segundo lugar. Lo que entonces quería saber qué crimen había cometido doña Rosario para que se viera obligada a huir de aquella manera. Así que, no sé muy bien cómo, pero le hizo llegar una carta a Valença que era, dadas las fechas, donde por entonces se encontraba.
De la respuesta que no tardó en recibir conocemos una parte, la que su destinataria incluyó en su reportaje titulado «Opinions espagnoles sur le Maroc» que fue publicado, junto a los textos de las entrevistas que sí realizó, en el periódico parisino La Grand Revue y a cuyo contenido, traducido del original por Irene Fernández Fernández, podemos acceder pulsando aquí (⇑).
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