01 enero

203. Ninguno de los dos


Cuento con una base de datos que contiene información relativa a varios centenares de sus escritos. De ellos, ya son más de quinientos los que se encuentran a disposición de las personas interesadas en la página Rosario de Acuña. Vida y obra (⇑), donde pueden ser localizados mediante dos sistemas diferentes: bien sea por un enlace a cada una de las categorías (⇑) en que se ha divido su obra, bien sea por la búsqueda alfabética del título (⇑) requerido. En cuanto al resto, solo la perseverancia en las investigaciones –con el necesario aliño de la fortuna, ingrediente nada desdeñable en alguno de los anteriores hallazgos (⇑) – podrá depararnos la llegada de nuevas incorporaciones, por más que demos por hecho que algunos de esos escritos serán muy difíciles de localizar, ya sea porque nos conste su extravío (de alguna de esas pérdidas (⇑) era sabedora su autora), ya sea porque fueran destruidos, como suponemos sucedió con buena parte de las cartas que nuestra protagonista enviaba con cierta frecuencia  –ha escrito que dedicaba a diario un tiempo a la correspondencia– a muchas de las personas con las que, por diversos motivos, se relacionaba.

Copia de un fragmento de la sección de este blog donde se encuentra la relación alfabética de sus obras

Consciente de que esos centenares de textos –salidos de su pluma en el transcurso de más de cincuenta años–  estaban desperdigados,  albergaba el deseo de que pudieran ser reunidos y, tras  necesaria ordenación cronológica, vieran nuevamente la luz formando parte de una colección. Así lo dejó escrito en su testamento (⇑) firmado en la ciudad de Santander a veinte de febrero de 1907:

Dejo por ejecutores testamentarios de mi voluntad a don Carlos Lamo y Giménez y a don Luis París y Zejín, y encargo a don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar, corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a D. Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias publicadas o inéditas, en prosa o en verso, recomendándole que para la colección y publicación se atenga al orden de las fechas, con la cual podrá seguirse la evolución de mis pensamientos. 

Por la amistad que mantenía con su familia, a Luis París lo conocía desde niño (⇑). Más tarde, compartirán esfuerzos en defensa de la libertad de conciencia. En el mes de mayo de 1884, con veintiún años recién cumplidos, este joven estudiante de Medicina proclama su adhesión a la causa del librepensamiento que defienden Las Dominicales del Librepensamiento (meses después hará lo propio nuestra ilustre protagonista). No tardará en llevar a la práctica lo que antes había manifestado por escrito, pues él será uno de los líderes de las protestas (conocidas como «sucesos universitarios de la santa Isabel») que los estudiantes madrileños protagonizaron en defensa del profesor Morayta, a quien la prensa confesional acusa de haber pronunciado un discurso herético en la inauguración del curso 1884-85. Su firma encabezará la carta que los huelguistas envían a doña Rosario, agradeciendo su oferta (⇑) de asumir el pago de la matrícula al alumno más aventajado que, por negarse a entrar en clase, perdiese el derecho a la matrícula de honor. Luego vino la publicación de Gente Nueva, donde París analiza las «personalidades y los trabajos» de un grupo de disidentes (⇑) entre los cuales tan solo figura una mujer: Rosario de Acuña («sencilla en su estilo, genial en el procedimiento y apasionada de todo cuanto significa progreso nacional»). Años después encontramos al médico librepensador volcado en el mundo de los escenarios: autor de libretos de zarzuela, gerente del teatro Real, director de escena... Su amiga sabe de su dedicación y participa en el homenaje (⇑) que se le dedica en 1909 («Sigue trayéndonos el arte a trazos grandes, sublimes, heroicos, y ya que gracias a ti, los españoles hemos vislumbrado el ritmo de la armonía universal...»). Del encargo testamentario, nada sabemos.

En cuanto a Carlos Lamo, su heredero universal, admirador, discípulo, compañero inseparable durante las últimas décadas de su vida... y ejecutor testamentario, sí que somos conocedores de su empeño en evitar que la memoria de doña Rosario quedara envuelta en las entretelas del olvido. A pesar de no recibir ingresos económicos regulares, a pesar de verse obligado a ir vendiendo poco a poco los bienes heredados (⇑), se las fue ingeniando para mantener vivo el testimonio de tan «excelsa mujer». Coincidiendo con el aniversario de su muerte, se celebra en el Ateneo Obrero de Gijón una velada necrológica en el transcurso de la cual Carlos sube a la tribuna para dar lectura a varias obras de «la cantera enorme que dejó doña Rosario». Así lo hace durante varios años. Hizo lo mismo en la localidad mierense de Turón, en la sucursal que el ateneo gijonés tenía abierta en el barrio de La Calzada.... Del encargo testamentario, nada sabemos.

Fotografía de Regina Lamo publicada en Mundo Gráfico, 24-4-1918
Ni uno ni el otro. Ninguno de los dos. Ni el amigo al que conocía desde niño ni el buen discípulo con el que compartió las últimas décadas de su vida. Fue Regina Lamo Jiménez, la hermana de este último, quien se esforzó hasta lo indecible por cumplir los deseos de su tía, por dar a conocer sus obras, por evitar que su ejemplar trayectoria vital cayera en el olvido. Tras la fallida velada del tercer aniversario (⇑) de la muerte de doña Rosario, fue ella la que tomó el relevo de su hermano. Elegida vicepresidenta del Ateneo Socialista de Barcelona en noviembre de 1928, organiza antes de que el año acabe una velada para honrar la memoria de su amiga Rosario. Tras la proclamación de la Segunda República, Regina redobla sus esfuerzos, que se van a ver en parte recompensados cuando a principios del año 1933 la Junta Municipal de Enseñanza de Madrid, a propuesta de Andrés Saborit, acuerde que uno de los grupos escolares de nueva creación lleve el nombre de nuestra protagonista. El 11 de febrero, con la asistencia de Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, Fernando de los Ríos, ministro de Instrucción Pública, y Pedro Rico, alcalde de la capital, se inaugura el Grupo Escolar Rosario de Acuña, establecido en la calle de España, en el distrito de La Latina, que inicia su andadura con siete unidades: cuatro de niños y tres de niñas.

Al fin. Parece que en esta España, a la que tanto quería, hay gentes que no están dispuestas a consentir que el silencio entierre su testimonio. Regina se vuelca en cuanto tenga que ver con aquel colegio: participa en los actos previos a la inauguración y pone en marcha el Patronato Rosario de Acuña (⇑), que nace con el objetivo de enriquecer la actividad del centro escolar, programando conferencias para las madres, los padres y los alumnos de las clases de adultos, organizando actividades para los escolares en fechas señaladas o apoyando el funcionamiento del dispensario infantil. Todo para enaltecer a la mujer que daba nombre al colegio, una mujer por la cual sentía una gran admiración, como bien se puede deducir leyendo algunas de las cosas que por entonces escribe sobre ella:

Rosario de Acuña encarnaba el anticlericalismo, la heterodoxia científica, la épica lucha liberal de la España racionalista frente al reaccionarismo furibundo, sanguinario, cruel, impío, con la máxima impiedad que entraña hablar en nombre de Cristo –cantor de la fraternidad universal–, persiguiendo sañudamente a los practicantes de esa fraternidad cuando no va controlada por obispos, curas y monaguillos. Rosario de Acuña era la protesta viva, la llama de las hogueras de la Inquisición española –la más cruel y sanguinaria– hecha verbo, centella, látigo flagelador de escribas y fariseos católicos apostólicos romanos.
Eso era ella. Yo, ¿quién soy yo? Una mujer que la amó mucho, a quien su padre enseñó a admirarla a ella como un ente semidivino, traído a la vida de la Humanidad para guiarla entre escorias, hacia el camino del Bien, de la Justicia, del Amor.

Por esas fechas Regina se involucra en un nuevo proyecto editorial que tendrá a los niños por principales destinatarios, pues la publicación tiene el confesado objetivo de convertir los textos elegidos en material de lectura y reflexión para los escolares españoles. En 1933 ve la luz Rosario de Acuña en la escuela, en cuyas páginas los artículos, diálogos teatrales, cuentos o poesías de la escritora, fallecida diez años atrás, comparten espacio con las opiniones que algunos de sus contemporáneos habían pronunciado elogiando su vida y obra, la mayoría de las cuales ya habían aparecido en el folleto editado por el Ayuntamiento de Madrid al inaugurarse el grupo escolar que lleva su nombre. Reunir aquellos textos no le resultó nada fácil,  a juzgar por lo que cuenta en el Pórtico de la obra:

Siemprevivas y laureles acumulados flor a flor, rama a rama, en acarreo tenacísimo, por voluntad voluntariamente sostenida contra viento y marea. Contra propios y extraños.  Despreciando calumnias e insidias, que trataban de presentar mi propósito como maniobra de lucro personal. Con lágrimas, y sonrisas de dolor y desprecio, las regué y mantuve erguidas, laureles y siemprevivas con que fabricar el pórtico a estas obras de Rosario de Acuña, que ahora veré publicadas, como un sueño realizado a tanta costa…

A pesar de las dificultades encontradas, se muestra decidida a completar la tarea, a cumplir el encargo testamentario de su guía, amiga y tía, aunque lo haga de aquella manera, aunque sus obras no estén ordenadas por fechas, aunque su destino sean las escuelas. Claro está que para lograr su objetivo necesita de unos dineros de los que no dispone, y para conseguirlos llama a unas puertas y a otras. También a las del Ayuntamiento de Gijón, a cuyos regidores dirige un escrito dando cuenta de la publicación de aquel libro destinado a los colegios de primera enseñanza: «y teniendo en cuenta los muchos años que aquí residió voluntariamente dicha señora y las muchas simpatías con que en Gijón cuenta, vea el Ayuntamiento el número de ejemplares que desea adquirir para los escolares gijoneses». Pues bien, trasladada la propuesta a la Comisión de Instrucción Pública, y siendo su dictamen contrario a la adquisición, la Corporación desestima comprar ejemplar alguno, por muy vecina y muy ilustre que hubiera sido la autora de aquellos escritos.

El proyecto Rosario de Acuña en la escuela queda truncado: el volumen que se había publicado como «Tomo I», se convierte en «tomo único», pues no tiene la prevista continuidad, quedando así la iniciativa frustrada. A pesar de los reveses, debió de seguir porfiando en su intento de dar a conocer las obras de la ilustre escritora, pues es probable que tuviera algo que ver en la nueva edición de El padre Juan que se realiza en el año 1938: en la ciudad de Valencia, con un prólogo de Regina (⇑),  la editorial Guerri, que por entonces firma sus volúmenes con el añadido «colectivizada», publica la que para algunos es su obra más emblemática. Seguro que no habría sido su último intento para cumplir la voluntad testamentaria de su amiga, pero las feroces fauces de la guerra  –y de la posguerra– se llevaron sus propósitos a la región de lo imposible.

«... y encargo a don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar, corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a don Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias...». Ni uno ni el otro. Ninguno de los dos.



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