Dejando al margen, que ya es dejar, las penalidades padecidas por la conjuntivitis escrofulosa, bien podríamos afirmar –a la luz de sus escritos– que tanto la infancia como la mocedad de Rosario de Acuña transcurrieron por gozosa y feliz senda. Visto desde fuera del escenario, el de 1876 fue un año para remarcar: la crítica y el público se deshacen en elogios tras el estreno de Rienzi el tribuno (⇑); animada por el éxito cosechado por su primer drama, publica el poemario Ecos del alma (⇑); se casa con un joven oficial del que, según se dice, está muy enamorada... El país del sol está radiante... La ópera, el teatro, los viajes, Andalucía... La católica, burguesa y monárquica Rosario de Acuña y Villanueva, convertida en señora de Laiglesia, parte ilusionada hacia Zaragoza...
No conocemos con detalle lo que sucedió durante los tres años y medio que pasó en tierras aragonesas, pero lo cierto es que en 1880 el matrimonio regresa a Madrid, y nuestra protagonista parece que lo hace con otra mirada. No le gusta lo que ve; no le gustan ni la hipocresía, ni la vanidad, ni la falsedad que impregnan la vida de las ciudades: la patria, su querida patria, necesita una cura... No, España no va bien y algo hay que hacer para enderezar su rumbo. Toca tiempo de reflexión, de leer y releer a quienes hablan de regenerar la patria. Coincide con ellos en el objetivo, pero difiere en quién ha de ser protagonista del cambio. En su opinión, todo intento de regeneración debe pasar por la mujer, sin ella cualquier cambio es imposible.
Desde entonces, mediados de los ochenta, y hasta el mismo momento de su muerte, las mujeres se convertirán en las principales destinatarias de sus propuestas para regenerar la patria; junto a ellas, sus hermanas, caminará en busca de esa sociedad justa, regida por la VERDAD que, diez o veinte generaciones más adelante, habrá de alumbrar el porvenir.
No son pocos los escritos en los que Rosario de Acuña analiza la situación de la mujer, en los que anima a sus hermanas a estudiar, a trabajar o a empezar una lucha –que ella imagina durará varias generaciones– para conseguir que, al fin, la mitad de la humanidad camine al lado de la otra mitad por la senda del progreso en busca de la Verdad.
He aquí una pequeña muestra, unos párrafos del artículo «A las mujeres del siglo XIX» (⇑), publicado en Las Dominicales del Libre Pensamiento en diciembre de 1887:
«...el catolicismo, rigiendo la sociedad, es la esclavitud, el rebajamiento y la humillación para la mujer: los varones, dentro de esta secta, podrán acaso individualmente (aunque es difícil), por causas ajenas y aún contrarias al dogma que profesan, considerar a la mujer como su semejante, ¡alto ideal que toca a nuestro sexo defender, aún a costa de cien siglos de tormento!, pero la doctrina, la esencia, el alma católica, nos lleva a ser montón de carne inmunda, cieno asqueroso que es necesario sufrir en el hogar por la triste necesidad de reproducirse. ¡He ahí el destino de la mujer católica! Fuera sofismas ridículos y necias exclamaciones del idealismo cristiano, la mujer, en la comunión de esta Iglesia, es sólo la hembra del hombre… Carga de los padres en su juventud, procuran hacerla antes bella que útil, antes sagaz que digna, antes vanidosa que honrada, antes sensual que inteligente, antes mercadera que trabajadora, viniendo a colocarla en las contrataciones sociales como deleite impuro de los sentidos, no como chispa luminosa de las inspiraciones.
[...]
« El estudio, la carrera, el oficio, compatibles con tus pudores, son tuyos, exclusivamente tuyos: tu defensa no es tu debilidad, ni tu impudicia, es tu inteligencia. El amor sexual no es tu único destino; antes de ser hija, esposa y madre, eres criatura racional, y a tu alcance está lo mismo criar hijos que educar pueblos. ¡Alza, pues, tu frente y mira el horizonte ilimitado a tu actividad de ser pensante! »
[...]
«... protestad del pasado; del mundo viejo; del mundo podrido, que llamó a la mujer, «vaso de inmundicias»; «escorpión de cien cabezas»; «el mayor de todos los demonios», y otros mil epítetos pronunciados por las bocas de los llamados «santos padres del catolicismo»; acordaos de que hubo un concilio de eminencias de la secta, en el que, sólo por tres votos, se aprobó que el alma de la mujer era superior a la del animal, y mandad a Roma vuestra protesta.
[...]
« El estudio, la carrera, el oficio, compatibles con tus pudores, son tuyos, exclusivamente tuyos: tu defensa no es tu debilidad, ni tu impudicia, es tu inteligencia. El amor sexual no es tu único destino; antes de ser hija, esposa y madre, eres criatura racional, y a tu alcance está lo mismo criar hijos que educar pueblos. ¡Alza, pues, tu frente y mira el horizonte ilimitado a tu actividad de ser pensante! »
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«... protestad del pasado; del mundo viejo; del mundo podrido, que llamó a la mujer, «vaso de inmundicias»; «escorpión de cien cabezas»; «el mayor de todos los demonios», y otros mil epítetos pronunciados por las bocas de los llamados «santos padres del catolicismo»; acordaos de que hubo un concilio de eminencias de la secta, en el que, sólo por tres votos, se aprobó que el alma de la mujer era superior a la del animal, y mandad a Roma vuestra protesta.
[...]
« Nosotras, nuestras hijas y nuestras nietas morirán siervas; y es en vano que el alma suba, y el entendimiento crezca, y la voluntad se acrisole, y el corazón se abnegue, antes de que el astro de la nueva era comience a lucir en el rosado oriente, el sudario de la tierra envolverá con sus pliegues sombríos los despojos de nuestros huesos. ¡La lucha hay que empezarla en nuestro hogar! ¡La rebelión hay que inaugurarla al lado de la cuna de nuestros hijos! ¡Todas las amarguras, y las humillaciones, y los trabajos, y las penas, y los sacrificios, y las anulaciones, son nuestras; y todas las felicidades, y las grandezas, y los descansos, y las satisfacciones, y las glorias, y las dignidades, serán de nuestras nietas; alejad de vosotras la más efímera y leve idea de triunfo que os seduzca con sus espejismos de dicha. Esta hora nuestra es la hora del sufrimiento; la hora de nuestras descendientes será la hora de la emancipación.»
No es el único escrito que dedica a la mujer. He aquí algunas otras recomendaciones, algunos otros de sus escritos que tienen a la mujer por protagonista:
- La ramera (⇑) (1887)
- Consecuencias de la degeneración femenina (⇑) (1888)
- Los convencionalismos (⇑) (1888)
- La casa de muñecas (⇑) (1888)
- La jarca de la universidad (⇑) (1911)
Por si no fuera suficiente, también se puede consultar el capítulo «Las mujeres: sus hermanas» (⇑) y estos otros textos suyos: Algo sobre la mujer (⇑) (uno de sus primeros artículos sobre el tema), «Carta abierta. A la señorita María Oliva Riestra Rubiera» (⇑), «¡Justicia!...¡Justicia!...¡Justicia!» (⇑) .
Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 27-2-2010.
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