16 julio

120. Del Ateneo a... México


Portada de El Álbum de la Mujer, México, 25-1-1885
Su intervención en el Ateneo de Madrid (⇑), la noche del 19 de abril del año 1884, fue un auténtico revulsivo para quienes en España llevaban tiempo batallando por romper las cadenas que recluían a las mujeres en el recinto del hogar, en el ámbito doméstico. Ella fue la primera en ocupar una tribuna que hasta entonces había estado completamente vetada a las mujeres, simplemente por el hecho de serlo. Aquella lectura en el Ateneo constituyó un verdadero hito que no pasó desapercibido para buena parte de la prensa del momento; mucho menos para aquellas revistas dirigidas principalmente a las mujeres.

La escritora y helenista Josefa Pujol, directora por entonces de la publicación periódica Flores y Perlas y cuya firma resulta familiar a los lectores habituales de diarios y revistas,  asistió a aquella velada; tres días después cuenta sus impresiones en una crónica que envía  al semanario barcelonés La Ilustración de la Mujer, del cual es activa corresponsal en la capital de España.  No escatima elogios a la hora de narrar la intervención de Rosario de Acuña; tampoco se contiene en demasía cuando se trata de resaltar la importancia de aquella intervención, la primera protagonizada por una mujer en el primer centro literario madrileño.

Nunca con mayor gusto que hoy corre la pluma sobre el papel para consignar un nuevo e importantísimo triunfo femenino. Rosario Acuña, la ilustre autora de Rienzi el tribuno, sobreponiéndose a rancias preocupaciones, arrostrando las prevenciones de unos cuantos y confiando en la imparcialidad y justo criterio de muchos, ha ocupado la cátedra del primer ateneo español. Y debemos confesar que la denodada dama e inspirada poetisa, ha dejado bien sentado el pabellón femenino en nuestra primera corporación literaria.

Josefa Pujol promete a sus lectoras que, no tardando, La Ilustración de la Mujer publicará «notables trabajos de la Sra. Acuña».  No hubo lugar para ello, pues la revista dejó de publicarse.

Pero que lo no pudo ser en el semanario barcelonés, sí que será posible en El Álbum de la Mujer, una publicación que se edita en México bajo la dirección de Concepción Gimeno de Flaquer, una turolense que ya contaba con cierta experiencia en el ámbito de la prensa española dirigida a las mujeres (La Mujer, La Madre de familia, El Correo de la Moda...).

La noticia de la intervención de Rosario de Acuña en el Ateneo Científico Literario y Artístico de Madrid llega a México unos meses después de haberse producido, pero su eco se mantendrá durante algún tiempo. El ejemplar correspondiente al 25 de enero de 1885 de El Álbum de la Mujer, le dedica una especial atención, empezando por la portada donde aparece un grabado con su imagen. Ya en las páginas interiores  se reproduce, con ligeras variantes, la crónica que Josefa Pujol había escrito para La Ilustración; más adelante se incluye la segunda entrega de  «Pobres niños (⇑)», cuya publicación se había iniciado en el número anterior y que aún se habrá de completar en otros tres números sucesivos.  En los meses siguientes nuevos artículos  verán la luz en el semanario: Fuerza y materia (⇑) (en marzo), La roca del suspiro (⇑) (abril), Sobre la hoja de un árbol (⇑) (julio), Una lágrima (⇑) (septiembre), Una corona marchita (⇑) (noviembre), El invierno (⇑) (publicado en diciembre con el título «Nochebuena. Paisaje de invierno»).

Se acabó el año 1885 y se acabó la presencia de Rosario de Acuña en las páginas de El Álbum de la Mujer. Tampoco su firma tendría cabida en El Álbum Iberoamericano, la nueva publicación que Concepción Gimeno de Flaquer pondría en circulación tras su regreso a España. No resulta descabellado pensar que la razón de esa brusca desaparición tendría bastante que ver con la recién proclamada militancia de doña Rosario de Acuña en las filas del librepensamiento. Porque para el pensamiento de doña Concepción una cosa era la defensa de la causa de la mujer y otra muy distinta dar cobijo a los desvaríos anticlericales de la señora Acuña, por mucho que hubiera sido la primera mujer en ocupar la tribuna del Ateneo. Y es que por aquel entonces, las diferencias ideológicas entre la elegante y cultivada señora de Flaquer y doña Rosario eran evidentes, como bien se puede deducir del comentario de uno se los habituales colaboradores de El Álbum Iberoamericano

Esta literata, que tanto se había distinguido en la poesía lírica y en la dramática, ha cambiado de rumbo, dedicándose a los estudios filosóficos, y actualmente sustenta, con sus radicalismos, perniciosas doctrinas en materias religiosas, hasta el extremo de que un notable crítico ha dicho «que es para los hombres una literata y para las mujeres una libre pensadora, y no inspira simpatías entre unos y otras». 

De lamentar es ciertamente que profese y propale ideas contrarias a las creencias, que tan profundas raíces tienen en los corazones femeninos españoles; pero la experiencia y el tiempo, unidos a su talento y a su ilustración, le harán comprender dónde se halla la senda de la verdad, y por ella, así lo esperamos, iluminada por la luz del ingenio, volverá, para gloria suya al campo del catolicismo, donde le esperan las simpatías de los hombres y de las mujeres. 




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