Tras su boda, Rosario de Acuña Villanueva va a asumir un papel secundario en el matrimonio, como hacen la mayoría de las españolas. Una muestra pública de esa asunción de dependencia la constituye la pérdida voluntaria de su segundo apellido, el de su madre, que sustituye por el de su marido precedido de la preposición «de». Por obra y gracia de su matrimonio, aquella joven de apenas veinticinco años de edad deja de ser conocida como «Rosario de Acuña Villanueva» para convertirse en «la esposa de», en «Rosario de Acuña de Laiglesia». Así firma las obras que publica a partir del año 1877: Amor a la patria, Morirse a tiempo, Tribunales de venganza, Tiempo perdido, La Siesta, Sentir y pensar, además de los artículos que publica por entonces en El Correo de la Moda y otros periódicos. La utilización del apellido del marido es habitual entre las escritoras que por entonces cuentan con mayor repercusión social, como es el caso de Ángela Grassi… de Cuenca, Faustina Sáez… de Melgar, María del Pilar Sinués… de Marco, Josefa Pujol... de Collado o Concepción Gimeno… de Flaquer. Hay quien dice que lo hacen para demostrar públicamente que en su labor de escritoras cuentan con el apoyo de sus maridos, casi siempre personajes respetables e influyentes. Pudiera ser. No hay por qué dudar de que así lo creyeran y así lo vivieran. Lo que parece quedar fuera de toda duda es que el abandono del segundo apellido de la mujer representa una clara pérdida de su identidad, lo cual, según los casos, podría llegar a tener cierta trascendencia. Nada mejor que un ejemplo referido a nuestra protagonista para comprender mejor el alcance de lo que queda dicho.
Hace ya unos años cayó en mis manos un artículo cuyo título atrajo mi atención por razones que quien esto lee entenderá como obvias: «Consideraciones en torno a una pieza dramática estrenada en Andújar en 1867: Un problema de autoría (Mira de Amescua-Monroy), una página poco conocida de la vida de Rosario de Acuña...», escrito por Aurelio Valladares. Pues bien, el texto nos da cuenta del hallazgo de una pequeña obra de teatro de largo título: La Institución del Rosario: loa religioso-fantástico en un acto y en verso; tomada, casi literalmente, de las comedias antiguas: El rosario perseguido de un Ingenio de la corte; y Los celos de san José, de D. Cristóbal Monroy. Para el autor del artículo esta pieza teatral tenía interés por varias razones históricas y literarias; para mí, por una en especial: la hipótesis que allí se plantea sobre un posible matrimonio anterior de Rosario de Acuña. Una vez que me hice con una copia de la referida obra pude confirmar fehacientemente el dato aportado por el autor del artículo. Allí se decía que aquella loa fue estrenada en Andújar, «en el precioso teatro del señor Juez de Primera Instancia D. Enrique Lassús Font, en octubre de 1867», y que el papel de la Virgen del Rosario fue interpretado por doña Rosario de Acuña de Lassús.
De la dedicatoria escrita en La institución del Rosario. Loa religioso… y del reparto de actores que interpretó esta obra, parece probado que en Andújar, en octubre de 1867, habría un matrimonio formado por Enrique Lassús Font, Juez de Primera Instancia de aquella localidad, y Rosario de Acuña de Lassús. Asumir sin más ni más que esta mujer fuera la hija de Felipe de Acuña y Dolores Villanueva es cuestión bien diferente. De entrada, existen evidencias, algunas apuntadas por el propio Valladares en su estudio, que plantean serias dudas sobre la verosimilitud de ese matrimonio. Aunque pasemos por alto la cuestión de la excesiva juventud de la esposa (en aquella fecha Rosario de Acuña no habría cumplido los diecisiete); los testimonios de la propia interesada, quien siempre manifestó haber estado casada con Rafael de Laiglesia y nunca nos hizo mención alguna a otro matrimonio anterior; o el hecho de que nos conste que ese mismo otoño estuvo con su padre y su madre en la Exposición Universal de París. Aunque pudiéramos encontrar algún tipo de explicación razonable a todas estas cuestiones, al final nos encontraremos con un argumento mucho más difícil de solventar: la existencia del segundo matrimonio, el que tuvo como marido a Rafael de Laiglesia. En el contexto jurídico de la época, para que Rosario de Acuña se hubiera casado con el comandante en 1876, tendría que haber quedado viuda del juez con anterioridad, pues el divorcio recogido en la Ley del matrimonio civil no supone, en ningún caso, la disolución del vínculo matrimonial, sino una separación de los cónyuges.
Ahí podría estar la clave. Si apareciesen evidencias de que el referido juez hubiese fallecido con anterioridad al año de su boda con Rafael, bien podría mantenerse abierta la posibilidad de una boda anterior con el referido Enrique Lassús. Ese era el camino y hacía ahí encaminé mis indagaciones. Buscando, buscando tuve la fortuna de dar con la Hoja de Servicios del juez, la cual nos aporta una serie de datos que considero clarificadores. Gracias a los datos allí reflejados sabemos que este juez, nacido en Granada en 1832, obtuvo el título de abogado en 1854; que, en efecto, el 14 de abril de 1866 tomó posesión de la plaza de Andújar, donde permaneció hasta finales de octubre de 1868. De la relación de servicios incluidos en la Hoja obtenemos una evidencia concluyente: en 1876, cuando se celebra el matrimonio de Rosario de Acuña y Rafael de Laiglesia, el señor Lassús Font seguía vivo y, por tanto, la escritora no podría haberse casado nuevamente, razón por la cual podemos concluir que ella no era quien había representado aquella obra en Andújar, aquel día del otoño del año 1867.
La solución a este enigma la encontramos en Historia genealógica y heráldica de la Monarquía Española de Fernández de Bethencourt: detrás de la denominación Rosario de Acuña y de Lassús se esconde, en realidad, la personalidad de María del Rosario de Acuña y Espinosa de los Monteros, nacida en Andújar el 15 de abril de 1837, casada en la misma localidad el 3 de octubre de 1858 con Enrique Lassús y Font. Ocupaba el tercer lugar entre los hijos del XI Señor de la Torre de Valenzuela, Luis de Acuña Valenzuela y Calmaestra (1810-1861), y era nieta del X Señor, Pedro de Acuña Valenzuela y Cuadros, hermano del abuelo paterno de Rosario de Acuña Villanueva. Esto es, ambas mujeres (las dos, Rosario; las dos, Acuña) tenían un bisabuelo común: Juan de Acuña Valenzuela y Ortiz de Largacha, IX Señor de la Torre Valenzuela, siendo sus padres primos carnales. Por cierto, en el reparto de actores que figura en la obra también aparece Pedro Manuel, hermano mayor de la protagonista, que mantendrá una estrecha relación con el padre de Rosario de Acuña Villanueva, tal y como se comenta en el comentario 128. El primo Pedro Manuel (⇑).
Pudo haber más de una confusión al respecto, pues no era ésta la única prima con la que compartía nombre y primer apellido. Basta recordar a Rosario de Acuña y Martínez de Pinillos, ocho años más joven que nuestra protagonista, que era hija de su tío Cristóbal María de Acuña y Solís.
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