28 enero

205. La conferencia y los mestizos


Alegoría de la Justicia, sello de 1874
En la España de finales del siglo diecinueve, la prensa constituía el principal medio de información, al menos para el minoritario sector de la población que sabía leer. Quienes están al tanto de lo que publican los periódicos se enteran de las noticias que les cuentan, de las opiniones que les transmiten y de la vida y obra de los personajes que aparecen en sus páginas. Rosario de Acuña se subió a este escenario de papel con poco más de veinte años y su rastro permanece bien visible. Quien lo hubiera seguido se habría dado cuenta del brusco giro que ha experimentado su trayectoria mediada la década de los ochenta. Ha dejado de ser aquella jovencita de tirabuzones que, tan solo diez años atrás, había entusiasmado tanto al público como a la crítica con el estreno de Rienzi el tribuno, su primera obra dramática, y desde que su nombre apareciera en las páginas de Las Dominicales del Libre Pensamiento todo parece haber cambiado: se ha convertido en una librepensadora y en una masona, y nada de lo que dice pasa desapercibido, recibiendo incondicionales halagos de sus simpatizantes y reproches un tanto airados de sus detractores.

Un buen ejemplo de la polarización de sentimientos que despierta su palabra lo encontramos en la conferencia «Consecuencias de la degeneración femenina» (⇑), que pronuncia en la sociedad madrileña Fomento de las Artes la noche del sábado 21 de abril de 1888. Los editores de Las Dominicales sacan a la calle un número extraordinario con el contenido íntegro de la intervención de su colaboradora, acompañado de elogiosos comentarios: «No sabemos en este nuevo trabajo de la señora de Acuña qué admirar más, si la belleza escultural de la forma, la profundidad de los conceptos científicos que atesora o la valentía que supone en el alma de nuestra amiga». Por su parte  La Unión Católica se despachaba a gusto, tanto en lo referente al contenido de la conferencia como a la propia conferenciante:

¡Qué difícil y qué triste es tener que ocuparse en los delirios y en las producciones patológicas de una mujer! [...] Una mujer extraviada, que tiene la desgracia de haber renegado de las oraciones que le enseñó su madre en el regazo del amor, y de haber aprendido a recitar y a escribir en público las blasfemias más atroces de la impiedad y del librepensamiento, ha leído la otra noche una conferencia acerca «de las consecuencias de la degeneración femenina», y que hoy trascribe el periódico de la secta Las Dominicales.

El texto (⇑), escrito como luego se supo por el redactor Eugenio Fernández Hidalgo, ocupaba un lugar preferente en la primera página de la edición del 25 de abril y no desentonaba en absoluto con la línea editorial de aquel diario autotitulado «religioso, político y literario», auspiciado por Alejandro Pidal y Mon y convertido en órgano oficioso del posibilismo neocatólico. Por mucho que los denominados «mestizos» quisieran marcar distancias con carlistas e integristas, su aceptación del liberalismo no alcanzaba a tolerar «los disparates» de las mujeres del libre-pensamiento que salen a la plaza pública a vocear lo que llaman la emancipación de la mujer. Aunque no debiera de resultar extraño que un periódico situado en el sector más ultraconservador del canovismo defienda su particular visión de la mujer, convertida en «ángel del hogar», recluida en el «hogar santo de la familia prestando culto a las labores domésticas», sí que llama la atención la insistencia del señor Fernández en descalificar a la conferenciante, a quien no duda en tratar como una mujer desvariada, con quien no se puede perder el tiempo discutiendo, pues «los delitos o los casos de psiquiatría no se discuten, si no que se sentencian, o para la galera o para el manicomio». Esa es la razón que lleva a doña Rosario a presentar una querella por injurias contra el autor de aquellas palabras.

En ese punto podría haber concluido esta historia, al menos en lo que toca a su planteamiento, quedando tan solo a la espera de que los tribunales –tras  analizar el texto publicado por La Unión Católica a la luz de lo estipulado en el artículo 470 del Código Penal de 1870–  dirimiesen si las expresiones utilizadas en el mismo suponían deshonra, menosprecio o descrédito para la demandante. Podría haber sido el final, pero no lo fue, pues meses antes de que la Audiencia de Madrid resolviera sobre la demanda, el diario Faro de Vigo volvió a publicar el texto de Fernández Hidalgo en la primera página de su edición del cuatro de mayo. El asunto se complica.


Fragmento de la primera página de la edición de Faro de Vigo del 4 de mayo de 1888

Ya he contado (⇑) que por entonces Rosario de Acuña adquiere cierto protagonismo en el proceso de renovación de la masonería española que en 1887 había iniciado Alfredo Vega Fernández, vizconde consorte de Ros. Ambos comparten el objetivo de incrementar el número de mujeres que ingresan en la orden y, sabedores de la importancia que para tal fin tendría contar con presencia de tal relumbre, coordinan sus actuaciones para lograr que la infanta María del Olvido de Borbón y Castellví se convirtiera en el estandarte de la masonería de adopción. Al gran comendador del Gran Oriente Nacional de España, empeñado en favorecer la incorporación de las mujeres a las logias, le interesa contar con el apoyo de mujeres de renombre; Hipatia, por su parte,  encuentra en la masonería un apoyo inestimable en su campaña de Las Dominicales (⇑), la ardua tarea que inició a finales de 1883 para combatir a los enemigos de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre.

No hubiera resultado extraño que el escrito publicado por La Unión Católica se entendiera en clave personal: un periódico confesional arremete contra una mujer que libra una batalla en pro de la libertad de conciencia. La conferenciante ya contaba con ello. Basta con leer lo que escribía en la carta en la que proclamaba su adhesión al librepensamiento (⇑): «Las alimañas más estrambóticas van a surgir a sus orillas; unas, como los dogos de la fábula de Cano, comenzarán a ladrar; otras se harán las mortecinas, a ver si tropiezo con ellas inadvertidamente; muchas, con la propiedad que tiene la cobardía de ensañarse contra los que imagina indefensos, entablarán un concierto de aullidos». Que  lo suyo es de psiquiatra, que la tildan de extraviada, pues... ¡querella al canto!, y ahí se acaba la historia. No obstante, la situación se torna más compleja desde el mismo momento en que el escrito del señor Fernández Hidalgo es reproducido por el Faro de Vigo. El diario vigués se alineaba por aquel entonces en el bando de la prensa mestiza, entre los periódicos que en 1887 saludaron con efusividad la llegada del diario promovido por el catolicismo posibilista. Bien pudiera ser que otros diarios alineados con el ideario de La Unión siguieran su estela, que aparecieran nuevas copias en el Diario de Barcelona o en El Criterio Católico; y si esto hacía la prensa posibilista, qué no habría de hacer la ultra e intransigente. Bien pudiera ser que aquel asunto propiciara una nueva batalla entre los dos bandos en litigio.

Sea por proteger a la nueva hermana, sea por apuntalar el proceso iniciado en el seno del Gran Oriente Nacional de España para favorecer la llegada de mujeres a las logias, lo cierto es que los masones no parecen estar dispuestos a dejar pasar tal afrenta. Nada más conocer que el Faro de Vigo había vuelto a publicar el escrito de marras, se movilizan para ofrecer a Rosario de Acuña, la hermana Hipatia, el nombre de un abogado solvente, y preferiblemente librepensador, que le prestara la ayuda legal que iba a necesitar en aquella batalla. Desde Galicia realizan algunas recomendaciones, hablan del pontevedrés Indalecio Armesto, director del periódico La Justicia, también de Enrique Iglesias, «jefe en este distrito del Partido Fusionista» y «enemigo declarado del Faro de Vigo». La opción del señor Iglesias parece ser la más satisfactoria, razón por la cual doña Rosario,  siguiendo la propuesta del señor vizconde consorte de Ros, escribe una carta a Humberto Mulder (⇑), comerciante de origen holandés afincado en la villa viguesa, encomendándole que  transmita al abogado su interés en que sea él quien entable la demanda por injurias y calumnias. Ahora bien, debe de hacerlo en concepto de «abogado de pobres», pues aunque ella está dispuesta a iniciar aquel proceso –para «dar al asunto la importancia que a juicio de nuestros amigos requiere»–, no puede permitirse el lujo de afrontar los costes del litigio. 

Desconozco si el señor Mulder tuvo éxito en la gestión encomendada, si al final se interpuso la querella contra el Faro de Vigo y, de haber sido así, cuál fue el resultado de la misma. Lo que sí conocemos es lo sucedido con la que se sustanció contra La Unión Católica. Sabemos que en los primeros días del mes de julio se celebra el acto de conciliación en los juzgados municipales del distrito de Congreso: el procurador que actúa en representación de Rosario de Acuña no se mostró conforme con las explicaciones dadas por el autor del escrito, el redactor Alfredo Vega. Al concluir el acto sin avenencia, continúa abierto el proceso. Unos meses más tarde, el diez de abril del año ochenta y nueve, en la Audiencia de Madrid tiene lugar el juicio oral y público. Pocos días después, el tribunal dicta sentencia absolutoria.

«¡Qué difícil y qué triste es tener que ocuparse en los delirios y en las producciones patológicas de una mujer!». Ya lo decía el señor Fernández en su escrito: «los delitos o los casos de psiquiatría no se discuten, si no que se sentencian, o para la galera o para el manicomio». Y la Justicia sentenció que en las palabras vertidas por el redactor no había nada punible. Viviendo y aprendiendo. Bien presente lo habría de tener doña Rosario cuando, andando el tiempo, el gobernador de Madrid suspenda las representaciones de El padre Juan, o cuando la fiscalía la acuse de un delito de escándalo público. Una lección aprendida: que en asuntos de tribunales conviene ser bien prudente, puespara que tan renombrada Dama se ponga el turbante en los ojos y se avenga a resolver los litigios «necesita como primera condición para actuar la tasa de precio».


Nota. Agradezco a Isidoro Nicieza, director del Faro de Vigo, las facilicidades que me ha dispensado para acceder al fondo histórico del periódico, donde he podido constatar ese brusco giro en la trayectoria vital de nuestra protagonista del que hablo al inicio de este escrito. Las páginas del Faro reflejan esta mutación; también el cambio de actitud hacia su figura –y su obra– por parte de los promotores del diario.  Con anterioridad al duro escrito publicado sobre la conferencia  «Consecuencias de la degeneración femenina», objeto de este comentario, las páginas del diario no solo se hicieron eco de los éxitos de la joven dramaturga y de algunas de sus peripecias personales (como el viaje realizado por Galicia en 1887), sino que también acogieron algunos de sus primeros trabajos, como la poesía «Una flor para el sepulcro de Salas» o el relato «Fuerza y materia. El nido de una golondrina».




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