De vez en cuando, alguna de las líneas de investigación que permanecen en vía muerta se reactiva. Hace unas semanas localicé un escrito inédito de nuestra protagonista: se trata de un texto manuscrito que lleva por título «Lo indescifrable», uno de los documentos conservados en el Archivo Luis París que se encuentra depositado en el Centro de Documentación y Museo de las Artes Escénicas (MAE) del Institut del Teatre. Aunque no figura la fecha en la cual fue escrito, creo que contamos con suficientes indicios para poder situarlo en los primeros meses del año 1885. Veámoslos.
Su presentación en sociedad como librepensadora se produce el 28 de diciembre del año ochenta y cuatro, la fecha de publicación del número 98 del semanario Las Dominicales del Librepensamiento, en cuya primera página se da a conocer el contenido de la carta en la cual proclama su adhesión a la causa del librepensamiento. Si bien ése es el día que da comienzo su campaña de Las Dominicales (⇑) («A contar desde hoy, de los devanadores de mi memoria se irán soltando cabos que habrán de desenredar los cajistas de Las Dominicales...»), no fue esa la primera de sus batallas contra el oscurantismo: semanas atrás sorprendió a más de uno al manifestar su apoyo a los estudiantes de la Universidad Central que mantenían una huelga en defensa de la libertad de cátedra.
Tal y como se cuenta en el comentario 137. Yo pago la matrícula (⇑), la protesta estudiantil había comenzado después de que la prensa confesional iniciara una campaña en contra del catedrático Miguel Morayta Sagrario, a quien se acusa de haber pronunciado un discurso irreverente y herético en la ceremonia de inauguración del curso 1884-85. Ya a finales de octubre el obispo de Ávila difundía una pastoral en la cual denunciaba que el conferenciante había puesto en duda el Diluvio o que Adán fuera la primigenia semilla de la estirpe humana; se le acusa también de equiparar el catolicismo con el resto de las religiones o de hacer alarde de panteísmo y darwinismo. Unas semanas después, el 16 de noviembre, un grupo de universitarios –alentados por la posición adoptada por la jerarquía católica– inicia una recogida de firmas contra el contenido del discurso, lo cual provocó que los partidarios de Morayta se movilizaran a su vez, redactando un escrito de apoyo al varias veces excomulgado catedrático –la «contrapropuesta»–, y manifestándose por las calles de la capital en defensa de la libertad de cátedra. Para intentar controlar la situación, el día 20 el gobernador envía un contingente policial a la sede de la Universidad. Su presencia provoca el rechazo de los estudiantes, que se niegan a entrar en clase y se echan a las calles de la capital en defensa de la libertad de cátedra. Las fuerzas policiales disuelven los grupos a sablazos: hay varias decenas de heridos y otros tantos manifestantes son detenidos «por proferir frases subversivas».
La intervención de las fuerzas del orden aviva el conflicto; los catedráticos de la Central elevan una propuesta por escrito al ministro del ramo manifestando su protesta por la violación del recinto universitario; una parte de la prensa se manifiesta en contra de «los brutales atropellos cometidos»; los estudiantes, que se niegan a volver a clase, reclaman la libertad de sus compañeros detenidos, lo hacen en las calles, también en las redacciones de los periódicos; se inician movilizaciones estudiantiles en el resto de las universidades del país. La prensa se hace eco de los apoyos que reciben los huelguistas. El 7 de diciembre varios periódicos de la capital publican una carta de Rosario de Acuña en la que se ofrece a costear la matrícula del alumno con mejor expediente que teniendo derecho a matrícula gratuita lo perdiese por negarse a entrar a clase en defensa de la libertad de cátedra. También se hacen públicos los escritos enviados por los estudiantes de otras universidades europeas (Coimbra, Turín, Lieja...). Los de la Universidad de Roma, reunidos en asamblea, aplauden con entusiasmo «vuestro heroísmo que, por reivindicar la libertad de enseñanza y de pensamiento, os ha hecho sufrir persecuciones teñidas de sangre...», también acuerdan abrir, «como protesta ante esta cruzada de los clericales», una suscripción internacional para levantar en Roma un gran monumento a Giordano Bruno, condenado por la inquisición romana por hereje y quemado vivo en la hoguera el 17 de febrero de 1600.
La iniciativa de los estudiantes romanos avivó el ánimo de los librepensadores españoles: Giordano Bruno era un magnífico estandarte en aquella guerra abierta contra la intransigencia. Pocas semanas después, los universitarios madrileños, reunidos en una asamblea convocada al efecto, deciden sumarse a la propuesta, nombrando un comité encargado de poner en marcha el proyecto. Como presidente del mismo fue elegido el estudiante de Medicina Luis París y Zejín, a quien se encomendó la redacción de una circular que sería remitida al resto de universidades españolas «invitándolas a coadyuvar en la medida de sus fuerzas a dicha solemnidad».
Se inicia febrero. Quedan pocos días para que se conmemore el CCLXXXV aniversario del suplicio y muerte del mártir napolitano. El día 19 aparece en La Universidad –«periódico escolar librepensador» que los universitarios habían creado para convertirlo en su «órgano de prensa– un manifiesto dirigido a los estudiantes de España, que concluye de la siguiente manera: «Con vuestro auxilio, queridos estudiantes, concurriremos a la gran manifestación europea en favor de la libertad de pensar, dispuesta por nuestros compañeros de Italia». El comité había decidido que el homenaje a Bruno se prolongara más allá de la jornada en la cual se recordaba su muerte en la hoguera: tenía previsto celebrar el 14 de marzo una reunión artística-literaria y esperaba contar para ese día con los trabajos que a tal efecto se hubieran enviado en prosa o en verso, pero relacionados con el acto que en ella se conmemora.
Muchas de las convenciones que la han acompañado durante su niñez y su juventud han perdido parte de su valor desde que a finales del mes de enero del año 1883 falleciera su padre, el anclaje más firme que aún la mantenía unida a su pasada mirada. Se abrió entonces un tiempo de tempestad y zozobra, de ansiosa angustia, de agitarse las carnes en busca de una pronta muda. Meses enteros de aislamiento casi completo... Y al fin, ante sus ojos se hizo la luz: «me pareció haber soñado cuando terminé de leer LAS DOMINICALES, porque en ellas palpitaba la vida de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, no como una abstracción del pensamiento, sino como una realidad viviente, enérgica, activa, llena de promesas de redención y de esperanzas de felicidad». Desde entonces solo una ocasión faltaba a su propósito. La huelga de los estudiantes madrileños la propició. Se ofreció a costear la matrícula del más aventajado si por no entrar a clase la perdiese; ofrece un banquete a una comisión de estudiantes (⇑) y otros ilustres librepensadores; hace pública su adhesión a la causa del librepensamiento iniciando su intensa campaña de Las Dominicales... y se suma, como no podía ser de otra manera, a los actos de homenaje a Giordano Bruno.
El día 17 de febrero Las Dominicales publica un número extraordinario dedicado a Giordano y en sus páginas, junto a otros escritos de Demófilo, Emilio Castelar, José Nakens, Rafael M. de Labra, Miguel Morayta o Ramón Chíes se encuentra su texto «A Giordano Bruno», público reconocimiento a la «grandeza heroica» del homenajeado: «no hablemos de tus doctrinas, de tus ideales; fueren los que fueren, tu corona más inmarcesible es la de mártir de la libertad del pensamiento». Ahí está. Su nombre ya figura junto a los de otros destacados publicistas, dispuesta a colaborar en aquel glorioso combate, tal y como había anunciado: «Heme aquí, señor Chíes, que vengo a ofrecer mi entusiasta concurso a la causa del librepensamiento». De ahí que resulte razonable pensar que, al igual que lo hizo para el extraordinario de Las Dominicales, se prestara también a colaborar con los universitarios madrileños en el homenaje a Giordano Bruno que llevaban tiempo preparando; y que, por tanto, sea en estos primeros meses del año ochenta y cinco cuando escriba «Lo indescifrable».
El contenido del escrito, las referencias explícitas a Bruno («¿Se inicia en el corazón de un hombre?, Giordano Bruno sonríe en medio de las llamas que lo abrazaron»; «¡He ahí lo indescifrable! Bajo su imperio cruzaba la tierra Giordano Bruno, siempre ansioso, inquieto, intranquilo») y el hecho de que su destinatario fuera un destacado miembro de la comisión de estudiantes al tiempo que presidente de la comisión organizadora del homenaje, sustentan la hipótesis de que este texto fue escrito en los primeros meses del año ochenta y cinco. Desconozco si lo hizo para la velada artístico-literaria prevista para el 14 de marzo. Cierto es que, en principio, aquel certamen estaba dirigido a los universitarios, pero no lo es menos que los organizadores contaron con la colaboración de Ernest Haekel, Alfredo Naquet o Víctor Hugo, que realizaron diversas donaciones, o del marmolista Claudio Estrada, que se ofreció a realizar un busto de Bruno. En cualquier caso, de haber sido así, de haber sido el suyo uno de los noventa y seis escritos recibidos, no hubo ocasión para que fuera leído, ni en el paraninfo de la Universidad ni en el teatro Alhambra, que el comité había apalabrado tras la negativa del rector a cederles el local: las presiones gubernativas impidieron la celebración del público homenaje. Desconozco también si, tal y como pudiera deducirse de la lectura del sobre que lo contenía, aquel texto estaba destinado a formar parte del número extraordinario del semanario La Universidad, (dirigido por Luis París y en el cual vieron la luz otras colaboraciones suyas) al que se hace mención en la edición del 16 de abril.
Lo que sí sabemos es que el escrito llegó a su destino y que su destinatario lo consideró lo suficientemente interesante como para conservarlo, lo cual no debe de resultar extraño, tanto por la importancia que ambos otorgan al homenajeado (el propio Luis París presentó un trabajo a aquel frustrado certamen que más tarde se convertirá en Fray Giordano Bruno y su tiempo, una obra publicada ese mismo año y de la cual Rosario de Acuña realizó una elogiosa reseña), como por la antigua amistad que mantenían sus familias. Lo conservó y paso a formar parte de su archivo, integrado por diversos documentos relacionados con su actividad como director artístico (programas, cuadernos del director, cartas, bocetos y figurines, fotografías...). Gracias a ello, hoy podemos recuperar este texto salido de la pluma de Rosario de Acuña, probablemente en los primeros meses del año ochenta y cinco:
¡Saludemos al pasado! Nuestra voz, resonando a través de las edades,
baje a buscar el polvo de los sepulcros y ascienda a encontrarse en las
regiones del pensamiento para honrar la memoria del mártir y enaltecer
la grandeza del héroe. ¡Que su recuerdo nos una y nos lleve a lo
porvenir!
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