En los inicios del presente mes, Raquel Sánchez Jiménez, ministra de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, dio a conocer que el Gobierno del que forma parte tiene intención de modificar la nomenclatura de algunas de las principales estaciones ferroviarias de España, que a lo largo de este año se propone ponerles nombres de mujeres a las que la historia «ha invisibilizado». Pocos días después en Gijón se puso en marcha una iniciativa para conseguir que la estación de ferrocarril de Gijón fuera una de las incluidas en la lista del Gobierno y pasara a denominarse oficialmente ESTACIÓN DE GIJÓN - ROSARIO DE ACUÑA.
Como no podía ser de otra manera, este espacio dedicado a esta ejemplar mujer se suma a esta iniciativa dedicando el presente comentario, que hace el número 250 de los publicados, a reproducir el texto de la petición que ha sido publicada en la plataforma change.org. Dice así:
Parece ser que el Gobierno pretende cambiar la denominación oficial de varias estaciones de la red ferroviaria para ponerles nombre de mujer. ¿Qué mejor nombre para la de Gijón que el de una ilustre gijonesa cuya memoria, sepultada durante décadas, ha sido al fin rescatada del olvido?
Rosario de Acuña (Madrid, 1850 – Gijón, 1923) nació madrileña pero quiso ser gijonesa: en Gijón vivió la última etapa de su vida y en su cementerio civil está enterrada. La suya fue una vida intensa y ejemplar. Lo abandonó todo, la confortable vida que su nacimiento le había deparado, la prometedora carrera que como poeta y dramaturga le auguraban tanto la crítica como el público, y lo hizo para convertirse en una tenaz defensora de la libertad de conciencia, en una incansable luchadora frente a la superstición y el oscurantismo, contra la postración de la mujer y en defensa de los más desfavorecidos, labor en la que alcanzó un protagonismo como pocas mujeres tuvieron en la España de la época.
En Gijón se reafirmó su compromiso social. No se podría hablar de su etapa gijonesa sin mencionar el decidido apoyo que dispensa a quienes más sufren y padecen: los presos, las mujeres agredidas, la infancia sin futuro, los pescadores abandonados a su suerte, los soldados que combaten en la Guerra de Marruecos o en las trincheras europeas de la Primera Guerra Mundial… El día de su entierro, buena parte del pueblo gijonés se echó a las calles para acompañar en agradecida procesión a su ilustre convecina. Años después una de sus dirigentes escribió no menos agradecida lo que sigue: «Recordamos con admiración su trabajo, sus reivindicaciones laborales, políticas y sociales, su obra artística y literaria. Su memoria se perpetúa desde el cariño, la admiración y el reconocimiento, manteniendo vivo su pensamiento feminista que ha contribuido a hacer de Gijón la ciudad que hoy es».
Razones no faltan (véanse más en www.rosariodeacuna.es ⇑) para que la estación de ferrocarril gijonesa pase a denominarse Estación de Gijón – Rosario de Acuña
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Hasta aquí el texto que da soporte a la campaña. Poco queda por añadir. Si acaso, reproducir el artículo que en apoyo de esta iniciativa fue publicado en La Nueva España (y que pulsando en el enlace también se puede leer en formato PDF ⇑)
Como quiera que en este caso los cambios no afectarán a las direcciones postales de particulares y negocios, como quiera que no parece que vayan a ocasionar graves perjuicios a la ciudadanía, es previsible que el proyecto gubernamental no encuentre obstáculos insalvables y que, finalmente, salga adelante. En consecuencia, dando por hecho que habrá nombres de mujeres en las estaciones ferroviarias españolas, lo que se pretende es que la de Gijón sea una de ellas y que ostente el nombre de esta extraordinaria mujer, gijonesa por propia voluntad («casi desde mi niñez, fue mi sueño rosado vivir y morir en esta Asturias, a la que conozco palmo a palmo»), que en Gijón pasó la última etapa de su vida, que en su cementerio civil está enterrada. Convencido como estoy de que existen razones más que suficientes para cimentar con base sólida su candidatura, creo que mi contribución al éxito de la iniciativa ha de consistir en ponerlas de manifiesto, realizando un somero repaso a los hechos más significativos de su intensa biografía. Permítaseme que para ello utilice algunos de los textos que aparecen en la página a ella dedicada que mantengo abierta en Internet desde ya hace unos cuantos años (Rosario de Acuña y Villanueva. Vida y obra).
Aunque nacida en confortable cuna, no tuvo el tipo de educación que recibían las niñas de su entorno social: una dolorosa enfermedad ocular –que le diagnosticaron cuando apenas tenía cuatro años– cambió los planes de sus progenitores, que debieron de hacerse cargo de su formación. Aprendió a aprender desde muy joven, consultando libros y observando con detenimiento todo cuanto la rodeaba, ya fueran los fenómenos de la naturaleza o el comportamiento de sus semejantes. De sus concienzudos estudios, de sus razonadas reflexiones, surgieron artículos y conferencias sobre temas muy diversos: de avicultura, de higiene, de la relación entre locura y crimen, de la tuberculosis y de las medidas a tomar para evitar su propagación, de la marginación de la mujer o de las industrias rurales.
Ya desde muy joven muestra inquietudes literarias que la llevaron a publicar sus primeros poemas apenas iniciada la veintena. Cinco años después estrena Rienzi el tribuno, su primera obra dramática, que obtiene el aplauso del público, la aprobación de la crítica y los parabienes de renombrados escritores del momento, abriéndole de par en par la puerta hacia una prometedora carrera como poeta y dramaturga. Ese mismo año se casa con un oficial del ejército y juntos inician una nueva etapa en Zaragoza, donde había sido destinado.
Poco tiempo después todo parece cambiar: su matrimonio se resquebraja y la joven escritora decide alejarse de la ciudad, a la que cree fuente de vanidades, envidias y fruslerías. Se instala en una quinta campestre situada en una pequeña población al sur de Madrid, más cercana al cielo y a la tierra, y allí medita, estudia, escribe. La repentina y prematura muerte de su padre abre para ella un tiempo de hondas meditaciones, de sosegado disfrute de las bondades de la naturaleza cultivada en la que vive, de expediciones a caballo recorriendo durante meses la geografía patria, de lecturas, reflexiones... Por entonces se convierte en la primera mujer que ocupa la tribuna del ateneo madrileño, por entonces escribe entusiasmados artículos en los que hace copartícipes a sus lectoras de las bondades de la vida en el campo.
Tras meses de pensares y repensares, parece tener claro que aquella sociedad está enferma, que su querida España está atenazada por la incultura, la hipocresía y las supersticiones, dominada por el oscurantismo clerical. Es preciso hacer algo para cambiarla y las mujeres pueden jugar un papel decisivo en la necesaria regeneración patria. Decide dar un paso al frente y convertirse en una infatigable luchadora en pro de la libertad de conciencia. Como librepensadora militante, colaborará en cuantas publicaciones comprometidas con la causa requirieran sus palabras, enviando escritos a cuantas asociaciones estuvieran empeñadas en romper el monopolio de la verdad institucionalizada, participando en cuantos actos se organizaran para reclamar la entrada de luz, más luz, y aire renovado en el solar patrio. El padre Juan, su cuarto estreno teatral, es buena muestra del nuevo papel que ha asumido. Constituye un canto al librepensamiento, a la libertad de conciencia, que irrita a las autoridades, tanto que la primera representación se convierte también en la última: el gobernador civil de Madrid, cediendo a las presiones recibidas, prohíbe que la obra continúe en cartel.
Casi sin haberse recuperado del quebranto económico que para su exigua economía supuso la suspensión gubernativa (había asumido el coste de aquel proyecto al no encontrar a nadie dispuesto a asumir el riesgo de estrenar tan polémica obra), unas fiebres palúdicas la pusieron al borde de la muerte. Tras varios meses de auténtica agonía, decide poner rumbo hacia las salutíferas proximidades del mar, instalándose en una pequeña localidad de Cantabria, en donde pondrá en marcha una modesta industria avícola con la que intentará complementar la exigua pensión de viudedad que por entonces recibe. Diseñó la instalación, la dotó de las últimas novedades mecánicas, compró lotes de las mejores razas ponedoras y se dedicó de lleno, en largas jornadas cada uno de los siete días de la semana, al cuidado de sus aves. Su concienzudo trabajo no tardó en obtener frutos: los productos de su granja comenzaron a contar con el favor del público; su labor como avicultora obtuvo al reconocimiento de los especialistas en la materia, también del jurado internacional que le concedió una Medalla de Plata en la Exposición Avícola Internacional celebrada en Madrid en 1902.
La última etapa de su vida, la que transcurre en Gijón desde 1909 hasta su muerte en 1923, se caracteriza por el decidido apoyo que dispensa a los más necesitados: los presos, las ninguneadas mujeres, los niños sin futuro, los pescadores abandonados a su suerte, los soldados que combaten en las trincheras africanas o europeas… Parece tener bien claro que, además de luchar contra el pensamiento único, es preciso echar una mano a quienes son víctimas de las injusticias. Por eso, a pesar de los años de lucha que ya lleva a cuestas y de los duros reveses soportados, aún habrá de enrolarse en nuevas refriegas, algunas cruentas, como la que provocó su precipitada huida a Portugal para evitar dar con sus huesos en la cárcel por un artículo en el cual arremetía, con duras palabras, contra unos estudiantes que a las puertas de la universidad madrileña habían agredido de palabra y obra a unas universitarias.
Allí en El Cervigón, en la casa del acantilado, los más necesitados tienen quien los apoye. No es de extrañar que el día de su entierro –al lado de republicanos, reformistas y masones– acudieran numerosas mujeres, sus compañeras, «pues toda mujer que trabaja y piensa lo es mía»; cientos de obreros, cuyos líderes se habían acercado hasta allí días antes, como cada Primero de Mayo, para manifestarle su admiración y respeto; multitud de gijoneses, integrantes del pueblo llano, del que vive –como ella ha vivido en los últimos años de su vida– del trabajo de sus manos, los cuales, agradecidos, transportaron a hombros su humilde féretro durante varios kilómetros hasta depositarlo en el cementerio civil.
Ciertamente, la suya fue una vida intensa y ejemplar, de incansable lucha contra la superstición y el oscurantismo, contra la marginación de la mujer, contra la opresión y las desigualdades, en la que alcanzó un protagonismo como pocas mujeres tuvieron en la España de la época. Dramaturga, feminista, montañera, poeta, regeneracionista, librepensadora, avicultora, articulista, productora teatral, republicana, melómana, publicista… Hubo quien la situó «en la vanguardia de la lucha social y en la línea de la unidad de los trabajadores» o quien afirmó que «representa una gloria nacional como pensadora y una creadora de valores nuevos para la mujer española».
Quizás lo dicho hasta aquí baste para apoyar esta iniciativa. En ese caso el procedimiento resulta sencillo: si unimos en un buscador de Internet «change.org» y «Rosario de Acuña» se abrirá el espacio habilitado para firmar. Muchas gracias. De todas formas y como quiera que por mí no va a quedar, me complace anunciar, tanto a quienes ya lo tienen claro y se han unido a la campaña como a quienes aún no, que tendrán ocasión de conocerla mejor pues, en estas mismas páginas y hasta que se cumpla el centenario de su muerte (mayo de 2023), cada quince días –lunes alternos– les iré mostrando algunos de los aspectos más significativos de la trayectoria vital de esta ilustre gijonesa.
La Nueva España, edición de Gijón, 28 de marzo de 2022
Notas
(1) Una vez que la petición apareció en la página Change.org lo que procedía era darla a conocer. A ello me dediqué de forma activa y creo que con cierto éxito, pues en unas pocas semanas ya se habían alcanzado varios centenares de firmas que la apoyaban. Parece que fueron suficientes, al menos para que las autoridades municipales se dieran por aludidas, pues en una reunión mantenida pocas semanas después en el Ayuntamiento de Gijón para tratar acerca de los preparativos del centenario de la muerte de Rosario de Acuña, se me dijo que de todo cuanto proponía lo más fácil de conseguir era lo del nombre de la estación. De ahí que (considerando, como se había dicho, que la propuesta estaba encarrilada) cesara en mi campaña activa, de ahí que no me sorprendiera cuando, meses después, se hizo público que en el pleno municipal correspondiente al mes de octubre el concejal de Cultura había comunicado a la corporación que «la estación ferroviaria actual se llamará Rosario de Acuña y se trasladará a la futura que se construya en Moreda» (El Comercio, 22 de octubre de 2022). Han pasado varios meses desde entonces y, a pesar de las buenas perspectivas, en el BOE solo ha aparecido publicado el cambio de la estación madrileña Puerta de Atocha, la cual a partir del 19 de noviembre de 2022 pasó a denominarse de manera oficial «Madrid - Puerta de Atocha - Almudena Grandes».
(2) A partir de la publicación de este escrito sobre la propuesta del nuevo nombre para la estación ferroviaria de Gijón fueron apareciendo cada quince días, lunes alternos, en las páginas de La Nueva España los aspectos más significativos de la vida y obra de Rosario de Acuña, que se pueden consultar en formato PDF pulsando en este enlace (⇑)
(3) En el orden del día de la reunión del PLENO MUNICIPAL DEL AYUNTAMIENTO DE GIJÓN que, con carácter ordinario, se celebró el 14 de febrero de 2024 se incluye la proposición presentada por el grupo municipal de Izquierda Unida para que la estación ferroviaria sita en la calle Sanz Crespo pase a denominarse Rosario de Acuña y que reciba el mismo nombre la futura estación que la sustituya: «incluir el nombre de Rosario de Acuña en el de la actual estación provisional y que dicho nombre se traslade con la apertura de la nueva estación intermodal». El grupo municipal del PSOE se mostró de acuerdo con la propuesta, pero propuso que, para no duplicar procedimientos, sea la futura estación la que lleve el nombre de Rosario de Acuña. Sometida esta propuesta enmendada al pleno, quedó aprobada por mayoría:
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