26 diciembre

84. El apoyo de la Agrupación Feminista Socialista


Tras su regreso del exilio portugués Rosario de Acuña parece decidida a retirarse de la primera línea de la batalla ideológica. No aguanta mucho. Tras un par de años de silencio casi absoluto, a principios de 1916 sus palabras vuelven a ocupar las primeras páginas de la prensa amiga («A la memoria de don Domingo Hernández León (⇑)», «A la señorita María Oliva Riestra Rubiera (⇑)», «A los misioneros de la cultura y la fraternidad que Francia nos envía (⇑)»...). Más allá de sus tesis habituales, de su defensa de la libertad de conciencia, de su oposición al todopoderoso clericalismo reinante, lo que llama la atención es su llamada pública a la unión de las fuerzas de «izquierda». Eso es los que en los primeros meses de 1917 parece inquietar a las autoridades provinciales, recelosas a todo lo que pueda estar relacionado con la convocatoria de una huelga general, de la que no se deja de hablar desde que la UGT y la CNT acordaran coordinar sus actuaciones en un pacto alcanzado en la primavera de ese año. Los informadores de Gobernación conocen que Rosario de Acuña no solo defiende esa unidad en sus escritos de manera reiterada, sino que la refrenda con su asistencia en actos conjuntos de «las izquierdas», como sucediera con el mitin aliadófilo de Madrid al que ya me he referido. Durante el verano el ambiente está muy caldeado, y las autoridades están tan nerviosas que en la madrugada del 24 de julio las fuerzas del orden se presentan en El Cervigón con la orden de efectuar un registro minucioso en la vivienda de la escritora. A pesar de no haber encontrado absolutamente nada tras varias horas de revolver todas sus pertenencias, hay quien sigue recelando de su papel en todo lo relacionado con los preparativos de la huelga, pues el 22 de agosto, cuando en Asturias hace ya nueve días que el paro es general, la Guardia Civil vuelve a su casa para efectuar un nuevo registro.

He aquí el relato de lo sucedido en palabras de la interesada:

Llegan los sucesos de agosto. Usted ya sabe, como todos los que me conocen bien –y apelo al cultísimo escritor don Rafael Sánchez Ocaña, a quien tuve el honor de recibir en mi casa cuando vino a intentar hacer un periódico liberal-europeo de El Noroeste, de Gijón–, lo aislada que vivo. Y también saben que ni soy socialista, ni anarquista, ni republicana: en el sentido redilesco de estas adjetivaciones; nada que huela a dogma, imposición y enchiqueramiento.

Además, dada la condición marroquí de la mayoría de los españoles, las mujeres que queremos «ser personas –solo eso–» tenemos que pasar, como cochinillas de circo, por bachilleras, petulantes, histéricas, etcétera. Las que se precian de no haber pasado por este aro es que tuvieron que pasar por otros peores.

[...]

Pues bien; a pesar de todo esto, sobre mí y mi casa se extendió en aquellos días, una leyenda negra:

«Que yo había predicado el amor libre en los paseos de Gijón; que era una conspiradora de cuidado; que mi casa era centro de conciliábulos misteriosos a las altas horas de la noche».

Esta prédica para la mema burguesía que parece vivir solo tragándose idioteces. Para el vulgo campesino que me circunda se hizo otra propaganda:

«Yo era una bruja, que salía por la noche untada al tejado para hacer mal de ojo a vacas y chicos; era una perra judía que tenía un macho cabrío, y que azotaba la santa cruz los viernes». ¡Así, «así –aún–», corren estos dichos por nuestros desgraciados y embrutecidos pueblos!.

Los «policías honorarios» de la villa, todos ellos ajesuitados, íntimos y militantes de las huestes reaccionarias, cuando ya tuvieron bien batido el basurero de estas absurdas infamias, entraron en campaña con las autoridades militares de Gijón. [...]

Llega una mañana de agosto –olvidé la fecha– y a las tres empiezan a aporrear el portón de la finca.

[...]

Se presentaron dos de Orden público y dos policías que, previa exhibición, exigida, del carné de identidad y la orden judicial militar de registro domiciliario, pasaron adelante. Al verlos bajé rápidamente. Se explicaron y portaron como personas correctas. Venían a buscar «las proclamas de Marcelino Domingo» que, en aquellos días se encontraban en Gijón hasta en las soperas y en el cuartel se recibían a centenares.

–Aquí tienen ustedes las llaves de mundos, librerías, muebles, etc.; no encontrarán nada, les dije, porque, ni por casualidad, leí el artículo de que se trata; y, es más, yo no necesito leer proclamas, si acaso, las escribiría, y, entonces, ya pueden comprender que no habría ninguna en casa.

Cinco horas duró el registro, sin tener ninguna queja contra los que, por su profesión, tenían que realizarlo.

A los dos días de esto corrió por Gijón la noticia de que habían encontrado en mi casa cheques y mazos de billetes de miles de francos; cartas escritas desde Inglaterra y Francia, libros pornográficos. (Esta fue labor germano-jesuita. No atribuyo a los policías oficiales estos infundios. Sus contrafiguras, los «honorables honorarios policías», serían los encargados de extender tales patrañas).

Pasan unos días. Segundo aporreamiento del portón a las cinco de la mañana. Cinco guardias civiles, uno de ellos vestido de paisano, con pico y azadón. Preséntanse, también, correctamente, y dentro de la férrea disciplina que los sujeta, más como a fieras que como a hombres, se les veía violentos, contrariados, al tener que hacer lo que se les mandaba. Venían a levantar el prado, en los alrededores de la casa, en busca de un enterramiento de bombas, armas, municiones y papeles que «habían visto que habíamos escondido».

[...]

Desde aquel día tuvimos preparados los hatillos para ingresar en la cárcel, pues, pensando lógicamente, suponíamos ir a parar allí, toda vez que, por la ciudad, la traílla policíaca honoraria decía, a voz en cuello, que era preciso, preciso, que yo durmiera en la cárcel. ¡Como si alguien fuera capaz de hacerme dormir en la cárcel!

[Enlace para leer la carta completa (⇑)]

A los pocos días de haberse publicado este escrito, la Agrupación Feminista Socialista hace pública la siguiente carta de apoyo a Rosario de Acuña:

Fragmento del escrito dirigido por la Agrupación Feminista Socialista

Por El País nos enteramos al leer vuestra carta que también fuisteis víctima de los sucesos de agosto.

Considera esta entidad un atropello incalificable los registros que en vuestro domicilio se practicaron, así como la falta de respeto y consideración a personas honradas y, una vez más, la Agrupación Feminista Socialista protesta contra este hecho vergonzoso.

Denigra en extremo la tolerancia de estos abusos que denota la carencia del respeto y conocimiento en los casos a perseguir.

Arbitrario es el recurso de los mantenedores del orden, interpretando las ideas progresivas como un hecho escandaloso, admitido como está el librepensamiento; pero lo que más subleva el ánimo es considerar lo injusto del atropello, puesto que no ostentaba la sujeción a un partido de clase.

¡Lástima no estar al lado de los socialistas para encauzar con su talento al elemento femenino por vías más amplias a su emancipación!

Sirvan, pues, estas líneas de saludo a doña Rosario de Acuña y de protesta por los sucesos pasados; quedando reconocidas estas admiradoras suyas q.s.m.e.

Por el Comité: La presidenta, Dolores Fernández; la secretaría, María Rojo.

El País, Madrid, 19-7-1918


Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 5-11-2010.




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