23 julio

121. «Una mujer ejemplar», por Ángel Samblancat


Cuando escribió este artículo, Ángel Samblancat y Salanova contaba con 31 años, pues había nacido en Graus (Huesca) en 1885. Tras realizar los estudios de Derecho en Barcelona, lugar al que se había trasladado siendo niño, se convirtió en activo publicista de sus ideas políticas en diversos periódicos de orientación republicana, anarquista, satírica o anticlerical, de los que fue colaborador, redactor y, en algunos casos, director.



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Fotografía de Ángel Samblancat, publicada en Mi Revista (Barcelona, 10-1-1938)Un escritor proponía, hace poco, un homenaje a doña Rosario de Acuña (1): que los republicanos fuéramos en peregrinación a Asturias a visitar a esta gran mujer que, anciana, pobre y enferma, sólo vive para el ideal. Esta iniciativa no conmovió el gélido fiord de nuestra prensa, y naufragó en el océano pacífico revolucionario-digestivo de la estulticia republicana.

A esto han debido contribuir las ideas cristiano-moriscas, las ideas de turco, que nosotros tenemos sobre la mujer. Los restos de feudalismo y de budismo, que entre nosotros quedan. El creer que la mujer es impura como  el lodo, y débil como una rosa. La filosofía de coplero de que nos alimentamos. El hacerles demasiado caso a algunos médicos, enfermos de tontería, a algunos médicos que necesitan que les curen la cabeza.

El sexo débil. No cree Carmen Silva en la debilidad de su sexo (2). Ni yo tampoco. Hace cuarenta siglos que la mujer viene sufriendo los empellones de la brutalidad masculina, y aún no ha sucumbido. ¡Y todavía se la llama al suyo sexo débil! No hay sexos débiles. El femenino no es sexo débil, sino debilitado. Los dos sexos son igualmente fuertes por naturaleza. En Aragón las mujeres cavan, riegan, siembran, vendimian, aran. En Cataluña comercian, manipulan, llenan las fábricas y los despachos. Mi madre ha trabajado toda su vida como una burra, y no 1e ha faltado el tiempo a la mártir para parir 18 hijos. A los cuarenta y. tantos años me tuvo a mí. Y aún vive la pobrecilla, y está tan fuerte.

El hombre no quiere que la mujer trabaje, para que no se emancipe, para mantenerla en la esclavitud y convertirla en juguete suyo. Luego, por envidia. En general, la mujer es mucho más inteligente que el hombre, si no le aventaja en todo, es porque la educación que le damos la embrutece y la degrada. Sus mejores facultades están atrofiadas por el desuso. La mujer actual no es más que la bestia ociosa o la vaca lechera y paridera. Esto hace que entre los sexos no pueda existir verdadero amor. La mujer venera al hombre como padre, pero le desprecia como esposo, al descubrir su bajeza, su pequeñez.

La doctrina cristiana de la obediencia incondicional al marido es absurda. En la familia, como en el Estado, ha de mandar el más inteligente, el más apto. En el matrimonio no es la mujer la destinada por la naturaleza a guiar y a regir la cocina. Si el marido, es inferior a la mujer, es él quien ha de barrer y el que ha de pelar las patatas. En algunos hogares ya ocurre esto. El marido lleva los pantalones por la calle, pero, en cuanto llega a casa, se los quita y se los pasa a su mitad. Sin embargo, esto es la excepción Por regla general; lo que triunfa como en la sociedad, es brutalidad y la majeza, los atributos del macho.

La mujer debe sentir educación intelectual e integral. Se la debe preparar para ser madre y para ser ciudadana. Se quiere que continúe como hasta ahora, para que su cuerpo sea esclavo del marido, y su alma del cura. De la casa, a la iglesia. De la cama, al confesionario. De los brazos del marido, a los brazos del cura, pasando a veces por los del sacristán, o por los del amigo del marido, por los del amante.

A un hombre de paladar delicado, de depurado gusto, no puede agradarle una de esas pollinas que todos conocemos, por bien enjaezada que nos la presente su madre, por ricos que sean los arneses y los aparejos que lleve. No puede gustarle más que para cubrirla, más que para aparearse con ella. La cópula así no es más que un acto de caballos, un acto de perros. El garañón salta encima deja burra, le suelta un escopetazo de semen, y todo ha concluido. El ayuntamiento del hombre con la mujer no ha de ser esa porquería. Una mujer guapa si es inteligente es doblemente guapa y tentadora. No hay seducción, como la de unos ojos que brillan debajo de una frente que piensa. No hay besos, como los que se daña una boca discreta, a una boca elocuente, a una boca erudita de retórica de amor.

Redimamos a la mujer. Los que pugnamos por la liberación de todos  los esclavos de la tierra, no abandonemos a la mujer a su triste suerte actual. No escarnezcamos a las que leen,  a las que estudian. La mujer, como todos los  seres inteligentes y sintientes es muy púdica, es muy sensible al ridículo y no puede soportar que la llamen marisabidilla, marimacho. Y vámonos a los que denominan al sexo femenino «débil» La mujer, dice la reina de Rumanía, ha de compartir vuestro amor, daros hijos, tomar parte de vuestras inquietudes, cuidar de la casa, educar a la prole, y además ha de conservarse bonita y amable, ¿cómo osáis, pues, hablar de debilidad?

¿Cómo osáis, en efecto, hablar de debilidad? ¿Quién, que conozca el robusto, varonil y atrevido intelecto de doña Rosario de Acuña y su firmeza de convicciones y sus virtudes cívicas creerá en la flaqueza de las hijas de Eva?¿Quién, que haya leído a doña Rosario, y compare su estilo de pórfido con el vaselinesco, como dice el almogávar Gil Bel, de la mayor parte de nuestros plumíferos, cálami calamitates, no creerá que la ilustre pensadora asturiana escribe mejor con la punta de la bota que esos otros desdichados con la punta de su cacumen o cacamen? Todavía recordamos todos su famosísimo, su sublimísimo artículo contra los estudiantes. Amigo; ¡qué canela fina, legítima de Ceilán y de la India, sabor aquella prosa! Así les levantó ampollas y levantó en vilo a los micomicones ofensores de los estudiantes de la Central. Aquel hermoso deshago le costó a su autora una larga temporada de destierro. Ya que el partido republicano no le tributa a esta gran mujer el homenaje que le debe, no quiero yo que le falte el mío. Madre, señora, te aseguro que eres más grande que todas las duquesas, que todas las princesas y que todas las infantas de España. Madre, señora, déjame que bese tu frente augusta y que me beba todos tus pensamientos. Madre, señora, bendice mi juventud y mi rebeldía, para que sean fecundas, para que sean fructíferas.

El Ideal, Tortosa, 23-9-1916



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Dos años después, en el verano del año diecinueve, Ángel Samblancat se desplaza a Asturias donde pasa varias semanas llevando a cabo una intensa actividad propagandística. Pronuncia varias conferencias en Mieres, La Felguera, Sotrondio, Frieres, Oviedo o Gijón. Entre mitin y mitin encuentra tiempo suficiente para acercarse a El Cervigón y visitar a doña Rosario. Lo que más llama la atención al visitante es la agilidad que muestra su anfitriona, una mujer cercana a la setentena que «se hace a pie veinte kilómetros» y «corre y salta por el jardín como una chivilla». Para no contrariarle le cuenta una historia reciente:

Hace poco estuve en Turón, en las minas (⇑) –me dice–. A pesar de lo que aquellos obreros me manosearon, me zarandearon y me estrujaron, no me rendí. Volví a casa como si tal cosa. Muy fortalecida, sobre todo espiritualmente, por el contacto y la convivencia con aquellos luchadores. Y muy conmovida por las pruebas de cariño que de ellos y de sus compañeras recibí. «Abuela, bendice a mi hijo», «Abuela déjeme que le bese la punta del pañuelo o del jubón», repetían constantemente.

 Según le cuenta a su interlocutor, aquellas muestras de afecto atenúan todos los padecimientos sufridos «con ocasión del dichoso artículo contra los estudiantes (⇑)». Y recuerda a su invitado cómo le dieron la espalda buena parte de sus correligionarios; cómo se vio obligada a hipotecar su casa para afrontar los gastos de su exilio portugués: «Gasté pronto todo lo que saqué de la casa y llegué casi a pasar miseria. El condenado artículo me costó más de dos mil duros». A pesar de lo cual le confiesa que no se arrepiente de haberlo escrito.


Notas

(1) Tres meses antes, en las páginas de El Motín aparecía publicado «Homenaje a una mujer ilustre» (⇑), un artículo en el que Volney Conde-Pelayo proponía, en efecto, que los republicanos rindieran un homenaje a doña Rosario de Acuña

(2) Como más adelante se verá, se refiere a Isabel de Wied, reina de Rumanía, que firmaba sus escritos con el seudónimo Carmen Silva. Sus ideas respecto a la necesaria emancipación de la mujer fueron conocidas en España gracias a la divulgación de las mismas que realizó Concepción Gimeno de Flaquer.



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