24 diciembre

143. El Cervigón: parada y fonda


Un día que pasé por delante de su puerta vi colgado del muro este cartel: «Es inútil llamar, no se abre a nadie» Algo parecedlo se encontró el Dante a las puertas del Infierno –dije para mí– y en esto bien se echa de ver el poco espíritu comercial que posee esta señora. Si fuera tan lépera como algunas de sus colegas podría explotar el fenómeno poniendo a peseta la entrada, lo cual la enriquecería, porque acudirían a verla y a oírla gentes de todos los vientos.

Para nadie, en efecto, se han abierto jamás aquellas puertas, ni para los ahítos ni para los hambrientos, ni para los dichosos ni para los infortunados. El que se aventurase a llamar podía correr el riesgo de ser destrozado por un perrazo enorme que de día y de noche vigilaba la entrada. Era el Cancerbero de aquella pavorosa mansión.

La utilización del adjetivo «lépera» lo delata, pues en Cuba se utiliza como sinónimo de «perspicaz». El astuto autor de los párrafos anteriores es un escritor nacido en el asturiano concejo de Tineo que en Cuba ejerció de periodista. Se llamaba Manuel Álvarez Marrón, y de su pluma salió un artículo en el cual se afirmaba que Rosario de Acuña era bruja, que salía todas las noches por el tejado a hacer mal de ojo a los aldeanos, que vivía en una casuca miserable a cuyo alrededor no crecía ni la hierba (véase su contenido en el comentario  2. La casa del diablo).

Aunque la leyenda (negra; negra jesuítica, diría la interesada), pintaba aquella casa con lúgubres colores, lo cierto es que el hogar de doña Rosario tenía las puertas siempre abiertas. Claro es que no para todos. Faltaría más.

Bodegón con manzanas  de Juan de Zurbarán (hacia 1640)

Hasta allí sube con cierta frecuencia el periodista Antonio L. Oliveros, quien, según sus propias palabras, aceptó la dirección de El Noroeste por consejo de su anfitriona; al igual que lo hacía su antecesor Rafael Sánchez de Ocaña y Fernández. También acude de vez en cuando el  maestro Luis Huerta, con quien la escritora mantiene largas conversaciones acerca de la maternidad, la naturaleza y las nuevas generaciones (véase lo que al respecto cuenta el interesado en «La barca de Acuña»). Hasta El Cervigón se acerca algunas tardes José Díaz Fernández, un joven periodista que gustaba de charlar largo y tendido con la escritora, a pesar de que a ella no le gustaran ni el cine ni sus poesías (⇑). Tampoco se olvida de visitar a la escritora el joven marino (⇑) Fernando Dicenta quien, habiéndola conocido en su niñez, no dudaba en pasar por su casa cada vez que arribaba a puerto. Además de estas amistades que han dejado rastro escrito de sus visitas, sabemos que también la visitaban otros conocidos gijoneses como Benito Conde, profesor de la Escuela Industrial y distinguido republicano; Lucas Merediz, uno de los más destacados militantes del Partido Reformista gijonés que será nombrado delegado regio de Primera enseñanza de la provincia en 1919; Eduardo García, quien fuera presidente del Ateneo Obrero de Gijón cuando la escritora llegó a la ciudad; Javier Aguirre de Viar, agente de Cambio y Bolsa y sucesor del anterior en la presidencia; y otras personas menos conocidas, pero no por eso menos apreciadas en la casa de la anciana librepensadora. Entre éstas últimas es preciso destacar a las hermanas Rosario y Aquilina Rodríguez Arbesú (⇑) con quienes mantuvo una relación bastante estrecha.

Además de las visitas más o menos habituales, hubo otras que han dejado constancia de su estancia en la casa de El Cervigón. Tal es el caso de Virginia González, la primera mujer española que formó parte de la dirección de una organización política española al incorporarse en el año 1913 al Comité Nacional y a la Ejecutiva del PSOE; fue miembro también de la ejecutiva de la UGT. Se conocieron en un mitin celebrado en Turón (⇑). Allí se conocieron y en Gijón consolidarían su amistad.

 Sabíamos que la puerta de la casita solitaria, situada en un alto a orillas del mar,que nunca se abría a ninguna visita convencional, quedaba de par en para cuando se aproximaban a ella los obreros. Tardes inolvidables, en las que, cogidas del brazo, marchábamos por aquellos acantilados hablando de tantas cosas. Hablando del problema social, como una iluminada, profetizaba el gran cataclismo que pondrá fin al régimen capitalista.

Como señala Virginia González, la casa de El Cervigón estaba abierta de par en par cuando a ella llegaban los obreros. Prueba de ello fueron las tradicionales giras que, coincidiendo con la celebración del Primero de Mayo, tenían por destino la casa de Rosario de Acuña. De la última, ocurrida cuatro días antes de la muerte de la librepensadora, tenemos un testimonio valioso. Manuel Tejedor, uno de los que hasta allí acudieron, publicó un artículo (⇑) en El Socialista dando cuenta de sus impresiones acerca de aquella visita.

Parece, pues, evidente que, en contra  de lo que se afirma en el artículo publicado por Álvarez Marrón en El Diario de la Marina, las puertas de la casa de Rosario de Acuña sí que se abren, de par en par, para muchos de los que hasta allí se acercan. La mayoría pasan en su compañía unas horas en animada conversación. Otros hay que, llegados desde más lejos,  se alojan  en la casa de El Cervigón unos días, disfrutando de la tranquilidad, de las incomparables vistas que el lugar ofrece  y de las atenciones que les brindan sus anfitriones.

Tal es el caso del escritor  Joaquín Dicenta Benedicto de quien sabemos que en alguna de sus visitas a Gijón estuvo allí alojado. También de algunos miembros de la familia portugaluja (⇑) Conde-Pelayo con la cual doña Rosario mantuvo relación, tanto con Volney (⇑), como con su hermano Ángel y su cuñado, el actor y músico José Tejada, quienes en el verano de 1917 pasaron unos días en El Cervigón. Así como del propagandista Ángel Samblancat (⇑) que no dudó en acercarse hasta allí cuando en 1919 visitó Asturias para pronunciar varios mítines. Y ya en los últimos años era habitual la visita veraniega de Tito y Esperanza, hijo y nuera de quien fuera presidente de la Primera República. Exoristo Salmerón García era uno de los hijos de don Nicolás, nacido en el exilio parisino –de ahí el nombre– y un notable ilustrador y caricaturista  que, como ha dejado escrito Carlos Lamo, acudía en compañía de su mujer, siempre en agosto, a aquella cita anual que tenía en la  «casa del diablo», a la cual y al decir de algunos, nadie se atrevía a entrar. 

Manuel Azaña en la terraza del Real Club de Regatas de Gijón (22-9-1932; fotografía de Constantino Suárez, Fototeca del Pueblu d'Asturies)

Hubo otros ilustres personajes que también quisieron conocer la casa de El Cervigón, aunque no lo hicieran como invitados. Tal es el caso del también madrileño Manuel Azaña Díaz, quien en septiembre de 1932 y siendo jefe del Gobierno realizó un viaje a Asturias, visitando Oviedo, la fábrica de armas de Trubia y Gijón, donde el Ayuntamiento de la ciudad le obsequió con un banquete en el Real Club de Regatas. La concha de San Lorenzo aguardaba a los comensales cuando salieron a la terraza a tomar el café. En el otro extremo del escenario se encontraba la que había sido la última morada de Rosario de Acuña. 

No parece probable, dado lo apretado del programa de aquella visita, que el señor Azaña se acercara hasta el otro extremo de la bahía para visitar aquella casa que se contemplaba desde la terraza del Club de Regatas.  Pero si no fue posible en 1932, sí que lo fue al año siguiente, en un nuevo viaje que realizó el jefe de Gobierno a Asturias. A mediados de agosto visitó Oviedo, Covadonga, Ribadesella... y volvió a Gijón... y subió hasta El Cervigón para conocer la casa de aquella ilustre republicana que se llamó Rosario de Acuña Villanueva.




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