21 noviembre

298. Para los jóvenes socialistas de La Hueria


Hace unas semanas recibí del Centro Documental de la Memoria Histórica la copia de un ejemplar del semanario Vida Socialista que les había pedido hace ya un tiempo. Contaba con una referencia acerca de la publicación en sus páginas de un escrito de Rosario de Acuña y, aunque el periódico se puede consultar en otras bibliotecas, ese número sólo lo pude localizar en el CDMH. Sin duda, la espera mereció la pena.

En el texto del referido escrito –respuesta a una petición que le habían hecho llegar los responsables de las Juventudes Socialistas de la Hueria de San Andrés– encontramos una nueva evidencia de su cercanía al pueblo llano, a los más humildes, a los trabajadores, a los proletarios. Aunque no mucho antes hubiera escrito que «no es socialista en el sentido dogmático, ni científico de la palabra», la carta es prueba, una más, de que durante la última etapa de su vida, la que tiene por escenario su casa gijonesa, Rosario de Acuña se siente cerca de los desheredados, de los que sufren y padecen, de los que se retuercen ante las iniquidades de la sociedad. Así lo cuento en el apartado «Gijón: el compromiso social», incluido en Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑)

El proceso de acercamiento progresivo a la clase trabajadora, iniciado en tierras cántabras, es ahora, tras su retorno del exilio, mucho más evidente. No es solo por justicia social; no se trata de que su conciencia de mujer criada en la abundancia burguesa necesite aproximarse a los desheredados de la tierra. No; es más bien una cuestión de esperanza. Lejos han quedado aquellos tiempos en que confiaba que la regeneración patria podía venir de la mano de unas mujeres ilustradas que, abandonando la enfermiza vida urbana e instaladas en sus nuevas residencias campestres darían a luz a una nueva sociedad ilustrada y racionalista. Su esperanza estaba ahora depositada en la clase trabajadora; anhelaba que los más concienciados pudieran guiar al resto por la senda del progreso. No podía menos que confiar en quienes eran capaces –hurtando horas al merecido descanso tras las largas jornadas de trabajo intenso–  de acudir a las clases nocturnas que organizaba el Casino-Obrero de Gijón en sus distintas sucursales: «No hay espectáculo más soberanamente hermoso, que ver a los hijos del pueblo ansiosos de ilustrarse»; no podía menos que confiar en los carreteros (⇑) que no dudaban en salir en defensa de quienes son injustamente tratadas por «esos hijos espurios, amamantados en los hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beaterios, alcahuetes de vicios y crápulas...»; no podía menos que confiar en quienes se rebelan contra «el endiosamiento de unos pocos sobre la sumisión de muchos...»


Mineros de Minas Etelvinas, 1915 (Asociación Cultural de Amigos del Valle de La Hueria)
Mineros de Minas Etelvinas, 1915 (Asociación Cultural de Amigos del Valle de La Hueria) 

«¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba!»: esa esperanza en la capacidad transformadora de la clase trabajadora será la que consiga sacarla del alejamiento y el silencio en los que se había refugiado tras el retorno de su obligada estancia en Portugal, donde tuvo que refugiarse para no ser procesada. Volvió más cansada y más pobre que cuando partió; también más decepcionada, tanto que bien pudiera pensarse que había tomado la decisión de abandonarlo todo y recluirse en la casa del acantilado: su firma desaparece de los periódicos y no consta que participe en ninguna reunión ni acto social. 

Tras unos meses de soledad, de retiro, parece ser que hay quien la echa en falta. La primera llamada que recibe procede de la Juventud Socialista de Gijón, cuyos integrantes se acuerdan de ella para los actos que organizan con motivo del Primero de Mayo de 1914. Inicialmente la invitan a participar en un té fraternal, más tarde tomaron la opción de «hacer el domingo inmediato a dicho día una visita a la venerable señora ya encanecida en las luchas por la causa de la libertad». 

Aunque el proyectado encuentro no se llevó a cabo entonces, pues doña Rosario se encontraba enferma y no puede recibirlos como ella hubiera querido, bien podemos pensar que esta iniciativa de los jóvenes socialistas gijoneses facilitó su recuperación, avivó de nuevo la esperanza: además de aquellos  universitarios, hijos de la burguesía, que ataviados con sombrero y corbata salieron a las calles para pedir su cabeza, también había otros que claman contra las injusticias, se empecinan en acabar con las «tremendas iniquidades sociales», se acuerdan de ella y la toman como ejemplo.

Unos meses después y a unas pocas decenas de kilómetros de donde ella vive, otros jóvenes deciden agruparse para constituir las Juventudes Socialistas de la Hueria de San Andrés, una localidad del concejo de San Martín del Rey Aurelio que contaba por entonces con varias minas abiertas para la explotación de carbón: el coto carbonífero denominado Etelvinas, propiedad de Duro y Compañía,  situado en el centro del fértil valle de Carrocera o el grupo denominado La Encarnada, de Gregorio Vigil Escalera y Compañía. 

Mineros de Minas Etelvinas, finales de los veinte (Asociación Cultural de Amigos del Valle de La Hueria) 

De los cerca de quinientos mineros que, según informaciones de entonces, trabajan en la zona, unos pocos de entre los más jóvenes han decidido dar un paso al frente y agruparse para intentar contribuir al «mejoramiento moral y material de todos los explotados». De los integrantes de aquellos primeros comités de las Juventudes Socialistas de la Hueria conocemos algunos nombres. Sabemos de la ilusión y entusiasmo de Bernardo Villa y Amador Vicente (encargados  de las suscripciones a El Socialista), del secretario José Calleja o de Luis Montes, presidente de las Juventudes, de cuyas actividades proporcionaba cumplida información en la prensa socialista.  

Gracias a sus escritos conocemos algunos de los actos que organizan, bien sea para para propagar el ideario socialista o para estrechar lazos con las Juventudes y agrupaciones socialistas de otras localidades. En ocasiones, también organizan jiras campestres, actividad que permite tanto lo uno como lo otro, pues tras la caminata y la posterior comida fraternal no suele faltar el discurso de algún dirigente socialista.  

Además de las informaciones sobre las actividades que llevan a cabo sobre las tareas internas de la organización, Luis Montes también escribe acerca de los asuntos que preocupan a sus jóvenes correligionarios, como los accidentes en la mina, el mutualismo obrero, la desatención médica, el precio del pan o la conveniencia de que en La Hueria se lea El Socialista y no los periódicos burgueses, «que han de defender siempre los intereses contrarios a los de los trabajadores, por sus ideas o por su dependencia económica». 

En las páginas de ese mismo periódico, en la edición correspondiente al día 6 de septiembre de 1915, Luis Montes y sus correligionarios debieron de haber leído una noticia que, sin duda, resultaría de gran interés para ellos, pues hablaba del homenaje que se le había tributado en Gijón al veterano socialista Eduardo Varela Bellido, de la «imponente manifestación con las banderas al frente» que recorrió las calles gijonesas, también de una corona de flores que iba tras las banderas, en la cual se podía leer la siguiente dedicatoria: «A memoria de Eduardo Varela (un buen sembrador), su antigua amiga Rosario de Acuña y Villanueva».

Pocos días después, El Socialista publica un texto de la vieja luchadora, que por este acto recibió un voto de gracias en la clausura del X Congreso de la Federación Socialista Asturiana. Se trata del titulado «Conquistemos los campos...», un fragmento del contenido de su respuesta a la carta de agradecimiento que le hizo llegar el presidente de la Agrupación Socialista Gijonesa.

A finales de ese mismo año, también pueden leer en las páginas del mismo periódico un suelto que les atañe, pues pide su colaboración: «Las Juventudes y Agrupaciones deben preocuparse por conseguir que este notable número sea muy leído y propagado...». Se refiere a la próxima edición del semanario ilustrado Acción Socialista en el cual se incluyen las respuestas que sus responsables plantearon a diversas personalidades: «¿Qué opina usted de Pablo Iglesias?». Allí están las opiniones de Gabriel Alomar, Joaquín Dicenta, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Miguel de Unamuno, Antonio Zozaya o Gumersindo de Azcárate. También la de Rosario de Acuña («Me preguntan ustedes cuál es mi opinión respecto a Pablo Iglesias...» ⇑).

Bien parece que doña Rosario se encuentra cómoda en aquel entorno. No hay que olvidar que ha dejado escrito que por aquel entonces sólo leía la prensa portuguesa y El Socialista. En esas mismas páginas que ella solía leer vuelve a aparecer un escrito suyo con un título muy atractivo para sus lectores: «El Primero de  Mayo de 1916», que también será publicado en la edición correspondiente del semanario Acción Socialista.

Fragmento del escrito de Rosario de Acuña publicado en El Socialista el 2-5-1916

Bien. Amador Vicente, Bernardo Villa, José Calleja, Luis Montes y los demás integrantes de las Juventudes Socialistas de La Hueria parece que lo tienen claro. Están pensando en celebrar el segundo aniversario de su fundación y toman el acuerdo de enviar una carta a Rosario de Acuña con el fin de pedirle un escrito suyo para leerlo en la velada conmemorativa que tienen previsto organizar. A su favor cuentan con un antecedente: saben que unos meses atrás, en marzo de ese mismo año, en la velada que había organizado la cercana Agrupación de La Vega con motivo de la «conmemoración de La Commune» se había leído un texto suyo escrito expresamente para tal acto. 

Doña Rosario aceptó la invitación. En su respuesta (⇑), firmada en Gijón el 6 de diciembre de 1916, encontramos algunas reflexiones ya conocidas, que tienen que ver con la necesidad de formarse, de no ceder ante la llamada de las «sensualidades groseras», de permanecer bien despiertos en la batalla diaria «con el trabajo por lema, la justicia por fin y el amor por medio». No faltan manifestaciones similares en otros escritos suyos dirigidos a distintas sociedades obreras. En esta ocasión y además de lo anterior, la carta contiene un elemento novedoso, tanto que me resultó sorprendente cuando lo leí. 

Resulta que Rosario de Acuña no solo estaba al tanto de la existencia de las Juventudes Socialistas y de sus actividades, sino que también conocía a su fundador. Estaba al tanto de que Tomás Meabe había fallecido meses atrás, «en la plenitud de su vida», y conocía también algunos de sus escritos, tanto sus artículos doctrinales como sus poesías, «delicadezas de alma, penetración de entendimiento, voluntad generosísima y mentalidad cultivada hasta la cumbre del arte literario».

Así que el consejo que les brinda a los destinatarios de sus palabras, jóvenes socialistas de La Hueria, no es otro que el de seguir el ejemplo del fundador, que estudien sus escritos y que los aprendan de memoria, «ellos os darán las claves de todas las literaturas fecundas, humanas y justas».

Por las informaciones publicadas en El Socialista sabemos que, en efecto, el contenido de esta carta fue leída en la velada conmemorativa. También que unos días después, quizás como consecuencia de estos actos, el comité acordó dirigir una circular a todas las de la región (más de treinta) «con el fin de crear la Federación de Juventudes Socialistas de Asturias». 

Fotografía de José Calleja (Fundación José Barreiro)
José Calleja Díaz

También sabemos qué fue de alguno de aquellos entusiastas socialistas que un día decidieron escribir una carta a Rosario de Acuña. Gracias a la Fundación José Barreiro tenemos noticia de la trayectoria seguida por José Calleja Díaz, secretario por entonces de las Juventudes. 

Nacido en La Hueria de San Andrés en 1898, empezó a trabajar como minero en La Encarnada cuando tan solo contaba doce años de edad. Tras su paso por las Juventudes, se integró en la Agrupación Socialista de su localidad. En noviembre de 1925 participó como delegado en el XV Congreso de la Federación Socialista Asturiana. A propuesta de las agrupaciones de San Martín del Rey Aurelio, fue uno de los integrantes de la candidatura socialista en las elecciones municipales de febrero de 1931, resultando elegido concejal y uno de los miembros de la Comisión de Obras Públicas...

Lo que desconozco es si en algún momento realizó algún testimonio público acerca de una carta que tiempo atrás, cuando contaba con dieciocho años y era secretario de las Juventudes Socialistas de La Hueria, una vieja luchadora les remitió desde una casa situada sobre un acantilado del litoral gijonés exhortándoles al estudio y al trabajo, si habló a alguien de su afectuosa despedida: «Siempre pensando en vuestra labor de titanes y deseándoos fe para mirar alto y valor para luchar toda la vida, queda vuestra amiga Rosario de Acuña y Villanueva»

 

 



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30 octubre

297. Con las niñas a otra parte

Aunque sabemos que Regina Lamo Jiménez solía visitar a su hermano Carlos y a su tía Rosario, gracias a la prensa local tenemos constancia de alguna de estas visitas, como la que tiene lugar en el verano de 1920, pues a mediados de septiembre el diario El Noroeste da cuenta de su partida «tras haber pasado en Gijón la temporada veraniega» en compañía de sus dos hijas: Carlota, que ya tiene quince años, y Enriqueta, que en la primavera cumplió los once. 

Regina la conocía desde bien joven (⇑) y, a pesar de que tiene veinte años menos que Rosario, comparte con ella puntos de vista e inquietudes en lo que respecta a la emancipación de la mujer, a la llamada cuestión social, al gusto por la poesía o al amor por los animales: Regina estará en los inicios de la Federación Ibérica Protectora de Animales y Plantas, desde donde luchará contra las corridas de toros y contra todo acto que pueda suponer sufrimiento para los animales, objetivo que comparte con Rosario de Acuña. Las coincidencias no se limitan al campo de las ideas que defienden (la necesidad de avanzar en la situación social de la mujer, la defensa del librepensamiento, la importancia de la educación de las nuevas generaciones, el papel protagonista que ha de jugar el proletariado español en la regeneración patria…); además, las dos se caracterizan por poseer una fuerte personalidad: ambas muestran decisión, voluntad y coraje para pelear por la consecución de sus ideales.

Quizás sea esa capacidad de lucha, esa decisión, la razón de que fuera ella y no su hermano quien intente por todos los medios a su alcance cumplir la encomienda que Rosario de Acuña dejó escrita en su testamento: «encargo a don Luis París y Zejín que ayude a ordenar, coleccionar, corregir y publicar (poniéndole prólogo a la colección) a D. Carlos Lamo y Giménez todas mis obras literarias publicadas o inéditas, en prosa o en verso...». Tal y como explico en un comentario anterior (⇑), no fue ni el uno ni el otro, fue Regina quien impulsó varias iniciativas para publicar las obras de su tía: a principios del año 1929 pone en marcha la Editorial Cooperativa Obrera, que publicará varios de sus cuentos y algún que otro escrito; en 1933 logra editar Rosario de Acuña en la escuela, con algunos artículos, diálogos teatrales, cuentos o poesías: un proyecto destinado al ámbito escolar que quedó truncado, y el libro, anunciado como «Tomo I», se convierte en «tomo único», pues no tuvo la continuación inicialmente prevista.

Aunque no está presente en los homenajes que se le tributan en Gijón con ocasión de los dos primeros aniversarios de su fallecimiento («ausente yo de Gijón, adonde no fui hasta transcurridos dos años y cinco meses del tránsito de mi tía»), será ella quien tome el relevo de su hermano para evitar que la ejemplar trayectoria vital de Rosario de Acuña cayera en el olvido. Elegida vicepresidenta del Ateneo Socialista de Barcelona en noviembre de 1928, organiza una velada para honrar la memoria de su amiga. Tras la proclamación de la Segunda República, Regina redobla sus esfuerzos que se van a ver en parte recompensados cuando, a principios del año 1933, la Junta Municipal de Enseñanza de Madrid, acuerde que uno de los grupos escolares de nueva creación lleve su nombre. El 11 de febrero, con la asistencia de Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, se inaugura el Grupo Escolar Rosario de Acuña, establecido en la calle de España, en el barrio de Aluche. 

Poco después, con la intención de prestar apoyo al nuevo colegio y de enaltecer la memoria de la mujer que figura en su denominación oficial, impulsa la creación del Patronato Rosario de Acuña (⇑), que pasa a presidir. Los actos se suceden. Ilustres conferenciantes (Jiménez de Asúa, Belén Sárraga o Tato y Amat) que hablan sobre educación e higiene, pero también sobre otros asuntos de interés general. En cuanto a las actividades para el alumnado, destacan las veladas artísticas o las meriendas de confraternización con ocasión de algunas efemérides, como el Día de la Cooperación Internacional o el aniversario de la proclamación de la República. El último tuvo lugar el domingo 19 de abril de 1936: tras repartirse una «suculenta y abundantísima merienda» no solo para quienes asisten al centro escolar sino también para muchos pequeños del barrio, «aspirantes a ingreso en sus aulas», la Agrupación Musical Obrera de La Latina amenizó una animada velada de confraternización. 

Todo habrá de cambiar pocas semanas después con las primeras noticias de la sublevación del Ejército de Marruecos contra el Gobierno de la República. Aunque en Madrid no triunfó la conspiración militar y la capital queda bajo control gubernamental, la toma de la ciudad es un objetivo para los sublevados. Antes de que concluya aquel trágico mes de julio del año treinta y seis, el Patronato Rosario de Acuña hace público un comunicado de apoyo al Gobierno del Frente Popular en el cual ofrece la colaboración de sus miembros para prestar auxilio en hospitales, ambulancias o guarderías. El texto, firmado por la presidenta Regina Lamo, concluye anunciando «que está organizando una guardería de niños que ampare a los de la barriada de Aluche, a la cual pertenece el grupo escolar que ostenta el nombre de la insigne republicana librepensadora Rosario de Acuña».

Enriqueta O´Neill Lamo en la guardería infantil Rosario de Acuña reinstalada en Barcelona
Enriqueta O´Neill Lamo en la guardería infantil Rosario de Acuña reinstalada en Barcelona

A principios de octubre, los militares sublevados que habían reorganizado sus tropas en el Frente del Tajo, inician su avance a Madrid. Es entonces cuando se decide trasladar a los niños. Una parte de los que integran el grupo escolar Rosario de Acuña son enviados a la huerta murciana. Los de la guardería parten hacia Barcelona, donde ya se encuentran a primeros de noviembre, instalados en una guardería sita en la calle Aviñó número 20.

La capital catalana se convierte por entonces en lugar de acogida para la infancia desplazada. Se ponen en marcha varios CAIR (Comité de Ayuda Infantil en la Retaguardia) con la misión de proporcionar refugio a los niños evacuados. Tal y como se cuenta el semanario madrileño Crónica en el primer número del año 1937, son más de tres mil quinientos niños los que por entonces están a cargo de Ayuda Infantil en la Retaguardia. Los primeros habían llegado del frente de Aragón, luego de Irún, los últimos llegaron de Madrid. 

Texto de la aclaración al reportaje publicado por el semanario Crónica acerca de la guardería Rosario de Acuña
El reportaje, firmado por Madrigal Hernández, es muy completo, a doble página, pero contiene un error: las fotografías que lo ilustran no son de la guardería Lina Odena como equivocadamente se afirma, sino de la Rosario de Acuña, «radicada en Madrid, Paseo de Extremadura, 105», y llegada a Barcelona el 5 de noviembre, tal y como precisa la nota que publicó el periódico barcelonés El Diluvio en los primeros días del mes de enero de 1917, recogiendo la aclaración remitida por las profesoras Enriqueta O´Neill y Josefa Mildon, que son quienes aparecen en las fotos.

La menor de las hijas de Regina Lamo, había interrumpido varias veces su enseñanza por razones familiares y cambios de domicilio; luego intentó estudiar diversas enseñanzas que no llegó a completar. «Su belleza, su inteligencia, su desordenada cultura, sus conocimientos de esto y de aquello, sus ansias de superación, constituían un hermoso conjunto». Con veintitantos años conoció a César Falcón, por entonces uno de los mejores escritores y periodistas de habla hispana, activo militante del Partido Comunista de España y director de Mundo Obrero. En diciembre del año treinta y cinco nació su hija, a la que pusieron por nombre Lidia. Once meses después del nacimiento, abandona Madrid con los niños de la guardería Rosario de Acuña, que queda instalada «solo accidentalmente» en la barcelonesa calle Aviñó. 

Como años después contará su hija, Lidia Falcón O´Neill, en Los hijos de los vencidos, la estancia de Enriqueta en Barcelona no tendría el carácter de provisionalidad que ella pensaba por entonces. El inicio de la larga posguerra las pilló a las tres, hija, madre y abuela, en aquella ciudad, «sin un amigo, sin un céntimo, sin una esperanza». Menos mal que, sorprendentemente, Enriqueta consiguió una plaza de secretaria en la recién creada Delegación de Prensa y Propaganda, dependiente del Ministerio de Educación Nacional. 

Gracias al dinero que ganaba Enriqueta con su nuevo trabajo (y al cupo de alimentos al que tenía derecho) se alimentaban las seis personas que se alojaban en un piso de la barcelonesa calle Muntaner. Allí habían logrado reunirse la abuela Regina, sus hijas Carlota y Enriqueta y sus tres nietas: Lidia, la más pequeña, que había llegado de Madrid y María Gabriel y Carlota, rescatadas del Asilo de Huérfanos de Militares, donde se encontraban desde los inicios de la guerra civil, cuando su padre, el comandante de aviación Virgilio Leret, fue sentenciado a muerte por oponerse a la sublevación militar y su madre, Carlota Lamo O´Neill, ingresó en la prisión de Melilla. Al final, las seis se encontraban gracias a los buenos oficios de Bernabé, que por entonces era el Delegado de Prensa y Propaganda en Barcelona: «Mis años de infancia transcurrieron bajo el amparo de Bernabé y sus relaciones con mi madre no me dejaron entrever la existencia de aquel amor que era para todos patente». 

De Bernabé, a quien llamaban familiarmente Pepe, cuenta también Lidia Falcón que fue el artífice de la desaparición de los antecedentes de su madre. Relata que tuvo que pagar una buena cantidad de dinero a un policía para hacerse con el expediente completo de su madre: su matrimonio con César Falcón, sus colaboraciones en Mundo Obrero, su trabajo en el Teatro Proletario o su pertenencia a Film Popular, productora que se dedicaba a la importación de películas soviéticas y a la redacción del noticiero España al día.  

Uno de los dibujos de Enriqueta O´Neill Lamo que ilustra el libro Rosario de Acuña en la escuela

Ni qué decir tiene que la condena que podría esperarse de hacerse público el expediente hubiera sido muy grave, nefasta para la familia. Todo quedó destruido. Gracias a la actuación de Bernabé nadie sabría lo de César Falcón, Mundo Obrero, Film popular o el Teatro Proletario; tampoco que Enriqueta O´Neill Lamo pasó temporadas en la casa gijonesa de aquella mujer cuyo nombre se había proscrito, arrancado de paseos, calles y colegios; que sus dibujos habían ilustrado aquel libro, titulado Rosario de Acuña en la escuela, que su madre había conseguido publicar para enaltecer la memoria de su tía y amiga; o que había sido profesora en la guardería Rosario de Acuña, cuando no tuvieron más remedio que salir del asediado Madrid para refugiarse en aquella misma ciudad donde ahora las tres nietas de Regina Lamo Jiménez iniciaban una larga posguerra, que no parecía acabar nunca.






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16 octubre

296. El caso del reportero escurridizo

 

A pesar de estar llegando a la tercera centena de comentarios en este blog dedicado a Rosario de Acuña, a pesar de los artículos y libros que ya llevo publicados, a pesar de los años dedicados a investigar su vida y su obra, la carpeta de temas pendientes se mantiene más nutrida de lo que cabría esperar. En ella se encuentran asuntos que aún no cuentan con respaldo documental suficiente (como sucede con esa noticia, publicada en la prensa madrileña informando que doña Rosario había adoptado a dos parientes, hijos ilegítimos de un tío suyo, o la procedencia de tres casas situadas en el centro de Madrid que habría vendido su padre cuando ella era una niña) o referencias de escritos suyos que aún no he podido localizar. 

No queda otra que seguir porfiando, pues la perseverancia en la tarea, la búsqueda en archivos y hemerotecas, es el instrumento que ha posibilitado algunos de los hallazgos más satisfactorios, como el hallazgo del documento que prueba de manera fidedigna que su lugar de nacimiento fue Madrid y que tuvo lugar en 1850 (⇑) o la recuperación de El crimen de la calle de Fuencarral, una obra que se encontraba prácticamente desaparecida (⇑); también, aunque su trascendencia sea menor, el que ahora nos ocupa y que paso a relatar.

Tal y como se cuenta en el comentario 247. Un recado para los responsables del puerto de El Musel,  en una tormentosa noche del invierno de 1923 el embravecido arrojó a la goleta Nuestra Señora del Carmen contra los acantilados de El Cervigón, donde quedó encallado con sus seis tripulantes a bordo. Hasta el lugar se acercó un grupo de vecinos entre los que se encontraban dos jóvenes que, al ver el peligro que corrían los marineros, decidieron descender hasta el fondo del acantilado por unas cuerdas que alguien había traído de una casa próxima. Armados tan solo con unas lámparas de carburo consiguieron, al fin, rescatar con vida a dos de los náufragos, que fueron trasladados a la casa de Rosario de Acuña, próxima al lugar.

Rescatadores, rescatados y algunos reporteros que hasta allí se han desplazado para cubrir la noticia son atendidos por la dueña de la casa, que reparte ropas de abrigo, café y coñac a los presentes. Al día siguiente la prensa local da cuenta de lo sucedido; y, en los siguientes días, hace públicos dos escritos de doña Rosario. En el primero, arremete contra los responsables del «gran puerto de El Musel» por no disponer de los medios necesarios para las labores de salvamento marítimo; en el segundo, felicita al redactor del diario El Comercio que estuvo en su casa para dar cuenta del naufragio: 

Le doy las gracias más efusivas al señor redactor por la manera cómo secundó los deseos expresados por mí en aquella cruel noche; porque una pluma avezada de periodismo bien guiada por inteligencia clara y sentimientos delicados se pusiera con valentía al lado de los que sólo son desgraciados y víctimas por el abandono y el egoísmo de los afortunados y vencedores.

Sabemos, porque así se hace saber en la nota de redacción que sigue al texto de la carta, que el redactor del periódico al que se alude se llama Manuel González. Y aquí se acaba la historia. De momento.

Fragmento de la cabecera de Gil Blas, periódico satírico editado en Madrid

Apenas cuatro meses después, tras el fallecimiento de Rosario de Acuña, La Voz de Asturias publica un emotivo escrito a ella dedicado firmado por Mario Rey. Hubiera sido una más de las elogiosas despedidas que se hicieron públicas por entonces si no fuera por un dato que llamó mi atención. Cuenta el autor que semanas atrás se había acercado hasta El Cervigón para darle las gracias a la ilustre gijonesa por una carta que aquella mujer había enviado al periódico en el que trabajaba, «encomiando la información del naufragio del velero Nuestra Señora del Carmen». Un momento, revisemos las anotaciones. Ciertamente sabemos de una que, en parecidos términos, doña Rosario envió a El Comercio, pero aquel reportero se llamaba Manuel González, como queda dicho. Por tanto, esta que se menciona ahora hubo de ser otra, diferente a la que ya conocemos y que fue publicada en otro diario.

Así las cosas, lo primero que se me ocurrió entonces fue comprobar si había aparecido en el mismo periódico en el que se publicó el elogioso homenaje póstumo. Y no, no fue en La Voz de Asturias. No pudo serlo porque el primer número de este nuevo diario salió a la calle el 10 de abril de ese mismo año, semanas después de que tuviera lugar el naufragio. Así que había que buscar otras páginas, otras cabeceras. Encontré su firma en Cultura e Higiene, un semanario de divulgación popular editado en Gijón, y también en los diarios madrileños El Fígaro, primero, y El País, después, de los cuales fue «corresponsal en Gijón». Pero en ninguno de los tres apareció el escrito de Mario Rey sobre el naufragio, merecedor de los elogios de Rosario de Acuña: el semanario había dejado de publicarse años antes del suceso y para entonces ya no colaboraba con ninguno de los diarios madrileños. A falta de nuevas pistas, el asunto pasó a engrosar la carpeta de materias pendientes.

Y allí permaneció hasta que hace ahora un par de meses, buscando información sobre otro asunto también relacionado con la ilustre vecina gijonesa, hallé el dato que me permitió resolver este caso del reportero escurridizo. Leyendo un ejemplar de La Voz de Asturias correspondiente al mes de mayo de 1924, un año después de la muerte de Rosario de Acuña y del posterior escrito de Mario Rey, me encuentro en la sección Informaciones de la región con una procedente de Avilés que firma El Amigo Manso y que dice lo que sigue: «Hemos tenido la satisfacción de saludar el domingo a nuestro querido amigo y compañero el culto corresponsal de La Voz de Asturias en Gijón D. Manuel Fernández (Mario Rey)». Acabáramos. Al fin. Mario Rey y Manuel Fernández eran la misma persona: todo encajaba. 

Aunque consideraba que aquella era una prueba sólida, dado que conocía la identidad de las dos firmas, probé a buscar nuevos documentos que las incluyesen. En este caso hubo suerte y encontré una referencia de Manuel Fernández/Mario Rey en la obra Dramaturgia asturiana contemporánea. Índice bibliográfico de Manuel Palomina Arjona, una obra publicada en 2018, que puede ser consultada en la gijonesa Biblioteca Jovellanos, y en cuya página 99 se puede leer lo que sigue:  

Fragmento de la página de Dramaturgia asturiana contemporánea. Índice biobibliográfico donde se menciona a Manuel Fernández-Mario Rey
A falta de una fuente, contamos con dos. Manuel Fernández fue el reportero, por entonces del diario El Comercio,  que acudió a El Cervigón una noche de enero del año 1923 para conocer qué había sucedido con los tripulantes de la goleta encallada; fue el destinatario de la elogiosa carta que envió Rosario de Acuña al periódico; y también fue el autor del escrito «Mi pensamiento sobre su tumba», publicado el 8 de mayo en el diario La Voz de Asturias firmado por Mario Rey.


Mi pensamiento sobre su tumba

Ha muerto la ilustre escritora D.ª Rosario de Acuña y Villanueva. Ha muerto cuando apuntaba el día fulgores cárdenos y sangrientos, un día de lluvia y tristeza, como si pretendiere sumarse al doloroso duelo popular. ¡Pobre D.ª Rosario! Ella que vivió sus últimos años en el más absoluto alejamiento del mundo, muere también sola y abandonada de los hombres, por cuyo mejoramiento moral ha luchado tanto, y tanto ha sufrido.

Muere sola y pobre, quien pudo vivir rodeada de comodidades y dinero, que despreció siempre y que repartió generosamente, a manos llenas, entre los humildes y los buenos.

Sola en su agonía, cuando su mente cruzaban lúcidos y tranquilos, transparentes y luminosos,  los tristes pensamientos que resumían su vida, allá a lo lejos continuaba el batir de las olas, monótono y lúgubre, como un salmo funeral. El mar, que la rodeaba en vida, tuvo por la pobre viejecita, a su muerte, el piadoso recuerdo de una oración, y estallaba espumeante en el rocajo áspero de la costa, queriendo subir, en florescencias virginales, a besar la frente de la gloriosa mujer que acaba de expirar con una sonrisa en los labios y una siniestra carcajada en el corazón. La carcajada trágica con que despedía la vida miserable que supo arrastrar, sin una protesta a flor de labio; pero con una angustia infinita en el corazón por el abandono en que la dejaron todos.

Una tarde lluviosa y fría, llegué al Cervigón, no hace mucho tiempo, a dar las gracias a la ilustre escritora, quien, sin conocerme, espontáneamente, y según ella, haciéndome justicia, envió al periódico donde trabajo una carta elogiástica, encomiando la información del naufragio del velero Nuestra Señora del Carmen, ocurrido a unos cuantos metros de su residencia silenciosa y aislada.

¡Con qué emoción abracé a la ilustre escritora! Fue la primera vez que la saludaba y me pareció que en aquel abrazo cordial y espontáneo brotaban en mi alma, con toda la recia virginidad, los más nobles impulsos filiales. ¡Y la llamé abuelita! Y la abuelita de todos sonrió alegre y cariñosa, y sostuvo brevemente, entre sus manos sarmentosas, mi diestra que apretaba y apretaba, casi haciéndome crujir los huesos.

¡Qué emoción más enorme sentí en aquel excelso apretón de manos, donde D.ª Rosario puso toda su gratitud por mi insignificante visita!

¡Cuántas cosas me dijo! Acababa, en el momento de mi llegada, de fregar ¡a los 73 años! el piso de su  vivienda, que resplandecía como un límpido cristal. Y había ya almorzado unas humildes habichuelas y un trocito de pan. 

Me habló de su vivir miserable y de sus privaciones enormes. Los muebles que poseía iban desapareciendo poco a poco, en pignoraciones crueles, para poder comer. 

Y me dijo, resuelta, enérgica y sinceramente: 

–Cuando se me agoten todos los recursos me pegaré un tiro.

Había en su afirmación la expresión amarga de una realidad próxima. Pero la muerte, siempre piadosa y oportuna, paralizó su gran corazón sin esperar a que lo destrozase un balazo.

¡Pobre D.ª Rosario,  se fue  de entre nosotros, pero quedará permanente y enteramente su espíritu lozano como algo imborrable, como la huella viva de su paso por la tierra, como el símbolo imperecedero de su noble corazón y de su ejemplar conducta!

Como homenaje sincero y espontáneo deposito fervorosamente, sobre su tumba, la flor humilde de mi pensamiento eterno.

MARIO REY

La Voz de Asturias, 8 de mayo de 1923




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29 septiembre

295. Melquíades Álvarez y Rosario de Acuña: encuentros en el camino

 

«En mi casa se ha leído y estudiado su admirable discurso sobre el proceso Ferrer, causándonos un entusiasmo hondísimo...», escribe Rosario de Acuña en una carta dirigida al diputado Melquíades Álvarez, que hace pública El Noroeste el lunes 3 de abril de 1911. El diario gijonés había dedicado las portadas de los días anteriores a reproducir buena parte de lo expuesto por el político republicano en su discurso ante el pleno del Congreso, en sus dos partes, pues la sesión fue interrumpida por petición del interviniente cuando estaba en el uso de la palabra. En la reanudación, recordó a los presentes cuál era su posición al respecto:

«Os acordaréis, señores diputados, que ayer sostuve que Ferrer era inocente; que la sentencia fue notoriamente injusta por deficiencias de una ley de carácter inquisitorial y por la campaña insidiosa de la prensa clerical, con el apoyo del Gobierno de entonces.»

Recordemos. Francisco Ferrer Guardia (1859-1909), librepensador, masón, pedagogo, activista político y promotor de la Escuela Moderna (centro de enseñanza laica y mixta que abrió sus puertas en Barcelona en 1901) fue condenado a muerte por un tribunal militar que dio por probado que había  sido uno de los instigadores de los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona de julio de 1909. La reacción internacional al proceso Ferrer y la extensión de las protestas internas (al grito de «¡Maura, no!») contra las medidas represivas, calificadas de desproporcionadas y arbitrarias, provocaron la caída del Gobierno de Antonio Maura. Meses después, en el transcurso del debate que tiene lugar en el Congreso de los Diputados para tratar acerca de una propuesta de «revisión del proceso a Ferrer», Melquíades Álvarez repasa de una forma minuciosa el caso y concluye afirmando de forma categórica que Francisco Ferrer Guardia era inocente y que su sentencia de muerte había sido injusta.

En palabras del profesor Francisco M. Balado Insunza, aquella intervención parlamentaria de Melquiades Álvarez en la primavera de 1911 le ayudó a «erigirse definitivamente en el líder del republicanismo liberal y democrático». El tribuno asturiano, que pocos años atrás había formado parte del Bloque Liberal –alianza de republicanos y liberales dinásticos contra el conservadurismo de Maura–, aprovechaba la nueva coyuntura, que ha propiciado la formación de la Conjunción Republicano Socialista, para reclamar una profunda revisión del orden constitucional frente al programa reformista que defendía el Gobierno de Canalejas.  

Como quiera que algunas de las medidas que por entonces reivindica (soberanía nacional, revisión de la prerrogativa regia, secularización del Estado, reconocimiento de la libertad de conciencia...) son muy del agrado de Rosario de Acuña, no debiera de resultar extraño que nuestra protagonista haga públicas sus simpatías hacia el político, tampoco que terminen por conocerse personalmente y que lo hagan en Gijón, ciudad natal del tribuno y la que ella ha elegido para vivir sus últimos años. 

Texto de la carta enviada por Rosario de Acuña (izquierda); retrato de Melquíades Álvarez incluido en el libro de Antonio L. Oliveros, Un tribuno español, Melquiades Álvarez, 1999 (derecha)

De no haberlo hecho con anterioridad en los días previos, tenemos constancia de que Melquíades Álvarez González-Posada y Rosario de Acuña Villanueva coincidieron por primera vez en Gijón el 29 de septiembre de 1911 en el teatro  Los Campos Elíseos, donde pronunciaron sendos discursos en la ceremonia de inauguración de la Escuela Neutra Graduada. 

El de la nueva gijonesa estuvo dirigido a las mujeres, que en gran número habían acudido al acto, preocupadas, sin duda, por todo cuanto se había venido diciendo en los días anteriores sobre aquella escuela, calificada en los ambientes confesionales gijoneses como una escuela atea, una escuela alejada de Dios. Su intervención trató de demostrar que allí se iba a enseñar el funcionamiento de las leyes de la Naturaleza, páginas sublimes que pueden iniciar en la inteligencia infantil la idea, el concepto, de la creación: «La escuela neutra deslinda el campo de las creencias; a un lado todos los que moldean y sistematizan la divinidad; del otro lado la ciencia donde las almas que pueden ver y oír encontrarán fácilmente a su Dios». El discurso, titulado  «El ateísmo en las escuelas neutras» (⇑), tuvo una gran acogida, y no solo quedó recogido íntegramente en las páginas de El Noroeste, sino que fue impreso, a modo de hoja volandera, siendo repartido profusamente, tanto en la región como en las colonias asturianas de Hispanoamérica. 

Melquíades Álvarez también quiso salir al paso de las críticas vertidas contra la escuela por los supuestos ataques a Dios. Lo hizo desde otra perspectiva:

«Dicen que una escuela neutra es una escuela donde se combate a Dios; si se combatiese a Dios no sería escuela neutra. Lo que en la escuela neutra se proscribe es la enseñanza dogmática y confesional, a cambio de la otra, maestra de la vida y luz de la verdad. Allí se enseña la moral que formaron los hombres y adoraron los sabios antiguos y que forma los sentimientos de justicia y de igualdad.» 

Aunque su intervención fue ampliamente recogida en la prensa gijonesa (también en las páginas de El Principado, beligerante con la nueva escuela), no tuvo el mismo trato que la de su compañera de mesa, su discurso no fue publicado íntegramente. De ahí que, al día siguiente doña Rosario escriba una carta  a los socios del Circulo Melquiadista de la ciudad para pedirles que tomen las medidas pertinentes para que no se pierda ni uno más de sus intervenciones públicas:

Ningún discurso, ninguna disertación, ninguna conferencia que este asturiano ilustre pronunciara en su patria, debe perderse para las generaciones venideras. Ese círculo debía tener a sueldo un taquígrafo con el solo objeto de dejar consignada, en el papel, esa portentosa verbalidad del genio que flamea, con luz meridiana, entre las brumas de este hermoso país cántabro.

La admiración que se desprende de sus palabras, la sintonía que parece existir entre ambos, la coincidencia de sus posicionamientos –en relación con el papel de la Iglesia, el acercamiento a los sectores obreros o la defensa de la república–, parecen presagiar una relación consistente y duradera, más aún si tenemos en cuenta que, tan solo unos meses después de la inauguración de la Escuela Neutra de Gijón, Melquíades Álvarez (Triboniano) es iniciado en la masonería, hermandad de la que hace años forma parte doña Rosario (Hipatia).

En cuestión de semanas todo se torció. Hasta su casa gijonesa de El Cervigón llegó la noticia de la agresión (⇑) a la que habían sido sometidas unas estudiantes de la madrileña Universidad Central. Tomó la pluma y escribió un artículo arremetiendo contra los agresores. Y se armó una buena, tanto que tuvo que exiliarse en Portugal para evitar ser procesada. 

Cuando dos años después regresó a Gijón, la situación ha cambiado: ella vuelve más cansada, decepcionada y pobre que cuando marchó; Melquíades Álvarez pone en pie un nuevo instrumento (Partido Reformista) para intentar llevar adelante su proyecto regeneracionista desde el propio régimen, aunque para ello tuviera que arriar la bandera del republicanismo y desplegar la de la accidentalidad de las formas de Gobierno: tanto en una república como en una monarquía era posible desarrollar un régimen de libertades que condujera a una verdadera democracia.

Fragmentos de los dos textos escritos por Fernando Mora

Sin embargo, el aprecio que doña Rosario siente por el tribuno gijonés parece que sigue intacto. Al menos eso es lo que podemos deducir tras la lectura de la carta que envía al escritor Fernando Mora en respuesta al artículo «Nido de águila» a ella dedicado y que fue publicado en el diario madrileño El Radical. Tras agradecerle las frases lisonjeras que el autor le dedica, pasa a recriminarle que el escrito sea más halagador que justiciero, pues «no se hace justicia a una persona, denigrando o escarneciendo a otras personas», y eso es lo que, en su opinión, se ha hecho en este caso:

¡Cuánta pena y amargura, me causó ver, en su «Crónica» el nombre de Melquíades Álvarez, escarnecido y maltrecho!, y precisamente puesto en comparación (nunca provechosa) con el mío, que no representa absolutamente nada, nada, en el concurso de valores de los días del presente 

Cuando el autor del artículo se lo envió por carta, probablemente lo hizo con toda la buena intención,  como prueba de la admiración que le profesa y de la que ha dejado prueba en su escrito («Rosario de Acuña, en su nidal de águila, nos parece grande y respetable...»); y ella se lo agradece. Lo que ya dudo es que el señor Mora pudiera sospechar que aquella portada fuera a despertar recuerdos que su destinataria había procurado borrar. Resulta que aquel diario es una de las cabeceras de Alejandro Lerroux, propietario también de El Progreso, en cuyas páginas se publicó «La jarca de la Universidad», habiéndolo copiado de El Internacional de París sin permiso de su autora, y luego pasó lo que pasó, quizás no por casualidad. Y en este mismo periódico, en El Radical que le ha enviado Fernando Mora, se calificó a su escrito como «artículo repugnante».

Quizás también se acordara de lo abandonada que se sintió por entonces, de lo cicateros que fueron en sus apoyos aquellos que decían ser sus correligionarios. De los públicos, poca cosa. La pregunta que, interesándose por su situación, realizó en el Congreso Álvaro de Albornoz, diputado del Partido Republicano Radical, liderado también por Lerroux; y unos pocos escritos de apoyo (⇑), como el de Tomás Rey que fue publicado en El Socialista en aquellos días. 

Desconozco si supo de las gestiones que realizó Melquíades Álvarez en relación con este asunto, mucho más discretas. Parece ser que visitó al conde de Romanones al poco de convertirse en presidente del Gobierno, que le solicitó la promulgación de un indulto para los procesados y condenados por delitos políticos y de prensa; y que su interlocutor mostró su disposición favorable a lo demandado, hasta el punto de que a los pocos días se publica el correspondiente real decreto. 

De ser así, de conocer que el político gijonés tuvo algo que ver (⇑) en aquella medida que –no sin dudas y vacilaciones– le permitió volver al fin a su casa, resulta del todo comprensible que su estima se mantuviera invariable a pesar de la mudanza estratégica, de la tibieza republicana. Lo hiciera como amigo, como político o como nuevo integrante de la logia Jovellanos (que sí se movilizó por entonces (⇑), para conseguir «el regreso de los desterrados y expatriados», entre quienes se encuentra la «ilustre h .·. Rosario [de] Acuña») sería, sin duda, para agradecerle el gesto. «¡Cuánta pena y amargura, me causó ver, en su «Crónica» el nombre de Melquíades Álvarez, escarnecido y maltrecho!». Menos mal que no era lectora habitual del periódico, razón por la cual no creo que leyera lo que semanas atrás Fernando Mora publicó en una Crónica anterior con el título «Los melquiadistas intelectuales». 

De su obligada estancia en tierras portuguesas regresó más pobre (dice que se gastó cerca de tres mil duros, el equivalente a lo que cobraría durante quince años de su pensión de viudedad) y muy desilusionada, hasta el punto que se muestra decidida a alejarse de la primera línea de batalla, a recluirse en aquel alejado enclave del litoral gijonés donde decidió construir su última morada. Poco tiempo le duró el retiro. En los primeros días del año dieciséis se ve obligada a pedir ayuda: en las proximidades han abierto una cantera y sobre su casa llueven piedras de todos los tamaños (⇑). Con la esperanza de que al denunciarlo públicamente cese el bombardeo, escribe una carta al director de El Noroeste dando cuenta de lo ocurrido. Eligió Asturias por su belleza, por su mar cambiante, por sus montañas y sus valles, pero también porque la habitaban «algunos entusiastas de la razón y de la libertad». Ahora que se siente víctima de una guerra sorda en torno a su hogar por parte de las huestes del clericalismo, no espera otra cosa que el trabajo  en pro de la regeneración emprendido por el Partido Reformista, de notable influencia en Asturias, comience a dar sus frutos:

Deseando vivamente que la actuación de Melquíades Álvarez en Asturias sirva para manumitir la más hermosa región de España, rayéndole la sarna del odio, de la brutalidad y del fanatismo, y permitiéndonos a las alondras, cantar sin miedo a los buitres de sotanas, de levita o de alpargatas 

En vista de que, aunque lo intente, no puede pasar desapercibida y dado que el tiempo va curando desazones y desengaños, vuelve poco a poco a la escritura, a la opinión, a la tribuna pública. En este retorno son de resaltar sus colaboraciones con la prensa obrera, en consonancia con su progresiva sintonía con las organizaciones obreras gijonesas, en especial con los socialistas. Por entonces su firma aparece por entonces en Alicante Obrero o en la revista madrileña Acción Socialista. Con ocasión del Primero de Mayo de 1916 escribe tres textos: uno más corto y dirigido a las mujeres que se publica en Acción Fabril (Órgano de la Federación Fabril y Textil de España, editado en Mataró); los otros dos, en clave reivindicativa («De vosotros, proletarios del mundo, es el porvenir»), aparecen en las páginas de El Noroeste y El Socialista, Órgano del Partido Obrero. 

Llegamos así a 1917, el año en el que Rosario de Acuña y Melquíades Álvarez coinciden en tres asuntos relevantes: la dirección de El Noroeste; su confluencia en el bando de los aliadófilos en la pugna ideológica que los enfrenta a los germanófilos durante aquella guerra mundial que todo lo envuelve;  y su apoyo (y participación, en una u otra medida), en la huelga general de agosto de ese año. 

El Noroeste, que había comenzado su andadura en 1897 como «Diario republicano», era uno de los diarios de la Sociedad Editorial Española (editora también de El Liberal, Heraldo de Madrid, El Imparcial y otros diarios regionales) hasta que se convirtió en el órgano oficioso del Partido Reformista. Fue entonces cuando el consejo de administración pensó en Antonio López Oliveros para la dirección. Tardaron en convencerlo a tenor de lo que dejó escrito:

Se apeló por los consejeros a mis ideales democráticos, se me requirió en sentido de sacrifico para que salvase a El Noroeste de desaparecer y lo convirtiese en un heraldo vigoroso de la causa de la democracia. Aún vacilé. Uno de esos días Rosario de Acuña y Villanueva, a la que yo visitaba con frecuencia en su retiro de El Cervigón (Gijón), me compelió en nombre del liberalismo español a que aceptase la dirección de El Noroeste, en el que ella vertía muy a menudo las nobles estridencias de su espíritu revolucionario indomable. Tantos requerimientos, unidos a las facultades extraordinarias de que me investía el consejo de administración para que yo diese a El Noroeste la organización que estimase más adecuada y el ruego telefónico, por último, que me dirigió desde Madrid Melquíades Álvarez, orientador del periódico, insistiendo en lo mismo, vencieron mi resistencia.

En ese mismo periódico se publicó «La hora suprema», un escrito en el que Rosario de Acuña, dirigiéndose a las «izquierdas de Asturias» las anima a «ponerse en pie y, con mesura y firmeza, avanzar sin vacilaciones […] e ir serenamente a la brecha, con la bandera en alto», que parece alentar la convocatoria de esa huelga general de la que no hace más que hablarse en aquellos días. También se da cuenta en esas mismas páginas de su asistencia al gran mitin aliadófilo que se celebró en Madrid el último domingo de mayo organizado por las fuerzas de la oposición.

Y aquí se encuentra de nuevo con Melquíades Álvarez. En la plaza de toros madrileña, aunque en sitios bien diferentes (él en la tribuna de oradores, ella entre el público asistente); también en el apoyo a la huelga general que, finalmente convocan conjuntamente la CNT y la UGT. De nuevo el político gijonés se encuentra al lado de los socialistas, al lado de los trabajadores; ha vuelto a reajustar su estrategia. Cuenta el profesor Suárez Cortina que, puesto que «la savia renovadora del reformismo se había ido diluyendo entre esperanzas palaciegas que no se cumplían», al Partido Reformista no le quedó otra que la «amenaza a la Corona», integrándose en el proceso del verano de 1917. 

En los días previos a la huelga general de agosto, las autoridades gubernativas ordenaron el registro de la casa de Rosario de Acuña (véase el comentario 248. Una vieja luchadora en la Huelga del Diecisiete ⇑). Lo hicieron en dos ocasiones. Melquíades Álvarez, por su parte, fue responsable del comité de huelga de Asturias y León.

Mayo de 1923. El primer sábado del mes la muerte encontró a Rosario de Acuña Villanueva trajinando por la casa. Una embolia cerebral acabó con su vida. Diecinueve días después, Melquíades Álvarez González-Posada es nombrado presidente del Congreso de los Diputados. Ya no se volverán a encontrar, salvo en los textos que se publicaron en memoria de la ilustre librepensadora fallecida en Gijón. Antonio L. Oliveros, director de El Noroeste, dejó escrito: «De espectadora, asistió también a varios actos públicos; especialmente a aquellos en que intervenía Melquíades Álvarez, cuya maravillosa palabra la sugestionaba. Roberto Castrovido, por su parte y recordando los sucesos de 1917, escribe: «Tan apremiantes y dolorosas fueron una vez esas quejas que sobre la suerte de doña Rosario me enviaban, que hube de escribir a varios amigos de Asturias. Me oyeron, y don Melquíades Álvarez, con otros correligionarios suyos y amigos míos, acudió en auxilio de doña Rosario, quien entonces me escribió por primera vez acerca de su situación, dudosa sobre la aceptación del auxilio».




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12 agosto

294. Refugio para la infancia

 

«Una parte del Ejército de Marruecos se ha levantado en armas contra la República»: el titular que abría la portada del diario madrileño La Voz entenebreció aquel sábado de mediados de julio, por más que a las grandes letras siguieran otras más pequeñas y, presuntamente, tranquilizadoras: «Nadie, absolutamente nadie, se ha sumado en la Península a este absurdo empeño». La noticia y el desasosiego se expanden a provincias por medio del telégrafo y de la radio. Al día siguiente, domingo 19, el gijonés El Comercio  publica a toda página: «El Gobierno, en una nota oficiosa, emitida por la Radio-Madrid, declara haberse producido una sublevación en Marruecos, que no había prendido en España, donde la tranquilidad es completa». A pesar de esa tranquilidad completa de la que habla el periódico, nada será igual desde entonces. Mucho menos para quienes vieron cómo, en aquel verano del treinta y seis, les arrebataban su mirada infantil y pasaron a convertirse, de un día para otro, en «los niños de la guerra».

Puerta de entrada al refugio Rosario de Acuña, Gijón  (Fotografía de Constantino Suárez, Museo del Pueblo de Asturias)

La infancia despojada, expoliado su mañana... y no solo por las guerras, que también hubo expósitos, que también hubo inclusas que cobijaban a niños abandonados. Estos establecimientos de acogida y crianza, sustentados sobre los pilares de la caridad y la beneficencia, no estaban libres del  dolor y de la muerte. En el mes de junio de 1916 los médicos de la inclusa de Madrid presentaron un informe demoledor: «Se mueren más de la mitad en los dos primeros meses de la vida»; y en cuanto a los niños que ingresan para su crianza con biberón, «se mueren todos». Los estremecedores datos de esta memoria –presentada ante el Cuerpo Médico de la Beneficencia Provincial, el vicepresidente de la Diputación y los diputados visitadores– se hicieron públicos y ocuparon las primeras páginas de algunos periódicos de la capital. 

En un escrito titulado «Los incluseros», Consuelo Álvarez Pool, Violeta, cuenta que los males vienen de atrás, que ella misma había denunciado las penurias que había visto en el establecimiento, que ni la gestión encomendada a la Junta de Damas, ni la asistencia que prestaban las Hermanas de la Caridad se ajustaban a las necesidades de las criaturas. El artículo llegó a manos de Rosario de Acuña, quien no tarda en coger la pluma para mostrar su apoyo a la compañera y amiga, para decir que la protección a los pequeños no puede sustentarse en la «generosidad» de quienes quieren ganarse un puesto en el paraíso, no puede estar sujeta al poder de la Iglesia católica, sino regida por la fraternidad y la justicia: «Mientras el Estado no sea laico, estaremos dando vueltas, inútilmente, como burros atados a noria de cangilones rotos». 

Está convencida de que la protección a los pequeños no puede estar en manos de la Iglesia, tampoco su educación. Lleva ya muchos años batallando contra el clericalismo hegemónico que perpetúa la superstición, el atraso y la sinrazón. Lo hace con la mirada larga, con la esperanza puesta en que la sementera de una educación racionalista termine por dar sus frutos. De ahí que preste su apoyo público a las escuelas laicas que abren sus puertas en Cádiz, Zaragoza o las que en Madrid pone en funcionamiento la sociedad Los Amigos del Progreso, de la cual es presidenta honoraria, junto a Pi y Margall o Nicolás Salmerón. De ahí que en 1911, convertida ya en una ciudadana gijonesa más, no dude en aceptar la invitación de los promotores de la Escuela Neutra Graduada de Gijón  para dirigir unas palabras en el multitudinario acto de inauguración. Del título del discurso ya se puede deducir el contenido de su intervención:  «El ateísmo en las escuelas neutras» (⇑)

En sintonía con el sentir de sus promotores, que prefirieron la denominación de «neutra» en vez de «laica» para mitigar los recelos de una parte de sus potenciales patrocinadores, su intervención se centró en intentar convencer a las mujeres allí presentes, la mayoría de ellas madres preocupadas por las acusaciones vertidas por los sectores convencionales, de que aquella no era una «escuela sin Dios», por más que tenga el firme propósito de caminar «hacia las cumbres de la razón», sin supeditarse al «estrecho criterio que informa a todos los mercenarios de la fe». Les argumenta que no es una escuela atea porque gracias al estudio de las leyes de la naturaleza, «el alma del niño evoluciona ante las maravillas que se le hacen conocer», abriéndole la puerta a intuir la presencia de un dios autor de la naturaleza, «de cuyos altares son sacerdotes todas las criaturas humanas». 

Si se tercia, de las palabras, pasa a los hechos; de aquel discurso tan alabado que fue impreso y repartido con profusión, pasa a la acción, a colaborar con un maestro que impartía clases al aire libre, frente al mar, al otro lado de la bahía gijonesa. Tal y como se cuenta en el comentario 154. Alpargatas para todos (⇑), aquel joven le habló de métodos activos, de atender las necesidades del niño, de una enseñanza intuitiva, progresiva y práctica, de que prefería dar las clases al aire libre, en contacto con la naturaleza...Y doña Rosario volvió para echar una mano, para intentar contagiar a aquellos niños su amor a la naturaleza, para leerles sus cuentos que hablaban de graneros y de insectos o para contarles sus ascensiones a las montañas, sus expediciones a caballo por buena parte de España...

Han pasado unos meses desde que en los periódicos se leyeran los titulares afirmando que «la tranquilidad es completa», tras aquella sublevación en Marruecos, «que no había prendido en España». Han pasado ya unos meses desde que, a pesar de lo escrito, en los nefastos días de julio del treinta y seis la guerra también hubiera prendido en Asturias, pues el coronel Antonio Aranda Mata, gobernador militar de la región, como el también coronel Antonio Pinilla Barcelo, jefe del Regimiento de Infantería de Montaña «Simancas», se unieron a los sublevados. Con la muerte de los primeros milicianos en el sitio de Oviedo, en los frentes de Abuli, El Cristo o El Naranco, aparecieron los primeros huérfanos: solo en Gijón y en los primeros días de guerra se recogieron varias decenas de niños sin familia. 

 Fue entonces cuando la Asociación de Trabajadores de la Enseñanza de Asturias (ATEA) puso en marcha varios orfanatos para atender a estas niñas y a estos niños a quienes la guerra privó de sus padres. Se fueron abriendo a medida que se fueron necesitando, a medida que la denominada Campaña del Norte se fue cobrando más vidas, fue dejando más huérfanos. Se utilizaron aquellos edificios disponibles, ya fueran antiguos colegios religiosos o espaciosa quintas que habían pertenecido a la alta burguesía. 

Cuidadora con dos niños del Refugio de Niños Rosario Acuña, Gijón (Fotografía de Constantino Suárez, Museo del Pueblo de Asturias

A la hora de las denominaciones, no se olvidaron de Rosario de Acuña. Así, junto al Orfanato Félix Bárcena (sito en la localidad piloñesa de Sevares) o el Orfanato Alfredo Coto (ubicado en el antiguo colegio gijonés San Vicente), en la denominada quinta Bauer, un palacete situado en la zona residencial de Somió, abre sus puertas el Orfanato Rosario de Acuña para acoger a Emilia, Carlos y Carmen González, de Mieres; a Nieves y María López Cortés, de Moreda; a Emérita y Rafael Fernández González, de Turón; a Florentina, Faustino y Perfecta Fernández Hevia, de Figaredo; a Alfredo, Manuel y Valentina, de Ciaño; y a varias decenas más.





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Relación de donantes y cabecera de El Motín del 29-11-192443. El donativo de la difunta
Ya es extraño, ya, pero año y medio después de su muerte Rosario de Acuña figura como donante en las páginas de El Motín. No fue ésta la única vez. Claro está que todo tiene una explicación. Bueno, tanto como todo... Sería mucho decir...




 
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