sábado, 3 de junio de 2023

267. «De las influencias de la literatura contemporánea: Dña. Rosario Acuña», por Emilia Pardo Bazán


Una de las páginas del manuscrito expuesta en la Biblioteca Nacional

En el año 2021 se cumplió el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán de la Rúa Figueroa. La Biblioteca Nacional organizó entonces la exposición titulada «Emilia Pardo Bazán. El reto de la modernidad» para recordar a la ilustre escritora. A los pocos días de su inauguración me llegó la fotografía que ilustra este comentario, a cuyo pie se puede leer el siguiente texto: «De las tendencias de la literatura contemporánea: Dña. Rosario de Acuña». Se trataba de un manuscrito escrito en la década de los setenta (aunque la cartela que lo acompaña dice «c. 1870-1880», podemos acotar el periodo y reducir el intervalo a la segunda mitad, pues el texto se refiere al estreno de Rienzi, que tuvo lugar en febrero de 1876; más aún: como hace mención a una publicación del año 1879, deberíamos quedarnos con los dos últimos años de la década referida), dedicado a nuestra protagonista y que se conserva en La Coruña, en la Real Academia Galega. 

Como es lógico suponer, no tardé en ponerme a la labor:  localizar la página, rellenar el Pedimento de uso e reprodución (el impreso requerido por la institución académica para estos casos) y abonar por transferencia bancaria el importe requerido. Al día siguiente me llegaron por correo electrónico las dos imágenes del manuscrito, que leí con todo el interés del mundo. Ninguna sorpresa, ¿lo esperable?... sí, pero no. Bueno, transcribí todo aquello y lo guardé en una de las carpetas que integran mi, cada vez más amplio archivo dedicado a doña Rosario. 

Hace unas semanas me acordé de este escrito al leer Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923): vigencia de una pensadora, la obra que había publicado el Seminario de Historia Local de Pinto con motivo del centenario. En uno de los anexos aparecía la transcripción que de este manuscrito había realizado Josefa García Tovar y fue entonces cuando me dije que era buen momento para publicarlo en este espacio (de un centenario a otro) y aquí está tal y como lo transcribí en su momento (1)


* * *

De las influencias de la literatura contemporánea. Dña. Rosario Acuña

Emilia Pardo Bazán

 

Toda escritora es una heroína. A los hombres les es muy fácil la carrera de las letras. El que tiene la suerte de escribir una colección de artículos, un tomo de poesías, un libro, un regular drama, ve ipso facto allanarse ante él las dificultades que se le presentaban para adquirir una posición social. Al rumor de los aplausos, al arrullo de la naciente popularidad, ve desenvolverse ante él los rosados horizontes del presupuesto, y abrirse las doctas puertas de las academias. Si le da gana de coquetear con el Gobierno alistándose en la oposición, vese desde luego al frente de una coterie, agrupación o falange que le considera su oráculo, que preconiza sus producciones con las cien bocas de la prensa, que le pone en los cuernos de la luna y aún más allá de las siete cabrillas. Coméntase su vida, sus hechos, y hasta la forma de su levita. Le acogen benignos y propicios hasta sus mismos adversarios políticos, que hoy por ti mañana por mí. En los casinos, cafés y círculos, su entrada es un acontecimiento. Los hombres hallan el templo de la gloria de par en par, y aun dentro, bizcochos y confites. 

Manuscrito conservado en la Real Academia Galega
¿Qué espera en cambio a la escritora? Porvenir de ninguna especie; recompensa, de ninguna clase. Algún elogio protector, como los que gentes muy inferiores han dispensado gravemente a la ilustre novelista española o, generalmente, satirillas y cuchufletas tan áticas, pulidas y exquisitas como las que no hace mucho (Almanaque de la Ilustr[ación] de 1879) (2) disparaba un crítico avinagrado desde la columna de una publicación literaria. A la verdad se necesita heroísmo para seguir trabajando. Verdad es que hay escritoras con Fernán Caballero que se toman la brillante revancha de valer más que ningún hombre de su época. 

Afortunadamente también hay un impulso, un afán superior a toda mezquina consideración de medro y fama (por más que la fama y la gloria, bienes intangibles, pueden ser legítimamente codiciados, y de hecho lo han sido por muchas almas nobles), hay un afán desinteresado decimos, que superiormente impulsa a cada artista a realizar el mundo que en sí lleva a despecho de los obstáculos y batallas incesantes que le salen al paso. Esto es lo que impulsa a tantas mujeres a lanzarse. Así vemos que aún hoy, en que esto del escribir ofrece menos alhaja que nunca (ver lo que en los siglos XVI, XVII o XVIII pasaba) no faltan valerosas que lo emprenden. Es indudable que muchas escritoras abortan antes de formarse, dejando solo tras de sí ligeras composiciones, fuegos fatuos que apenas revelan más que una explosioncilla del sentimiento o de la fantasía; pero, en cambio, otras, en lo poco que producen, dan la medida exacta de su tamaño intelectual y artístico, y nos asombran. Así doña Rosario Acuña. Yo recuerdo el estreno de su drama. Todo el público se maravillaba del vigor del pensamiento, de la valentía de los sonoros versos, del vigor de aquella joven musa que tan briosa salía al palenque.

Notábanse sin duda en él graves, gravísimos defectos: inexperiencia, impropiedad, personajes defectuosos como la nodriza Juana, estilo declamatorio, falseada la historia, casi monologuizando un acto, exagerando el tipo del malvado (3). Repugnaba sobre todo a las personas delicadas la tendencia, más que democrática, populachera, del drama, porque el pueblo es el poder que menos debe adularse, por lo mismo que se le adula tan fácilmente y tan difícilmente se le enseña. 

Pero con todo, no se podía negar el gran valor de la autora. Era una esperanza para el público ¿Cómo no ha vuelto a escribir? Lo ignoramos (4), pero nos resta desear que no sea eterno su silencio y que se realicen las halagüeñas promesas que principalmente constituían el valor literario de Rienzi el tribuno

 

Notas

(1) A diferencia de la transcripción realizada por Josefa, en esta no aparecen las palabras que Pardo Bazán decidió tachar en el original.

(2) Se refiere, muy probablemente, a Manuel de la Revilla, autor de «Un manicomio modelo (Narración fantástica)» que aparece en  Almanaque de la Ilustración para 1879 y en donde pone en boca de uno de los personajes comentarios como el que sigue: « Amo y respeto a la mujer como el que más; pero quiero que se mantenga en el lugar que le asignó la naturaleza [...] Quiero que reinen en nuestro corazón, pero no en el parlamento ni en la plaza pública; quiero que embellezcan nuestra vida, pero no imitándonos sin éxito; quiero que sientan y amen el arte, pero no les permito que cultiven otro que el de la música, que parece nacido para ellas. No quiero que sean filósofas, ni poetisas, ni políticas, porque lo hacen muy mal generalmente y pierden al hacerlo sus nativos hechizos [...]».  No era la primera vez que el citado crítico, además de catedrático de la Universidad Central de Madrid, mostraba su opinión acerca del papel de la mujer: años atrás ya había afirmado, tal y como se muestra aquí (⇑),  que no necesita grandes conocimientos, pues para educar a sus hijos  «le basta con tener talento natural, sentido moral y ciertos conocimientos elementales»

(3) Desde hace tiempo me ha llamado la atención la dispar trayectoria vital de ambas mujeres, mucho más a medida que he ido conociendo cómo se desarrolló su crianza, bien similar, a lo que parece. Como ya he tenido ocasión de analizar (primero en una conferencia pronunciada en febrero de 2016 en el gijonés Antiguo Instituto y más tarde en «Rosario de Acuña y Emilia Pardo Bazán: dos trayectorias divergentes», incluido en el libro titulado Rosario de Acuña Hipatia (1850-1923). Emoción y razón (⇑), coordinado por Elena Hernándes Sandoica) estas coetáneas casi perfectas –sus nacimientos tienen lugar con apenas unos meses de diferencia y sus muertes se suceden con un intervalo de dos años–, hijas únicas, autodidactas, con padres (me refiero a sus progenitores masculinos, que son a quienes, al fin y a la postre y en aquel escenario sociocultural, les está reservada la última palabra) volcados en la educación de sus hijas, toman caminos bien diferentes llegadas a la treintena.

(4)  No es la única que lo dice. En el momento en que Emilia escribe sus opiniones sobre la autora de Rienzi Rosario se encuentra viviendo en Zaragoza, donde se encuentra destinado su marido. Estaba, ciertamente, alejada del centro literario del país, tal y como se cuenta en el comentario 114. Ostracismo zaragozano (⇑).

 



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sábado, 27 de mayo de 2023

266. La marea y el Primero de Mayo


«El Primero de Mayo de 1916», publicado en El Socialista del día siguiente

Para que nadie se llamara a engaño, lo dejó muy claro en un escrito publicado en Heraldo de París: «Oye tú, obrero; no soy de tu clase; vengo de muy alto...».   Como quiera que este texto vio la luz en los primeros días de 1901, cabe suponer que fuera escrito cuando el siglo XIX boqueaba. Por aquel entonces residía en la localidad cántabra de Cueto y era una avicultora dedicada por entero a sus patos y gallinas. Aunque vivía de su trabajo, de lo que obtenía por la venta de los productos de su granja, no se consideraba una obrera, a tenor de lo que cuenta:

«En el presente soy burguesa, desde la coronilla hasta los pies; me baño, lavo y peino todos los días; tengo abrigos para el invierno y medios de pasar fresco el verano; poseo biblioteca, muebles cómodos y ropas abundantes para mi limpieza e higiene; soy para ti una odiosa burguesa...»

No obstante y tal como ella dice, su cotidianidad se asemeja bastante a la de ese obrero anónimo al que se dirige: «Como tú me levanto antes del alba, y me pongo al trabajo del hogar, desempeñando duras tareas, como la más tosca de tus hembras. Como tú visto la amplia blusa, honorable librea de laboriosidad y economía. Como tú tengo mis manos encallecidas, bastas y recias, por el uso que de ellas hago en diez horas diarias de trabajos diversos». 

Por muy noble que pudiera ser su linaje, meses antes de que así se lo contara a ese anónimo obrero al que se dirige, en las mismas páginas del periódico de su amigo Luis Bonafoux se publicaron unos versos suyos bajo el título «La marea» (⇑), que bien pudieran haber servido de himno glorioso a los obreros que se manifestaron el Primero de Mayo del último año del siglo XIX:

Ya se escucha en las orillas 

el rumor de la marea; 

vendavales de dolores 

traen sus olas turbulentas. 

Son lamentos y sollozos de incontables muchedumbres 

que sufrieron el martirio bajo el yugo de la fuerza; 

viene henchida de agonías; 

¡ya se acerca! 

Por muy burguesas que pudieran ser sus raíces, ella lleva ya un tiempo viviendo del fruto de su trabajo, pues los únicos dineros que se ingresan en su casa son los que ella obtiene en las largas jornadas que, todos los días de la semana, todos los días del año, dedica al cuidado de su granja avícola. De ahí que, a pesar de las diferencias («no beber más que agua pura; el estudiar –durante las horas que tú dedicas a la taberna o la riña– las leyes de la vida, y el cultivar en mi corazón y en mi inteligencia el amor y la piedad hacia mis semejantes») declara tener gran simpatía por los ideales del movimiento obrero. A pesar de las diferencias, se muestra partidaria de caminar al lado: «Si en vista de todo esto te atreves a llamarte mi compañero, por mí no hay inconveniente… ¡Choca esa diestra! ». 

Es el grito del espanto del minero que sucumbe 

asfixiado por el fuego, en la entraña de la tierra, 

siendo el lodo del abismo tenebroso su mortaja, 

no dejando más que el hambre 

por herencia. 

Aunque fuera una burguesa de cuna, siente, como queda dicho, simpatía por los ideales del movimiento obrero y así lo hizo saber unos meses antes, el Primero de Mayo de 1900, cuando el santanderino La Voz del Pueblo publica un escrito suyo dedicado a día tan señalado (⇑), de gran significado para el movimiento obrero mundial desde que en 1889, tan solo once años atrás, el Congreso Obrero Socialista de la Segunda Internacional acordara declarar el día 1º de Mayo como jornada reivindicativa y de homenaje a los llamados mártires de Chicago (En 1886 se inició una huelga en Estados Unidos por la jornada de ocho horas. En Chicago, las protestas fueron duramente reprimidas, varios líderes obreros fueron detenidos y, tras el juicio, cinco de ellos fueron ahorcados).

«El mundo del mañana se elabora entre las masas obreras. En ellas están todas las esperanzas de justicia y fraternidad. La sociedad que traen es el último jalón que ha de servir a la especie racional para desprenderse de su edad infantil»: así comienza la avicultora de Cueto su escrito en aquel 1º de Mayo del último año del siglo XIX. No fue el único. Sabemos de otros cuatro más: uno publicado en el año 1910 (⇑),  (El Noroeste, Gijón) y los otros tres en 1916: se trata de textos diferentes que vieron la luz en el diario gijonés en el que colaboraba habitualmente («Como los granos de arena que...» (⇑), 1-5-1916), en el periódico mataronés Acción Fabril, dirigido a las mujeres proletarias (⇑), y  en El Socialista ( «Desde esta región cántabra...» (⇑), 2-5-1916), donde proclama su fe en el esperanzador futuro que sus ojos ya no podrán ver: 

«¡Cantad, proletarios, vuestro triunfo! ¡El porvenir es vuestro! ¡Que la libertad os bendiga y que, al cerrarse nuestros oídos al rumor de la tierra, entremos en el camino de la inmortalidad oyendo, por última vez, vuestro himno, anunciador de la fraternidad humana!»

Aunque no tengo constancia de que en años posteriores publicara nuevos escritos coincidiendo con fecha tan señalada, sí que sabemos de su participación en los actos organizados con ocasión del Primero de Mayo durante los últimos años de su vida, un tiempo en el cual comparte las penurias y estreches cotidianas con buena parte de la población gijonesa, pues los escasos dineros que recibe de su pensión de viudedad le obligan a milagrear con los gastos del comer (comprando al fiado las más de las veces) y del vestir,  para poder hacer frente a los réditos de la casa que se vio obligada a hipotecar tras los dos años de exilio que pasó en Portugal para evitar ser procesada por el asunto de La jarca (⇑)

Es el grito del que cae de una cumbre del palacio, 

jaspeando con su sangre el vestíbulo de piedra, 

donde luego, vanamente, clamarán sus pequeñuelos 

cuando vayan mendigando 

por las puertas.

En la primavera del año 1914, meses después de su regreso del exilio portugués a su casa gijonesa del acantilado, los integrantes de la Juventud Socialista Gijonesa, reunidos para tratar acerca de la celebración de la movilización obrera internacional el día 1º de Mayo,  acordaron organizar ese día un té fraternal al que se invitará a Rosario de Acuña y, para el caso de que no pudiera acudir, realizar el domingo inmediato a dicho día una visita «a la venerable señora ya encanecida en las luchas por la causa de la libertad doña Rosario de Acuña». Tal parece que, al igual que aquellos otros jóvenes que integran la redacción de El Ideal (⇑), «órgano de las Juventudes Republicanas Revolucionarias de los distritos de Tortosa y Roquetas», algunos hay en Gijón que (a diferencia de los estudiantes que no hace tanto tiempo pedían su cabeza por aquellas palabras suyas condenando la agresión sufrida por unas universitarias) agradecen su ya larga lucha en favor de la libertad de conciencia y en apoyo de los más desfavorecidos.

Al final no pudo ser. Lo agradeció, pero no hubo visita: la «venerable señora» de El Cervigón, enterada de las intenciones de los jóvenes socialistas, les rogó en una carta enviada con tal motivo que suspendieran la excursión programada porque, hallándose enferma, no podría recibirlos como quisiera.

Rosario de Acuña durante la visita de los obreros a El Cervigón el Primero de Mayo de 1923

Aunque no fue posible en esa ocasión, si que lo fue años después. Sabemos que entre las actividades que se llevaron a cabo en la jornada del Primero de Mayo de 1921 hubo, a la tarde, una excursión al campo, que se alargó hasta la casa de doña Rosario de Acuña, a cuya ilustre escritora saludaron los excursionistas. 

La visita se repitió el año siguiente.  Según publicó El Socialista algunos días después, una comisión («formada por más de cuarenta compañeros y compañeras») acudió en representación de los organismos obreros a visitar «a la ilustre escritora doña Rosario de Acuña y Villanueva».

Volvió a suceder en 1923 y también por la tarde. Partieron del centro de la villa en dirección a El Cervigón en pequeños grupos, disfrutando del esplendoroso día. Doña Rosario, de cuyo aspecto da cuenta la fotografía que le hicieron durante la visita y que ilustra este comentario, les recibe en la puerta de su casa y les invita a pasar. Fue en el transcurso de este encuentro cuando, según nos ha dejado escrito Manuel Tejedor (⇑), uno de los presentes, la vieja luchadora les pidió que en adelante, además de Juan José, la obra de su amigo Dicenta, en ese día tan señalado representaran también El padre Juan, cuyo texto les entrega. Fue también durante esta amigable reunión cuando alentó a los presentes a unirse frente a la amenaza que se cierne sobre la vieja Europa: «únanse ustedes los socialistas, los comunistas, los sindicalistas, los anarquistas, todos los verdaderos liberales; unirse en bloque ante esa avalancha que se nos echa encima en todos los países, que es el fascismo».

Fue su último Primero de Mayo. Cuatro días después de esta visita, de este «homenaje sencillo, de respeto y admiración, por parte de los trabajadores socialistas y simpatizantes», una embolia cerebral acabó con su vida mientras trajinaba por la casa.

Ya se escucha en las orillas 

el rumor de la marea; 

no habrá rocas, ni aún las altas, 

que resistan los embates de sus olas turbulentas; 

viene henchida de agonías. 

¡Ya se acerca!...




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domingo, 21 de mayo de 2023

265. Apuntes para una visita a la exposición

 

En la Casa de Rosario de Acuña

El pasado día 3 de mayo, dos días antes de que se cumpliera el centenario de su muerte, se inauguró en Gijón la exposición «Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923). Una aproximación desde el Archivo José Bolado».

Exposición en la Casa de Rosario de Acuña. Panel del vestíbulo

Aunque es posible que no lo hayamos verbalizado en ninguna de nuestras largas conversaciones telefónicas o en los correos y mensajes que nos hemos cruzado en estos últimos meses, estoy convencido de que María José Lacalzada y quien esto escribe hemos coincidido desde el principio en cuáles eran los objetivos que debían de impulsar esta exposición que nos encargaron organizar con motivo del centenario de su muerte. Si bien, como parece lógico, la finalidad principal de la misma no podía ser otra que la de acercar la figura de Rosario de Acuña a quienes tuvieran interés en conocerla, también pretendíamos que sirviera para mostrar una parte del Archivo José Bolado (AJB), aún pendiente de catalogar, y para recuperar la Casa de Rosario de Acuña, que ha permanecido cerrada durante los últimos años. 

Como quiera que ya lleva abierta unos días y en este tiempo ya me han hecho llegar dudas y consultas, creo conveniente hacer públicos los siguientes apuntes, por si pudieran resultar de interés para quienes la visiten. 

1. El edificio que conocemos como Casa de Rosario de Acuña no es en la que vivió doña Rosario: la suya era de dimensiones más reducidas, mucho más modesta. Aunque en el proyecto que se realizó en el año 1990 para la construcción de una escuela-taller se pretendió respetar la antigua forma del edificio con un cuerpo central y dos laterales de menor altura, sus nuevos usos obligaron a aumentar tanto la planta (con un nuevo espacio al norte) como su altura (con la incorporación de un piso intermedio y un sótano). Al final, la superficie construida pasó de los poco más de 180 metros cuadrados originales a los cerca de 600 de la edificación actual. 

2. El sarcófago que encontramos en el exterior no tiene ninguna relación ni con su primera propietaria ni con los que lo fueron con posterioridad, tras la venta efectuada por su heredero en 1930. Al parecer, habiendo sido hallado años atrás en una finca de una parroquia gijonesa, no se encontró otro lugar para depositarlo que el recinto de la escuela-taller. 

3. Lo que sí había en la casa de doña Rosario eran gallinas, flores y frutales. De ahí que, entre las tareas de adecuación realizadas en las últimas semanas, además de la limpieza del interior y la pintura de la fachada, se haya plantado un peral y tres higueras, como las que había por entonces, y habilitado una zona con un pequeño huerto y otra con algunas plantas ornamentales. 

4. Como quiera que, además de textos y de imágenes, en la mayoría de los paneles de la exposición aparece también un código QR, como el que aquí se muestra, se recomienda comprobar que nuestro teléfono móvil tenga instalado el programa necesario para su lectura. Solo así se podrá tener acceso a los diferentes audios, de corta duración, en los cuales las alumnas de la Escuela Superior de Arte de Asturias (ESAD) ponen voz a las palabras escritas por Rosario de Acuña, a pequeños fragmentos de sus textos que guardan relación con el tema de que se trate (En este caso, también se puede escuchar uno de ellos pulsando aquí ⇑)

 5. La exposición ocupa la planta baja del edificio y la distribución de los distintos elementos que la integran se ha ajustado a los espacios disponibles, sugiriendo de esta manera un itinerario para su visita: vestíbulo, dos locales a la izquierda (Gijón, Casa), la sala central y, por último, los dos cuartos situados a la derecha (Homenaje, Despedida). 

6. En la sala central se encuentra una vitrina en la cual se hallan expuestas las obras de Rosario de Acuña, tanto las ediciones originales como aquellas otras que se publicaron tras su muerte. En la última de las dos salas que se encuentran a la derecha del vestíbulo (Despedida) están instaladas otras dos vitrinas con las publicaciones que desde el año 1985 se han dedicado a estudiar diferentes aspectos sobre la vida y la obra de doña Rosario. Todas ellas proceden del AJB, que en las últimas semanas ha visto incrementados sus fondos con algunas donaciones: sin duda, una de las vías apropiadas para mantenerlo actualizado. 

7. Además de los audios grabados por las alumnas de la ESAD poniendo su voz a las palabras de Rosario de Acuña y de los fondos bibliográficos que se exponen, también resultan de gran interés tanto la colección de fototipias «Célebres poetisas y grandes escritoras» (unos cromos que a principios del siglo XX se entregaban encartados en las cajas de cerillas para ser coleccionados en un álbum editado con esa finalidad), como el escrito titulado Más allá de la muerte (sala Homenaje), que por expresa decisión de su autora no habría de ser publicado hasta después de su fallecimiento, y cuyo original se conserva en el AJB. 

Para finalizar, creo que no está de más recordar tanto los horarios como la ubicación de la Casa

  • La exposición puede visitarse en los días y horas que se especifican a continuación: miércoles, jueves y viernes de 17.00 a 20.00 horas; sábados y domingos, de 12.00 a 14.00 horas y de 17.00 a 20.00 horas; lunes y martes, cerrado. 
  • La Casa de Rosario de Acuña se encuentra en la siguiente dirección: Camino de los Arces, 1258, Gijón (ver mapa ⇑)




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viernes, 12 de mayo de 2023

264. Unidas en el homenaje


Antonia Soguero, concejala de Igualdad de Pinto, y Ana González, alcaldesa de Gijón, en el homenaje a Rosario de Acuña que tuvo por escenario la que fuera su casa gijonesa [@AytoPinto]
En Madrid nació y en Madrid vivió los primeros veinticinco años de su vida. Luego fue vecina de Zaragoza, de Pinto, de Cueto y Bezana (cántabras las dos), y en Gijón vivió los últimos años de su vida, y en Gijón murió. Pasó temporadas en el terruño jiennense, con su familia paterna, en Andújar y en Baeza, disfrutando de la campiña y de la serranía. Cabalgó durante años, en expediciones que se prolongaban varios meses, por las tierras de su querida España, por el norte y por el sur, por el este y por el oeste. Llegada la hora de su muerte, se acordaron de ella en localidades grandes y pequeñas, y pusieron su nombre a paseos, calles y escuelas...

A medida que se iba aproximando el centenario de su muerte, tanto en Pinto como en Gijón hubo quien empezó a hablar del asunto, de la oportunidad de organizar algún acto que la recordara cien años después de su fallecimiento. De las intenciones se pasaron a los hechos, y antes de que se iniciara 2023 ya conocíamos el programa de actos que tanto en Gijón como en Pinto se había preparado (⇑) para recordar a quien fue una de sus vecinas más ilustres y ejemplares.

Entra las actividades programadas por el Seminario de Historia Local de Pinto se encuentra una visita a Gijón del viernes 5 de mayo (día del centenario de la muerte de Rosario de Acuña) al domingo día 7. Se tiene previsto realizar una caminata hasta el lugar donde se halla la que fuera su casa en El Cervigón y acercarse hasta el cementerio civil, donde se encuentra su tumba. La noticia del viaje llegó al Ayuntamiento de Gijón y, como no podía ser de otra manera, se coordinaron los actos programados para esos días.

A las seis de la tarde del día 5 y en el Museo del Pueblo de Asturias, la delegación pinteña, presidida por la concejala de Mujer, Antonia Soguero, y el presidente del Seminario de Historia Local (SHLP), Luis Roldán, fue recibida en el Museo del Pueblo de Asturias de Gijón por la alcaldesa de la ciudad, Ana González, la concejala de Memoria Histórica, Salomé Díaz, y el concejal de Cultura, Manuel Ángel Vallina. Allí pude saludar a algunos integrantes del SHLP, a Luis Roldán (presidente), a Mario Coronas (vicepresidente), a Antonio García, comisario de la exposición Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923): Vigencia de una pensadora,  de la cual ya he dado cuenta en un comentario anterior (⇑); también a Eulalia Ramírez, promotora y organizadora de varias rutas por Madrid bajo el nombre «Las Invisibilizadas», que actualmente está preparando una que tiene a Rosario de Acuña por protagonista; o a Asunción Bernárdez, profesora  de la Universidad Complutense,  directora del Instituto de Investigaciones Feministas de la citada universidad y autora de Rosario de Acuña: Ráfagas de huracán, obra de teatro estrenada en el Centro Dramático Nacional en octubre de 2018 (⇑).

La expedición de Pinto es recibida en el Pueblo de Asturias por la alcaldesa de7 Gijón   [@AytoPinto]

Desde el Museo del Pueblo de Asturias nos trasladamos al Teatro Jovellanos para asistir al estreno  de Rosario. Reflejo de Acuña, el espectáculo que uno de los grupos de la Escuela Superior de Artes Escénicas de Asturias (ESAD) llevaba meses preparando, bajo la dirección del profesor Francisco Pardo. Creo que la expectación se me notaba en la cara:  nada de lo que pasara en el escenario me resultaba ajeno. Semanas atrás había conversado largo y tendido con su director; luego estuve en la ESAD para hablar con el alumnado de la asignatura Taller de Nuevas Dramaturgias, las actrices y los actores que ahora iban a salir al escenario y que entonces, por las preguntas que me hicieron, me habían demostrado que se habían metido de lleno en el personaje; también había leído el guion, el texto final del espectáculo con sus trece escenas...  Todo iba a salir bien...

Bien, no, ¡fenomenal! Al final, a mí se me nublaron los ojos y el público aplaudió con ganas. A la salida: coincidencia en los parabienes. Hubo incluso quien hablaba de la conveniencia de que aquella no fuera la única representación, de que hubiera más en otros lugares de Asturias. Posteriormente y ya con más calma, escribí acerca del espectáculo que había visto, y disfrutado: «un montaje sugerente y emotivo, de gran plasticidad y dinamismo, que nos va mostrando los hitos más importantes de su biografía, recuperando su pensamiento librepensador y la vigencia de su lucha» (La Nueva España, 8 de mayo de 2023).

Cartel anunciador del estreno de Rosario. Reflejo de Acuña

Sábado 6 de mayo. Como cada año por estas fechas, diversas asociaciones gijonesas mantienen vivo el recuerdo de la liberación del campo de exterminio de Mauthausen (5 de mayo de 1945) y de la muerte de Rosario de Acuña (5 de mayo de 1923). Con este motivo se desplazan por el sendero de El Cervigón hasta el Monumento a los asturianos deportados a los campos nazis, descendiendo posteriormente hasta la Casa de Rosario de Acuña. En esta ocasión,  la delegación de Pinto se unió en el homenaje al Ateneo Obrero de Gijón, la Sociedad Cultural Gijonesa, la Tertulia Feminista Les Comadres, la Logia Rosario de Acuña y la Federación Asturiana Memoria y República (FAMYR). Tras una agradable caminata por el sendero litoral (incluido el tramo que lleva el nombre de nuestra protagonista (⇑), como bien señalan las placas que, por fin, treinta y tres años después de que fuera aprobado por el pleno municipal, así lo indican a quienes por él transitan) llegamos hasta la escultura-monumento erigida en recuerdo de las víctimas de la barbarie nazi.

Placa situada al inicio del Paseo Rosario de Acuña
Tras escuchar con atención las palabras allí pronunciadas en recuerdo de los asturianos que fueron exterminados por los nazis, se procedió a colocar una corona a los pies del monolito Nunca más, también conocido como Monumento a las víctimas del Holocausto. Mientras caminamos en dirección a la Casa de Rosario de Acuña, todavía se escuchaban los ecos de aquellas palabras escritas en el granito: «Varios cientos de asturianos fallecieron en los campos de exterminio nazis. Otros muchos, tras enormes padecimientos, lograron sobrevivir al horror. Fue en la quinta década del siglo XX que este año acaba, exaltando los valores y los derechos que regirán siempre a las sociedades dignas. La libertad, la tolerancia, la solidaridad, el respeto a la vida humana. Erigimos este monumento. Gijón 2000» 

Llegados a las puertas de la remozada casa, tuvo lugar el homenaje a Rosario de Acuña con la intervención de las distintas entidades convocantes (también la de Antonio García Menéndez, representante del Seminario de Historia Local de Pinto, quien se refirió al pasado pinteño de doña Rosario y abogó por la cooperación entre las dos localidades para preparar conjuntamente la celebración del 175 aniversario del nacimiento de la ilustre librepensadora en el año 2025). Acto seguido, la alcaldesa de Gijón y la concejala de Igualdad del Ayuntamiento de Pinto colocaron un ramo de flores ante el retrato de Rosario de Acuña instalado en la fachada de su casa, anunciando la exposición que se muestra en su interior, y que fue visitada posteriormente, con la recomendación previa, eso sí, de tener activado en el móvil un lector de códigos QR, lo cual nos va a permitir leer los que se encuentran en los paneles y, de esa manera,  poder escuchar las palabras de doña Rosario en las voces de las alumnas de la ESAD.

Panel de la exposición situado en el vestíbulo de la Casa de Rosario de Acuña

Por la tarde le toca el turno a la Ruta Cultural Rosario de Acuña (⇑), elaborada por Carmen Suárez, y que nos invita a recorrer aquellos lugares de la ciudad que estuvieron, de una u otra forma, vinculados a esta ilustre vecina afincada en El Cervigón. Aunque la expedición realizó alguna que otra modificación, la ruta se inicia en La Escalerona, desde donde podemos observar la Casa de Rosario de Acuña, para continuar después por la Ciudadela de Celestino Solar, los teatros Jovellanos, Robledo y Dindurra, la calle Covadonga (donde tuvo su sede el diario El Noroeste y la Escuela Neutra), el teatro de los Campos Elíseos, para finalizar en El Muro, en las proximidades del lugar en el que tiempo atrás  se alzaron las Casas de Veronda (Beronda), sede del Ateneo Obrero en los años veinte y treinta del pasado siglo. La ruta incluye dos finales opcionales: la que fuera su casa y su tumba. Como en la primera ya estuvimos, nos queda pendiente la visita al cementerio civil. Quedamos para  la mañana siguiente, la del domingo 7 de mayo. 

Cuando el autobús que trasladaba a la delegación pinteña llegó a las puertas del cementerio, allí se encontraban ya quienes habían sido sus habituales acompañantes durante la visita, en todos y cada uno de los actos programados. No faltó el Ateneo Obrero (representado, como sucedió en este caso, por su presidente Luis Pascual, por la vicepresidenta  Emilia Vázquez o por los dos); tampoco la historiadora Carmen Suárez, ni la concejala Salomé Díaz; ni la directora de Igualdad, Goretti Avello; ni la jefa de servicio de Igualdad, Adelina Lena.

 Ofrenda floral ante la tumba de Rosario de Acuña [SHLP - La Nueva España]

Una vez en el interior del recinto, la expedición se acercó hasta la austera tumba de Rosario de Acuña, en cuya lápida tan sólo figura un ladrillo con sus iniciales, como ella había dejado escrito en su testamento (⇑). Tras la visita, el blanco y desnudo mármol quedará temporalmente ataviado con el ramo de flores que allí depositaron el presidente y vicepresidente del Seminario de Historia Local en nombre del pueblo de Pinto. A continuación, Antonio García Menéndez nos guió por los pasillos del cementerio civil, donde pudimos ver las tumbas de algunos conocidos masones gijoneses como la de Eleuterio Alonso Álvarez, uno de los promotores de la Escuela Neutra; también la del socialista Eduardo Varela, a quien Rosario de Acuña homenajeó confeccionando con sus propias manos una corona de flores, tal y como ella dejó escrita en una carta remitida en 1915 al presidente de la Agrupación Socialista Gijonesa (⇑).

El recorrido por el cementerio civil y la ofrenda floral sobre la tumba de Rosario de Acuña Villanueva pusieron término a la visita que una expedición de la localidad pinteña realizó a Gijón para recordar a quien fue una de sus ilustres vecinas con ocasión de cumplirse el centenario de su muerte. Las ciudades de Pinto y Gijón se unieron en el homenaje que en el mes de mayo de 2023, cien años después de su muerte, rindieron a esta mujer ejemplar que en Pinto renació y en Gijón pasó los últimos años de su vida.

 




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viernes, 28 de abril de 2023

263. Exposición en la Casa de la Cadena de Pinto

 

Nota importante

Quienes no hayan tenido ocasión de ver la exposición Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923): Vigencia de una pensadora, pueden hacerlo del 7 al 30 del presente mes de junio de este año 2023, el del centenario de su muerte, en un nuevo escenario: Fundación Pablo Iglesias, Archivos del Movimiento Obrero (Calle Colegios, 7, Alcalá de Henares, Madrid).

No obstante, si tampoco te es posible disfrutar de ella en esta nueva ocasión, siempre puedes acceder a su contenido pulsando en el enlace (⇑)

]* * *

Dentro del amplio programa de actividades que ha organizado el Seminario de Historia Local de Pinto para recordar el centenario de la muerte de Rosario de Acuña, el pasado dos de marzo se inauguró en la Sala de Exposiciones de la Casa de la Cadena de la localidad la que lleva por título Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923): Vigencia de una pensadora. Tal y como escribí en un comentario anterior (⇑), tuve la ocasión de visitarla y la fortuna de hacerlo con  Antonio García Menéndez, comisario y coordinador de la misma.

Inauguración de la exposición   (Seminario de Historia Local de Pinto)

Una primera ojeada a los títulos de los veintiún paneles que componen la muestra nos anuncia bien a las claras que no se ha obviado ninguno de los principales aspectos de su biografía, que la panorámica es completa, quedando reflejado el entorno familiar y educación, sus diversas facetas como escritora o los principales escenarios en los que transcurrió su vida: Madrid, Pinto y Gijón. Luego están las vitrinas, donde se exponen más de un centenar de obras, escritas por doña Rosario o a ella referidas, contemporáneas suyas o publicadas tras su muerte. 

Gracias a la amplitud del horario de apertura (casi doce horas los días laborables y siete los fines de semana), muchas han sido las personas que han podido descubrir a esta ejemplar mujer, pinteña por propia voluntad. Eligió Pinto para reencontrarse con la naturaleza y en Pinto experimentó «una profunda transformación personal e ideológica». Aun siendo de gran trascendencia esta etapa de su vida, la exposición no se centra en ella, es mucho más ambiciosa y el recorrido es, como queda dicho, bien completo, desde su nacimiento hasta su muerte.  Basta leer la relación con los títulos de los paneles:

Panel dedicado a su etapa pinteña

1) Cronología y formación. 2) Iconografía. 3) Red familiar I. 4) Red familiar II. 5) Poeta o poetisa. 6) Lorca y el flamenco. 7) Dramaturga. 8) Periodista. 9) Pensadora. 10) Naturaleza y educación. 11) Amistades. 12) Madrid I. 13) Madrid II. 14) Pinto (1881-1891). 15) Pinto recuerda (1988-2023). 16) Santander (1897-1908). 17) El exilio en diez pasos. 18) La casa del Cervigón (Gijón). 19) Gijón recuerda. 20) El movimiento obrero. 21) Familia Lamo Jiménez.

Ni que decir tiene que detrás de todo lo que podemos ver hay mucho trabajo, muchas horas de dedicación.  Antonio me contaba que fueron ocho meses dedicados a la preparación, a la producción y al montaje, con reuniones semanales para coordinar el trabajo de elaboración con Josefa García Tovar.

Ya entonces le pregunté qué iba a ser de todo aquello cuando llegara el día de la clausura. No había nada previsto para después, me contestó. Pues bien, la exposición cerró sus puertas el último día del pasado mes de marzo y, como quiera que me no me resigno a que todo este material se quede solo en el recuerdo, se me ocurrió convertirlo en un archivo que se puede consultar con tan solo pulsar en el siguiente enlace: Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923): Vigencia de una pensadora (Pinto, marzo 2023) (⇑).

Quienes quieran ver la exposición comentada por el propio Antonio García Menéndez, pueden hacerlo en el siguiente video que me han hecho llegar del Seminario de Historia Local de Pinto:





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miércoles, 12 de abril de 2023

262. Telegrama de apoyo al ministro de Justicia portugués

 

Ciertamente, la situación ha cambiado. Ya no estamos en la total oscuridad  de la que nos hablaba Patricio Adúriz (⇑), en la ignorancia casi absoluta, en el desconocimiento de esa Rosario de Acuña a la que aludía el topónimo que daba nombre a una zona del litoral gijonés. Tras años y más años de búsqueda, gracias al trabajo colectivo de investigación que se ha llevado a cabo desde finales de los sesenta del pasado siglo, hoy conocemos los hitos más significativos de su trayectoria vital y buena parte de su obra (⇑).

Mapa de Portugal

Sin embargo, aún quedan cosas por saber, aún hay etapas de su vida de las cuales desconocemos casi todo. Tal sucede con los dos años que pasó en Portugal, el tiempo del exilio. A finales del mes de noviembre de 1911, ante el temor de ser apresada por el asunto de La jarca (⇑), abandonó su casa gijonesa de El Cervigón en busca de un lugar más seguro. Se escribió por entonces que la Guardia Civil se había presentado en su casa hallándola vacía, que se había marchado a Francia. Luego supimos, por lo que ella nos contó a su regreso, que fue en Portugal donde se refugió, que allí pasó dos largos años, «caminando a pie, en jornadas cortas, por sus regiones». También dejó escrito que los portugueses fueron muy caballerosos con ella,  que el líder republicano Alfonso Costa (ministro de Justicia y Cultos en el Gobierno Provisional y futuro presidente de la República) la invitó a comer a su casa. Contamos también con esa fotografía (⇑) publicada en Rosario de Acuña en la escuela, tantas veces ya copiada y repetida, en la que la vemos con vestidura talar, pamela y báculo en un escenario de montaña, con una nota explicativa que la sitúa en el «nevero de la laguna Redonda (Sierra de la Estrella), 1750 metros de altitud, año 1913». Poco más. 

La del exilio portugués es una etapa recurrente en mis investigaciones y suelo tirar de los hilos que van apareciendo. Así sucedió cuando localicé algunos periódicos, que decían tener noticias procedentes de Tuy, asegurando que doña Rosario se encontraba en la localidad portuguesa de Valença. No quedaba otra que buscar allí, y nada mejor para ello que hacerlo en el Archivo Municipal. El archivista Rafael Higgs Estanqueiro me facilitó una copia del periódico O Valenciano publicado el 17 de marzo de 1912, donde se dice que doña Rosario había partido de Valença en dirección a Lisboa, después de haber pasado varios meses en la localidad. 

O sea, que pasó más de tres meses en este lugar, que contaba por entonces con  poco más de quince mil habitantes, y cuya condición de ciudad fronteriza, a una mirada de Tuy, debió de resultar especialmente atractiva para ella. Ciertamente, no era mal lugar para estar: cerca de España, del esperado regreso, pero, por aquello de las fronteras, en un escenario bien diferente al que estaba acostumbrada y que, además, estaba viviendo por entonces un proceso de profunda transformación,  pues en los primeros meses del año doce, los que ella vivió en Valença,  tuvieron lugar sucesos de gran importancia en la historia contemporánea de Portugal. Veamos.

Apenas un año antes de su llegada se había proclamado la Primera República Portuguesa tras la Revolución del 5 de octubre de 1910. Unos meses después el Gobierno Provisional aprueba la Ley de Separación del Estado y las Iglesias (Lei da Separação do Estado das Igrejas), razón por la cual la Santa Sede rompe relaciones con Portugal. En abril de 1911 se dota de una nueva Constitución, en cuyo articulado se reconocía un amplio repertorio de derechos, entre los que se encontraba el de libertad de expresión y de pensamiento, bien querido por nuestra protagonista, quien lleva media vida luchando para que en España estuviera reconocido y fuera libremente ejercido. El nuevo texto constitucional asume los principios de la Ley de Separación y establece la igualdad de todos los cultos religiosos, la secularización de los cementerios, la laicidad de la enseñanza (neutra en materia religiosa), la extinción de todas las congregaciones religiosas y órdenes monásticas, la exclusiva competencia del Estado en el funcionamiento de los registros civiles... 

Ni que decir tiene que el clero no aceptó de buen grado la nueva legalidad constitucional y así se lo hizo saber a sus feligreses en diversas cartas pastorales. El poder civil, decidido como estaba a que se cumpliera la legislación vigente, no dudó en expulsar de sus respectivos distritos o diócesis a los prelados que se negaban a acatar las leyes de la República. Tal fue el caso de Antonio Mendes Belo, patriarca de Lisboa. 

El primer día del año 1912, mientras en el palacio de Belem tenía lugar una recepción oficial con motivo del Año Nuevo, presidida por el presidente de la República Manuel de Arriaga (una alta ejemplaridad religiosa y persona de acrisolada honradez, al decir de doña Rosario), centenares de católicos se congregaron a las puertas del monasterio de San Vicente de Fora, residencia del patriarca de Lisboa, para mostrar su apoyo al prelado, que había recibido la orden de expulsión.  

Pocos días después, el ministro de Justicia António Macieira comparece en la Cámara de los Diputados para dar explicaciones de aquel suceso y de las medidas que piensa adoptar al respecto. Cuenta que entre quienes a acudieron a homenajear al patriarca se encontraban algunos funcionarios del Estado, quienes, en vez de cumplimentar al presidente de la República en el día de la confraternización universal, prefirieron acudir al monasterio de San Vicente para apoyar a la reacción. Termina su intervención afirmando que «jamais lhe tremerá a mão para fazer justiça». 

Aquellos dos actos celebrados el mismo día en dos edificios del Estado, uno en Belem otro en San Vicente de Fora, suponían la representación de un enfrentamiento entre la libertad y la reacción, al menos eso era lo que pensaba gran parte del pueblo portugués si damos por bueno lo que publicaron por entonces algunos periódicos lisboetas como A Capital. En apoyo de la nueva legalidad republicana, emancipada de los dogmas, se convoca al pueblo de Lisboa a participar en una manifestación  el domingo 14 de enero de 1912. 

En los días previos la prensa da cuenta de las numerosas adhesiones remitidas por juntas municipales, entidades culturales o asociaciones de librepensadores. Rosario de Acuña, residente por entonces en una ciudad fronteriza perteneciente al distrito de Viana do Castelo no puede menos de acudir a la oficina de telégrafos para enviar un telegrama mostrando todo su apoyo al ministro Macieira:

Valença, 14, as 11,30. Una mulher espanhola, qui ha trinta annos vem luchando na imprenta, no livro e no theatro, pela lliberdade de imprensa, e que se encontra refugiada em Portugal,  fugindo das furias jesuiticas, saúda o ministro da Justiça pelo seu acto civico e pela sua grandeza moral. Abaixo as seitas religiosas. Abaixo os jesuitas! Viva a razão e viva o progresso! Viva o Republica Portugueza!. Rosario de Acuña.





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miércoles, 15 de marzo de 2023

261. El renacer pinteño de Rosario de Acuña

 

Aceptando gustosamente una invitación que hace meses me trasladó el Seminario de Historia Local de Pinto, el pasado 10 de marzo me desplacé a esta ciudad madrileña para pronunciar una conferencia en el marco de la programación anual que, con ocasión del centenario del fallecimiento de Rosario de Acuña y Villanueva, ha organizado esta asociación creada para contribuir al mayor conocimiento de la historia, el patrimonio y los personajes ilustres de la localidad. 

La cita tenía por escenario el salón de actos del Centro Cultural Casa de la Cadena y, dado que en otro local del mismo edificio se encuentra abierta la exposición Rosario de Acuña y Villanueva (1850-1923). Vigencia de una pensadora, aproveché la oportunidad para recorrerla detenidamente en compañía de Antonio García Menéndez, comisario y coordinador de la misma. Aunque tendré ocasión de ocuparme de su contenido en un próximo comentario, no quiero desaprovechar esta ocasión para felicitar a sus promotores. Gracias al minucioso trabajo que tanto Antonio como Josefa García Tovar han realizado a lo largo de más de ocho meses de preparación, quienes la visiten tendrán a su disposición una amplia y documentada panorámica de la trayectoria vital de esa ejemplar mujer que se llamó Rosario de Acuña y Villanueva. 

Pendiente, como queda dicho, la tarea de comentar con detalle la exposición, toca ahora entrar en el contenido de la conferencia titulada El renacer pinteño de Rosario de Acuña, no sin antes advertir a quienes hasta aquí han llegado que su lectura no es apta para cualquier momento y circunstancia, pues requiere cierta predisposición y ausencia de prisas. 


El renacer pinteño de Rosario de Acuña

Buenas tardes. 

Antes de entrar en el asunto que nos ha reunido hoy aquí, quisiera felicitar a quienes lo han hecho posible, a quienes han sido capaces de organizar el amplio programa de actividades que se va a llevar a cabo en la ciudad, para recordar a quien fue una de sus vecinas ejemplares. Felicito a quienes integran el Seminario de Historia Local por su buen hacer, y al Ayuntamiento de Pinto por el apoyo que les han brindado, para que puedan llevar a cabo todo lo que tienen programado, en conmemoración del centenario del fallecimiento de Rosario de Acuña y Villanueva, una madrileña que en Pinto retomó las riendas de su vida. 

Permítanme también que en el inicio de mi intervención, dedique unas palabras de reconocimiento a José Bolado, uno de los impulsores del proceso de recuperación de la memoria de doña Rosario, y a quien debemos la inestimable edición de sus Obras reunidas. Recuerdo haberle leído o haberle escuchado contar cómo comenzó su larga relación: un hijo de un antiguo socio del Ateneo Obrero de Gijón se presentó en la sede social para devolver un viejo ejemplar de El padre Juan. Su padre lo había tomado en préstamo de la biblioteca circulante de la entidad, décadas atrás, antes de que sus fondos fueran incautados por las nuevas autoridades que ocuparon la ciudad por la fuerza de las armas. Bolado, que por entonces era presidente de la centenaria sociedad ateneísta, descubrió en aquellas páginas a una autora, a una personalidad tan atrayente, que durante años, hasta su muerte ocurrida en mayo de 2021, pasó a convertirse en un elemento más de su cotidianidad. 

En mi caso no fue una obra de teatro, sino el texto de una de sus conferencias. Hace ya unos cuantos años, a principios del presente siglo, cuando recopilaba información sobre la escuela neutra gijonesa, di con una hoja volandera titulada «El ateísmo en las escuelas neutras», el discurso que Rosario de Acuña había pronunciado en la ceremonia inaugural de la Escuela Neutra Graduada de Gijón. A medida que lo iba leyendo, aumentaba mi interés. Me sorprendió su generosidad y amplitud de miras. Con una copia de aquel escrito en mi poder, me propuse averiguar todo lo que pudiera acerca de aquella mujer de la que apenas sabía cuatro cosas. 

Portada de la edición de 1989 de Rienzi el tribuno-El padre Juan
Como en cualquier otra investigación, lo primero que tenía que hacer era localizar la información disponible. Afortunadamente tenía por dónde empezar, pues María del Carmen Simón Palmer, investigadora del Instituto de Filología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, había publicado en 1989 una reedición de Rienzi el tribuno y El padre Juan, precedida de una breve introducción con algunos datos biográficos de su autora, y dos años más tarde había dado a la luz Escritoras españolas del siglo XIX, en cuyas páginas se facilita información detallada sobre el paradero de un centenar de obras de Rosario de Acuña. Gracias a aquel valioso trabajo tenía a mi alcance decenas de escritos, lo que no estaba nada mal, pues los allí incluidos vienen a suponer un veinte por ciento del medio millar que he logrado localizar a lo largo de los años. Dado que aquellos eran tiempos de papel y correspondencia postal, tan solo precisaba aguardar a que fueran llegando las copias solicitadas. 

Como no podía ser de otra manera, al principio di por bueno todo lo que sobre ella se había escrito: que era condesa, que estuvo escolarizada en un colegio de monjas o que había nacido en el año 1851 en Pinto, aunque también había distintas fuentes que la hacían nacer en otros lugares. El caso es que, a medida que iba contando con mayor información, a medida que disponía de nuevos escritos suyos, algunas de aquellas afirmaciones empezaron a resultar, cuando menos, dudosas. Así sucedía con esa afirmación tan repetida de que era condesa, acompañada casi de seguido por la coletilla de que nunca había ejercido como tal. 

Soneto ¡Por saturación...!, donde Rosario de Acuña señala que ha nacido en 1850
Menos dudas tenemos con los datos de su nacimiento. Bien es verdad que no era así dos décadas atrás, pues entonces la encontré nacida en Cantabria, Asturias, Madrid, Pinto, Galicia o Cuba, de donde José Martí afirmó que era originaria. En cuanto al año, era comúnmente admitido que había sido en 1851. No obstante, el dato quedó en entredicho cuando comencé a dar con escritos en los que la propia interesada aseguraba haber nacido un año antes. Curiosamente, existía tal coincidencia en las fuentes al respecto, que ni siquiera su propio testimonio lo modificaba, hasta el punto de que hubo quien atribuyó al olvido o a «una curiosa expresión de coquetería» el hecho de que ella hubiera escrito que había nacido en 1850. Menos mal que encontré algo sólido a lo que agarrarme: Antonio Fernández de Bethencourt, en el capítulo «Los Acuña de Baeza» de su Historia Genealógica y Heráldica de la Portada de Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía EspañolaMonarquía Española, realizaba una pequeña reseña de Rosario de Acuña, en la cual apuntaba una fecha de nacimiento que parecía cuadrar bien con los indicios que había ido reuniendo: 1 de noviembre de 1850. Cobraba sentido también lo que ella había dejado escrito en «El mejor recuerdo», uno de sus primeros artículos publicados, en el cual, hablando de la «fiesta de los muertos», decía que esa era la fecha del aniversario de su natalicio. 

Con aquel dato en la mano, en la primavera de 2005 publiqué Rosario de Acuña en Asturias, en cuyas primeras páginas escribo que la suya fue «una vida que comenzó mediado el anterior siglo en Madrid, donde ve la luz el primer día de noviembre del año 1850, en las cercanías de la que será años más tarde la Gran Vía madrileña»; exponiendo más adelante las razones que sustentan tal afirmación. Poco tiempo después me llegaba una documentación, solicitada tiempo atrás, en la que, entre otras cosas, figuraba la partida de bautismo de la escritora, donde se confirma lo que ya había quedado escrito en el libro: 

 «En la Iglesia Parroquial de S. Martín de Madrid a dos de Noviembre de mil ochocientos cincuenta, Yo D. Sebastián Fernández, Teniente Cura de ella, bauticé solemnemente y puse los Santos Óleos y Crisma a una niña que nació el día primero del corriente a las cinco y media de la mañana en la calle de Fomento número veintinueve y la puse por nombre María del Rosario Santos Josefa…» 

Cierto es, por tanto, que no nació en Pinto, aunque todavía podamos encontrar publicaciones que así lo manifiestan, y no sólo en las que fueron escritas hace años y que –por su propia naturaleza– no se pueden cambiar, sino también en informaciones aparecidas recientemente en la prensa escrita, y también en espacios digitales, donde resulta más fácil la rectificación. No nació en Pinto, pero aquí renació, aquí retomó las riendas de su vida y la encaminó por aquellos senderos que ella quería transitar. 

Hasta el momento en que tomó esa decisión, su vida había discurrido por un camino trillado, un camino bastante predecible para la única hija de una familia de la burguesía, a la que pertenecía más por el entramado familiar que la cobijaba que por la remuneración que percibía su padre. Felipe de Acuña había ingresado en 1847 como funcionario del Ministerio de Fomento en calidad de escribiente y permaneció en el escalafón hasta el día de su muerte, cuando ocupaba el puesto de jefe de administración de cuarta clase, lo cual y dicho sea de paso, no parece cuadrar muy bien –mucho menos a mediados del diecinueve– con quien supuestamente era «conde de Acuña», requisito necesario a falta de mejores argumentos, para poder afirmar que su hija era condesa, por más que se completara con aquello de «título que no usó jamás», como si se quisiera matizar tan rotunda afirmación, quizás para que no chocara tanto con su trayectoria posterior. 

Don Felipe era funcionario del Ministerio de Fomento, pero también formaba parte de los Acuña de Baeza, un linaje que hunde sus raíces en la Edad Media, de cuyos miembros tenemos noticia gracias, como ya he dicho, a los estudios de Fernández de Bethencourt, que han sido completados por José María de Acuña Torres –uno de los primos de nuestra protagonista por ser biznieto de un hermano del abuelo de Rosario–, quien ha tenido la gentileza de hacérmelos llegar. Aquel entramado familiar no solo nutría con afectos a sus miembros, sino que también constituía un eficaz instrumento de promoción social para la familia, como bien pudo comprobar la propia Rosario en su niñez y juventud. Su pariente Antonio Benavides, que había sido ministro en diferentes gobiernos a lo largo del reinado de Isabel II, fue nombrado embajador ante la Santa Sede en el mes de enero de 1875 y allí se fue la hija de Felipe de Acuña a pasar una temporada poco después. Un hermano de don Antonio era por entonces senador y obispo, y sus tíos, hermanos de su padre, ocuparon puestos relevantes en la Administración pública, bien como alcaldes o como gobernadores civiles. 

Cierto es que no terminó los estudios de Leyes, que ingresó en el Ministerio de Fomento como escribiente, pero don Felipe es un Acuña y no desaprovecha las oportunidades que su círculo de amistades le propician: se mueve con soltura por los despachos ministeriales, también por palcos y bambalinas, y, al parecer, no se le da nada mal el manejo de la escopeta, razón por la cual era uno de los habituales en las monterías que solía organizar Francisco Serrano –el incombustible duque de la Torre– en una finca de su propiedad, situada en el «corazón de Sierra Morena», que contaba con más de tres mil hectáreas. 

El padre de Rosario era un funcionario más del escalafón, pero en 1870 es nombrado Delegado del Gobierno en la Compañía de los Caminos de Hierro de Zaragoza a Pamplona y Barcelona; en 1874 se convierte en secretario general del Consejo Superior de Agricultura, también en vocal de la comisión encargada de organizar la delegación española en la Exposición Universal de Filadelfia; en 1882 es designado para ocupar la Secretaría del Consejo Superior de Agricultura; también es miembro de la Junta Central de Exposiciones Agrícolas, como bien tendrán oportunidad de saber los regidores de Pinto por entonces...

Cuatro primeros versos de su poesía A mis ojos

Nació Rosario de Acuña en el seno de una familia burguesa, y burgués habría de ser el escenario de su infancia y adolescencia. El sendero estaba bien trillado y por él ya habían transitado muchas otras. Pero al poco de iniciar su andadura todo pareció cambiar para ella. Cuando tan solo contaba con cuatro o cinco años de edad, empezó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad ocular, una afección de la córnea caracterizada por la aparición de dolorosas vesículas, que la condenaba a sufrir periodos intermitentes de ceguera, durante los cuales sus manos se veían obligadas a sustituir a sus doloridos ojos, tanteando una y otra vez objetos y muebles. Tiempo después hubo quien dijo que aquella ceguera fue la que le dio la luz. La paradoja se explica por el hecho de que la conjuntivitis escrofulosa impidió que Rosario fuera escolarizada en el colegio de monjas que habían elegido para ella, razón por la cual y gracias a la educación alternativa recibida, pudo desarrollar otras capacidades e intereses, no tan habituales, que terminaron por configurar alguno de los rasgos que definen su trayectoria biográfica. Deberíamos tenerlas bien presentes a la hora de analizar el profundo cambio que experimentó su vida durante los años que vivió en Pinto.

Su enfermedad propició que la casa familiar sustituyera al colegio y que su madre y su padre se hicieran cargo de su formación. Una vez superados los aprendizajes de la lectura y la escritura, aprende historia a través de las lecturas y comentarios que su padre le hacía de obras amplísimas y documentadas –tal cual la ingente Historia general de España de Modesto Lafuente–, luego ella, en sus largas horas de oscuridad y dolor, las grababa en su inteligencia. Las ciencias naturales se abren intermitentemente ante sus doloridos ojos en el familiar campo jienense. La geografía se convierte en materia de estudio a lo largo de los diversos viajes que realiza en compañía de sus progenitores... Todo le interesa. 

Cuando las llagas oculares le conceden un respiro, sus ojos se afanan en observar minuciosamente cuanto tiene a su alrededor, como si quisiera aprehenderlo todo, ansiosamente, antes de que su vista de nuevo se volviera a nublar. Aquella visión discontinua parece haber estimulado sus capacidades de observación y de análisis, lo cual le permitirá alcanzar mayores conocimientos que los reservados a las jóvenes de su edad. Sus reconfortantes alejamientos de la ciudad, sus estancias en las serranías y en las costas, fuente de alivio para sus dolores, alimentarán un gran amor por la Naturaleza, que man-tendrá durante toda su vida.

Fueron, en efecto, muchas las temporadas pasadas en las propiedades que poseía su abuelo paterno en Jaén donde –cuando sus ojos se lo permitían– se dedicaba a contemplar el comportamiento de todos los seres, animales y racionales, que poblaban aquellas tierras. Varios fueron, también, los viajes que realizó, con sus padres primero y sola más tarde, por las tierras de España, de Francia y de Italia. Todo ello completado con buenas lecturas, afamadas representaciones dramáticas y los mejores conciertos. Aunque su enfermedad ocular le impidió estudiar en un colegio de monjas, la educación recibida en el seno familiar no desentonaba de la de otras chicas de su entorno social, burgués, católico y monárquico, en el que parece sentirse a gusto como podemos deducir por el contenido de algunos de sus primeros escritos. Ahí está su largo poema dedicado a la virgen, su recuerdo de la audiencia privada que mantuvo con el papa Pío IX, su emotivo escrito dirigido a la exiliada Isabel II o el poema dedicado a la entrada de Alfonso XII en Madrid, que la exreina y madre le agradece personalmente en una carta que le envía desde Francia. 


Porque resulta que la única hija de aquella familia acomodada muestra pronto inquietudes literarias, que la llevarán a publicar sus primeros poemas al poco de cumplir los veinte años. Estimulada por el cariñoso aliento de los más próximos y dado que parece que no se le da mal el arte de la rima, se atreve a acometer una obra de mayor complejidad: en 1876 se estrena en un teatro de la capital su drama Rienzi el tribuno, que obtiene el aplauso del público, la aprobación de la crítica y los parabienes de renombrados escritores del momento. Pocos meses después contraerá matrimonio con Rafael de Laiglesia, teniente de Infantería con el grado de capitán concedido por méritos de guerra. Tras el viaje de novios, fijará su residencia en Zaragoza, donde ha sido destinado su marido. Cuenta por entonces con veinticinco años de edad y tal parece que tiene por delante una vida llena de prometedoras venturas. 

Aunque ya había estado en la capital aragonesa en el pasado, pues sabemos que cuatro años antes asistió a los actos de Consagración del templo del Pilar, todo parece ser nuevo para ella. A tenor de lo que sucedió después, su estancia zaragozana no debió de resultar como debía de haber pensado, y eso que no tardó en darse a conocer, ya que al poco de llegar, se representa en el teatro Principal de la ciudad Rienzi el tribuno, su mejor carta de presentación. Datos hay que indican que no parece sentirse a gusto. Para empezar ahí tenemos el asunto de Amor a la patria, su segundo drama, que estrena en su nueva ciudad al año siguiente. Por primera y única vez lo hace utilizando un seudónimo, lo cual no parece evidenciar mucha seguridad por su parte, como tampoco que un mes después se reuniera en Madrid con un grupo de escritores amigos y que los presentes, viendo su decaimiento, la obligaran a prometer que pronto escribiría una nueva obra. Están, además, sus escapadas, pues no solo conocemos las que hace a su ciudad natal, también sabemos de otro viaje a Valladolid, donde aprovecha el estreno de Rienzi, para reencontrarse con su padre, y de una estancia en Granada, con visita a la Alhambra incluida, también en compañía de su progenitor. Y por último, contamos con «El camino de Torrero», un artículo en el que nos habla de lo que sucede en esa vía que une el centro de Zaragoza con el cementerio, paso obligado de los cortejos fúnebres y una de las rutas más utilizadas por los paseantes. Pues bien, tal y como nos cuenta, a partir de un determinado lugar, el comedimiento y la mesura de los cortejos da paso a una carrera desenfrenada de los carruajes para abandonar la carga que transportan.


A estas observaciones seguirán otras parecidas que hablan de las apariencias, la hipocresía, los convencionalismos. Aquel es un nuevo escenario urbano que la impulsa a repensar la ciudad. Las calles ya no son el lugar donde había transcurrido su niñez y su juventud, extensión del espacio familiar de su crianza. No. La ciudad, cualquier ciudad, eliminadas las vinculaciones afectivas que desprenden sus piedras y los lazos familiares que enraízan su trama urbana, se convierte en un desnudo escenario en el que sus habitantes muestran lo más profundo de su ser. No tardando, la hipocresía y los convencionalismos que ha visto en la ciudad moderna la empujarán a volver sus ojos a los efectos salutíferos que, en el pasado, le ha regalado su amada Naturaleza.

El caso es que en el mes de febrero de 1880 el capitán de Infantería Rafael de Laiglesia cesa en su destino, pasando a la situación de reemplazo; posteriormente, se le concede el cambio de residencia a Madrid. Así es que, tras algo más de tres años y medio residiendo en Zaragoza, Rosario está de nuevo en su ciudad natal. Seguramente está feliz por recuperar un escenario que conoce bien, por estar con los suyos, pero ahora quiere vivir lo más cerca de la naturaleza que sea posible. Lo tenía tan claro, estaba tan decidida, que las palabras con las cuales años después recordaba este momento aún rezuman resolución y firmeza: «Impuse al matrimonio la condición expresa de vivir en los campos, pues nada me importaba que el hombre corriese al placer ciudadano, si era respetado mi aislamiento campestre». Fue en Pinto donde encontró el lugar que estaba buscando. Entre las diversas razones que la llevaron a tal elección, dos son las que, en mi opinión, debieron de resultar decisivas. La primera tiene que ver con ese aislamiento al que alude, pues la que será su vivienda va a estar un tanto alejada del centro urbano de una pequeña población, que tan solo supera en unos cientos los dos mil habitantes; la segunda, con la cercanía a la estación del ferrocarril que une la capital con Aranjuez. Aislamiento sí, pero cerca de los suyos, a poco más de media hora de Madrid.

En los primeros meses de 1881, ya se encuentran en su nueva residencia, tras haberle sido concedido a Rafael el preceptivo permiso para residir en la localidad; también su pase a la situación de supernumerario sin sueldo por el término de tres años, a fin de dedicarse a asuntos de familia. Villa-Nueva la llama: el escenario de su nueva vida. Con la ayuda, en calidad de sirvientes, de un matrimonio manchego y de su hija, a los cuales, gracias al capital que por entonces poseía, podía pagar espléndidamente, se dispuso a disfrutar de aquel oasis, con la firme pretensión de convertir su morada en una unidad de producción autosuficiente, al tiempo que acogedora estancia para el esparcimiento de sus moradores. Tal y como ella nos ha contado, su nueva villa pinteña disponía de un palomar; un corral con gallinas de variadas razas; un establo con dos caballos, fuertes y mansos; frutales diversos; arbustos y plantas de todas clases; un maizal, una cuidada huerta… y todo ello bien regado por múltiples regueras de animada agua. 

No tardando sabrá que no solo ha cambiado su escenario vital con su venida a Pinto; también lo hará su entorno familiar. El primo Pedro Manuel de Acuña y Espinosa de los Monteros es nombrado por entonces director general de Agricultura, y este nombramiento tendrá trascendencia para la vida de Rosario y los suyos. Poco después de tomar posesión de su cargo, el tal Pedro Manuel empieza a situar a sus familiares en el Ministerio de Fomento: Cristóbal de Acuña Solís se convierte en comisario de Agricultura en la provincia de Jaén y Felipe, hermano del anterior y padre de Rosario, abandona su condición de jubilado por enfermedad y es reincorporado a su puesto de jefe de Administración de cuarta clase, pasando a convertirse en su más cercano colaborador, lo cual, a qué dudar, facilitaría que Rafael de Laiglesia, el marido de su hija, fuera nombrado visitador de Agricultura con un sueldo anual que triplica el que percibía en el Ejército, y que en la misma fecha pasara a formar parte, con el correspondiente sueldo, del equipo responsable de la edición de Gaceta Agrícola, publicación trimestral que edita el Ministerio de Fomento, y en la que también colaborará Rosario.

Entusiasmada con aquel prometedor futuro que se abre de nuevo en su vida, recuperado su ánimo por efecto de los salutíferos aires campestres, convencida, en fin, de la influencia regeneradora de la vida en el campo para las personas y para la sociedad, se muestra decidida a propagar sus ideas. Quiere esparcir la nueva simiente regeneradora en terreno apropiado: en el de la mujer sensata, con cierta preparación, abierta a las ideas razonables que puedan mejorar la vida de su familia. En el ejemplar de la revista El Correo de la Moda publicado el 11 de marzo de 1882 aparecerá el primero de sus escritos, que constituye un compromiso de comunicación periódica con las lectoras, para contarles sus experiencias y convicciones en una serie de artículos que aparecerán bajo un título genérico, que habla bien a las claras de sus intenciones: En el campo. Desde las páginas de esta publicación, subtitulada «Periódico ilustrado para las señoras», ira desgranando entrega a entrega las bondades que para las familias y para la patria representa la vida en contacto con la naturaleza. 

Ciertamente, la mudanza tiene visos de haber sido exitosa, por más que en los primeros momentos la cosa no estuviera nada clara, pues, según nos ha contado la nueva vecina, una vez que estuvo terminada la casa, hubo quien se dedicó a apedrear las ventanas y así se pasaron varios meses, sustituyendo los cristales rotos. Por suerte para ella, el Ayuntamiento de Pinto llevaba tiempo intentando conseguir, sin éxito, autorización para organizar una feria de ganados; por suerte para ella su primo Pedro Manuel está al frente de la Dirección de Agricultura y su padre, además de su mano derecha en el Ministerio, es miembro de la Junta Central de Exposiciones Agrícolas. No hubo que esperar mucho tiempo para que se firmara la ansiada autorización, que iba acompañada de una dotación de 3 000 pesetas para premios. Con el permiso en una mano y con un arma de fuego en la otra, la nueva pinteña se presenta ante el alcalde dejando bien a las claras su firme voluntad de resolver aquel asunto de los cristales, aunque para conseguirlo alguno de sus vecinos tuviera que recibir una buena perdigonada.

Todo indica que aquella visita surtió efectos inmediatos. No se volvieron a romper más cristales y la exposición de ganado del país se celebra en agosto del año ochenta y dos, coincidiendo con las fiestas en honor de la patrona de la villa. A la inauguración acudió el señor director de Agricultura y otros altos cargos del Ministerio de Fomento. Dentro de los actos programados se incluyó una visita a la casa de Rosario de Acuña, donde los ilustres visitantes fueron agasajados por el padre y la madre de la propietaria, al encontrarse ésta ausente de la localidad, de viaje en Burdeos. 

En efecto, Rosario y Rafael se habían marchado semanas atrás. Es lo bueno que tiene vivir en Pinto: lejos de la ciudad y en contacto con la naturaleza, pero conectados al mundo gracias al ferrocarril. No cabe duda que la situación ha cambiado de forma radical para el joven matrimonio; nada que ver con los tiempos de Zaragoza. El nuevo trabajo de Rafael, más próximo a las expectativas que por entonces tiene su mujer, y la tranquila y salutífera vida que llevan en el campo parece que han mejorado su relación, y la pareja se anima a realizar durante el verano un largo viaje por diversos lugares de España y de Francia, del que ha quedado fiel constancia en la hoja de servicios del militar y en el escrito que publica Rosario en el madrileño El Liberal con el título «Desde Pau a Panticosa», fechado en septiembre en esta localidad oscense. Durante el año siguiente, Rafael continúa en su puesto en el Ministerio de Fomento y en la Gaceta Agrícola, donde su mujer publicará, al menos, tres trabajos: Influencia de la vida del campo en la familia, El lujo en los pueblos rurales y La educación agrícola de la mujer.


La nueva vida en el campo parece satisfacerla plenamente. En aquella cotidianidad, apartada del lujo, de la vanidad, de las convenciones, de la envidia, la vida se torna más natural, más pura, más digna de ser vivida. Sin embargo, cuando apenas ha empezado a disfrutar del nuevo escenario, aquella esperanzadora etapa va a verse bruscamente trastocada. En el mes de enero de 1883 fallece su padre, joven aún, pues apenas cuenta cincuenta y cuatro años de edad. Su prematura muerte pilló por sorpresa a su hija, dejándola postrada por el dolor, desconsolada por la ausencia, naufragando en un mar de dudas. 

La muerte de su querido padre parece precipitar la ruptura definitiva de su matrimonio. En el mismo mes de enero Rafael cesa en su puesto de visitador de Agricultura y en la Gaceta Agrícola; cuatro meses después, se convierte en el nuevo jefe de la Sección de Contribuciones de la sucursal del Banco de España en Badajoz. Desde entonces sus vidas discurrirán por alejadas trayectorias. Huérfana de padre y definitivamente separada de su marido, los meses que siguieron a aquel aciago inicio de 1883 conformaron un tiempo de gran trascendencia para nuestra protagonista, a juzgar por el brusco giro que, tiempo después, tomó su vida. A lo largo de aquellos meses de existenciales dudas, de profundas vacilaciones, de repensadas vivencias, se fue produciendo un proceso de reacomodo, de cambio, que tan solo necesitó de un pequeño empuje para provocar los cambios que siguieron.


El detonante se produjo cierto día cuando, al regresar a Pinto después de uno de sus viajes a la capital, se paró a leer los papeles que envolvían los paquetes que había traído. Eran las hojas de un periódico que nunca antes había leído: Las Dominicales del Libre Pensamiento. Allí encontró, hecho tinta, el ideal de libertad. Tras este primer encuentro con el aún joven semanario, Rosario se convirtió en fiel lectora de sus páginas. Tan solo veía un problema, tan solo encontraba un punto débil en aquel proyecto: En su opinión, era imposible defender la libertad de pensamiento sin contar con la mujer. 

 Convencida de que no se puede vencer en aquella batalla sin entrar en lo más íntimo del hogar, convencida de que resulta imprescindible cubrir aquel flanco, Rosario de Acuña decide dar un paso al frente, haciendo pública su adhesión a la causa. A partir de ese momento inicia lo que bien pudiéramos llamar La campaña de Las Dominicales. Durante siete largos años, amparada y reconfortada en el salutífero escenario de su Villa Nueva pinteña, Rosario se entrega a la tarea de combatir a los enemigos de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre, y el semanario se convierte en el instrumento más eficaz. Su palabra es seguida con expectación por un creciente número de mujeres, como bien prueban las adhesiones y cartas de agradecimiento que fueron publicadas en el periódico semana tras semana. Proceden de los lugares más diversos, pues su voz se desparrama por la geografía patria, alcanzando localidades pequeñas y recónditos rincones. En cualquier lugar donde se encuentre un corresponsal de Las Dominicales, hasta allí llegarán sus palabras, su testimonio, las noticias de su lucha, la última hora de su campaña... En las páginas del semanario aparecerá todo cuanto con ella tenga que ver: las colaboraciones que envía a sus directores, las conferencias que pronuncia, los escritos que se publican en otros periódicos, las noticias de sus viajes, las reacciones que provoca su presencia en los lugares que visita, las persecuciones, los insultos, las denuncias... 

La suerte está echada. Desde el mismo momento en que los ejemplares de aquel número de Las Dominicales llegaron a sus destinatarios, su incorporación es acogida con gran satisfacción por los lectores. A partir de entonces, las páginas del dominical van a ir mostrando, semana a semana, el entusiasmo con el que se ha recibido la llegada de la autora de Rienzi: felicitaciones de distintas logias masónicas, agradecimientos de los colaboradores del periódico, reconocimiento de asociaciones de mujeres… Claro está que también se encontró con otras reacciones bien diferentes. Como ella había supuesto, defender públicamente la libertad de pensamiento en la España de la Restauración, en la que el pensamiento colectivo estaba regido por el monopolio de la doctrina católica, suponía entrar en una cuarentena social, arrostrar cierto grado de ostracismo, encontrar cerradas puertas que antes habían estado entreabiertas; y más en su caso, que hasta no hace mucho tiempo había pertenecido al sector más beneficiado de la sociedad.


Contaba con ello, sabía que había cruzado a la otra orilla, y no le quedaba otra que buscar posibles aliadas en aquel desigual enfrentamiento, en su lucha por dignificar a la mujer, por eliminar las ataduras que la tenían recluida en el reducto doméstico. Las opciones eran escasas, pues apenas unas pocas habían conseguido desembarazarse del férreo control clerical, y solo algunas habían logrado fraguar algún tipo de colaboración entre ellas. Tal era el caso del movimiento espiritista que se había formado en torno al semanario La Luz del Porvenir, fundado por Amalia Domingo Soler en 1879. Escrito por mujeres y dirigido a las mujeres, sus páginas estuvieron siempre abiertas a cuanto tuviera que ver con la defensa de los derechos de la mujer, el librepensamiento y el laicismo. Desde los inicios de su campaña, Rosario encontró en aquel círculo un fiel aliado y la revista se convirtió en altavoz de su palabra, reproduciendo con prontitud los escritos publicados en Las Dominicales. No obstante, había otro grupo de gran atractivo para ella: la masonería, institución que vivía por entonces una etapa de apertura a la presencia de la mujer, con logias integradas exclusivamente por mujeres –las llamadas «logias de adopción»– o con logias mixtas, en las cuales las mujeres tenían los mismos títulos, ritos y derechos que los hombres. Aquel parece ser un sólido bastión estratégico en su lucha por la libertad de conciencia. 


De todas las colaboraciones que mantiene en estos primeros meses de militancia en el librepensamiento, quizás sea la de La Humanidad, publicación de la logia alicantina Constante Alona, la que mayor trascendencia tendrá en su nueva andadura. En la cámara de adopción de la citada logia están integradas doce mujeres que ven con muy buenos ojos la posibilidad de que Rosario de Acuña pudiera ingresar en la masonería, lo cual resultaría muy beneficioso para ellas. A sus compañeros masones tampoco les parece mal la idea, pues creen que contar en sus filas con tan destacada defensora de la libertad de conciencia impulsará a otras mujeres a seguir sus pasos. De ahí la persistencia de los responsables de la logia alicantina ante la escritora; de ahí el caluroso recibimiento con que la acogieron cuando en febrero de 1886 se desplazó de Pinto a Alicante para protagonizar un recital poético; de ahí, también, la premura con la que se llevó a cabo el procedimiento para su ingreso. Cabe pensar, por tanto, que el interés fuera mutuo. 

 Convertida ya en Hipatia, su nombre simbólico, no consta que Rosario de Acuña mantuviera una participación activa en el seno de la logia Constante Alona, menos aún que asistiera a alguna de sus reuniones o tenidas. Una vez que regresa a Pinto, su relación con la masonería se situará en un ámbito más simbólico que orgánico, participando en algunos actos institucionales y relacionándose con algunos de sus más destacados representantes. Es en este contexto en el que deberíamos enmarcar los intentos del vizconde de Ros, Gran Comendador del Gran Oriente Nacional de España, para lograr que Rosario, «su queridísima hermana», dirigiera un periódico masónico. Aunque ella rechaza el encargo, se ofrece a colaborar en su puesta en marcha, convencida como está de que el engrandecimiento de la masonería puede propiciar un escenario más favorable al desarrollo moral e intelectual de la mujer, a su equiparación con el hombre; y no desaprovechará su privilegiada situación en la orden para manifestarlo así ante sus hermanos y hermanas, tal como había hecho en la ceremonia de inauguración de un colegio-asilo para huérfanos de masones, aquí cerca, en Getafe.


Además de ser ya conocida como una luchadora por la libertad de conciencia, ahora también lo será por masona. Es blanco fácil de los sectores clericales y de la prensa confesional. Sigue la lucha. Entre refriega y refriega, entre batalla y batalla, Rosario disfruta del reconfortante abrazo de la naturaleza, de la compañía de sus palomas, de sus gallinas y de su Viejo de entonces, el fiel caballo que la acompaña en sus expediciones; disfruta también del aroma de sus plantas y de la sonoridad de las regueras que alimentan su huerta y sus frutales. Disfruta de su Villa Nueva, aquella casa situada a las afueras de una pequeña localidad, alejada de todo. Lee, medita, escribe, aprende. Y ahora lo hace sin el temor a quedarse a oscuras, a no ver, pues en la primavera de 1885 quedó liberada de aquella lacra que la tenía condenado a la visión temporal, a la ceguera intermitente. Al fin, merced a una exitosa intervención quirúrgica realizada por el doctor Santiago de los Albitos, sus ojos pueden ver sin temor a que cualquier contratiempo, cualquier infección, los nuble por enésima vez. La operación tuvo lugar en el Hospital Asilo de Santa Lucía que el doctor Albitos había abierto un año antes en la madrileña calle de la Ruda, en pleno barrio de La Ribera. Allí le devolvió la luz a Rosario de Acuña, que desde entonces pudo utilizar su desarrollada capacidad de observación sin tasa.


El ansia de ver, de saber, de conocer, la llevó a adentrarse en el estrecho límite existente entre la maldad y la locura, a indagar acerca de las alteraciones que pueden conducir a los hombres a la perversión y al delito, a dilucidar el papel que la sociedad desempeña en su comportamiento, a analizar hasta qué punto el alejamiento de la naturaleza es responsable de la degeneración moral. Impulsada por el deseo de acercarse a los conocimientos psicológicos, se desplaza hasta Carabanchel para visitar el hospital mental del doctor Esquerdo; convoca un premio de investigación para que los especialistas debatieran sobre los límites entre la cordura y la locura; y realiza un seguimiento exhaustivo de dos de los sucesos que mayor conmoción producen en la sociedad de entonces: el Caso Galeote y el crimen de la calle de Fuencarral. El primero, sucedido en abril de 1886, tiene por protagonista al cura Cayetano Galeote, quien disparó a quemarropa tres tiros al primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá; el segundo salta a las páginas de los periódicos dos años después, cuando la policía descubre el cuerpo sin vida de una viuda rica, asesinada en extrañas circunstancias. Era tal su deseo de conocer los pormenores que pudieran explicar las razones por las cuales los hijos de la sabia Naturaleza se convierten en criminales, que no duda en recorrer diariamente el trayecto Pinto-Madrid para acudir a la sala donde se celebra la vista y lo hace provista de lápiz y cuartillas, dispuesta a anotar todo cuanto de interés allí se diga. El resultado de todos sus estudios e investigaciones lo sintetiza en el subtítulo del folleto que publica sobre El crimen de la calle de Fuencarral: Odia el delito y compadece al delincuente.


Animada por idéntico deseo de saber, y también por el de disfrutar del contacto con su amada naturaleza, cada año, cuando el sol comienza a calentar las tierras, parte de su casa de Pinto a lomos de un dócil caballo, con escaso equipaje en la grupa y acompañada en las primeras expediciones por su viejo criado Gabriel. Durante semanas cabalgan por las tierras de su querida España, en largas jornadas en las que recorren de seis a ocho leguas diarias (lo que, en medida actual, supone varias decenas de kilómetros, entre 33 y 44), y que finalizaban con un merecido descanso, bien en una pensión, bien al resguardo de una tienda de campaña. Además de disfrutar de los paisajes, además de estudiar con detenimiento los usos y costumbres de sus compatriotas, no le faltarán ocasiones para comprobar hasta qué punto es conocida su labor de propaganda en pro de la libertad de conciencia. Habrá lugares en los que se sentirá bienvenida y otros en los que su visita despertará, cuando menos, recelos. 


De algunas de estas expediciones contamos con referencias, pero de la que realiza en 1887 tenemos una información más detallada. Aquel viaje que tuvo por escenario las tierras del Norte es diferente, pues tiene pensado escribir un libro «sacando a la luz a los hijos del pueblo de las montañas y las costas», razón por la cual toma notas de todas sus andanzas. La expedición da comienzo en León, lugar al que probablemente Gabriel, Rosario y su yegua Chiquita llegarían desde Pinto en ferrocarril. Tras detenerse en Pola de Gordón, transita por tierras asturianas, con paradas en Trubia (donde constata el férreo control al que están sometidos los obreros de la fábrica de armas por parte de los militares que la dirigen) y Luarca, villa en la que es agasajada por parte de sus vecinos mientras otros la reciben con amenazas de muerte. 


Se adentra después en las tierras gallegas, con estancia en La Coruña que aprovecha para asistir a la romería de Arteijo (Arteixo), donde presencia un ritual que tiene por protagonistas a varios «endemoniados», que son llevados ante la imagen de la santa para que arrojen el enemigo que llevan dentro. No solo es incapaz de aguantar hasta el final, sino que se apresura a contar en Las Dominicales los horrores provocados por aquella vil superstición. El eco de aquellas palabras parece que provoca la indignación de algunas autoridades locales. Doña Rosario y su acompañante son seguidos por un jinete. Al poco de instalarse en una pensión de Barco de Valdeorras, allí se presenta el juez de primera instancia acompañado de un escribano para interrogarla, pues hay una denuncia contra ella: se la acusa de ser una conspiradora, de repartir proclamas revolucionarias, de ser una instigadora de tenebrosos planes de levantamientos sociales...

Tras el viaje de vuelta desde León, una vez de nuevo en Pinto, toca reflexionar acerca de todo lo ocurrido. Quizás entonces le diera vueltas a la necesidad de poner un final a aquella campaña, quizás entonces fue cuando tomó la decisión de retirarse para siempre del trabajo activo de la inteligencia a la crítica edad de los cuarenta, resolución que tan solo unos meses después comunicará por carta a Alfredo Vega, vizconde consorte de Ros y gran comendador del Gran Oriente Nacional de España. Mientras llega ese momento, debe proseguir su andadura por aquel sendero en el que voluntariamente se había adentrado a finales del ochenta y cuatro. Ya en su carta de adhesión daba por supuesto que era estrecho y estaba orlado de precipicios y que de sus orillas surgirían las alimañas más estrambóticas. Ella tan solo contaba con el reconfortante abrigo de su oasis pinteño y con su palabra como única arma. De ahí que no desaprovechara tribuna propicia para propagar sus ideas. El Fomento de las Artes, una «sociedad de artesanos, artistas, industriales y de todos aquellos que puedan contribuir a la emancipación de las clases trabajadoras», era en los años ochenta un activo centro de educación popular en la capital, y allí pronuncia a lo largo de 1888 dos conferencias, las dos centradas en la llamada cuestión de la mujer: en el mes de enero, la que lleva por título «Los convencionalismos»; tres meses después la titulada «Consecuencias de la degeneración femenina». La segunda fue la que tuvo una mayor repercusión, pues hubo algunos periódicos que salieron un tanto airados a la palestra. En un escrito publicado por La Unión Católica la conferenciante es tratada como una enferma ya desde el principio; lo que sigue es del mismo tenor: tacha de pornográfica parte de la conferencia y pone en duda el estado intelectual y moral de la conferenciante. El asunto terminará en los juzgados.

Menos mal que tiene un lugar para retirarse, menos mal que puede refugiarse en brazos de la naturaleza, beneficiarse de sus efectos salutíferos. Cuenta que en una ocasión, estando de paso en Madrid, cogió un catarro «de esos de mano armada, que son primos hermanos de la pulmonía». Pues bien, llegó a Pinto, aparejaron sus caballos, se metieron en el tren y a las pocas horas estaba junto a su criado en Cercedilla. A pesar de la fiebre, de los escalofríos y de los dolores aplastantes en sus articulaciones, montó a caballo y se adentraron en el frondoso pinar que desciende hasta El Espinar. Hicieron parada al lado de un manantial cristalino. Bebió su agua endulzada con miel y calentada en la cocinilla de campaña. Se hizo un lecho de monte con las mantas de los caballos… Y respiró, y respiró. A las pocas horas, su pulso era normal, no tenía fatiga, ni dolores… 

No fue este el único escrito en el que nos habla de los efectos sanadores de su amada Naturaleza, del disfrute que experimenta en lo más alto de las montañas, donde puede contemplar toda su belleza sin obstáculos. Otros hay en los que menciona expediciones por el Sistema Central, Sierra Morena o la cordillera Cantábrica, «Peñas de Europa» incluidas, con un recuerdo especial a la ascensión al pico Cordel, el dosmil más oriental, en cuya cima cuenta que puso una bandera gigantesca con un «¡Viva la República!» y un «¡Viva la libertad de pensamiento!» enlazados a su nombre… De sus expediciones por el macizo oriental de los Picos de Europa, donde parece probado que ascendió a varias de sus cumbres, nos ha dejado descrito un momento de plenitud, de comunión con la Naturaleza. Tras una ascensión de cierta exigencia, con algunos pasos entre peñas y neveros, aquella mujer, que aún no ha cumplido los cuarenta, y su joven acompañante alcanzan a coronar la cima de El Evangelista, también conocido como Pica del Jierro. Allí, a más de dos mil cuatrocientos metros de altitud, sus ojos ya curados gracias al doctor Albitos, se deleitan contemplando un paisaje majestuoso, que alcanza a describir con unas pocas palabras: «El Cosmos surgía allí, eterno, infinito, anonadando nuestra pequeñez de átomos con sus inmensidades de Dios...».


Recuperada la escala y pequeñez humana, no puede obviar las persecuciones, los insultos, las querellas; tampoco los problemas con la correspondencia que no siempre llega a su destino y que en otras ocasiones lo hace con evidentes señales de registro... Ella quisiera vivir en un lugar aún más aislado, convencida como está de que, incluso en los más pequeños pueblos rurales se tiende a imitar los convencionalismos ciudadanos. Aunque en Pinto también hay librepensadores, aunque también hay activos republicanos, aunque cuenta con amigos a quienes siempre encontró cuando los necesitó, aunque sus convecinos respondieron generosamente cuando salió a pedir ayuda para las víctimas murcianas del cólera, también sabe que en ese pueblo, como en todos, se practica la maledicencia de los salones, en cuya práctica destacaba una mujer a la que llama «la barbera», hija de su padre y ahijada, entrecomilla ella, de un rico barbero de Madrid. Doña Rosario nos cuenta que la tal mujer, «Beata a macha martillo y casada en segundas nupcias con un ricacho», había hecho todo lo posible por captarla para su círculo. Habiéndose presentado cierto día en su casa con su primer marido, de visita, para conocerla, y no habiendo sido invitada a pasar más allá del vestíbulo o antesala, la barbera desató su furia contra ella, y desde entonces se dedicó a «tejer y retejer cuantas infamias y calumnias puede inventar una hembra, bruta, fea, beata y desairada». En fin. Se aproxima 1890, el año en el que cumplirá los cuarenta años, el momento que ha fijado para dejar la lucha activa. (

La ocasión resulta propicia para preparar algo especial, su despedida. Buena conocedora de la eficacia del teatro como medio de propaganda, urde una efectista trama argumental: un joven vecino de una pequeña aldea pretende convertir la ermita de la localidad, comprada por una fuerte suma al obispado, en una casa de salud que aprovechara las aguas medicinales que afloran en sus proximidades. Ramón de Monforte, joven, rico, republicano y librepensador, pretende además combatir con cultura e instrucción las creencias supersticiosas que anidan en las gentes de aquel remoto lugar. Con la colaboración de su prometida Isabel de Morgovejo, pretende que la racionalidad anide entre sus convecinos con la puesta en marcha de una escuela, una granja modelo y un instituto industrial que se construirán a su cargo. No obstante, la envidia y el fanatismo, sutilmente alimentados durante largos años por el magisterio del padre Juan, un sombrío franciscano de gran ascendencia sobre la población, darán al traste de manera trágica con aquellos proyectos de Isabel y Ramón. 

La apología de la libertad de conciencia, del librepensamiento, que se realiza desde el inicio al final de la obra se apoya en un planteamiento claramente maniqueo: ensalza al protagonista, al joven librepensador, al que adorna de todo tipo de virtudes, convirtiéndole finalmente en mártir; al tiempo que demoniza al padre Juan, a quien, a pesar de no pronunciar ni una sola palabra a lo largo de los tres actos, convierte en la sombra que domina las conciencias del pueblo y en el responsable último del asesinato del idealista y desinteresado protagonista. Es muy fácil tomar partido: el bueno resulta muy bueno y el malo, malísimo. 

La obra ya está escrita; resta ahora todo lo demás, que no es poco. Su autora llamó a muchas puertas, pero ningún empresario quiso participar en aquella aventura. Decidida como estaba a dar aquella última batalla, no le queda otra que poner todo de su parte, incluso su dinero, para lograr el objetivo. Forma una pequeña compañía con actrices y actores aficionados, dirige los ensayos, alquila el teatro, cuida de los detalles de los decorados y el vestuario y, al fin, tras dos meses de preparativos, en la noche del viernes 3 de abril de 1891, con el oportuno permiso gubernativo en la mano, se alza el telón del madrileño teatro Alhambra para presentar en sociedad aquel drama que ya no es histórico, que ya no es en verso.

 


La expectación era grande y se llenó el teatro la noche del estreno. Aplaudieron con entusiasmo y reclamaron la presencia de la autora en el escenario. Bien es verdad que la mayor parte del público asistente debía de comulgar con la causa. No toda, ciertamente, pues a la mañana siguiente el gobernador de Madrid suspendió las representaciones de la obra. La batalla de El padre Juan se salda con sombras y luces, descalabro económico y estimulante cierre de filas en torno a su persona, por parte de quienes ansían una patria libre del pesado yugo de la superstición y el fanatismo. Alejada del campo de batalla, en la tranquilidad de su villa campestre, analizando con mesura los lances de aquella última batalla, resuelve esperanzada que entre la sarta de daños florecen los beneficios. 

Termina aquí el angosto sendero por el que se adentró hace años, tras dejar atrás aquel otro de fácil caminar por el que había transitado en su niñez y juventud en compañía de los suyos. Bien parece que el tramo que ahora inicia, cumplidos los cuarenta años, presagia un caminar más sosegado: la posibilidad de disfrutar durante más tiempo de cuanto le ofrece su villa pinteña, tan lejos de todo y tan cerca de la naturaleza; de los animales que la pueblan, de los árboles frutales, de los delicados aromas de sus plantas, del murmullo del agua que las riega. Pero, a poco de haber comenzado esta nueva etapa en su vida, la picadura de un insecto trastocó todos sus planes.

 

Parece ser que en alguno de los parajes por ella visitados fue picada por un mosquito que por entonces propagaba por España el paludismo, malaria o tercianas (una enfermedad endémica en nuestro país, que no se consideró erradicada de manera oficial hasta el año 1964). Un par de semanas después de aquella picadura aparecieron los primeros síntomas. Al principio, las fiebres palúdicas no parecían graves, pero se hicieron resistentes y su estado agravó. Fue entonces cuando, desoyendo su instinto, partidario de combatir la enfermedad con pequeñas dosis de quinina, aceptó trasladarse a la Corte para ser tratada de forma conveniente por la ciencia médica. Recluida en aquel espacio urbano del que hace años huyó, su estado se complica. Lejos de mejorar, los episodios febriles se suceden con subidas de temperatura. A pesar del tratamiento de choque, la malaria pasa de la fase aguda a la fase crónica. Fueron varios meses de «agonía perpetua» durante los cuales la evocación de los espacios naturales por ella tan bien conocidos, tan bien disfrutados, ejercían en su organismo un efecto reconstituyente que le daba fuerzas para luchar contra aquel mal que la tenía postrada en cama. La esperanza de poder volver a contemplar los «acantilados ciclópeos sacudidos por las rompientes del Océano» resultaba la mejor pócima para su postración. Al fin, su firme voluntad de vivir, el cariño y cuidado de los suyos y las atenciones médicas recibidas obtienen sus resultados. Superada la fase crítica de la enfermedad, en la dedicatoria de uno de sus cuentos, publicado en la prensa madrileña en el verano de 1892, manifiesta su voluntad de marchar por largo tiempo, quizás para siempre, añade, a orillas del Océano.

 Lo tenía en mente, y aunque no lo hizo de manera inmediata, corrió a las costas gallegas, a los acantilados oceánicos que reciben las salutíferas corrientes del Mar de los Sargazos, acribillándose ella misma a inyecciones de quinina para no decaer en su resolución. Marchó a Galicia con el firme convencimiento de que en aquellas tierras alejadas de los ponzoñosos vientos cortesanos, encontraría la curación para el cuerpo y la tranquilidad para el espíritu. Nos consta que estuvo en varias ocasiones, y aunque no fuera allí donde finalmente fije su nueva residencia, lo que ya parece tener claro es que abandonará Pinto para vivir junto al mar. Sabemos de la venta de su Villa Nueva a un convecino, un concejal sagastino, el cual y dicho sea de paso, no quería pagársela de buen grado, y sin su dinero se hubiera quedado de no ser por los buenos oficios de Pi y Margall. Sabemos también que en 1895 se encuentra empadronada junto a su madre en el número 35 de la madrileña calle de Bailén.

Cuando aquella joven, esposa defraudada y ciudadana desencantada, decidió a principios de 1881 instalarse en su Villa Nueva pinteña para rodearse de animales y plantas, era una prometedora rama de un tronco de viejo abolengo; una Acuña emparentada con gobernadores, ministros y miembros del alto clero; una hija de la burguesía que había sido criada en la ortodoxia católica y en los postulados de la monarquía liberal; tenía un cómodo vivir, era una prometedora poeta y dramaturga… A mediados de los noventa, cuando cerró para siempre su casa próxima a la estación y apartada de la zona más céntrica de Pinto, Rosario de Acuña formaba parte de una minoría disidente, integrada por masones, librepensadores o republicanos. 

Cierto es que nació en Madrid el primer día del mes de noviembre de 1850, pero creo que, a la luz de lo que conocemos, bien podemos decir que Rosario de Acuña y Villanueva comenzó a renacer cuando, para reencontrarse con la Naturaleza, se instaló en su Villa Nueva. En Pinto se desprendió de buena parte de su equipaje. En Pinto abandonó su prometedora carrera literaria, se separó de su marido, se alejó del guion monárquico y clerical que había guiado el confortable sendero que, cómo hija de la burguesía, le había tocado recorrer. En Pinto inició una nueva andadura, convirtiéndose en tenaz propagandista de la libertad de conciencia, en empecinada luchadora contra la marginación de la mujer, en incansable defensora de los más desfavorecidos… 

Muchas gracias por su atención. 

 



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