17 noviembre

30. El cerebro de la mujer


A mediados del siglo XIX las mujeres españolas saben que el hombre ostenta la hegemonía y que ellas tienen asignado un papel secundario en la sociedad, por mucho que quien rija los destinos del país sea una mujer o que los poetas engalanen a sus madres, amantes o esposas con guirnaldas de coloristas palabras. Los hombres tienen reservado para sí el espacio público, la vida social, el mundo de los negocios y la política. A las mujer les corresponde el espacio doméstico, el cuidado del hogar, la atención de los padres, de los hijos y del esposo. No es otro el destino que le aguarda a Rosario de Acuña y Villanueva cuando el viernes 1 de noviembre de 1850 ve las primeras luces de la vida.

La firma, meses después de su nacimiento, del Concordato entre Su Santidad el Sumo Pontífice Pío IX y Su Majestad Católica Doña Isabel II Reina de las Españas elevará a categoría de ley la interpretación bíblica acerca de la diferenciación de roles entre hombre y mujer, de la que puede ser buen ejemplo este fragmento:

La mujer déjese instruir en silencio con toda sumisión. No tolero que la mujer enseñe, ni que se tome autoridad sobre el marido, sino que ha de mantenerse tranquila. Pues Adán fue formado el primero, luego Eva. Y no fue Adán quien se dejó engañar, sino Eva, que, seducida, incurrió en la transgresión. Se salvará, sin embargo, por la maternidad, si persevera con sabiduría en la fe, la caridad y la santidad (I Timoteo, 2, 11-15).

No obstante, hombres habrá que no se sentirán cómodos teniendo la Biblia como único argumento para justificar sus privilegios. Su mente, abierta e ilustrada, necesita argumentos científicos que vengan a probar la supremacía intelectual del hombre. De ahí que no duden en echar mano de los estudios que había realizado el doctor Franz Joseph Gall (1758-1828) que se había dedicado a estudiar la conformación externa del cráneo y las posibles relaciones que ésta pudiera tener en la configuración de las zonas cerebrales y en los procesos mentales por ellas regulados. Una de las conclusiones recogidas en su obra Recherches sur le système nerveux en général, et sur celui du cerveau en particulier (París, 1809), era que el cerebro de la mujer estaba menos desarrollado en su parte antero-posterior que el de su compañero de especie, razón por la cual sus facultades intelectuales eran, por naturaleza, inferiores a las de los hombres.

El doctor Franz Joseph Gall en un  grabado publicado en 1847

¿Qué más se podía pedir? La Frenología, la razón científica, daba carta de naturaleza a la situación. El hecho de que no hubiera mujeres en la vida pública obedecía simple y llanamente a que su cerebro estaba menos desarrollado que el del hombre, como bien probaban los voluminosos tratados del doctor Gall.

Frente a la verdad científica, que da carta de naturaleza a la Verdad religiosa, escasas son las mujeres que en España se atreven públicamente a plantear objeciones a la comúnmente aceptada inferioridad de la mujer con respecto al hombre. Ahí están los ejemplos de Inés Joyes y Blake y de Josefa Amar y Borbón, a finales del XVIII; o los de Carolina Coronado y Concepción Arenal en la segunda mitad del XIX.

Rosario de Acuña y Villanueva, que tuvo la suerte de contar con una inusual formación en todo lo relacionado con las Ciencias Naturales, dedicó un tiempo a estudiar los argumentos frenológicos: en una carta publicada el 5 de octubre de 1886 (⇑) en el diario madrileño El Resumen afirma disponer en su biblioteca de varias obras especializadas sobre la materia, «aumentadas con las que va produciendo la ciencia europea en este género de conocimientos». Se dedica a estudiar los argumentos frenológicos y todo lo que sobre ellos se dice en Europa y lo hace con la finalidad «de hacer el estudio comparativo entre el hombre y la mujer y como uno de los elementos primordiales para testificar mi razón cuando del asunto se trate en límites extensos».

Analizados los argumentos del doctor Gall, no tardan en salir de su pluma respuestas contundentes. Así en Algo sobre la mujer (⇑), publicado en 1881 señala:

...no se me venga con la fisiología a probar que nuestro cerebro, en cantidad y calidad es inferior al del hombre e igual casi al del hotentote, último ser de la escala racional, el más inmediato al cuadrumano, porque a esto respondo yo que órgano que no se utiliza concluye por atrofiarse, y que si desde nuestras más remotas abuelitas se vino relegándonos al pasivo papel de los irracionales, nada tiene de extraño que las nietas de tantas generaciones de necias tengan en su masa encefálica una infinitesimal cantidad de sustancia gris y un escasísimo volumen de cerebelo.

No puede rebatir, carece de datos para ello, que el cerebro de la mujer sea más pequeño que el del hombre y echa mano de la postergación ancestral de la mujer: es pequeño porque no ha podido desarrollarlo. Argumento que vuelve a utilizar en la conferencia Consecuencias de la degeneración femenina (⇑) que pronuncia en el mes de abril de 1888 en la sede de la sociedad Fomento de las Artes de Madrid:

¡Justicia es lo que necesitamos, no galantería! Que la mujer tenga conciencia de sí misma; hacedla inteligente. Para que tenga inteligencia desarrollad su organismo con elementos iguales que aquellos que rigen la educación del varón; para atraer sobre ella estos elementos y no chocar de frente con las corrientes enervadoras que nos rodean, fundad el hogar campestre donde llevéis a reposar a la familia en largas temporadas; el hogar en el seno de la naturaleza en donde luz, aire, sol, espacio, ejercicio, meditación, sencillez y libertad se aúnan sobre la mujer predisponiéndola a saber pensar; el primer fundamento de todas las humanas dignidades.

«Insuficiencia por medios, no inferioridad por origen; he aquí todo»




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