14 octubre

221. La Academia de papel

¿Qué sabemos de la Real Academia Española? ¿Quiénes la integran? ¿Cuál es el procedimiento que se sigue para el ingreso en la misma? ¿Cuántos años lleva funcionando? ¿Cuáles son las fuentes de su financiación? ¿Qué capacidad normativa tiene?... Si alguien saliera a la calle e interrogara a quienes encontrara al paso con éstas u otras preguntas similares, no sé cuantas recibirían una respuesta que pudiéramos considerar aceptable. Quizás lo primero que habría que hacer para conseguir la colaboración de las personas interrogadas sería facilitarles algunas pistas acerca de la actividad que le es propia a la citada institución, pues en su denominación y contrariamente a lo que es habitual nada hay que así lo indique. Probablemente fuera necesario mencionar algunas sugerentes palabras: «lengua», «diccionario»... tal vez pudiera servir también el lema que ya figuraba en la primera edición de sus estatutos: «Limpia, fija y da esplendor».  

 
Acaso entonces, sabiendo ya a qué institución nos estamos refiriendo, alguien se atreviera a decirnos el nombre de algún académico o académica, habida cuenta de que entre los cuarenta y tres que la integran actualmente los hay de conocidas autoras, renombrados articulistas y algún Premio Nobel de Literatura. Si a pesar de ello y a tenor de las respuestas obtenidas, concluyéramos que la Academia (de la Lengua) no es en la actualidad muy conocida, ¿qué podríamos pensar de lo que habría sucedido si estas mismas preguntas las hubiéramos formulado a quienes deambulaban por las calles patrias cien años atrás?, dado que por entonces gran parte de la población no estaba muy familiarizada con la lengua escrita, pues el cincuenta y nueve por ciento era analfabeta, por más que la voz «analfabetismo» no figurara en ninguna de las ediciones del Diccionario hasta que lo hiciera en la de 1925.
 
Bien; no hay problema. Retrocedamos todos esos años en el calendario y situémonos en 1917. El veintiséis de enero de ese año de gracia, el diario madrileño El Liberal dedica un lugar destacado de su portada a la Academia. Cuenta que es una institución creada en el Antiguo Régimen, con unas bases y funcionamiento que permanecen ancladas en el pasado, ajena a los influjos del «aura vivificadora de la democracia», y pone en duda que sus integrantes sean los más idóneos, los más capaces, para la alta misión que tiene encomendada, concluyendo con una frase muy socorrida: «Ni están todos los que son, ni son todos los que están». Para probarlo –dice– nada mejor que utilizar el sistema suizo de referéndum y consultar a sus lectores al respecto. Les pide el envío de una lista con los treinta y seis escritores, oradores, poetas, dramaturgos y eruditos que, a su entender, deberían integrar la Academia Española. Las personas interesadas en participar tendrán varias semanas de plazo para hacer llegar sus propuestas, pues la consulta concluirá el 15 de abril, el día señalado para publicar el resultado final. Aunque el diario no se olvida de solicitar el apoyo de sus colegas en tan clarificadora empresa, conviene recordar que El Liberal se edita también en Barcelona, Bilbao, Murcia y Sevilla, y es promotor y estandarte de la Sociedad Editorial de España que agrupa a otras conocidas cabeceras como  Heraldo de Madrid, El Noroeste de Gijón o El Defensor de Granada, con una tirada diaria conjunta de más de cuatrocientos treinta y cinco mil ejemplares. 
 
Desde el primer momento unos cuantos periódicos se suman a la iniciativa emprendida por El Liberal, de manera tal que la Academia, los académicos y el sistema de elección que se sigue para su nombramiento ocupan la atención de la prensa durante aquellas semanas. Varios son los escritores que son llamados para dar su opinión al respecto. Ramón María del Valle Inclán dice en una entrevista que los hombres van a la Academia por tres motivos: por conveniencia, por vanidad o por debilidad de carácter para rechazar ser académicos. Pío Baroja muestra su más absoluto desinterés por todo lo que tenga que ver con la Academia: nunca le preocupó y no sabe lo que hace o lo que deja de hacer. Entre los que ya son miembros,  los hay que ven con buenos ojos la consulta; tal es el caso de Benito Pérez Galdós que cree que debe de ser tenida en cuenta por los académicos en futuras elecciones; otros, en cambio, como Juan Antonio Cavestany, la consideran inadmisible, por cuanto la docta institución es para los consagrados y el sistema utilizado para su elección es efectivo como prueba que «todos los consagrados, los que por sus obras merecen estar en la Academia, antes o después, ingresan en ella». 
 
 
 
El País es uno de los diarios que primero se sumó a la iniciativa. Al día siguiente de hacerse pública, dedica parte de su primera plana al asunto. Defiende que la institución debe ampliar sus bases de reclutamiento, acogiendo a dos sectores que hasta el momento han estado completamente olvidados: los autores que escriben en las otras lenguas que se hablan en España y las mujeres. No rehúye Roberto Castrovido, su director por entonces, dar cuenta de la lista con los treinta y seis nombres que propone. Comienza con cuatro nombres de mujer: Rosario de Acuña («injustamente olvidada de muchos y, más injustamente, maltratada de algunos; es poetisa, autora de dramas y escritora de grandes bríos, algo parecido a don Joaquín Costa, nada menos»), Emilia Pardo Bazán («uno de los mejores novelistas y cuentistas españoles, crítico, además, y formidable polígrafo»), Blanca de los Ríos («erudito de primer orden, ilustrador de la vida de Tirso de Molina») y Sofía Casanova («literata y, sobre todo, periodista de mérito extraordinario»). Y sigue con otros treinta y dos... no, con treinta y cinco (para que no falten) de hombres. 

La inclusión de Rosario de Acuña en la lista de Castrovido no pasó inadvertida en Asturias, región en la que por entonces vivía la librepensadora. Ramón Sánchez de Ocaña se hace eco de la misma en la primera del gijonés diario El Noroeste, del cual era director. Aunque apoya la candidatura de su amiga, no por ello deja de mostrar lo inverosímil que le resultaría ver a doña Rosario rodeada de según qué académicos: «¿Qué haría la insigne creadora de El padre Juan en una reunión presidida por Maura, teniendo a la diestra a Cotarelo y a la siniestra a Pablo León?». Al día siguiente, es la propia interesada quien en un escrito titulado «¡Yo, en la Academia!» (⇑) da una respuesta contundente, no carente de ironía, a la pregunta:
 
Aparte que, para mí, ni aun suponiendo, como un ensueño de imaginación perturbada, que me pudieran ofrecer un sillón en la Academia ¿qué iba yo a hacer con semejante armatoste? Lo primero que haría sería limpiarle pulcramente con zorros, cepillo y esponja; luego, antes de sentarme en él, pondría a mi lado la escoba, el cubo de fregar suelos, la pala de lavar, el estropajo, las agujas, el hilo y unos retazos para remendar camisas y sábanas; el puchero y la sartén para poner el cocido y freír la cena; las planchas y un plumero...
 
Habida cuenta de sus palabras, parece razonable pensar que nuestra protagonista no tuviera interés alguno en conocer el resultado final del referéndum promovido por El Liberal, que hizo público el primer día del mes de abril de ese año diecisiete. La lista muestra –como algunos ya habían anticipado– que una cosa es la opinión de una parte de la España letrada, la que ha participado en la consulta, y otra la de los miembros de la Academia, que, como es lógico, han seguido sus propios criterios a la hora de elegir a sus integrantes. Tal podemos concluir al comprobar que entre los diez primeros nombres de la lista tan sólo cuatro son ya académicos: Benito Pérez Galdós, Mariano de Cavia, Octavio Picón y  Jacinto Benavente. En cuanto a las mujeres, el voto popular parece dispuesto a franquearles la entrada que reiteradamente se les ha negado, pues no solo convierte en «académica» a doña Emilia Pardo Bazán y de la Rúa Figueroa al otorgarle 2 390 votos (cantidad suficiente para situarla en el undécimo lugar) sino que incluye a otras seis escritoras en el selecto grupo de quienes alcanzan más de mil votos. Ellas son, por orden de votación, Rosario de Acuña, Consuelo Álvarez (Violeta), Carmen de Burgos (Colombine), Sofía Casanova, Concha Espina y Blanca de los Ríos.
 
A pesar del buen resultado obtenido, la Real Academia Española no es asunto que en aquel tramo de su ya larga trayectoria le ocupe ni siquiera un momento («Ni como cuento chino, ni siquiera como motivo para pasar el rato, se me debe a mí mezclar en el tráfago de todas estas oralinas de la sociedad»). Sus intereses y esperanzas son otras. Mientras El Liberal da a conocer el resultado de su referéndum, Europa se convulsiona por los horrores de la Gran Guerra y por el estallido de la Revolución rusa («Rusia ha despertado a la "Edad Futura"»). Se ha encendido una tea «ante cuyo resplandor se vuelcan, en las necrópolis de la historia, todos los poderíos aristócratas, todos los privilegios de clase...». España no es ajena a estos grandes cambios que se adivinan en el horizonte: los sindicatos UGT y CNT acuerdan  coordinar sus actuaciones en un pacto alcanzado en primavera; reformistas, republicanos y socialistas pactan la formación de un hipotético Gobierno provisional, del cual Melquíades Álvarez sería el presidente y Pablo Iglesias, ministro de Trabajo. Las autoridades, que están sobre aviso, extreman las precauciones y vigilan a los posibles instigadores. Los informadores de Gobernación conocen que Rosario de Acuña no solo defiende esa unidad de acción en sus escritos de manera reiterada, sino que la refrenda con su asistencia a actos conjuntos de «las izquierdas», aunque ello supusiera desplazarse hasta Madrid, tal como hace a finales de mayo para participar en el gran mitin aliadófilo que allí tiene lugar. Su nombre no sólo está en la lista de candidatas a la Academia de papel, también en el de las supuesta instigadoras de la huelga general. Durante el verano el ambiente está muy caldeado, y las autoridades están tan nerviosas que en la madrugada del 24 de julio las fuerzas del orden se presentan en El Cervigón con la orden de efectuar un registro minucioso en la vivienda de la librepensadora. A pesar de no haber encontrado absolutamente nada tras varias horas de revolver todas sus pertenencias, hay quien sigue recelando de su papel en todo lo relacionado con los preparativos de la huelga, de manera tal que el 22 de agosto, cuando en Asturias hace ya nueve días que el paro es general, la Guardia Civil vuelve a su casa para efectuar un nuevo registro.

Mujer de otro siglo, solo quise ser «poeta», desde mis siete años, en que hice el primer soneto; y, al fin, solo he conseguido ser pensadora «para mí misma», sin que por eso deje de estar sentimentalmente al lado de los sufrientes, vencidos, irresponsables o débiles y en contra de verdugos, hipócritas, brutos o vanidosos que forman la legión de los egoístas. Y solo por esta sentimentalidad escribí para el público dándoles a mis compatriotas aquello que imaginaba ser lo mejor de mi alma, sin pretender, a cambio, ni sacarles los cuartos ni siquiera esperar de ninguno el más leve pláceme.




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