19 diciembre

166. De una carta manuscrita en la Biblioteca Jovellanos


El 27 de noviembre de 1937 la Comisión Gestora del Ayuntamiento de Gijón, presidida por el alcalde Paulino Vigón, acuerda elevar solicitud a la Junta Provincial de Incautaciones para que se procediera al derribo del edificio que ocupaba el Ateneo Obrero; se solicita también la cesión de su biblioteca al Instituto de Jovellanos, «una vez hecha la depuración de la misma». De forma violenta, con armada contundencia, se pone fin a una larga y fructífera actividad que el Ateneo había desarrollado durante casi cinco décadas con el afán de mejorar la instrucción de la clase obrera.

Fue en 1881 cuando inicia su actividad el Ateneo Obrero con el objetivo de convertirse en instrumento de promoción de la clase obrera, con la creación de una cátedra de instrucción primaria y el de todas aquellas asignaturas que fueran de inmediata utilidad para sus asociados completando su labor instructiva con la aportación de los numerosos conferenciantes que acudirán a su llamada, «de ideas políticas tan opuestas como don Alejandro Pidal y doña Rosario de Acuña, y, alternando con la labor cotidiana de los intelectuales locales, fueron desfilando por su tribuna las figuras más prestigiosas de la ciencia, de la cultura y de la literatura», según podemos leer en la Memoria del curso de 1921, donde se cita a Labra, Unamuno, Moret, Fermín Canella, González Blanco, Torner «y tantos otros que pregonan con el prestigio de sus nombres la importancia y la imparcialidad de nuestro Centro».

Perseverando en sus principios fundacionales, en 1904 los dirigentes de la sociedad decidieron crear una Biblioteca Circulante, de manera tal que los socios pudieran tomar en préstamo alguno de los libros para leerlos en su domicilio «en medio del mayor sosiego». La iniciativa contó una buena aceptación a tenor de los datos referidos al primer año de funcionamiento, en el transcurso del cual crecieron tanto el número de socios que abonaban la pequeña cantidad mensual estipulada para su sostenimiento (pasó de cincuenta a ciento diez), como el número de volúmenes puestos a su disposición (de los doscientos iniciales, a los seiscientos existentes a finales de año).

Fragmento de la carta que Rosario de Acuña envía en 1921 al presidente del Ateneo Obrero de Gijón (Archivo del autor)

Rosario de Acuña colaboró con el Ateneo Obrero, tanto en un ámbito como en el otro, y lo hizo durante un largo periodo de tiempo; primero desde la lejanía madrileña, cuando residía en Pinto; y más tarde en la proximidad que le confiere su condición de ciudadana gijonesa. Veamos algunos ejemplos. La conferencia (⇑) a la que se refiere la memoria arriba mencionada, escrita en 1888 a petición de los responsables del Ateneo, fue leída en una velada que tuvo lugar el 15 de septiembre de ese año. Sus palabras van dirigidas a los obreros y a sus mujeres, advirtiéndoles de los nefastos efectos del alcoholismo, la amenaza más peligrosa que les acecha en la larga marcha para lograr la regeneración social que están llamados a protagonizar. No fue esa la única vez que se dirige a los ateneístas. Años después, y a petición en este caso del presidente de la sucursal que el Ateneo mantiene abierta en el barrio de La Calzada, les envía unas cuartillas para ser leídas (⇑) en la inauguración de un nuevo curso: les insta a redoblar sus esfuerzos para mejorar su instrucción, pues, según afirma, la liberación de los trabajadores ha de ser obra de ellos mismos. Su pluma y su palabra están disponibles para ayudar, como lo hizo cuando el Ateneo Obrero organizó una gran velada necrológica en honor de Jovellanos: entre los trabajos literarios enviados por ilustres personajes como Cristóbal de Castro, Melquíades Álvarez, Faustino Rodríguez Sampedro o Julio Somoza, también se encuentra uno de Rosario de Acuña, la única firma de mujer entre todos los escritos presentados. Presta a colaborar con el Ateneo Obrero, también tendrá ocasión de hacerlo con la Biblioteca Circulante. Lo hizo cuando sus responsables organizaron un acto para celebrar una significada cota: haber llegado a los mil volúmenes. En este caso su contribución no se limitó a enviar unas palabras de adhesión entusiasta a la celebración, su nombre también estaba entre las donantes que habían colaborado a que se alcanzase ese número de ejemplares. Años después, en un Catálogo de obras de la biblioteca que bien pudiera haberse impreso en el año 1917 son varias las obras de doña Rosario que allí aparecen relacionadas: Rienzi el tribuno (⇑), Amor a la patria (⇑), Morirse a tiempo (⇑), Tribunales de venganza (⇑), Influencia de la vida del campo [en la familia] (⇑), La siesta (⇑), Sentir y pensar (⇑), El padre Juan (⇑), La voz de la patria (⇑) y La higiene en la familia obrera (⇑). No estaba nada mal aquel lote, suponía una buena muestra de su obra.

El rastro de cuanto hasta aquí se ha apuntado empezó a borrarse el 21 de octubre de 1937, cuando los integrantes de las Brigadas Navarras entraron en Gijón. El 6 de noviembre se celebraron los primeros «consejos de guerra sumarísimos de urgencia»; el día 8 tomó posesión la Comisión Gestora del Ayuntamiento; el 27 del mismo mes se solicita la incautación de la Biblioteca Circulante y el derribo del edificio que ocupaba del Ateneo Obrero…

Han transcurrido ochenta años desde entonces y los responsables de la sociedad, refundada en 1981 al cumplirse un siglo de su primera andadura, han querido recordar tan lamentable suceso. Nada más recibir un correo con información acerca de la instalación de un monolito en recuerdo de aquel expolio, me puse a repasar algunas notas acerca de la relación que Rosario de Acuña mantuvo con esta sociedad cultural. En estas estaba cuando localizo una referencia, un tanto vaga y difusa, acerca de una carta que la ilustre librepensadora habría enviado al presidente del Ateneo y que, supuestamente, se encontraba depositada en la gijonesa biblioteca Jovellanos. No queda otra que comprobar aquel dato y con la lógica expectación allá me dirijo. Horas después, gracias a la diligencia y habitual buen hacer de quienes allí trabajan (en este caso Manuel González y Fernando García, director de la biblioteca) tengo en mis manos una copia de la carta manuscrita de doña Rosario (⇑), escrita en mayo de 1921.

Agradecida por habérsele concedido permiso para leer los libros de la Biblioteca Circulante (lo que parece indicar que, en contra de lo que se suponía, no era socia del Ateneo) les adjunta dos presentes: una revista y un retrato suyo. Por lo que respecta a la publicación, de la cual se atreve a asegurar que hay poquísimos ejemplares y que constituye «una verdadera recopilación de escogidas firmas de los más conocidos escritores del siglo XIX de España, Portugal, Italia y Francia», es probable que fuera Anathema, una revista cuyo único número fue publicado por iniciativa de dos estudiantes de la universidad de Coimbra en mayo de 1890, cuyos destinatarios eran los estudantes portuguezes y cuya recaudación se destinaría a favor de la «Grande Suscriçao Nacional» organizada para adquirir navíos de guerra. Junto a «El continente latino» (⇑), artículo escrito por Rosario de Acuña, aparecen textos de escritores rumanos, franceses, italianos (Enrico Ferri, Mario Rapisardi o Edmondo de Amicis), portugueses (Anthero de Quental, Henrique de Barros Gomes o Fialho de Almeida) y españoles (Rafael María de Labra, Pi y Margall, Francisco Giner de los Ríos o Miguel Morayta). En cuanto al retrato, dice que es una fotografía iluminada al óleo hecha en 1874, «que si vale poco por ser la mera efigie de mi insignificante personalidad, puede representar, por las circunstancias que lo acompañan, un afectuoso recuerdo». Además, el presente tiene un valor añadido, al menos para ella, pues su madre «durante muchos años, hasta el día de su muerte, tuvo este retrato de su hija a la cabecera de su lecho».

Es de suponer que ambos presentes, de gran estima para la remitente, pasarían a integrar el patrimonio del Ateneo Obrero de Gijón y que, en razón de lo supuesto, figurarían en la relación de bienes que le fueron incautados hace ahora ochenta años. Conociendo como conocemos la opinión que de doña Rosario, de su vida y de su obra, tenían las nuevas autoridades no es difícil aventurar cuál sería el destino del retrato, de la revista y de buena parte de sus obras depositadas en la Biblioteca Circulante. Los dirigentes del nuevo Estado se dedicarán con afán a borrar todo atisbo de duda sobre la posición hegemónica que la Iglesia desempeñará en España desde el primero de abril de 1939. La neblina fue cubriendo poco a poco el recuerdo de cuantos, como Rosario de Acuña, se habían caracterizado por combatir aquella visión del mundo que desde entonces se convirtió en hegemónica. Desaparecieron sus libros, sus retratos y el busto que en bronce realizó el escultor José María Palma (⇑); su nombre se cayó de las calles en las que había figurado, del colegio que en Madrid lo ostentaba (⇑), de las páginas de los periódicos, de los comentarios… de la memoria colectiva.

Décadas después, cuando el desarrollismo hizo inevitable que entrara luz por las rendijas, poco a poco se fueron iluminando algunos rincones que habían permanecido en completa oscuridad durante tanto tiempo. La memoria colectiva de los gijoneses fue recuperando una parte de lo que violentamente se le había sustraído. Gracias al ingente trabajo de algunos investigadores, entre los que es preciso destacar a Marcelino Laruelo Roa que rescató los datos y condenas de los encausados, se fueron conociendo los detalles de los «consejos de guerra sumarísimos de urgencia» que dieron comienzo aquel 6 de noviembre del año treinta y siete. En 1981, un siglo después de su fundación, algunos de los antiguos socios consiguieron que un refundado Ateneo Obrero volviera a abrir sus puertas, brutalmente cerradas por la fuerza de las armas ochenta años atrás. Algunos otros hemos ido disipando la densa borrina que cubría la memoria de doña Rosario de Acuña Villanueva, una madrileña que quiso vivir y morir en Gijón. Gracias a este trabajo colectivo llevado a cabo durante los últimos años, cualquier persona interesada puede conocer el testimonio vital de esta ilustre librepensadora leyendo alguna de las obras que sobre ella se han escrito o, si se prefiere, entrando en la página Rosario de Acuña. Vida y obra (⇑).




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