Localizar las fuentes, contrastarlas adecuadamente, elaborar hipótesis razonadas, hacerlas públicas para que puedan ser convenientemente debatidas: un proceso habitual en cualquier trabajo de investigación riguroso. Sin embargo, no siempre sucede así. Hay ocasiones en las cuales se da por cierta una fuente y se incorpora al trabajo sin haberla contrastado convenientemente.
Ha pasado con el lugar y el año de nacimiento de Rosario de Acuña Villanueva, como bien saben quienes siguen estos comentarios. Durante años, cuantos escribían algo acerca de ella admitían como probado que había nacido en 1851 sin ninguna sombra de duda, y ello a pesar de la existencia de algunos indicios –también de textos de la propia interesada– que debieran de haber sido motivo suficiente para intentar contrastar convenientemente ese dato. Menor unanimidad existía en cuanto al lugar de nacimiento: en Cuba nació para José Martí (⇑); en Cantabria para Julio Cejador y Frauca, que en su Historia de la Literatura la hace nacer en Bezana, lugar que también defiende alguna publicación extranjera, como la Enciclopedia Italiana di Scienze, Lettere ed Arti (Roma, 1949); Pinto es, sin embargo, el lugar en el que más veces la han hecho nacer a lo largo de las últimas décadas, tanto es así que publicaciones muy recientes siguen insistiendo en que su nacimiento tuvo lugar en esta localidad madrileña.
En Rosario de Acuña en Asturias (⇑), publicado en la primavera del año 2005, han quedado expuestos los argumentos que me llevaron a avanzar la hipótesis de que, a pesar de lo que machaconamente se había venido afirmando, Rosario de Acuña Villanueva «ve la luz el primer día de noviembre del año 1850, en las cercanías de la será años más tarde la Gran Vía madrileña». Poco tiempo después llegaba la documentación que había solicitado tiempo atrás, en la que figuraba la partida de bautismo (⇑) de la escritora donde, en efecto, se confirma lo que ya había quedado escrito en el libro.
En el presente comentario quiero analizar otra de las afirmaciones que con más insistencia se ha venido realizando acerca de nuestra protagonista: su condición de condesa. Veamos algunos ejemplos:
Rosario de Acuña nace en Madrid en el año 1851 en una familia de la aristocracia de la que heredará el título de condesa de Acuña, que no usará nunca
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Aunque Rosario de Acuña y Villanueva vivió su vejez en Gijón no era asturiana, nació en Madrid, en el año 1851. Su padre, de ascendencia cántabra, pertenecía a la nobleza, razón por la cual Rosario sería condesa de Acuña, título que jamás empleó
Estas citas son de hace unos años, de publicaciones de la década de los ochenta del pasado siglo, de ahí que en ellas todavía no aparezca el año correcto de su nacimiento. Más sorprendentes resultan las que a continuación se recogen, no tanto por ser más recientes, cuanto por la docta formación de sus autoras y por su proximidad al testimonio vital de nuestra protagonista.
Rosario de Acuña nació en Madrid, 1 de noviembre de 1850, en el seno de una distinguida familia y de la que heredará un título nobiliario, duquesa de Acuña, que nunca utilizará.
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Rosario de Acuña, una mujer que nació vizcondesa y se metió a anarquista, y se dedica a escribir los panfletos más terribles contra el capital y la aristocracia.
La fuente originaria de tales afirmaciones parece que se encuentra en la obra Rosario de Acuña en la escuela, que vio la luz en el año 1933 por iniciativa de Regina Lamo. En las últimas páginas del libro hay un apartado dedicado a su biografía, que se inicia con un escrito del doctor Victoriano Garrido firmado en julio de 1888, en el cual realiza una breve descripción de los hechos más significativos de su biografía hasta aquel momento. Tras este texto se añaden otros con la manifestada intención de cubrir la etapa de su vida que no fue tratada por el señor Garrido. De algunos se cita la fuente, de otros no. Tal es el caso del que nos ocupa, el cual comienza con el siguiente tenor: «En su alma varonil, creada para las recias batallas de la pluma...», para afirmar más adelante lo que tantos otros han venido repitiendo desde entonces: «Doña Rosario era condesa de Acuña, título que no usó jamás». Aquí está, ciertamente, en la página 239 del libro anteriormente citado. No aparece cita, referencia o testimonio alguno que sustente tal afirmación. A nosotros nos toca ahora contrastarla. Veamos.
Primero. Parece lógico pensar que, incluido en el supuesto título el apellido Acuña, doña Rosario lo hubiera heredado de su padre. Esto es, que Felipe de Acuña Solís hubiera sido conde antes que su hija condesa, lo cual, de haberse dado el caso, concuerda mal con su trayectoria laboral. No parece verosímil, mucho menos a mediados del diecinueve, que este supuesto conde acudiera cada mañana a desempeñar las funciones de los diferentes destinos que como funcionario del Ministerio de Fomento se recogen en su hoja de servicios, que se inicia en el año 1847 como escribiente de la clase de terceros y que culmina en el momento de su muerte, cuando ocupaba el puesto de jefe de administración de cuarta clase y oficial de la de terceros.
Segundo. De haberse dado el caso, de haber sido don Felipe conde de Acuña, resulta un tanto extraño que su hija, habida cuenta de la admiración que sentía por él, no hiciera mención alguna a tal condición. Al fin y al cabo, una cosa es que ella hubiera renunciado a ese supuesto condado y otra, muy distinta, que decidiera borrarlo de la historia familiar, de la cual estaba muy orgullosa. No resulta tampoco verosímil que cuando creyó oportuno hacer ostentación de su vieja raigambre, decidiera omitir ese título. Me estoy refiriendo, por ejemplo, al telegrama que envió en el verano de 1910 al diputado Benito Pérez Galdós, adhiriéndose a la manifestación en favor de la llamada Ley del Candado, a la que se oponían tantas ilustres damas de la nobleza hispana:
Como dama española, pues cuento en mi ascendencia de cuatrocientos años, a reinas, obispos, conquistadores y santos, me adhiero a la manifestación del domingo y pido, además de lo que ustedes pidan, que cese la persecución infame, solapada, feroz, inicua y cruenta que sufrimos, indefensos, hace treinta años los que hace treinta años dimos el primer grito pidiendo la libertad de conciencia.
Rosario de Acuña y Villanueva, de Solis y Elices, Cuadros y Juanes, Jiménez de Vargas y Román: - Hipatía :.gr:.32.
Ciertamente, creo que en esta ocasión sí que hubiera utilizado su condición de condesa de Acuña, de haber podido hacerlo.
Tercero. No he encontrado hasta el momento ninguna referencia, no ya a su condición de condesa de Acuña, sino, lo que resulta aún más extraño, a la propia existencia del citado condado y ello a pesar de haber consultado diversas obras sobre Genealogía y Heráldica, algunas tan reputadas como la Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española, a la que me referiré seguidamente, o la renombrada Elenco de Grandezas y Títulos Nobiliarios Españoles, recopilada y redactada por Alonso de Cadenas, de cuyo prestigio dan buena cuenta las veinticinco ediciones con que ya contaba en el año 1992.
Cuarto. Sí que las hay acerca del linaje de los Acuña, que tiene su origen en algunos de los miembros de la familia lusitana de los «da Cunha» que se instalaron a finales del siglo XIV en la corte del rey castellano Enrique III. Estos portugueses recién llegados, convertidos desde entonces en «de Acuña», se van a ver agraciados con el favor real, que les otorgará diversas dignidades y señoríos que engrandecerán las diferentes ramas en que quedará dividida la estirpe primigenia: Martín de Acuña llegó a ser un importante ricohombre fundador de las ramas de Alcalá de la Alameda, de Bedmar, Escalona, Montijo, Osuna, Puebla del Maestre, de la Puebla de Montalbán, de Requena, de la Torre de Sirgadas, de Ureña, de Valencia de Don Juan, Villanueva del Fresno y Villena. Los descendientes de Lope de Acuña, por su parte, darán origen a cuatro ramas: Pinto, Falces, Huete y Buendía, del que derivará la rama de los Acuña de Baeza. A estos últimos dedica Antonio Fernández de Bethencourt un capítulo en el tomo III de su Historia Genealógica y Heráldica de la Monarquía Española. Casa Real. Grandes de España. Allí se dice que los tales Acuña de Jaén, tras separarse de la Casa Condal de Buendía, se subdividieron en dos ramas principales: la de los Alféreces Mayores de la Ciudad de Baeza y la de los Señores de la Torre de Valenzuela, a la cual pertenece Felipe de Acuña Solís y, por consiguiente, Rosario de Acuña Villanueva. Los dos aparecen reseñados en la pormenorizada relación de Bethencourt.
Gracias al documentado trabajo de don Antonio sabemos que todos cuantos ostentaron el título de Señor de la Torre de Valenzuela, desde principios del siglo XVI hasta el año 1828, fueron antepasados de doña Rosario. El último fue su bisabuelo Juan Plácido de Acuña y Ortiz de Largacha (Arjonilla, Jaén, 1759-1828). A su muerte, será el primogénito, el hermano mayor de su abuelo Felipe de Acuña y Quadros, quien estará al frente de la casa familiar.
De todo lo antedicho parece que se derivan las siguientes conclusiones:
Primero. No contamos con fuentes lo suficientemente contrastadas que nos permitan afirmar que Rosario de Acuña heredó el título de condesa de Acuña.
Segundo. Su vinculación directa con la nobleza concluye con su bisabuelo Juan Plácido de Acuña y Ortiz de Largacha, IX Señor de la Torre de Valenzuela y de la Casa Solar de Largacha, en el Señorío de Vizcaya.
Así pues y a falta de otra prueba en contrario, creo que esto es lo que podemos afirmar en relación con este tema. Con estos o parecidos términos lo dejé escrito en Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑), publicado en el año 2009.
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