Alcanzada «la crítica edad de cuarenta» tocaba dar un paso a un lado, tal y como había anunciado con antelación. La de El padre Juan fue la última batalla (⇑) de aquella intensa campaña que había iniciado, siete años atrás, cuando a finales de 1884 hace pública su adhesión a la lucha en defensa de la libertad de conciencia: «vengo a este campo de glorioso combate con creencias que por nada ni por nadie consentiré en perder, y que espero quepan holgadamente en el programa amplio y generoso de Las Dominicales».
No obstante, el hecho de que abandonara la primera línea de combate no quiere decir, ni mucho menos, que permaneciera impasible ante cuanto sucedía a su alrededor. Si bien es verdad que en la década de los noventa, tras haber dado por concluida su campaña de Las Dominicales (⇑), apenas encontramos escritos suyos en periódicos o en revistas, también lo es que a partir del cambio de siglo, superada la grave enfermedad que la tuvo al borde de la muerte y asentada en Cantabria donde inicia una nueva etapa en su vida, su palabra retorna a la prensa para hablar de sus ocupaciones y, también, de sus preocupaciones: en el diario santanderino El Cantábrico nos ha dejado constancia de su exitosa actividad como avicultora, así como de las propuestas que les hace llegar a las campesinas montañesas con la intención de que pudieran mejorar sus sufridas vidas.
En la primavera de 1909, habiendo cesado su labor como avicultora (⇑), libre ya de las interminables jornadas laborales de los últimos años, reanuda su actividad como viajera, bien sea caminando, a caballo o en ferrocarril. A finales del mes de marzo se desplaza a Madrid y el último domingo de ese mes participa en la manifestación que culmina la llamada «campaña de la moralidad» contra el jefe de gobierno Antonio Maura y que había sido promovida por el republicano y entonces senador por Guadalajara Juan Sol y Ortega (1849-1913). La prensa de la capital se hace eco de su presencia y señala que Rosario de Acuña caminó al lado de José Nakens (director del semanario El Motín) tras el coche que abría la marcha, ocupado por el promotor de la campaña y por Pérez Galdós.
Unos meses después volverá a mostrar su oposición al Gobierno de Antonio Maura. Será en Gijón, donde acaba de comprar un terreno situado sobre uno de los acantilados próximos a la ciudad para construir su nueva vivienda (⇑) A primeros de julio el Gobierno decretó la movilización de tropas de reserva y su traslado a Marruecos: se iniciaba la Guerra de Melilla. El embarque de los reservistas, la mayoría de ellos padres de familia y de clase obrera, provocó protestas. En Barcelona los sindicatos convocaron una huelga general, durante la cual se produjeron disturbios que fueron duramente reprimidos por el ejército (la llamada Semana Trágica). Hondamente preocupada por lo que estaba sucediendo, Rosario de Acuña pone en la escena del gijonés teatro Jovellanos su obra La voz de la patria (⇑) («Su sentido patriótico se relaciona con los momentos actuales, y eso, principalmente, fue lo que me impulsó a "hacerla" en Gijón»); y también hace público «La vuelta de los reservistas», un escrito en recuerdo de los muertos que quedaron en Marruecos y un sonoro canto al pacifismo: «hagamos resurgir de aquellas cenizas un grito de maldición hacia las guerras». Hasta aquí, lo acostumbrado en ella. Pero, en este tiempo no se conforma con utilizar la palabra, abandona su atalaya, deja a un lado la pluma para unirse al pueblo que se queja y, entre medias, el domingo 24 de octubre de 1909 asiste a la plaza de toros de Gijón para participar, junto a otras miles de personas, en un mitin convocado para protestar por las medidas represivas del Gobierno en Cataluña.
Maura se vio obligado a dimitir. Un año después, el nuevo Gobierno de Canalejas presentó un proyecto para reducir la influencia de las órdenes religiosas mediante una ley que las consideraba como asociaciones, salvo las dos reconocidas como tal en el Concordato de 1851. Mientras se tramitaba en el Congreso, fue aprobada una con carácter transitorio y temporal (conocida como Ley del candado) que impedía el establecimiento de ninguna otra durante dos años. En apoyo de la misma se organizaron manifestaciones por buena parte de España. Rosario de Acuña participó el primer sábado de julo de 1910 en la que recorrió las calles de Gijón.
Su posición al respecto no era nueva. Lleva años luchando por ver a la mujer alejada del confesionario, anhelante de una infancia educada en el imperio de la razón, en una escuela libre de los dogmas religiosos, de ahí que no debiera de resultar extraño que aceptara la invitación para pronunciar un discurso en el multitudinario acto de inauguración de la primera escuela de este tipo en su nueva ciudad: la Escuela Neutra de Gijón.
No hubo más discursos, manifestaciones o mítines en mucho tiempo. A las pocas semanas de haber abierto la nueva escuela, de haber leído aquel alegato titulado «El ateísmo en las escuelas neutras» (⇑) en Los Campos Elíseos, tuvo que marchar a Portugal para no ser apresada por haber escrito «La jarca en la Universidad», por haber arremetido con su pluma contra los agresores de una estudiante de la madrileña Universidad Central.
Tras dos años de obligado exilio (⇑), regresó a su casa gijonesa del acantilado más pobre y más cansada que cuando marchó. No estaba para nuevos sobresaltos, tan solo quería disfrutar de la tranquilidad que le ofrecía su retirada morada, del cambiante mar... Y así estuvo todo el año catorce y parte del quince. A finales de ese año, entreabre las puertas de su aislamiento y ya encontramos algún escrito suyo en el semanario madrileño Acción Socialista. A estas colaboraciones seguirán otras en los meses siguientes, en distintos periódicos. En los inicios de 1917 ya se puede decir que está de nuevo en plena actividad: la Gran Guerra desangra Europa y en España, oficialmente neutral, una parte se declara germanófila (partidaria de la tradición, el orden o la disciplina) y otra, aliadófila. Rosario de Acuña, que había saludado efusivamente a una delegación francesa que visitó Asturias en 1916, se encuentra entre quienes apoyan los valores que representan los países aliados, en especial Francia: libertad, secularización, justicia. El último domingo del mes de mayo de 1917 se celebra en la plaza de toros de Madrid un mitin de apoyo a los aliados y doña Rosario no falta a la cita (⇑), para satisfacción de la multitud allí congregada que aplaude entusiasmada tras escuchar el saludo que le dedica Roberto Castrovido desde la tribuna.
El año, ciertamente, se había iniciado con una activa presencia suya en los periódicos y sus escritos parecen cargados de una renacida radicalidad: no duda en reafirmar su antiguo republicanismo, en arremeter contra «las fuerzas reaccionarias», frente a los grupos que sustentan al Gobierno y al lado de quienes pretenden derribarlo.
Probablemente sea el titulado «La hora suprema» el que más recelos pudo haber despertado. Dirigiéndose «particularmente a las izquierdas de Asturias», las exhorta a «ponerse en pie y, con mesura y firmeza, avanzar sin vacilaciones […] e ir serenamente a la brecha, con la bandera en alto». Aquellas palabras no pudieron pasar inadvertidas a los delegados gubernativos, pues bien parecen que están alentando esa huelga general de la cual no hace más que hablarse desde que a finales de marzo se firmara en Madrid un acuerdo entre la UGT y la CNT. Esa llamada a la unión de las fuerzas «de izquierda» en aquella primavera de 1917 es lo que, probablemente, inquietó a los regidores provinciales, recelosos ante todo lo relacionado con la convocatoria de la huelga. En los inicios del verano el ambiente está muy caldeado, y las autoridades están tan nerviosas que en la madrugada del 24 de julio las fuerzas del orden se presentan en El Cervigón con la orden de efectuar un registro minucioso en su vivienda. Buscaban panfletos, pasquines... Unas semanas después varios guardias civiles se presentan de nuevo en su casa: venían a cavar en busca de «bombas, armas, municiones y papeles» que supuestamente allí se habían enterrado.
Aquel atropello saltó a las páginas de la prensa amiga y, tras conocerse, no faltaron las muestras de apoyo y solidaridad, como la recibida por parte de la Agrupación Femenina Socialista Madrileña. A pesar de no sentirse sola, aquellos dos nuevos sobresaltos constituyeron para nuestra protagonista la confirmación de que figuraba en el punto de mira de las autoridades, razón por la cual, una vez concluida aquella huelga general en la que, según parece, había puesto grandes ilusiones, decide alejarse de la primera línea de confrontación que había venido ocupando durante los meses anteriores. No obstante, antes de replegarse a su retiro de El Cervigón deberá saldar una deuda de solidaridad con los miembros del comité de huelga que habían sido encarcelados. Con ese objeto acudirá de nuevo a Madrid para sumarse a los miles de manifestantes que el 25 de noviembre reclaman la amnistía para los encarcelados, para Anguiano, Besteiro, Saborit y Largo Caballero.
En el comité de huelga había también una mujer. Fue detenida junto al resto pero se libró de la cárcel porque sus compañeros declararon que estaba allí para hacerles la comida, argumento asumido por el fiscal quien dio por bueno que estaba al servicio de los hombres y no podría ser organizadora. Se equivocó. Virginia González Polo (1873-1923) contaba con una larga trayectoria política y sindical, que había iniciado muy joven en las sociedades de zapateros. Por entonces formaba parte del Comité Nacional del PSOE y de la Unión General de Trabajadores. Rosario de Acuña sabía bien quién era, conocía su largo batallar y admiraba su lucha, tanto que, habíéndose enterado de que iba a participar en mitin que se iba a celebrar en los primeros días del verano de 1919 en la localidad mierense de Turón, no duda en desplazarse hasta el lugar para encontrarse con ella (⇑) .
Tras el encuentro, doña Rosario fue invitada a participar aquel acto que había sido organizado por la Agrupación Femenina Socialista de la localidad. Y tomó la palabra para dirigirse a las miles de personas allí congregadas: «Entusiasmo indescriptible», al decir de la prensa.
A este encuentro siguieron otros en los días siguientes, ya en Gijón donde Virginia González, invitada por la Juventud Socialista, tenía previsto participar en otros actos que contaron con la presencia de Rosario de Acuña, su nueva amiga, como bien reflejó la prensa («Subió doña Rosario y al abrazarse ambas luchadoras el público prorrumpió en una gran ovación que duró largo rato, hasta que el local fue desalojado») al igual que había hecho semanas atrás cuando se hizo eco de su presencia en el mitin del candidato izquierdista Teodomiro Menéndez en el barrio de Cimavilla («Figuraba entre la concurrencia la venerable señora, la ilustre escritora radical, doña Rosario de Acuña, que bajó de su retiro de Somió para escuchar la palabra del candidato izquierdista en el barrio más popular de los de Gijón»). Obtuvo su acta como diputado su amigo (⇑) y ella lo celebra en una carta que le envía poco después: «¡Bravo Gijón! Este es el Gijón que yo creía encontrar al traer los últimos pingajos de mi cuerpo mortal a los ásperos acantilados de su brava costa, de donde quisieron hacerme saltar en pedazos los tristes hijos de la noche».
Aunque empezó bien joven a batallar contra el clericalismo reinante o la postergación social de la mujer desde las trincheras de la prensa, su compromiso social, mucho más evidente en la última etapa de su vida, la impulsó a abandonar su retiro para tomar parte junto al pueblo llano, codo con codo, en mítines y manifestaciones. Su compromiso no pasó inadvertido, como lo prueba lo ocurrido el seis de mayo de 1923: aquel domingo lluvioso una nutrida manifestación de duelo recorrió las calles de la villa gijonesa tras la humilde caja que envolvía los restos de la eximia pensadora; muchas fueron las mujeres que se echaron a la calle para testimoniar su gratitud a aquella compañera que había luchado los últimos cuarenta años de su vida por la dignidad de todas ellas.
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