El de 1876 es un año de gran importancia en la biografía de Rosario de Acuña: en abril recibe los parabienes de público y crítica tras el estreno de Rienzi el tribuno, su primera obra dramática; en abril se casa con Rafael de Laiglesia; a finales de junio abandona Madrid para trasladarse a Zaragoza, ciudad a la que es destinado su marido. Grandes cambios en poco tiempo; se agita su cotidianidad y, no sin contratiempos, se va reacomodando a la nueva situación.
En lo que atañe a su incipiente carrera dramática, no parece que el nuevo escenario le resulte favorable. El éxito obtenido por Rienzi (⇑) supone todo un reto para ella. Es consciente de que su primer drama le ha abierto de par en par las puertas que daban acceso a la gloria literaria; también de que franquearlas o no dependía en gran medida de lo que hiciera a continuación. ¿Sería capaz? ¿Podría conseguirlo? Su primer drama ha situado el listón muy alto (⇑). Las dudas acechan; la inseguridad se va abriendo camino. La lejanía de Madrid tampoco facilita las cosas: en su nueva residencia se encontraba lejos, lejos de los suyos, lejos de los amigos que bien pudieran aconsejarla; lejos de su padre, que era quien hasta entonces se había ocupado de todo, de promocionar la obra de su hija ante críticos y escritores consagrados, de realizar las gestiones con editores e impresores, de cobrar los derechos de las obras...
Rienzi le proporcionó, ciertamente, una «carta de naturaleza entre los aspirantes a la entrada en el Parnaso», pero la obligada mudanza y el nuevo escenario sumaron dificultades a la tarea de consolidar aquella candidatura. Estaba casada, residía en provincias y su representación legal, que anteriormente ostentaba su padre, quedaba en manos de su marido (⇑), a quien legalmente corresponde esa función por razón de matrimonio. Aunque no parece que fueran esas las mejores condiciones para lograr su consagración como escritora dramática, a esa labor se aplicó con determinación. Tres fueron las obras que salieron de su pluma durante la etapa aragonesa: Amor a la patria, drama trágico en un acto y en verso, estrenado en Zaragoza en noviembre de 1877; Tribunales de venganza, drama trágico-histórico en dos actos y epílogo, también en verso, escrito en la capital aragonesa en 1888 y estrenado dos años más tarde en el madrileño teatro Español; y otra obra, hasta ahora desconocida (al menos para quien esto escribe) que terminó por extraviarse en los vericuetos administrativos de aquellos editores que tan lejos parecían encontrarse por entonces.
Gracias a un documento manuscrito (⇑) que he podido consultar apenas hace unos meses, sabemos que en el mes de agosto de 1880 Rosario de Acuña envía a Guillermo Gullón, de la razón social Hijos de A. Gullón, el manuscrito de un drama en prosa y en tres actos titulado Castigar con la culpa. Con él había tratado ya con anterioridad acerca de la venta de los derechos de Amor a la patria y Tribunales de venganza y ahora lo vuelva a hacer: le ofrece la venta de esta nueva obra por cuatro mil reales. No tarda en recibir contestación: han recibido el manuscrito y lo reenvían al balneario en el cual el señor Gullón se encuentra «tomando aguas».
Transcurren los meses sin tener noticias del manuscrito, sin que las nuevas cartas enviadas obtuvieran la oportuna contestación. Retornada ya a Madrid, decide pasar a recuperar su obra y lo hace tras haberse enterado de que la casa Hijos de A. Gullón ha pasado a denominarse Florencio Fiscowich Sucesor de Hijos de A. Gullón. Contacta con el nuevo dirigente de la sociedad para decirle que le «devuelva el drama y haciéndole presente que no tenía copia ninguna de la obra, pues el manuscrito se lo mandé doble, y deseaba volviese a mi poder para hacer de él una novela y darlo al público». Su interlocutor le dice que lo lamenta, que no lo encuentran en sus archivos, pero le da su palabra de que lo seguirán buscando y se lo devolverán. Meses después y ante la insistencia de la autora, termina por reconocer que no aparecen los manuscritos.
Como quiera que no pintan nada bien las cosas en lo tocante a la recuperación del drama, a nuestra protagonista se le ocurre una alternativa para no darlo todo por perdido: encarga al señor Fiscowich la edición de Sentir y pensar, «con el solo objeto de que la pagara él [...] y yo, a mi vez, le devolvería los documentos justificativos del abandono e ineptitud de su casa». Parece ser que no estaba por la labor el tal don Florencio, pues en una de sus cartas le recuerda a la autora del drama extraviado que tiene pendiente de abono los gastos de impresión del poema cómico.
Llegados a este punto es cuando toma la determinación de poner el asunto en manos del abogado Manuel Gómez Sigura, a quien da instrucciones muy claras: su objetivo preferente es recuperar su obra; de no ser ello posible, obtener una indemnización que compensara su trabajo. Le da plena libertad para negociar, para pedir lo que considere oportuno, aunque le hace saber que se daría por satisfecha si recibe mil pesetas. Desea que todo se arregle amistosamente, pues ni su marido ni ella están en condiciones de asumir los gastos que acarrearía llevar el asunto a los tribunales.
A día de hoy ignoro cómo concluyó aquel asunto, lo que sí sabemos es que desde el mes de agosto de 1880 el manuscrito del drama en prosa y en tres actos titulado Castigar con la culpa se encuentra en paradero desconocido.
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