23 diciembre

58. La avenida que da a la ermita


Coincidiendo con el LXXXVII aniversario de la muerte de la protagonista de esta bitácora, el pasado miércoles se hizo público el fallo del Premio de Investigación Rosario de Acuña que convoca el instituto gijonés que lleva su nombre. Con ésta ya son doce las ediciones de este premio que, según nos cuenta Francisco Alonso Llano, director del Centro y principal responsable de la exitosa trayectoria del galardón, nació en 1998 con el objetivo de «mantener vivo el recuerdo de la vida y obra de Rosario de Acuña [...] firme partidaria del progreso de las ciencias naturales y humanas».

Han pasado –como queda dicho– ochenta y siete años, y durante este tiempo la del Premio Rosario de Acuña no ha sido la única iniciativa tomada para honrar su memoria. Casi podemos decir que el proceso se inicia desde el mismo momento en que se conoce la muerte de la librepensadora. Así, el día veintinueve de ese mismo mes de mayo, tiene lugar una velada de homenaje en el Ateneo de Madrid de organizada por la sociedad Fraternidad Cívica. Intervienen el periodista Roberto Castrovido, el abogado asturiano Álvaro de Albornoz, Consuelo Álvarez, el escritor Ramón Pérez de Ayala, y Ester Azcárate; en la reunión se leen diversas composiciones de la homenajeada y del escritor Luis de Tapia, por entonces secretario de la asociación ateneística madrileña.

Es preciso señalar que hubo también quienes –de una forma o de otra– se manifestaron contrarios a estas iniciativas por considerar que la trayectoria vital de Rosario de Acuña no fue, para nada, ejemplar. Veamos:

Unos días después de este póstumo homenaje celebrado en el ateneo madrileño, Fraternidad Cívica envía una petición al ayuntamiento gijonés solicitando que una calle de la villa lleve el nombre de la escritora. Al poco de conocerse, ya se hacen públicos los primeros apoyos. Según informa la prensa local, el «elemento femenino» de la sección artística del Centro Obrero Benito Conde se adhiere a la petición y realiza dos propuestas: que se llame Avenida de Rosario de Acuña a la nueva carretera de la Providencia o a la calle de la Trinidad. Días después, los miembros de la directiva del Ateneo Obrero envían un escrito a la corporación municipal adhiriéndose a la solicitud. La comunicación lleva fecha de 10 de junio y se expresa en los siguientes términos:

…conociendo la petición hecha por la asociación de señoras de Madrid, denominada “Fraternidad Cívica” con el fin de que se dé el nombre de “Rosario de Acuña” a una calle de esta ciudad, en recuerdo de la inolvidable escritora de este nombre fallecida recientemente, este Ateneo se adhiere decididamente a aquella súplica, por considerar que los pueblos, si quieren cumplir sus deberes de ciudadanía tienen que dedicar un recuerdo perdurable a los individuos que los honraron.

Si doña Rosario de Acuña no era gijonesa, aquí vivió mucho tiempo y murió dejándonos señalada prueba de sus virtudes y de inteligencia poderosa, hallándosela en todas ocasiones en las luchas por la justicia y la cultura, por cuyas razones todos los gijoneses la miraban como algo propio y adherido al espíritu popular apoyando la iniciativa en la consideración de que el nombre de la escritora debe perdurar “para ejemplo de virtudes y de generosidades, para oferta de gratitud de un pueblo a una individualidad superior”.

El escrito termina recomendado el tipo de calle apropiada para tal recuerdo; ni «uno de esos callejones viejos y angostos», ni una de esas calles suntuosas, «donde las lujosas edificaciones de la plutocracia fría y absorbente proclama la antítesis doctrinal de la que sólo amó a los débiles y oprimidos». Lo adecuado sería...

una calle de obreros, de mujeres pobres y tristes de muchachas descalzas, para que todos los días, cuando saliesen de la fábrica y el taller o volviesen de ellos los trabajadores, sintiesen sobre si la caricia de aquel nombre que anunciaba un corazón tan puro, tan rebelde, tan del pueblo…

La solicitud efectuada por Fraternidad Cívica y apoyada por la sección artística del Centro Benito Conde y  el Ateneo Obrero supera con prontitud los trámites administrativos y unas semanas después, el 24 de julio, se somete a la consideración de la corporación municipal la concesión de una calle de la villa a la ilustre librepensadora. Con tres votos en contra y catorce a favor, se acuerda dar el nombre de «Avenida de Rosario de Acuña» al camino que va del Piles a la Providencia. No obstante, hay sectores que no están por la labor; los tres ediles que votaron en contra de esa solicitud representan a un sector de la población nada desdeñable, que se oponía a cualquier tipo de distinción a quien se había significado tanto en contra de una jerarquía eclesiástica, que contaba con gran influencia en amplias capas de la sociedad. Mientras vivió, nuestra escritora no dejaba indiferentes a los que la conocían, y aún a los que no la conocían directamente; después de muerta, las filias y las fobias se mantuvieron. Y sus detractores eran poderosos.

Imagen actual de la ermita de La Providencia (archivo del autor)

Conocido el acuerdo, un grupo de vecinos de la zona lindante con el camino al que han puesto el nombre de la escritora, librepensadora, masona… presentó un recurso de alzada ante el gobernador civil, con la intención de que se dejara sin efecto la decisión municipal. Tres son los principales argumentos que esgrime la parte recurrente: a) que ayudaron a la construcción y mejoramiento del camino mediante la cesión gratuita de terrenos; b) que la anterior denominación daba información del origen y destino de la vía; c) que no consideran que existan méritos extraordinarios en la persona a quien se quiere distinguir que justifiquen las molestias que iba a ocasionar el citado cambio. Según la prosa administrativa, el recurso había sido interpuesto por don José de la Sala «y otros vecinos», expresión genérica ésta que oculta la existencia de otras personas con mayor significación en la vida ciudadana. Una lectura atenta del recurso nos informa, sin embargo, que entre los recurrentes se encuentran «los herederos del Excelentísimo Señor Conde de Revillagigedo», quienes actúan mediante los oportunos apoderados. Si al renombre de los herederos unimos las referencias que en el escrito se realizan al carácter religioso del camino (no hay que olvidar que, como allí se dice, el punto final del mismo se encuentra en la ermita de la Virgen de La Providencia), el recurso parece adquirir otra dimensión. Por lo visto, el fondo de la cuestión pudiera obedecer no tanto a cuestiones de orden material, como a aspectos de tipo ideológico o religioso. A lo que parece a algunos les parecía demasiado ofensivo que la carretera que conduce a la ermita, llevara el nombre de una persona a la que durante toda su vida han acusado de atea.

El recurso de alzada ante el Gobierno Civil es valorado por la Comisión Provincial competente. En el mes de diciembre, la citada comisión acuerda «que procede estimar el recurso interpuesto por don José de la Sala y otros vecinos de Gijón y revocar el acuerdo aprobado». En la resolución tomada se asumen como propios la práctica totalidad de los argumentos de los recurrentes. Doña Rosario de Acuña se queda, de esta forma, sin “su” avenida.

El 30 de abril de 1931, unos días después de proclamada la Segunda República, el Ayuntamiento gijonés vuelve a las andadas y retoma el acuerdo del verano de 1923, el recurrido. Así es como durante seis años el camino de la Providencia, el que conduce a la ermita, ostentará la denominación de «Avenida de Rosario de Acuña». En 1937, las autoridades que las armas han legitimado para gestionar el municipio deciden sustituir el nombre por el de «Avenida de Italia», como homenaje a los soldados italianos que colaboran con los militares sublevados en 1936.

Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 7-5-2010.




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