23 diciembre

56. Su amiga Ángeles López de Ayala

En 1888, dos años después de haberse convertido en Hipatia, Rosario de Acuña pronuncia un discurso en la ceremonia de inauguración del colegio para huérfanos de padres masones que pone marcha el Gran Oriente Nacional de España. En el mismo acto otra mujer toma la palabra: se trata de Ángeles López de Ayala, masona como ella, combativa como ella, con quien mantendrá una larga amistad.

 Rosario de Acuña y Ángeles López de Ayala

Para conocer un poco más de quién se trata, permítaseme que reproduzca aquí unos párrafos que sobre ella incluyo en Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑):

Ángeles López de Ayala y Molero, una sevillana nacida en 1856, que tras haber contraído matrimonio se habría trasladado a Madrid, donde comienza a moverse por ambientes masónicos y librepensadores, no tardando en producirse su iniciación que tuvo lugar, al parecer, en la logia Amantes del Progreso, en la que desempeñará los cargos de secretaria y oradora, figurando en 1894 con el grado 30, no duda en reivindicar que todas las mujeres puedan seguir sus pasos integrándose en las logias en igualdad de condiciones con los hombres, obviando con ello el Rito de Adopción. Participará de manera regular en las actividades organizadas por la Sociedad Autónoma de Mujeres de Barcelona, entidad íntimamente ligada a la masonería dedicada a favorecer la formación política y cultural de las mujeres, que será el germen de la Sociedad Progresiva Femenina que fundará Ayala en 1898. Dos años antes sacará a la calle El Progreso, la primera publicación de carácter librepensador y feminista de las cuatro que habrá de fundar y dirigir. Después vendrán El Gladidor (1906), El Libertador (1910) y El Gladiador del Librepensamiento (cuya segunda época se inicia en 1910 [con una difusión más normalizada a partir de 1914], en donde aparecerán de manera habitual escritos de Rosario de Acuña, junto a los de otras librepensadoras, espiritistas o masonas.

Parece ser que las inquietudes y la vitalidad que mostraba entonces Ángeles López de Ayala ya anunciaba el intenso batallar que desplegaría tiempo después. No sería de extrañar, por tanto, que en el verano de 1888 surgiese entre las dos mujeres una relación de complicidad que solo se habría de romper con la muerte. Y es que nos encontramos ante dos seres que no solo defendían posturas similares desde las mismas filas del republicanismo, el librepensamiento y la masonería, sino que lo hacían animadas por el mismo espíritu combativo. La complicidad que no pudo existir con Amalia Domingo Soler ni con Mercedes de Vargas, era ahora posible con esta mujer con la que, tal y como nos cuenta décadas después, selló un pacto por el que ambas no solo se comprometían a vivir y morir fuera de todo dogmatismo religioso, sino que pondrían todo su empeño en despertar en «cuantos seres pusiera a nuestro lado el destino, las ideas racionales de justicia, bondad y belleza, desligadas de todas las religiones dogmáticas»

En 1888, ciertamente, coincidieron en diversos actos. Sabemos que en el mes de mayo Ángeles pronuncia una conferencia en Fomento de las Artes y que entre las asistentes se encuentra Rosario. Al mes siguiente las dos asisten al banquete (⇑) que tuvo lugar tras la ceremonia de inauguración del colegio-asilo para huérfanos de masones ubicado en Getafe. En noviembre López de Ayala participa en un acto organizado por el Ateneo Familiar, del cual el joven Carlos Lamo es presidente y Rosario de Acuña su presidenta honoraria. También en noviembre ambas mujeres asisten a otro banquete, en esta ocasión al que se celebra en homenaje a Alfredo Vega Fernández, vizconde consorte de Ros y gran maestre del Gran Oriente Nacional de España. 

Unos años después, cuando la autoridad gubernativa prohibió la representación de El padre Juan y la prensa confesional arremetió contra aquel drama escrito por Rosario de Acuña por considerarlo hereje e impuro, Ángeles no tardó en apoyar públicamente a su autora por medio de un soneto insertado en las páginas de Las Dominicales del Libre Peensamiento, un canto a la grandeza de su amiga: «¡¡¡Tanto más colosal es el gigante, / cuanto más le circundan los enanos!!!» .

Pues bien, la amistad entre ambas se mantuvo hasta que la muerte las separó para siempre. Rosario tenía la mejor opinión de Ángeles, como se refleja en estas palabras escritas para ser pronunciadas en un mitin celebrado en 1917 en la Unión Progresiva Femenina (⇑) de Gracia:

Esta mujer, amiga mía, que hace 30 años viene dándose al ideal librepensador, por encima de su propio bien, porque ¡a cuántas más inferiores que ella en entendimiento, cultura y voluntad se las ve, como monigotes de feria, subir a los tablados de la vanidad social hasta conseguir, con buenas o malas artes, un sitio en los frisos de los olimpos contemporáneos! 

Lo cierto es que no permaneció durante mucho tiempo en el mismo sitio, pues tras su paso por Amantes del Progreso, Lacalzada de Mateo la sitúa en 1888 en el cuadro de Amor y Ciencia y poco después, en abril del siguiente año, en la logia femenina Hijas de los Pobres...

De la opinión que Ángeles López de Ayala tiene de Rosario de Acuña y Villanueva, sirvan estos dos ejemplos. El primero es un soneto publicado en Las Dominicales del Libre Pensamiento en el año 1891.

Antes de conocer el gran problema
que a tu obra do argumento le servía,
supuse, con razón, que flotaría
sobre tí, de la envidia el anatema.

Pues, ¿cómo perdonar a la que el lama
del vil explotador rasga a porfía?
Fuera acatar, sin duda, tu valía
y.él encono rechaza tal sistema.

Pero ¿qué importa a tu esplendor radiante
el loco empeño y los esfuerzos vanos,
con que pretende el misero intrigante

 eclipsar tus destellos soberanos?
¡¡¡Tanto más colosal es el gigante,
cuanto más le circundan los enanos!!!
 

El segundo fue publicado en El Motín pocos días después de haberse conocido la muerte de nuestra protagonista:

Fragmento del artículo «El mejor florón» publicado en El Motín, 19-5-1923

Falta ya de España. No era digna esta Nación de poseerlo; aquí, donde se han cobijado los detritus de los países más afortunados, sobraba ya la mujer fuerte, valerosa y digna, forjada en el yunque del sufrimiento, donde adquirió la diamantina dureza del granito.

Era una provocación quijotesca la de aquella alma briosa sin comparación, que sola en el mundo, se atrevía a desafíar a la institución más poderosa de cuantas en el día subisten, ¡al jesuitismo!

En Oviedo [por Asturias], frente por frente de él, simbolizando las sombras de oscura noche, destruídas por el rayo de luz de la razón, edificó su hogar aquel gigante del pensamiento, aquella mujer insustituible que pasmó por sus conocimientos, por su sabiduría y su inflexibilidad.

La que siempre se mantuvo arrogante e inatacable, rindió al fin su tributo al no ser, probando con ello que hasta lo más sólido es efímero en las páginas del gran libro de la eternidad...

¡Rosario!, al pronunciar tu nombre mi labio tiembla de admiración y de respeto; tu fuiste mi maestra; la fuente cristalina donde sacié mi sed devoradora de justicia y de humanidad.

Recuerdo aquellos ratos que en compañía pasaba, sentadas las dos sobre una piel de oso; aún están frescas en mi memoria las comidas que en unión de tu madre saboreábamos, amenizadas por los destellos de tu inteligencia; aún te veo a mi lado durante mi primera conferencia, animándome con tu aplauso, que para mí era de más valía que el de los públicos todos; y... en fin, aún parece que te tengo a mi lado, inculcándome tu aliento para el bien y tu odio para el mal. ¡Qué buena y qué justa eras, Rosario inolvidable! Conservo tus cartas, en las que no hay un sólo párrafo de desperdicio, ¡qué buena eras!

Ya en Barcelona, te molesté una vez pidiéndote original para una conferencia a la «Sociedad Progresiva Femenina», conferencia que a vuelta de correo enviaste (⇑).

También has contribuido a sostener con tu brillante pluma mi Progreso, mi Gladiador, todo lo que ha podido darme provecho y nombre.

Por desdicha, yo solo puedo pagarte dedicándote un puesto en mi memoria, que ocuparás eternamente.

Y, ahora, perdóname si no he sabido hacerte justicia. Mi voluntad es muy grande, pero ni mi inteligencia, ni mi dolor me permiten exteriorizarla.

Y tú, Carlos Lamo, que por tu generosidad y tu nobleza te consagraste a vivir para endulzar sus días, que la bendición de aquella SANTA te acompañe.

El Motín, 19-5-1923


Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 23-4-2010.




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