Cuando, apenas cumplidos los veinticinco, irrumpió en el mundo del teatro con un drama histórico y en verso, hubo quien se vio en la necesidad de acudir a Gertrudis Gómez de Avellaneda (Cuba, 1814-Madrid, 1873) para encontrar un referente a aquella jovencita que se adentraba por los vericuetos del «verso viril». Años después, esta referencia dejó de servir, pues Rosario de Acuña, abandonando su prometedora trayectoria literaria, decidió convertirse en una activa publicista de la libertad de conciencia, y en una masona. Fue entonces cuando su nombre empezó a unirse al de la escritora anarquista francesa Luisa Michel (1830-1905), convirtiéndola en su «competidora», «segunda edición» o semejante a ella, una «especie de Luisa Michel atenuada».
Catalina Breshkovskaya (1844-1934) |
No fueron los únicos nombres de mujer que se unieron al suyo para ilustrar o ejemplificar el relato de sus acciones, de sus manifestaciones, de sus batallas, de su vida. Además del de Flora Tristán (1) o Rosa Luxemburgo (2) , en la última etapa de su vida, la de su residencia en Gijón, la de su acercamiento a «las izquierdas», al movimiento obrero, no faltaron quienes se acordaron de Catalina Breshkovskaya (1844-1934), escrito de esta forma o en cualquiera de las distintas transcripciones de su nombre utilizadas en las prensa española para referirse a la llamada «abuela de la revolución rusa».
Regresó del exilio portugués más cansada, más decepcionada y bastante más pobre que cuando se vio obligada a marchar para evitar ser procesada por aquel asunto de La jarca (⇑). Tras los dos años pasados en las tierras portuguesas, sus ahorros se han esfumado y debe de acostumbrarse a vivir, a malvivir, con la pensión de viudedad que tiene asignada. Su situación económica la aproxima más aún a los más humildes de sus convecinos. Se siente cerca de los desheredados, de los que sufren y padecen, de los que se retuercen ante las iniquidades de la sociedad: «¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba!».
No es de extrañar, por tanto, que tras varios meses de retiro y de silencio, fuera una publicación socialista la que acogiera sus nuevos escritos: a primeros de septiembre de 1915 La Aurora Social, periódico de las agrupaciones socialistas de Asturias que por entonces dirigía Isidoro Acevedo, un viejo conocido de los tiempos de Santander con quien ya había colaborado, publica un artículo suyo. A partir de entonces, sus escritos aparecerán de forma esporádica en las páginas del semanario socialista editado en Oviedo y, más asiduamente, en las de El Noroeste, portavoz oficioso de los reformistas. Es ahí, en el ámbito de «las izquierdas», donde parece encontrarse cómoda: cerca de los líderes obreros y de los republicanos reformistas: «¡que honda satisfacción causa verlos unidos, juntos, todos unos, en solidaridad fraternal, bajo la bandera de la libertad, contra la enseña de la tiranía!». De ahí que, a pesar de su avanzada edad, a finales de mayo de 1917 no dude en tomar el tren y desplazarse a Madrid para acudir al mitin que en apoyo de los aliados habían organizado los partidos «de izquierda». Allí recibirá el público reconocimiento de los presentes, tras ser saludada desde la tribuna por Roberto Castrovido, uno de los oradores de aquel multitudinario acto.
Por entonces, las autoridades provinciales la tienen bajo sospecha, pues recelan de todo cuanto que pueda estar relacionado con la convocatoria de una huelga general, de la que no se deja de hablar desde que la UGT y la CNT acordaran coordinar sus actuaciones en un pacto alcanzado en la primavera de ese año. Los informadores de Gobernación conocen que Rosario de Acuña no solo defiende esa unidad de las izquierdas en sus escritos de manera reiterada, sino que la refrenda con su presencia en el mitin aliadófilo. Durante el verano el ambiente está muy caldeado, y las autoridades están tan nerviosas que en la madrugada del 24 de julio las fuerzas del orden se presentan en El Cervigón con la orden de efectuar un registro minucioso en la vivienda de la escritora. A pesar de no haber encontrado absolutamente nada tras varias horas de revolver todas sus pertenencias, hay quien sigue recelando de su papel en los preparativos de la huelga, pues el 22 de agosto, cuando en Asturias hace ya nueve días que el paro es general, la Guardia Civil vuelve a su casa para efectuar un nuevo registro.
A medida que todo aquello se va sabiendo (⇑) (también que acude a Madrid para participar en la manifestación que pide la libertad de los integrantes del comité de huelga), se suceden las reacciones de apoyo y de simpatía hacia aquella mujer, que ya en la vejez, sigue luchando por conseguir una España más justa: «Antes de pudrirnos del todo ¿podremos, las viejas y los viejos, ver la revolución, aunque sea blanda, como alba de justicia y libertad?
Las integrantes de la Agrupación Femenina Socialista de Madrid hacen público su apoyo y admiración en una carta pública (⇑). La casa de El Cervigón, la que fue objeto de dos minuciosos registros en busca de proclamas revolucionarias, se convierte en destino obligado para algunos jóvenes socialistas de visita en la región, tal y como tiempo atrás había propuesto (⇑) un joven portugalujo llamado Volney Conde-Pelayo. Sabemos que en mayo de 1918, unos meses después de los sucesos de agosto, César Rodríguez González (el hijo de la dirigente socialista Virginia González Polo e integrante de las Juventudes Socialistas), Wenceslao Carrillo (secretario general del Sindicato Metalúrgico de Asturias) y Emilio Torralba Beci (director durante un tiempo de El Socialista) la visitan tras haber intervenido en un mitin, tal y como nos cuenta este último en un escrito publicado en España Nueva (⇑) , en el cual manifiesta su más profunda admiración por su anfitriona, a quien no duda en comparar con Catalina Breskovskaia: «A nuestros labios, sin que el respeto nos permitiera enunciarla, vino una palabra que nos salía del corazón; ¡«Babuchsca»!... Se nos representó en doña Rosario de Acuña la abuela de la revolución, Catalina Breskovskaia».
La misma imagen de la abuela Breskovskaia es la que le viene a la mente al joven publicista Ángel Samblancat cuando la visita en El Cervigón en el verano de 1919. Samblancat, que había venido a Asturias a intervenir en varios mítines, ya había publicado algunos escritos en los que manifestaba su admiración por aquella mujer ejemplar. Ahora, tras haberla conocido en persona, nos dejó escritas algunas de las cosas que le contó su anfitriona:
«Cosas de la abuela Rosario»
Abuela Rosario de Acuña, usted me recuerda siempre a María Breskoskaya, la abuela de la revolución rusa, que se pasó cuarenta o cincuenta años en presidio, y a la que, al caer el zarismo, hicieron dormir los revolucionarios en la cama de la emperatriz Alejandra.
–Pues los revolucionarios de aquí tenéis la palabra. No tengo ganas de dormir en ningún lecho imperial o real, entre otras razones por temor a ciertos contagios; pero del presidio de barbarie sarracena y de estupidez clerical en que vivimos, ya es hora de que salgamos, ¡redios!
* * *
–Mi apellido es portugués. Es la traducción castellana de Da Cunha. Los Da Cunhas lusitanos tienen grandes pretensiones nobiliarias. Parece que la primera astilla del árbol genealógico fue cierto paje del rey de Portugal. Este rey perdió una batalla, y en la fuga tomó al paje sobre la grupa de su caballo. La bestia, abrumada por la carga, no iba bastante ligera, y cayera el monarca en poder de sus perseguidores, si el paje no se apeara y facilitara de este modo la huida de su señor. El paje cayó prisionero, y para que dijera a sus enemigos hacia dónde se había dirigido su señor, le aplicaron el tormento y le pusieron cuñas entre los dedos. El mozalbete resistió heroicamente el suplicio, y como escapara de la muerte y el cautiverio, el rey lo premió, autorizándole a utilizar cinco cuñas en su escudo.
* * *
–Confío en los obreros, en los hijos de hombres rudos y madres feas. Los señoritos, los niños «bien», son todos unos cretinos. Son hijos de dos faldas y de un par de pantalones: las faldas de la mujer, las faldas del padre confesor y los pantalones vacíos del marido.
* * *
–El ideal de las muchachas españolas es un cadete, un niño zangolitino, un pelele para marido; y para amante, un garañón, un semental, y si es vestido de negro, mejor. Cuando un padre jesuita ha casado a una chica con un niño gótico, con una sombra de hombre, va él a ofrecer sus relevantes servicios a la desconsolada mujer.
* * *
–No he visto generación de castrados y de «manfloritos» como la actual. Todos los hombres son impotentes o de una frigidez desesperante. Sin duda, por eso las mujeres cada día van más ligeras de ropa: a ver si los animan.
* * *
–Barcelona, Andalucía: ¿puedo creer lo que usted me cuenta? Los incendios de Andalucía todavía no se ven desde aquí. En cuanto a los atentados de Barcelona, hasta que la sangre no llegue desde aquel mar a este mar y me moje los zapatos, creeré que todo es pura broma.* * *
–A nuestros burgueses y a nuestras clases ricas les espanta lo de Rusia. Y aquello no es más que un rigodón. Cien años de orgía revolucionaria se necesitan. Cien años de quebrantar leyes, de pisotear prejuicios, de romper cacharros, de tumbar cachivaches. A los cien años de cólera popular, la atmósfera del mundo empezaría a ser respirable.* * *
–He visto que las izquierdas no han celebrado este año el aniversario de la revolución de agosto de 1917. Han hecho bien. Aquello no fue más que una revolución intestinal. Una revolución blanca, como dijo Araquistain. ¿Revolución blanca? –me pregunto yo cuando leí esto. ¿Revolución blanca? Pues revolución leche.* * *
–En nuestras inclusas matan de hambre a los niños y en nuestros asilos, a los viejos. ¿No sería más humano encerrar a toda esta población sobrante en una estufa y axfisiarlos como a los perros? Si de todos modos los hemos de asesinar, ¿para qué andarnos con dilaciones, con repulgos y con hipocresías?
Ángel Samblancat
Gijón
España Nueva, 14 de septiembre de 1919
Notas
(1) Amaro del Rosal Díaz, un socialista asturiano que en su juventud había conocido a Rosario de Acuña, fue uno de los que, tal y como se ha contado en un comentario anterior (⇑), solía comparar la figura de nuestra protagonista con la de la luchadora francesa Flora Tristán (1803-1844).
(2) Sobre los paralelismos entre las trayectorias vitales de Rosario de Acuña y Rosa Luxemburgo trató la conferencia pronunciada por el profesor Antonio García Menéndez (⇑), incluida en el amplio programa de actividades desarrollado por el Seminario de Historia Local de Pinto con motivo del centenario de la muerte de quien fue vecina de la localidad madrileña.
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