Los universitarios españoles andaban algo revueltos en el otoño de 1911. En Madrid se celebra una Asamblea Escolar en la cual los representantes de los distintos distritos debaten las reivindicaciones que elevarán a las autoridades ministeriales. Alguien cree que el momento es propicio para publicar La jarca de la Universidad (⇑), un artículo que Rosario de Acuña había enviado a su amigo Luis Bonafoux quien por entonces dirige el Heraldo de París, un periódico publicado en la capital francesa. No hacia falta ser adivino para comprender que el artículo en cuestión, escrito con lenguaje «castizo y viril» en opinión (⇑) de su autora, en el cual calificaba a la mayoría de los jóvenes españoles de engendros con «dos partes de hembra o, por lo menos, hermafroditas», vendría a inflamar tan agitado ambiente. Y así fue.
Las protestas estudiantiles comenzaron en Barcelona, donde adquirieron cierta violencia pues alguien aprovechó la circunstancia para sacar las armas y destapar temores recientes, y se extendieron rápidamente por la geografía patria, no quedando apenas localidad en la que hubiera facultad o instituto de segunda enseñanza en la que no hubiera manifestaciones o asambleas. Rosario de Acuña se convirtió en el blanco de todas las críticas, de los estudiantes y de la mayoría de la prensa. Pero no solo ella; la ira estudiantil alcanzaba también a Bonafoux y a cuantos no condenaran abiertamente el escrito.
En estas estamos cuando en las asambleas se empieza a criticar la posición de don Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca por entonces, de quien se dice que «se había adherido al espíritu del artículo publicado por El Progreso». Se comenta que así lo ha hecho saber en un telegrama que ha enviado a La Gaceta del Norte... En Zaragoza piden su destitución, en Granada le dan un voto de censura.
Así las cosas, a primeros de diciembre, huida Rosario de Acuña a Portugal y dado el cariz que están tomando los acontecimientos, a Unamuno no le queda otra que coger la pluma y salir a la tribuna pública con dos escritos, que por su interés, no solo en el caso que nos ocupa, sino también en cuanto pudieran evidenciar el estado de confrontación ideológica en la que el referido escrito fue publicado.
Salamanca, 3 de diciembre de 1911
Excmo. Sr. D. Amalio Gimeno
Mi respetable jefe y querido amigo: Leo que algunos estudiantes de Zaragoza piden mi destitución, suponiendo que me he hecho solidario de un cierto artículo, o lo que sea, de la Rosario Acuña, que reprodujo El Progreso, de Barcelona. Solo tengo que decirle que ni he leído el tal artículo ni le pienso leer, y que, por tanto, mal puedo ni hacerme de él solidario, ni de él protestar. Los que le han leído me dicen que es groserísimo, y con los estudiantes de toda España, han protestado los de esta Universidad, y entre ellos dos de mis propios hijos.
Lo que hay es que, en una reunión de estudiantes aquí, denuncié el carácter marcadamente político que iba tomando el movimiento escolar, en que ya no se trataba ya ni del artículo de la Acuña, ni de El Progreso, sino de protestar de «esa Prensa» –así la llaman–, y de pedir la destitución del digno señor gobernador de Barcelona, solo para crear conflictos al actual gobierno liberal. Y esto no les ha salido bien a los que intentaban arrastrar a la siempre confiada y desprevenida clase escolar.
Le repito que no conozco ni pienso conocer el artículo origen de todo esto; pero le aseguro que por duro que sea el calificativo que merezca la Prensa que acoge cosas como dicen que es ésa, no menos duro le merece esa otra Prensa cuya arma habitual es la insidia artera y la falsificación sistemática de la verdad.
¡Pobres estudiantes, víctimas unas veces de la una y otras de la otra!
Le ruego haga públicas, si lo cree oportuno, estas manifestaciones, y una vez más se le reitera leal amigo su subordinado s.s.
Muy señor mío: Fue mi primera intención dirigir esta carta, no al director de La Gaceta del Norte, que es, al fin, un asalariado, sino a alguno de los que se dice son consejeros de ese papel, como los en un tiempo amigos de mis mocedades Moronati, el sastre, o Lezama-Leguizamón, el minero. Mas creo preferible dirigírsela a usted.
Dícenme que el precitado papel ha acogido un telegrama de ésta, probablemente anónimo, en que se me atribuye no quiero saber qué opinión sobre el artículo ése, o lo que sea, de Rosario Acuña, artículo que desconozco. Y como ni lo he leído ni quiero leerlo, no tengo qué opinar de él ni qué protestar. Creyéndose en él ofendidos, han protestado, con los demás de España, los estudiantes de esta universidad que rijo, y entre ellos dos de mis propios hijos.
Pero aquí, como en otras partes, ciertos elementos afines a los de ese papel, han querido desviar el asunto, haciéndolo político, y ya no protestan ni del artículo de la Acuña ni del diario de Barcelona que lo reprodujo, sino de lo que llaman «esa» Prensa, y piden la destitución del gobernador de Barcelona, con la misma razón que algunos estudiantes de Zaragoza la mía. Lo único que he hecho es poner en claro en una reunión de estudiantes el carácter que toma ya este motín de jóvenes jaimistas, luises y análogos.
Oigo decir que el artículo de la Acuña es de incalificable grosería, mas por soez y baja que pueda ser la Prensa que acoja cosas como la que dicen, esa otra que se llama a sí misma «buena», acostumbra valerse de arteras insidias, mucho peores que aquella grosería. Ahí está, si no, La Gaceta del Norte, que, en tratándose de mí, ha empleado siempre, con su característica falta de sentido moral, todo género de torpezas, reticencias, mentiras y verdades a medias, que son peores que la mentira. El que haya insinuado que me tiene por medio loco o loco del todo, me honra, viniendo, como viene, tal insinuación de mentecatos o de ruines. Y claro es que no censuro el que haya callado cuando han podido decir algo en mi elogio, porque no es el único diario de esa mi tierra nativa, a la que honro tanto como el que más de sus hijos, donde no se puede hablar bien de mí, sino con sordina.
Lo que nunca olvidaré es la piadosa reseña que ese mismo papel hizo de una infame burla de que fue víctima persona a mí allegadísima, y cómo se complació entonces en repetir, equivocadamente y con canallesca fruición, mi siempre honrado apellido. La reseña fue más infame que la infame burla que un malvado Venerable y otros de la misma laya tramaron contra un Unamuno.
Tal es La Gaceta del Norte, albañal de las más inmundas pasiones sectarias, que no sé cómo hay personas decentes, piensen como pensaren, y si son cristianas más, que contribuyen a sostener.
Ruégole, señor director, publique en su independiente diario este doloroso desahogo de un hombre pacientísimo que viene hace años aguantando en silencio a esa canalla. Por ello le quedará agradecido su afectísmo s.s.
Alguna semana después, sin el apremio a que obliga la cercanía y la inmediatez, se explica largamente en «Algaradas estudiantiles», escrito publicado en las lejanas páginas de La Nación, periódico editado en Buenos Aires y del cual es colaborador habitual.
La protesta estudiantil contra el artículo de doña Rosario no supone nada nuevo, no es otra cosa que «¡Otra algarada más estudiantil!», con características similares a otras anteriores como «el famoso motín del día de Santa Isabel en Madrid y aquel otro del día de San Daniel». Y hablando de esas características comunes, el señor Unamuno no elude cuatro que también se dan en esta ocasión: las causas son lo de menos, de ordinario no son sino pretextos; suelen surgir en vísperas de la Navidad; tienen apariencia de protestas más o menos políticas y «los estudiantes no sirven sino de instrumento a los agitadores de otra laya».
No se olvida tampoco de señalar que estas huelgas son más temidas por los gobiernos más que las que tienen por protagonistas a los obreros, y lo son porque los estudiantes proceden de la clase media y alta, son hijos mismos de las autoridades que deben atajarlos e imponerles el debido correctivo.
En esta ocasión, sucede lo mismo., a tenor de lo que el por entonces rector de la Universidad de Salamanca nos dice:
«Esta vez surgió la protesta por un artículo que una antigua escritora librepensadora, que colaboró muchos años en Las Dominicales del Libre Pensamiento, dio en un periódico que en París se publica en español y de donde lo reprodujo un diario lerrouxista de Barcelona. No es cosa de hacer la historia del artículo, que además no conozco. En él se trataba duramente, según dicen, a la estudiantina española, pero mucho más a nuestras mujeres, al clero español, regular y secular, y a los obispos. Y como las señoras devotas, el clero regular y secular y el episcopado no iban a sublevarse y a protestar por las calles, lo hicieron por todos los estudiantes. Tratábase, por otra parte, de que el diario que reprodujo es el órgano en Barcelona del radicalismo que acaudilla Lerroux, y en Barcelona es sabido que todo, absolutamente todo, se convierte pronto o tarde en cuestión política, y que es Lerroux la "bête noire" de una gran parte de aquella ciudad. Y así, a pretexto de que el artículo no fue denunciado a tiempo, que no se recogió su tirada –sea o no legal esto–, que no se le suspendió acaso, y no sé si a pretexto de que no se le fusiló enseguida, en juicio sumarísimo, a su autora, vino la protesta, no ya contra el artículo y su autora y el diario que lo reprodujo, sino contra el gobernador y contra "esa" prensa...»
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