La capacidad de lucha de Rosario de Acuña Villanueva parece que está fuera de toda duda, pues son numerosos los testimonios con los que contamos al respecto. De hecho, empeñó buena parte de su vida en la batalla por conseguir que la luz de la razón penetrara en una España entenebrecida por la superstición y el fanatismo. Y eran muchos los frentes abiertos en aquella contienda: la libertad de conciencia, la «cuestión social», la educación racionalista... la postergación social de la mujer. Escribió artículos y dramas, pronunció conferencias, participó en mítines y manifestaciones... No había que desperdiciar ocasión alguna para esparcir la semilla de la luz y la esperanza.
Si Rienzi el tribuno (⇑) la situó en las estribaciones del Parnaso, esta inusitada y tenaz
actividad propagandística desarrollada a lo largo de sus últimos cuarenta años de vida la convirtió en destacada luchadora en la pública palestra. Los suyos destacaban su espíritu vigoroso, cuando no «viril»; sus oponentes echaban mano de todo el imaginario diabólico (⇑) para referirse a ella. En cualquier caso, creo no equivocarme si digo que a
la mayoría de los unos y de los otros les costaría imaginársela cantando unas coplas serranas mientras realizaba las tareas domésticas.
Esto de las etiquetas es lo que tiene: podemos llegar a pensar que la persona es unidimensional y que si alguien es, por ejemplo, una heterodoxa combatiente... pues eso: se pasa todo el día cavilando y cavilando la manera de poner todo patas arriba. Y si lucha denodamente contra la postergación social de la mujer, contra el papel que le han asignado de "ángel del hogar" y contra su confinamiento doméstico («luchemos en el seno de la
sociedad con nuestra pluma, en el fondo de nuestro hogar con la
perseverancia, y abramos el camino de la victoria a nuestras
descendientes»), parece que a algunos les cueste dar por bueno el hecho de que estuviera limpiando la casa
cuando la muerte vino a buscarla (cosa que a nuestra protagonista le ocurrió aquel 5 de mayo de 1923).
Rosario de Acuña era muy hogareña y le gustaba todo lo que tuviera que ver con la casa (también el huerto), desde su diseño hasta su conservación y cuidado, de lo cual tenemos bastantes ejemplos, como en este escrito donde nos cuenta cómo fregar el suelo de madera: «Respirando a pleno pulmón aquel aire marino de salud y de fuerza, agarré el estropajo, esparcí la arena y a fregar, tabla por tabla, no de través (fregadura de sucias) sino al hilo del madero. Un cubo y otro cubo sacados de mi aljibe era llevados y traídos por mis manos...» (continúa en Servando Bango en El Cervigón ⇑); o en este otro dedicado a La cocina (⇑), donde nos obsequia con dos recetas que ella solía preparar:
¡Que aproveche!
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