24 noviembre

31. Tres mujeres a las puertas de la Academia


La Real Academia Española se fundó en 1713 con la misión de «fijar las voces y vocablos de la lengua castellana en su mayor propiedad, elegancia y pureza», tarea que durante 266 años estuvo reservada exclusivamente a los hombres: hubo que esperar hasta 1979 para escuchar a Carmen Conde Abellán pronunciar el discurso de entrada que la convertiría en la primera académica de número, la primera mujer en la vetusta institución. La de doña Carmen no fue la única candidatura con nombre de mujer que a lo largo de la historia de la docta corporación se debatió en la tribuna pública. Hubo, al menos, otras tres que, con mayor o menor insistencia, se sometieron a la consideración de los académicos: Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo Bazán de la Rúa y Rosario de Acuña y Villanueva.

Gertrudis Gómez de Avellaneda, Emilia Pardo-Bazán y Rosario de Acuña


PRIMERA TENTATIVA. Cuando en 1852 muere el académico Juan Nicasio Gallego, Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, Cuba, 1814- Madrid, 1873) cree llegado el momento de presentar su candidatura al sillón que ha quedado vacante. Méritos no le faltan, pues lleva casi veinte años contando con el favor de quienes leen sus versos y novelas y de los que aplauden sus románticos dramas (Leoncia, 1840; Alfonso Munio, 1844; El príncipe de Viana, 1844...); tras el éxito cosechado por su drama Recaredo estrenado en el teatro Español (convirtiéndose en la primera mujer que alcanza tal honor; la segunda será Rosario de Acuña), otros cinco dramas (Glorias de España, La verdad vence apariencias, Errores del corazón, El donativo del diablo, La hija de las flores) aguardan el momento de encontrarse con el público a lo largo de 1852, el año de su candidatura.

Con este brillante expediente literario como principal argumento, Gertrudis pone en marcha su campaña. Según nos cuenta Carmen Bravo-Villasante «La Avellanada escribe cartas, solicita el puesto y organiza la defensa de su candidatura, aduciendo todas las razones poderosas que puede esgrimir quien de veras se cree con merecimiento para ocupar el sillón académico» (Una vida romántica: la Avellaneda, 1986). Su esfuerzo es en vano: su condición de mujer, que no su talento, resultó un obstáculo infranqueable según el testimonio de uno de los académicos que defendieron su candidatura:

Muy señora mía y de todo mi aprecio: Debo a usted contestación a sus dos últimas. No la di antes porque esperé el resultado de nuestra sesión de la Academia, creyendo indudablemente sería otro del que ha sido. El señor Duque de Rivas, Pacheco, Apecechea y yo hicimos lo que pudimos. Nos derribó la mayoría. En mi juicio, casi todos valíamos menos que usted; pero, sin embargo, por la cuestión del sexo (y el talento no debe tenerlo), los partidarios de usted sufrimos todos la pena de no contarla a usted, por ahora, entre nuestros académicos, y para nadie es mayor esa pena que para su apasionado servidor q.s.p.b., El marqués de la Pezuela. Madrid, 12 de febrero de 1853.

SEGUNDA TENTATIVA. En 1889 el nombre de Emilia Pardo Bazán de la Rúa (La Coruña, 1851- Madrid, 1921) suena entre los candidatos para ocupar un puesto en la Academia. A sus treinta y ocho años, cuenta con una gran reputación como novelista gracias al éxito alcanzado por alguna de sus obras como La tribuna (1883) o Los pazos de Ulloa (1886).

Las circunstancias son ahora bien diferentes. Si a mediados de siglo la candidatura de Gertrudis fue tema que ocupó a un reducido grupo de españoles, los cuales se dedicaron a maniobrar en un sentido o en otro en los cenáculos madrileños, la posible presencia de una mujer en la Academia adquiere a finales de los ochenta mayor trascendencia social al contar con el auxilio de la prensa, que utiliza el caso de la española de Cuba para abrir el debate sobre los méritos de la española de Galicia. Además, la de doña Emilia no es la única candidatura que se baraja, pues también se habla de la de Concepción Arenal para la Academia de Ciencias Morales y Políticas, y la de la duquesa de Alba para la de Historia. Evidentemente, lo que está en el fondo del debate es si las mujeres pueden ser académicas. Pardo Bazán no rehúye la discusión y en La cuestión académica, artículos a modo de cartas dirigidas a la ya fallecida Gertrudis, en donde:

a) Proclama que el rechazo de la candidatura de Gertrudis obedeció a su condición de mujer, no a escasez de méritos.

b) Repasa las reconocidas cualidades de otras españolas a lo largo de la historia.

c) Señala que mientras en las redacciones y entre los lectores progresa la idea de que en la Academia deben entrar quienes mayores méritos posean con independencia de su sexo, el número de académicos favorables a la entrada de mujeres ha disminuido en relación a los que debatieron el asunto en los cincuenta.

d) Manifiesta que tiene conciencia de su derecho «a no ser excluida de una distinción literaria como mujer»

A pesar de los argumentos de Pardo Bazán y de que las circunstancias parecían haber cambiado, el resultado es tan negativo como medio siglo atrás: las puertas de la Academia siguen cerradas para las mujeres. «A mí no se me ha admitido en la Academia, no por mi personalidad literaria –según han dicho todos los que podían votarme– sino por ser mujer. Esto no lo han confesado explícitamente sino algunos; pero es el hecho». Dos años después, en una carta dirigida a Rafael Altamira, doña Emilia da por cerrado el tema en cuanto afecta a su persona; se rinde en lo que a ella respecta, pero se muestra partidaria de continuar la lucha para derribar las barreras que impiden el paso de las mujeres a las academias, razón por la cual avala la candidatura de Concepción Arenal para la de Ciencias Morales y Políticas.

TERCERA TENTATIVA. El 26 de enero de 1917 El Liberal, de Madrid, pone en marcha una curiosa iniciativa: elegir mediante plebiscito popular los miembros de la Academia, para lo cual invita a sus lectores a enviar a la redacción del periódico «la lista de los 36 escritores, oradores, poetas, dramaturgos y eruditos que, a su entender, deberían formar la Academia Española». Al día siguiente Roberto Castrovido, director de El País, hace pública su lista de académicos en la cual figuran los nombres de cuatro mujeres: Rosario de Acuña y Villanueva («poetisa, autora de dramas y escritora de grandes bríos, algo parecido a don Joaquín Costa, nada menos», Emilia Pardo Bazán, Blanca de los Ríos («erudito de primer orden, ilustrador de la vida de Tirso de Molina»)y Sofía Casanova («literata y, sobre todo, periodista de mérito extraordinario»).

La propuesta de Castrovido es apoyada, en lo que toca a doña Rosario, por Rafael Sánchez de Ocaña, director por entonces del diario gijonés El Noroeste. Un día después, la candidata hace pública su posición al respecto, que en nada se parece, por cierto, a la mantenida años atrás tanto por Gertrudis Gómez de Avellaneda como por Emilia Pardo Bazán. El título ya nos da una pista acerca del tono empleado por doña Rosario: «¡Yo, en la Academia!» (⇑).




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