En los inicios de la segunda década del siglo XX y en lo tocante a la participación de la mujer, algo se empieza a mover en las filas del socialismo asturiano. En el año 1913 se constituye en Mieres el primer Grupo Femenino Socialista; poco después lo hará el de Gijón; y unos años más tarde el de Trubia, del cual tenemos noticia cierta ya en los inicios de 1917, pues doña Rosario de Acuña envía una carta (⇑) para ser leída en un acto organizado por el Centro de Sociedades Obreras de la localidad en el que participan sus integrantes.
A comienzos del año 1919 serán las socialistas de Turón las que se movilizan para formar un grupo propio. En junio, según cuenta El Socialista, está formalmente constituido e integrado «por un centenar de decididas compañeras» que «trabajan por las ideas que han de redimirlas de la esclavitud de que vienen siendo víctimas». Una de sus primeras iniciativas consiste en la organización de una jira prevista para el 22 de junio. Entre los invitados al acto figura Virginia González, vocal del Comité Nacional del PSOE y de la UGT, integrante del Comité de la huelga general de agosto de 1917.
El sábado 21, el día anterior a la jira, el salón de la Casa del Pueblo de Turón se hallaba abarrotado de un público deseoso de escuchar las palabras de Virginia González. La mayoría de las asistentes eran mujeres y a ellas se dirigió la oradora para hacerles ver «la necesidad que tienen de luchar en el terreno socialista para combatir a las instituciones sostenedoras de la burguesía, del ejército, del clero, magistratura y policía». Del acto da cumplida cuenta El Socialista; también de la inesperada presencia entre los asistentes de una conocida mujer:
Como acto de verdadera significación fue la presencia inesperada de la ilustre escritora madrileña doña Rosario de Acuña, que, deseosa de abrazar a nuestra compañera Virginia, no reparó en las pocas fuerzas que disfruta para hacerlo, pues tal era su deseo. Este hecho hizo que el público se desbordara en entusiasmo.Doña Rosario sabía bien quién era la protagonista de aquel acto, pues ha dejado escrito que por aquel entonces sólo leía la prensa portuguesa y El Socialista. Sabía quién era por lo que contaba la prensa y también porque, tan solo unos meses antes, había recibido en su casa a su hijo César (⇑), joven integrante de las Juventudes Socialistas que subió hasta El Cervigón en compañía de Torralba Beci y Wenceslao Carrillo. Su deseo de abrazar a Virginia González, su deseo de participar en aquel acto organizado por las mujeres de Turón, tuvo que ser intenso, tanto como para superar el esfuerzo que suponía desplazarse hasta allí. Según cuenta el cronista de El Noroeste, llegó de Gijón en ferrocarril a la estación de Santullano y desde allí «se impuso el sacrificio de venir andando». De las dificultades del recorrido –unos seis kilómetros de distancia– nos da cuenta ella misma: «pisé las escorias incendiadas; me libré, con inverosímiles quiebros para mis huesos de setenta años, de las vagonetas que se precipitaban por los rieles; mi garganta se contrajo con el polvo negro y los humos fétidos; mis oídos se atronaron con las estridencias de las maquinillas carboneras, el chirriar de los cables y el tableteo de los lavaderos…». Todo mereció la pena a decir de nuestra protagonista, tal y como le cuenta meses después al publicista Ángel Samblancat que la visita en su casa de El Cervigón:
Hace poco estuve en Turón, en las minas –me dice–. A pesar de lo que aquellos obreros me manosearon, me zarandearon y me estrujaron, no me rendí. Volví a casa como si tal cosa. Muy fortalecida, sobre todo espiritualmente, por el contacto y la convivencia con aquellos luchadores. Y muy conmovida por las pruebas de cariño que de ellos y de sus compañeras recibí. «Abuela, bendice a mi hijo», «Abuela déjeme que le bese la punta del pañuelo o del jubón», repetían constantemente.
Aquella conferencia de Virginia González era el preámbulo de la jira prevista para el día siguiente. Y Rosario de Acuña se quedó. Y tomó parte en el mitin que dio comienzo a las tres de la tarde en la explanada situada frente a la Casa del Pueblo. Ante varias miles de personas (las crónicas dicen que entre cinco y seis mil) los distintos oradores van turnándose en la tribuna. Tras los discursos de algunos dirigentes socialistas locales, toma la palabra la escritora para dar lectura a unas «magníficas cuartillas doctrinales», a cuyo término los presentes aplaudieron con gran entusiasmo sus palabras. Tras su intervención le sigue en el uso de la palabra el destacado dirigente socialista regional Wenceslao Carrillo, cerrando el acto Virginia González.
Rosario de Acuña tenía ganas de conocer a Virginia González («Tuve la satisfacción y la alegría de conocerla. Supe que iba a hablar en Turón, un hermoso valle de estos incomparables montes astures, y allá me fui»), y ambas aprovecharon su estancia allí para conocerse, para intercambiar puntos de vista sobre las vicisitudes de la pasada huelga general, sobre el papel de la mujer en la sociedad o sobre el futuro inmediato de España. La conversación tuvo continuidad en los días siguientes, pues la dirigente socialista acudió a Gijón para participar en otros mítines que tenían a las mujeres como principales destinatarias. Rosario de Acuña tenía ganas de conocerla y en el artículo «A Virginia González» (⇑), nos ha dejado constancia de cómo la conoció en aquel mitin que tuvo lugar en Turón un fin de semana del mes de junio del año 1919.
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