10 noviembre

199. La masonería, bastión estratégico


Fragmento de la cabecera del Boletín de procedimientos, órgano oficial del Soberano Gran Consejo General Ibérico
Su casual encuentro con Las Dominicales del Libre Pensamiento catalizó el proceso de transformación que había iniciado tras la muerte de su padre y la definitiva separación de su marido: en las páginas del semanario «palpitaba la vida de la libertad, de la justicia, de la fraternidad, no como una abstracción del pensamiento, sino como una realidad viviente, enérgica, activa, llena de promesas de redención y de esperanzas de felicidad». Tan solo encontraba una objeción a la encomiable tarea que desde meses atrás realizaban Ramón Chíes, Fernando Lozano y el resto de colaboradores del semanario: no es posible defender la libertad de pensamiento sin contar con la mujer. Convencida de que ellos solos no podían conseguirlo, decide dar un paso al frente y unirse a su lucha: «heme aquí, señor Chíes, que vengo a ofrecer mi entusiasta concurso a la causa del librepensamiento, con la mesura del caminante que, viajando solo, ni se precipita ni retrocede.»

Cuando a finales de 1884 inicia la campaña de Las Dominicales (⇑), su voz de mujer se adentra decidida en aquel campo de batalla en el cual unos cuantos hombres pelean contra otros muchos para lograr que, al fin, la luz se abra paso. «Para usted y los suyos la lucha activa y vigorosa con los poderes, legislaciones o doctrinas imperantes; yo me contentaré con combatir a los enemigos, sean los que fueren, del hogar, de la virtud femenina, de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre».

Aunque eluda lo rudo de la batalla, aunque dé por supuesto que puede contar con el apoyo de sus nuevos compañeros, sabe que aquella lucha que ahora comienza no va a ser incruenta, que los enemigos acecharán por doquier: «Las alimañas más estrambóticas van a surgir a sus orillas; unas, como los dogos de la fábula de Cano, comenzarán a ladrar; otras se harán las mortecinas, a ver si tropiezo con ellas inadvertidamente; muchas, con la propiedad que tiene la cobardía de ensañarse contra los que imagina indefensos, entablarán un concierto de aullidos». Se ve sola, mujer sola, enfrentada al clericalismo y a sus poderosos instrumentos: el confesionario, el púlpito y la prensa confesional.

Sin embargo, apenas iniciada su campaña recibe buenas nuevas: no está tan sola como ella creía. Entre las reacciones de entusiasmo que provoca la publicación de su carta, de su adhesión a la «causa  del librepensamiento» se encuentran las de unas cuantas mujeres que la saludan alborozadas, que se suman a su lucha. No está sola, ciertamente. En aquella España dominada por el oscurantismo y las supersticiones hay otras mujeres que ya han conseguido desembarazarse de los arneses clericales y están prestas para el combate. Pasados unos meses, al  repasar todas aquellas muestras de apoyo («pasan de mil las cartas de adhesión incondicional que guardo en carpeta») bien pudo haber constatado que no todas las mujeres que le habían escrito se encontraban solas y aisladas; supo que también las había que integraban algún tipo de agrupación. Dos hay que destacan especialmente. Por un lado la de aquellas que habían convertido el semanario espiritista  La Luz del Porvenir en un enclave anticlerical, en una plataforma desde la cual se defienden los derechos de la mujer y el laicismo; por otro, la masonería, sociedad que vive por entonces una etapa de expansión, con un incremento de la presencia femenina en las logias y con la creación de logias integradas exclusivamente por mujeres.

Amalia Domingo Soler, directora de la publicación espiritista, apenas tarda unos días en mostrar públicamente su satisfacción por aquel escrito de adhesión (⇑). En carta fechada en Gracia, Barcelona, el 5 de enero de 1885 le cuenta que reproducirá su carta en el semanario y que le encantaría establecer correspondencia con ella «porque sois un genio, y los genios se asemejan a los soles, que con su calor vivifican».  En efecto, tal como había anunciado, en la portada de la edición del 15 de enero se publica el texto íntegro, precedido de una entradilla en la que, entre otras cosas, se dice: «La adquisición de Rosario [de] Acuña, es para el racionalismo filosófico de alta trascendencia, los libre-pensadores podemos decir que es nuestra la victoria». A partir de entonces, los escritos que envía a Las Dominicales serán aquí reproducidos con prontitud: las mujeres de La Luz del Porvenir se convertirán en entusiastas propagadoras de su palabra. Aunque el grupo no sea muy grande, allí cuenta con nuevas aliadas. No está tan sola como podría haber creído en un primer momento.

Más numeroso es el grupo de las masonas, pues, según las fuentes disponibles, en el último tercio del siglo XIX habría varios centenares de mujeres formando parte de las logias españolas. La masonería vive por entonces una etapa de crecimiento y hay masones que se muestran decididos a asociar a la mujer a la causa. Algunos se muestran convencidos de que solo con su concurso podrán neutralizar la perniciosa influencia que ejerce el clericalismo sobre sus compañeras: «vemos con dolor los trabajos de nuestra Orden combatidos por nuestros enemigos que, apoderándose de la mujer en el púlpito y en el confesionario meten la idea enemiga entre nosotros...». Quienes así se expresan son los integrantes de la logia Amistad, de Pedralva (Valencia), en carta dirigida a la recién llegada. En parecidos términos lo hicieron semanas antes los de la ferrolana Luz de Finisterre, a quienes doña Rosario no tarda en contestar mostrándoles su satisfacción por el apoyo que le han ofrecido: «Véanme, por lo tanto, con el sentimiento de mi pequeñez y el agradecimiento hacia su bondad, recibiendo, conmovida y respetuosa, el alto honor de que he sido objeto en su entusiasta felicitación». Las adhesiones y bienvenidas se suceden: los hermanos de la logia Acacia, número 25, también de Valencia, la convierten en «heroína del librepensamiento», en «redentora y defensora de la emancipación de nuestra débil compañera»; los de la Alces, de Alcázar de San Juan, la animan a disipar «con la brillante luz de vuestra inteligencia las sombrías tinieblas en que se halla sumida la mujer española»; los integrantes de la logia Amigos de la Naturaleza y de la Humanidad, de Gijón, le transmiten efusivas muestras de admiración y respeto: «Recibid, señora, la expresión de nuestro más afectuoso cariño, y contad que siempre tendréis un lugar preferente en la memoria de todos los obreros de esta Log .·. que os admiran y veneran»... Del contenido de estas cartas podemos deducir que la masonería ha recibido con satisfacción su llegada al bando de quienes defienden la causa del librepensamiento, también que en las logias existe interés en aproximarse a doña Rosario.


De todas ellas será la Constante Alona, de Alicante, la que lo haga de una manera más explícita y  continuada. Ya en el mes de febrero de 1885 publica en su periódico La Humanidad un escrito ensalzando su labor: «... combate con energía ayudada por su profundo y brillante talento contra la ignorancia y la superstición de la mujer, que han impedido hasta ahora que ocupe en la sociedad el lugar que legítimamente le corresponde». Si las cartas anteriores le produjeron una lógica satisfacción, este laudatorio texto tuvo que hacerlo en mayor medida, por cuanto había sido escrito por Mercedes Vargas, simbólico Juana de Arco, oradora honoraria de la logia. Detrás de esos nombres se encuentra una mujer que comulga con los objetivos de su lucha en pro de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre; una mujer dispuesta a colaborar en la campaña que ha emprendido: «ofrezcámosle mis qq.·. hermanas nuestro humilde grano de arena para ayudarla a dar cima a la colosal obra que ha emprendido y, siguiendo sus huellas, llegará a ser un hecho la recuperación de la mujer por medio de la razón ilustrada».

Quizás el interés de Mercedes Vargas impulsó a los responsables de la logia a ponerse en contacto con nuestra protagonista. Lo cierto es que así lo hicieron, pues disponemos de una carta (⇑) en la cual Rosario de Acuña agradece las atenciones que le han dispensado; sabemos también que en su casa de Pinto recibe «oportunamente» La Humanidad, órgano oficial de la logia que ve la luz cada diez días. Es probable que se mantuvieran los contactos (los hechos acontecidos meses después así parecen corroborarlo), que se hablara de la coincidencia de ideales, de una posible iniciación de quien tan brillante campaña viene haciendo en pro de la libertad y del progreso, que la escritora fuera invitada a visitar la ciudad para propagar allí sus ideas... De haber sido así, lo fue sin una gran concreción pues las noticias que empiezan a circular por la capital alicantina son un tanto difusas. Ya en los primeros días del año 1886 la prensa local informa de la inminente llegada de la escritora; El Graduador del seis de enero dice que «dará alguna conferencia en el teatro o en otro punto a propósito». A finales de mes en la Constante Alona creen que llegará el cinco o el seis de febrero para dar unas conferencias sobre libertad de pensamiento y así se lo comunican a los responsables de las logias Numancia y Alona, solicitándoles designen sendas comisiones para acudir a recibirla. No lo hizo ni el cinco ni el seis; llegó, por fin, la mañana del jueves 11 de febrero a la estación de ferrocarril de la capital alicantina y lo hizo acompañada por el señor Ruzafa que hizo el viaje con ella desde Pinto. Entre quienes se habían acercado para recibirla abundaban los masones y en el carruaje de otro masón, el señor Terol (probablemente Rafael Terol Maluenda, Mateo, iniciado en la Constante Alona en 1880, diputado provincial por entonces y no tardando alcalde de Alicante y diputado en Cortes), se dirigió a la acreditada fonda Bossio.

Fonda Bossio y teatro Principal en una fotografía de 1852 (Archivo Municipal de Alicante)

A partir de entonces, los hechos se suceden con celeridad, lo cual parece probar la existencia de comunicaciones anteriores. Al día siguiente, viernes 12 de febrero, Rosario de Acuña dirige un escrito (⇑) al venerable maestro de la logia Constante Alona solicitando su ingreso en la masonería. Ese mismo día un grupo de masones envía al mismo venerable maestro otra carta, en la cual proponen la iniciación de esta señora «muy conocida por sus escritos e ideas que vienen a identificarse con las ideas que defendemos»; también que se realice con celeridad, pues  tan solo permanecerá en la ciudad un corto número de días. Un día después, sábado 13 de febrero, Eduardo Oarrichena Guijarro, Plutón, Gr .·.32 gran delegado en la provincia del Gran Oriente de España, autoriza a la logia Constante Alona «para que se proceda a la iniciación de tan distinguida señora de la forma más breve, relevándola de las tramitaciones ordinarias por exigirlo así el bien de la Orden en general y de esta logia en particular». Ese mismo día, los responsables de la Constante Alona comunican a los de la Alona que, habiendo recibido la autorización pertinente, se procederá a la iniciación de Rosario de Acuña en la noche del lunes 15 de febrero. Quedan dos días para la ceremonia, tiempo que la solicitante aprovecha para recordar una estancia anterior (⇑). El domingo 14 viaja a Elche y lo hace acompañada por tres masones: Eduardo Oarrichena, el delegado del GOE que acaba de autorizar este excepcional procedimiento de iniciación; José María Escuder, Celso, Gr .·.3, autor de la nota añadida a la solicitud de iniciación formulada por Rosario de Acuña, pidiendo se admita y vote, iniciándola a la mayor brevedad; y Rafael Sevilla Linares, miembro también de la logia Constante Alona y director de La Unión Democrática.

Por las informaciones que facilita ese diario alicantino sabemos que las conferencias sobre el librepensamiento de las que se había hablado no pasaron de ser una posibilidad; que sí hubo un recital poético (⇑) en el teatro Principal el miércoles 18 de febrero; que la poeta, convertida ya en Hipatia, cuando apareció en el escenario fue aplaudía por el público asistente «con entusiasmo rayano al delirio». Rafael Sevilla cuenta a los lectores del diario que dirige todo lo acontecido aquella velada, lo hace en una entusiasta crónica (⇑), sin escatimar elogios hacia la protagonista, hacia la «poetisa inspirada, la escritora eminente, la adalid del progreso, la defensora acérrima de las libertades patrias, la Hypatia española...»: conoce de primera mano que ese es el nombre simbólico que adoptó en la ceremonia de iniciación. Rosario de Acuña y Villanueva ya es masona, ya es Hipatia.

Quizás sea este el momento adecuado para preguntarse cuáles han sido las razones de este entendimiento. Las de la masonería parecen claras, a tenor de lo expuesto por el delegado provincial del Gran Oriente de España. En los considerandos que incluye el señor Oarrichena en su carta del día 13 hay dos que resultan muy reveladores. En uno de ellos hace mención a «las altas cualidades que la adornan y su activa propaganda en pro de nuestros principios y del libre pensamiento»; en otro manifiesta «que es una gloria nacional por sus brillantes escritos, y que la masonería patria adquirirá con su iniciación una gran columna que, por medio de la propaganda, atraerá a nuestros templos gran número de adeptos». Para hablar de las posibles razones de Rosario de Acuña será necesario utilizar algo más de espacio.

En primer lugar,  es preciso señalar que la masonería le resultó próxima desde los mismos inicios de su campaña de Las Dominicales (⇑). A las entusiastas muestras de agradecimiento que recibe de las logias, hay que añadir el hecho de que los principios masónicos no le eran ajenos, también que las páginas del semanario librepensador se convirtieron en un espacio favorable a la masonería, pues no debemos de olvidar que tanto Ramón Chíes como Odón de Buen o Fernando Lozano eran masones. Librepensamiento y masonería confluyen de manera natural en Las Dominicales. Allí puede encontrar un sólido respaldo en su lucha. Una mujer sola no puede desdeñar el apoyo que en aquella contienda le puede brindar una organización que le es afín, que vive una etapa de expansión y que cuenta con presencia en algunos sectores influyentes. A esta proximidad inicial a la orden hay y al apoyo que pueda recibir de la misma hay que añadir un elemento de gran importancia para ella: la presencia de mujeres en las logias y, según parece, son unas cuantas más que aquellas que se agrupan en torno a La Luz del Porvenir. En algunos de los templos masónicos se encuentran mujeres que han conseguido liberarse de la nefasta influencia del clericalismo. Quien se lanzó al campo de batalla para defender la ilustración de la mujer, la dignificación de la compañera del hombre, no puede desaprovechar la ocasión de contar con aquellas potenciales aliadas en su lucha. Bien es verdad que no todos los masones están de acuerdo con su presencia; que no está claro cuál es el papel que desempeñan en aquellas logias que sí la contemplan; que en algunas compartieron rituales y cargos con sus compañeros; que en otras, al contar con dos o tres masonas, se constituía una columna o cámara de adopción integrada por hombres y mujeres;  que las había que, alcanzando un número suficiente, se constituían en logia de adopción con cierta autonomía de funcionamiento; y que las había, al fin, que se independizaban de la logia madre. Quizás sea esta diferencia de trato a la mujer la que pueda explicar el porqué de su iniciación en una logia tan distante de su domicilio habitual.

Creada en 1878 por los integrantes de la preexistente Alona que permanecieron fieles al Gran Oriente de España, la logia Constante Alona tuvo un rápido crecimiento en los primeros años ochenta, instalando logias en diferentes lugares de la provincia de Alicante e iniciando a varias mujeres. La presencia de las primeras masonas en su seno hizo que sus responsables se planteasen la posibilidad de crear una logia de adopción independiente, proyecto que, a requerimiento de la Gran Logia Simbólica del GODE, quedó en suspenso hasta que se modificasen las Constituciones y que finalmente fue sustituida por la creación de un taller o cámara de adopción. Además de Mercedes Vargas otras doce mujeres se iniciaron a lo largo de 1883. Buena parte de ellas eran familiares de masones. Tal es el caso de Petra Cambó Vargas, Carlota Corday, hija de Mercedes o de Rita Genaro Bellver, Raquel,  y su hermana Magdalena, Lara, esposa de Eduardo Oarrichena, el delegado del GOE en Alicante. La admiración de Mercedes Vargas, las facilidades encontradas por los miembros de la logia o la presencia de varias mujeres entre sus integrantes pueden ser algunas de las razones que llevaron a Rosario de Acuña a que su iniciación tuviera lugar en la Constante Alona. La lejanía no era, en cambio, un obstáculo a considerar por quien no parece que tuviera intención alguna de participar en los trabajos habituales de la logia, ni de esta, situada a centenares de kilómetros de Pinto, ni de ninguna otra, por cercana que estuviera. Para la masonería el ingreso de la nueva hermana suponía la incorporación de «una gran columna que, por medio de la propaganda, atraerá a nuestros templos gran número de adeptos»; Hipatia, por su parte, lograba el respaldo de la orden en su lucha en pro del librepensamiento y la posibilidad de contar con nuevas aliadas en su batalla para sacar a la mujer «de los raquíticos destinos de la sierva».

Mapa en el que se señala el itinerario del viaje que realiza Rosario de Acuña en el verano de 1887

A buen seguro que habrá de notar este apoyo cuando, al año siguiente, realice un largo viaje a caballo (⇑) por algunas provincias del noroeste, que las cartas de recomendación surtirán sus efectos cuando visite Luarca, Orense o La Coruña; que sabrá de las gestiones del soberano gran comendador del Gran Oriente Nacional de España para intentar solventar algunas molestias que padece en su cotidianidad pinteña; o de las gestiones que, años después, realizan algunos masones gijoneses para intentar conseguir un indulto (⇑) y que pueda regresar del exilio portugués. Lo nota y lo agradece: «Conmovida de gratitud, dispuesta a corresponder a vuestra generosa protección como únicamente creo que os será grato mi reconocimiento, que es dedicando todas mis actividades a la propaganda de nuestro sublime credo». En cuanto a la mujer, a las mujeres masonas, sabrá aprovechar la coyuntura favorable que le deparará el año 1888.

Alfredo Vega Fernández, vizconde consorte de Ros, había encabezado el año anterior una escisión en el Gran Oriente Nacional de España con la pretensión de lograr una democratización de la obediencia. Convertido en soberano gran comendador, reconoció la autonomía de las logias para ejercer su gobierno y administración; propició la incorporación de las mujeres a la orden; y procuró la unión con una parte del disgregado Gran Oriente de España representado por Miguel Morayta. Todas estas medidas debían de sonar muy bien a los oídos de la hermana Hipatia: una organización más democrática, más unida y con mayores facilidades para la presencia de la mujer en sus filas. La coyuntura se mostraba favorable a su participación en las actividades masónicas: no en Alicante, sino en Madrid; no en las periódicas tenidas de su logia, sino en otros actos, de mayor trascendencia y simbolismo. Doña Rosario, que ya conocía a Miguel Morayta de los tiempos de las protestas universitarias de 1884 (⇑), también debía de conocer a Alfredo Vega, al menos sí que nos consta que entre sus amistades se encontraba su suegro, Antonio Ros de Olano (quien utiliza el familiar término de Rosarito en una de las cartas que le envía; Rosario, a su vez, le había dedicado en 1880 su drama Tribunales de venganza: «en prueba de la admiración que le profesa») y, probablemente, también su mujer Isabel Ros de Olano Quintana («Comunique a Isabel, si así lo quiere, el proyecto y la carta; por mi parte, no solo no tengo inconveniente, sino que estimo su criterio en mucho, y cualquiera modificación o reforma que ella indicase será para mí muy tomada en cuenta»). Será en este contexto de proximidad, de amistad, de relación directa con la persona que lidera el Supremo Consejo de la obediencia (que se había reservado para sí la administración de los grados superiores, mientras las grandes logias regionales se encargaban de la administración de los tres primeros: aprendiz, compañero, maestro), donde haya que situar las actuaciones de Rosario de Acuña.

Firmado con el simbólico Hipatia.·. que figura tras su nombre y apellido, en la primera página de Las Dominicales del Libre Pensamiento del día 25 de mayo de 1888 se publica el escrito titulado «Al pueblo masónico. La gran protectora de la masonería española» (⇑), a lo largo del cual va hilvanando las impresiones de su reunión con María del Olvido de Borbón y Castellví, aunque en ningún momento se refiera a ella por su nombre: «Como un rumor no bien definido sabía que la masonería española, al unificarse bajo una sola autoridad representada por el nobilísimo vizconde de Ros, había elevado al Protectorado a una mujer de estirpe regia». Cuatro horas más tarde, salía alborozada de su encuentro, deseosa de proclamar la buena nueva, esperanzada ante los buenos presagios que el futuro parecía reservar a la masonería y a la mujer española: «¡Pueblo masónico! Ha llegado el instante en que tus esfuerzos en pro de la fraternidad humana se vean condensados por un espíritu capaz de conducirnos a la victoria: solo una mujer de excepcionales condiciones podría levantar sobre la gran familia el emblema del triunfo». Al día siguiente, lunes 26, un agradecido vizconde de Ros le cuenta por carta que esa misma noche doña María (a quien «le parece encantador y extraordinario su artículo y da a usted mil millones de gracias») asistirá a una reunión, a la cual invita: «Usted y ella solo serán las que concurran, pues está prohibido a las señoras asistir, y solo ustedes irán como las protectoras, las que vengan por derecho propio».

La noticia de la iniciación de María Olvido –que  había tenido lugar ese mismo año en la logia Amantes del Progreso, de Madrid–, fue bien recibida por cuantos se habían mostrado partidarios de facilitar el acceso de las mujeres a la masonería, de manera especial por las masonas (las de la logia Creación nº 3 de Barcelona acordaron por unanimidad felicitarla «por haberos dignado aceptar el alto cargo de Protectora de la Masonería de Adopción»). Tanto Hipatia como el gran comendador saben de la importancia de este tipo de incorporaciones para propiciar el acercamiento de las mujeres a la masonería. Tanto es así que Rosario de Acuña no duda en proponer que se invite a formar parte de la orden a otra mujer de la familia real: María Cristina Gurowski de Borbón. Su propuesta fue muy tenida en cuenta y en carta fechada el dos de julio el vizconde consorte de Ros le confirma el éxito de la gestión encomendada: ese mismo día será iniciada. Se muestra feliz con aquella adquisición, pues es mujer dotada de grandes cualidades y que está «dispuesta a todo por la orden».

Aquel acercamiento a algunas mujeres de la familia Borbón, bien recibido en la masonería, causó honda preocupación en los sectores confesionales, hasta el punto de que una parte de la prensa se apresuró a desmentir algunos rumores que apuntaba a que aquella María Cristina fuera la mismísima reina regente, tal y como había publicado el extravagante Jogand-Pagès (más conocido por Leo Taxil) haciéndose eco de lo publicado por un periódico español: «Una gran desgracia acaba de experimentar España. La reina regente doña María Cristina ha aceptado la afiliación a la francmasonería [...] La Masonería española ha puesto en manos de María Cristina las insignias del grado 33. Asistían a esta formalidad y ceremonia que la acompaña doña María Olvido, hija del infante don Enrique, doña Rosario de Acuña y muchas señoras elegantes y distinguidas de la Corte». Entusiasmo en un bando, nerviosismo en el otro.

Tal es la satisfacción que parece sentir el señor vizconde consorte de Ros con la actividad desarrollado por su «queridísima hermana» que no duda en proponerle que sea la directora de un periódico masónico. Según parece, comenzaron a hablar de la importancia que podría suponer para la orden el hecho de contar con un medio de difusión –su estandarte e interlocutor ante la sociedad– en alguno de los diversos actos en los que coincidieron a lo largo de la primera mitad de 1888. Aquellas conversaciones –que para Rosario de Acuña no debieron de ser más que una aproximación teórica a una iniciativa interesante– dieron pie a que el señor gran comendador considerara que el proyecto podría ser una pronta realidad. Tanto que en una carta le dice que Isabel está  «entusiasmada con la idea de que dirija usted un periódico» y en otra, fechada el dos de julio, concreta algo más su propuesta: «Respecto del periódico que será semanal y, si no le parece mal, puede llamarse La Igualdad en el Libre Pensamiento o La Acción del Libre Pensamiento, y le dará nombre si estos no le parecen bien». Llegados a este punto es cuando su interlocutora se ve en la necesidad de exponer por extenso los motivos que le asisten para no aceptar aquella propuesta. Tan solo un día después le envía una extensa carta (⇑) en la cual argumenta las razones –de orden social, físico y moral– que se lo impiden. No obstante, muestra su disposición  a colaborar en aquella empresa, incluso en un puesto de importancia como el de primera redactora del periódico.

Fragmento de la carta que envía al vizconde de Ros exponiéndole las razones para no aceptar la driección de un periódico masónico

Cierto es que lleva años dedicada a la propaganda de los ideales de libertad y progreso, pero no es menos cierto que su compromiso es el de «combatir a los enemigos, sean los que fueren, del hogar, de la virtud femenina, de la ilustración de la mujer, de la dignificación de la compañera del hombre». Toca conciliar ambos objetivos. De ahí que, aunque no sea como directora, sí que se muestre dispuesta a colaborar en la puesta en marcha de un periódico masónico,  pues se muestra convencida de que el engrandecimiento de la masonería habrá de propiciar un escenario más favorable al desarrollo moral e intelectual de la mujer, a su equiparación con el hombre; y no desaprovechará su privilegiada situación en la orden para manifestarlo así ante sus hermanos y hermanas, tal como había hecho tan solo unos días antes, con ocasión de la inauguración en Getafe de un colegio-asilo para huérfanos de masones. Tras el banquete que se celebra con motivo de tan feliz evento, Rosario de Acuña toma la palabra para ligar, una vez más, su campaña en defensa de la mujer con los ideales de progreso que persigue la masonería:

Brindo por el enaltecimiento de la mujer española en todas las esferas del orden intelectual, para que deje de ser débil, no por medio de una usurpación ridícula e imposible de los destinos masculinos, sino por el íntimo convencimiento de su propia valía, que la dignificará, haciéndola hermana y compañera del hombre, para que sea declarada responsable, lo mismo de sus crímenes que de sus virtudes, y que así como hoy asciende las gradas del cadalso entre la compasión o el desprecio de las multitudes, mañana ascienda las gradas de la cátedra entre el respeto y la admiración de sus conciudadanos [...] Que el pueblo masónico, con su importante influencia, contribuya a la reforma de nuestras legislaciones, de un modo tal que cuando la mujer pretenda reivindicar sus derechos de persona racional no se encuentre, como en la actualidad, con que las leyes la hacen esclava, la religión la hace víctima, la sociedad la hace paria, y la familia la hace réproba...

Ciertamente, la masonería con «su importante influencia», es para ella un estratégico bastión en la campaña de Las Dominicales (⇑) en la que está inmersa, pues no solo le proporciona amparo y defensa, sino que además le brinda la posibilidad de ir sumando a su causa nuevas aliadas, alentadas por los ecos de la reciente incorporación de algunas hermanas que cuentan con apellidos tan ligados a los poderes del Estado. También de conocer a Ángeles López de Ayala y Molero (⇑), una de sus más renombradas seguidoras. Su amistad con el vizconde le dio ocasión de participar a lo largo del año 1888 en diversos actos, en algunos de ellos junto a López de Ayala, y no desaprovechó ninguna de las ocasiones que se le presentaron para seguir batallando, fiel al convencimiento de que era imposible alcanzar los proclamdos y perseguidos ideales sin contar con la mujer. Lo volvió a repetir en el otoño de ese año cuando participa como oradora en la instalación de la logia femenina Hijas del Progreso. A las mujeres dirige, una vez más, sus palabras:

Pero bien sea luz y sombra lo que en el porvenir espere, no puedo menos de dirigirme a ella que condensa, a ella que realiza uno de los más caros ideales de mi alma, la mujer por la mujer, la mujer engrandecida, ilustrada, dignificada por la mujer; la mujer, permitidme la frase, probando sus fuerzas como ser pensante, manifestando sus condiciones como ser racional en un radio de acción pura y genuinamente femenino.


Discursos, encuentros con masonas, cartas, banquetes, escritos... el año 1888 ha sido muy intenso para la hermana Hipatia. Tanta fue la actividad desarrollada entonces, que no deja de llamar la atención su práctica desaparición del universo masónico tan solo unos años después. Desde que en el mes de marzo de 1890 su firma encabezara el escrito (⇑) que la logia «8 de abril de 1888» hace público en apoyo del pueblo portugués tras el ultimátum británico (exigiendo la retirada de los militares lusos que se encontraban entre Angola y Mozambique), no tenemos constancia de ninguna actividad o de escrito alguno que tenga relación con la masonería, salvo la inclusión de su nombre simbólico (Hipatia .·. gr.·.32) al pie del telegrama que en 1911 envía a Galdós (⇑) en apoyo de la llamada Ley del Candado,  y el artículo que en 1922 y con el título «¡Justicia!...¡Justicia!...¡Justicia!» (⇑) dirige, en este caso, a los «Hermanos Masones de Asturias» para reclamarles su participación en las campañas contra la guerra de Marruecos.

Las razones de este alejamiento de la primera línea masónica son, a mi juicio, de dos tipos: las que atañen a la masonería y las que tienen que ver con su propia trayectoria vital.  En cuanto a las primeras, es preciso referirse a la prematura ruptura de la ilusionante unión alcanzada por las facciones encabezadas por Morayta y Alfredo Vega; a la dimisión del vizconde de Ros como gran comendador en noviembre de 1891; y al retroceso que, a partir de ese mismo año, experimenta la aceptación de la mujer en la masonería en igualdad de condiciones que el hombre, tras la promulgación de las reglamentaciones que sobre la adopción promulgan tanto el Grande Oriente Nacional de España como el Gran Oriente Español. Por lo que respecta a sus razones personales, probablemente las más determinantes en este caso, no debemos olvidar que ya había anunciado años antes  (⇑) al propio vizconde consorte de Ros su decisión de retirarse del trabajo activo de la inteligencia al cumplir los cuarenta años; que, tal y como explico en el comentario 194. La batalla de El padre Juan, el estreno de esta obra de combate puso fin a su campaña de Las Dominicales (⇑); y que a principios del verano del año noventa y dos, tras varios meses postrada en la cama por unas fiebres palúdicas y con cuarenta y un años cumplidos, hace público su renovado propósito de retirada,  de «marchar por largo tiempo, quizás para siempre, a orillas del Océano».





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