A Rosario de Acuña
Poetisa cubana, autora del drama «Rienzi el tribuno», laureado en Madrid
= = = = =
del Cauto arrebatado a la corriente,
ansioso de aire, libertad y fama;
espíritu de amor, trópico ardiente;
de Anáhuac portentoso
oye el aplauso que en mi voz te envía
al hispánico pueblo el más hermoso
que mares ciñen y grandezas cría.
Mas ¿cómo no te dueles,
¡oh poetisa gentil!, de que en extraña
tierra enemiga, te ornen los laureles
amarillos y pálidos de España,
si en tu patria de amor te espera fieles
y el odio allí su brillantez no empaña?
¿Cómo, cuando Madrid te coronaba,
hija sublime de la ardiente zona,
sin Cuba allí, no viste que faltaba
a tu cabeza la mejor corona?
¡Ay! cuando entre tus manos,
albas y juveniles,
sin el beso de amor de tus hermanos,
sembradoras de mayos y de abriles,
la corona española brilla y rueda,
¿no se yergue ante ti sombra de espanto,
pecadora inmortal, nube de llanto,
la sombra de la augusta Avellaneda?
Y de Orgaz el potente, ¿la olvidada
memoria no te humilla,
castigo digno de su lira hollada,
alma de Heredia que encarnó en Zorrilla?
¡Que el campo estalla! ¿Que la voz del bardo
gloria pidiendo, el ánimo conturba?
¡También estalla en mí; yo también ardo!
Mas si en el mar de los olvidos bogo
y aire de sombra el aire me perturba,
los turbulentos cánticos ahogo,
y al hierro vuelve la domada turba.
No hay gloria, no hay pasión; el mismo cielo,
la libertad espléndida es mentira,
si se la goza en extranjero suelo,
y con aire prestado
y llanto avergonzado,
huésped se llora, ¡siervo se respira!
–¿Qué hace el cantor?
–¡Cantar, mas de manera
prez de la tierra que mancilla España,
con su laúd sobre la espada muera!
Y tú, mujer, y yo –desventurado
con alma de mujer varon formado–,
¡perdónemelo Dios! porque a mis bríos
con su miseria el hálito han cortado
viejos y niños, carne y huesos míos.
¿Qué hacer cuando en el alma se agiganta
la divina ambición?... ¡Patria divina!
y ¿lo pregunto yo? ¡Vida mezquina
la que alienta la voz en la garganta!
¡Callar! Este es un canto
de voz de mártir, de celeste duelo,
y si el cielo es verdad, en sacro espanto
me encumbrará de mi canción al cielo;
mas si al ánimo vil, de vil tributo
siervo, no basta en el lugar de luto
este silencio pálido y benigno,
calle su voz, de los infiernos fruto:
¡Morir! Esto es más digno.
¡Morir! ¡Qué gran valor! Cuando pudiera
robuesto el brazo encadenar la gloria,
y en la patri bandera
trocar la estrella en sol de la victoria,
escribir lentamente en extranjera
tierra una débil y cobarde historia;
y sentir aquel sol que arrancaría
de la melena del rugiente hispano
por dar con él la brillantez del día
a mi adorado pabellón cubano;
y andar, cuerpo viviente,
entre un pueblo a este mal indiferente;
y decir sin cesar este delirio
en un canto que el labio nunca entona,
¿qué más, que más laurel? ¿Cuándo el martirio
no fue en la frente la mejor corona?
¿Quién pide gloria al enemigo hispano?
el que los ojos vuelva hacia el tirano,
nueva estatua de sal al mundo asombre.
¿Qué plátano sonante,
qué palma cimbradora,
qué dulce piña de oro
al cierzo burgalés aroma dieron,
ni en castellana tierra florecieron?
¿Quién vio imagen del Cauto rumoroso,
de ondas, sonoras de movible plata,
en el mísero Duero rencoroso
que entre duros guijarros se desata?
Allá, Rosario, el alma se acongoja,
el cuerpo se entumece,
cubre la tierra helada la amarilla
veste que el árbol moribundo arroja,
en la noche invernal nunca amanece,
y la blanca y morada maravilla
que en la niñez ornó tu faz sencilla,
púdica y débil de temor no crece.
¿Tú, apretada en el pecho del invierno,
ardiente hermana mía?
¿Tú, presa en tierra fría,
hija de tierra del calor eterno?
Y el puerto del Caney hogar paterno
te dio, y amante halago,
dulcísima caricia,
y truecas a tu plácido Santiago
por el rudo Santiago de Galicia?
Y llanos vastos de nevada espuma
que el alma tropical mira oprimida,
y ¡tú en aquellos llanos, blanca pluma
en los ingratos témpanos perdida!
¡Oh, vuelve, cisne blanco,
paloma peregrina,
real garza voladora;
vuelve, tórtola parda,
a la tierra do nunca el Sol declina,
la tierra donde todo se enamora;
vuelve a Cuba, mi tórtola gallarda!
Y si funesto azar lauros te ofrece,
plácidos para ti, y en calma queda
la corona en tu mano, y reverdece,
piensa, ¡oh poetisa! qu ese lauro crece
en la tumba de Orgaz y Avellaneda.
Si la cándida garza peregrina
en hora aciaga tiñe;
si lauros nuevos a su frente ciñe,
nueva Gertrudis y fatal Corina,
piensa que el árbol que en el patrio suelo
y el amplio tronco disentió robusto
y en las hinchadas venas sangre hervía,
hallará a su traición castigo justo,
si otro sol y otra sangre torpe ansía;
que el lauro envenenado
en la sangre de hermanos empapado,
en la frente del vil que lo ciñera
la deshonra en espinas trocaría;
que muere triste en la Germania fría
golondrina del África viajera.
Y si en tu frente, seno poderoso
de los rayos del sol, la vanagloria
tendido hubiera el manto luctuoso;
si nuevo lauro España le ciñera,
y la espina del lauro no sintiera;
si plugiese a sus fáciles oídos
cuanto de amor que no es amor cubano,
y junto a sus laureles corrompidos
el cadáver no viese de un hermano,
¡arroje de su frente,
porque no es suyo, nuestro sol ardiente!
¡Devuélvanos su gloria,
página hurtada de la patria historia!
y ¡arranca, oh patria, arranca
de su seno infeliz el ser perjuro,
que no es tórtola ya, ni cisne puro,
ni garza regia, ni paloma blanca!
México, agosto 1876
(en MARTÍ, José: Lira guerrera. Madrid: Editorial Atlántida 192...)
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