Leyendo en días pasados unos versos alusivos a su casa gijonesa del acantilado, me vinieron a la memoria algunos más, que poetas de otro tiempo le dedicaron en años ya un tanto lejanos.
En cada época, ciertamente, se generalizan determinadas costumbres, y la de utilizar la rima como muestra de afecto o admiración a las personas que integran el entorno de cada cual no resultaba infrecuente en la que a ella le tocó vivir. En determinados contextos, el verso otorgaba a lo dicho un valor añadido, un suplemento de calidad a lo que se quería expresar, de ahí que esa fuera la forma utilizada en álbumes o coronas literarias, tan frecuentes por entonces.
La joven Rosario –que según nos ha contado empezó a escribir poesías desde la infancia– también participó de esta costumbre y escribió versos en algún que otro álbum, como bien podemos comprobar en su poemario Ecos del alma (donde incluye poesías de título inequívoco: «En el álbum de la Srta. Dª. M.T.», «Tu álbum y mi poesía»...) o en el que le dedicaron a su amiga Julia de Asensi, un manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional en cuya página veintinueve encontramos la titulada «Una gota de rocío» (⇑), precedida de la pertinente dedicatoria y convenientemente firmada, rubricada y datada (noviembre de 1874).
En estos primeros años dedicó sus poesías a pintores, escultores o arquitectos, clásicos y contemporáneos, como Rafael Sanzio, Fortuny o Benlliure; a ilustres escritores, nacionales o extranjeros, como Cervantes, Espronceda, García Tassara, Calderón, Víctor Hugo, Leopoldo Cano, Bécquer o José Echegaray; a destacadas figuras del teatro nacional como Julián Romea o Elisa Boldun; o a conocidos cantantes de ópera, como Francisco Salas o Enrico Tamberlick. Luego, cuando decidió convertirse en una activa defensora de la libertad de conciencia renunciando a su prometedora carrera literaria, no abandonó su gusto por la poesía, aunque a partir de entonces sus versos tuvieran protagonistas bien diferentes («Al pueblo», «A la señorita Emilia Villacampa, la hija del héroe...», «La beata», «La calumnia», «Los seudo-sabios»...).
Casi al mismo tiempo, mediados de los ochenta, encontramos una fractura similar en lo que a poesías a ella dedicadas se refiere: las había habido años atrás, cuando obtuvo sus primeros éxitos literarios, y se volvieron infrecuentes a partir de entonces, tras su conversión en una propagandista de la libertad de conciencia, en una luchadora contra la marginación de la mujer, en una defensora de los más desfavorecidos.
Primera etapa
Fue en 1876, tras el exitoso estreno de Rienzi el tribuno, cuando Rosario de Acuña, que por entonces contaba tan solo veinticinco años de edad, empezó a recibir halagos en forma de versos. El primero, de autor desconocido, fue un soneto titulado «A la Srta. Dª Rosario de Acuña (después de asistir a la representación de su bello drama Rienzi el tribuno)» que fue publicado a los pocos días del citado estreno en las páginas de La Ilustración Española y Americana, y cuya primera estrofa no desentona de otras que aparecían por entonces en este prestigioso –y longevo– semanario:
Suena del genio la sublime lira,
y al mágico poder de sus acentos,
de amor y libertad los sentimientos,
el alma ansiosa con placer aspira.
A los parabienes de la crítica, se unieron los de algunos conocidos escritores que decidieron darle la bienvenida al gremio literario con algunas poesías dedicadas a tan prometedora y joven autora dramática. Una corona poética en la cual participaron Juan Eugenio Hartzembush (Para formarse idea / de las diversas gracias que atesora / Rosario, que vea / el curioso su Rienzi, y a la autora / ...), Enrique R. Saavedra -duque de Rivas- (Una te lleva al templo de la fama / otra los cielos te abre; / eres, por una, musa en el Olimpo, / por la otra eres un ángel / ...), Pedro Antonio de Alarcón (Dicen que eres un rosario / de dones maravillosos / ...), Ramón de Campoamor (Eres Venus cuando miras, / y Talia cuando cantas; / ...) o José Echegaray (⇑).
A estos versos un tanto almibarados que le dedicaron estos veteranos poetas, alguno ya setentón, le siguieron algunos otros de escritores más jóvenes, como Juan Tomás Salvany, nacido tan solo tres años antes que ella, autor del soneto «A Rosario de Acuña, autora del drama "Rienzi el tribuno"» que incluye en un poemario que publica el mismo año del estreno. Salvany era uno de los colaboradores de La Mesa Revuelta, una revista literaria dirigida por el común amigo Tomás de Asensi y en la cual Rosario también colabora. No debe de extrañar, por tanto, que en sus páginas aparezcan también versos elogiosos. Allí se publica el poema escrito por Leopoldo Augusto de Cueto (Cartagena, 1815 - Madrid, 1901), cuya primera estrofa dice así:
Con tus veintitrés abriles
arduos problemas alcanzas
y en los abismos te lanzas
de las contiendas civiles
De hechuras bien diferentes es la poesía que le dedica José Ixart (con i latina o con y griega, que de las dos formas lo he visto escrito, incluso en el mismo texto, renglón arriba, renglón abajo), afamado crítico literario y, andando el tiempo, director de la revista ilustrada Artes y Letras que, con carácter mensual, se editó en Barcelona entre los años 1882 y 1883, contando con la colaboración de Eugenio Sellés, Armando Palacio Valdés o Leopoldo Alas, quien, por cierto es de los que utiliza «Ixart» en las cartas que le envía, aunque, curiosamente, Manuel de Montoliu titule José Yxart, el gran crítico del renacimiento literario catalán el libro publicado en 1956 y en el cual se recoge una relación de estas cartas enviadas por Clarín.
Mas ¿cómo no te dueles,
¡oh poetisa gentil!, de que en extraña
tierra enemiga, te ornen los laureles
amarillos y pálidos de España,
si en tu patria de amor te espera fieles
y el odio allí su brillantez no empaña?
[...]
El error de Martí fue motivo de discusiones (⇑), que se mantuvieron durante largo tiempo, entre quienes no admitían la posibilidad de que el «padre de la patria cubana» pudiera haberse equivocado («Era cubana. ¿Qué mayor autoridad que la de José Martí, quien seguramente la conoció en la Península o tuvo de ella exactas referencias?») y quienes aportaban datos que probaban que no había nacido en Jiguaní o en El Caney, sino que lo había hecho en España.
Segunda etapa
«Lo que antes escribiese, lo rechazo, como nacido en una edad nebulosa, que tenía reminiscencias del candor y recuerdos (emocionales para la mujer) de la propia mística...»: aquella carta en la cual se hace pública su adhesión al grupo de quienes defienden la libertad de conciencia supone el abandono de su carrera literaria y el inicio de su «campaña de Las Dominicales» (⇑). Nada será igual desde entonces, tampoco en el asunto del que estamos tratando: las poesías a ella dedicadas empiezan a escasear y ya no serán escritas por poetas, consagrados o noveles, sino por integrantes de la heterodoxia.
Tan solo unos meses después de que fuera dada a conocer aquella carta, en el mismo semanario se hace pública una poesía a ella dedicada (⇑) escrita por Salvador Sellés (Alicante, 1848-Madrid, 1938), en cuyos versos se visualiza esa ruptura, los dos momentos, el de la joven y prometedora dramaturga («Desde entonces admiro / tu luz excelsa / en silencio y en sombra / sigo tus huellas, / ...» ), y el de la tenaz luchadora contra las supersticiones y el fanatismo («.../ a tus pobres hermanas / de cautiverio, / diles, emancipándolas: / –triunfad del miedo; / ...».
Ya en plena campaña de Las Dominicales (⇑), la sola mención de su nombre provoca el encendido aplauso de los unos y la vociferante crítica de los otros, como bien quedó de manifiesto en la visita que realizó a Luarca en el verano de 1877: «los centinelas valdesanos» se apresuraron a enviarle un anónimo con insultos y amenazas, al tiempo que sus partidarios organizaron una velada literaria en su honor en el casino de la villa. Enterado de tal circunstancia, el dramaturgo y publicista Eloy Perillán Buxó (Valladolid, 1848 - La Habana, 1889), que por entonces se encontraba en el cercano concejo de Coaña, lugar de nacimiento de su mujer, la también escritora y periodista Eva Infanzón Canel, Eva Canel, se acercó a la capital valdesana para dar lectura a un poema, escrito por un católico y cristiano confeso y «dedicado a la ilustre escritora doña Rosario de Acuña», que tituló «La mitad del hombre» (se puede leer íntegramente en el comentario 75. De una visita a Luarca y de lo que allí aconteció ⇑), del cual aquí recordamos una de sus estrofas:
Pero esto no viene a cuento...
tú vas con otra idea en pos
con fervor y con talento,
que para amar bien a Dios
no es de rigor el convento...
Pero ¿qué importa a tu esplendor radiante
el loco empeño y los esfuerzos vanos,
con que pretende el mísero intrigante
eclipsar tus destellos soberanos?
¡¡¡Tanto más colosal es el gigante,
cuanto más le circundan los enanos!!!
Pasados ya unos años, cuando aquella campaña de Las Dominicales habitaba en el campo de los recuerdos, por más que, quizás a su pesar, ella aún se mantuviera en plena batalla contra todo tipo de injusticias porque nada de lo que sucedía a su alrededor le era indiferente, hasta la casa gijonesa del acantilado le llega un soneto de José Nakens (Sevilla, 1841 - Madrid, 1926), como contestación a otro que previamente le había escrito Rosario de Acuña, como resumen de sus comunes vidas vistas desde la atalaya de la vejez compartida, visión que comparte su compañero de batallas, el activista republicano y anticlerical : «Áspera y dura ha sido nuestra vida, / cuando tan fácil a los dos nos era / colgando nuestra pluma en la espetera, / trocarla en apacible o divertida. / »
Luis S. Arregui, quien andando el tiempo se convertirá en secretario del Círculo del Partido Republicano Federal de Gijón, es el autor de la poesía «A la señora doña Rosario de Acuña» que publica el diario gijonés El Noroeste algunas semanas antes de su muerte, que el republicano poeta presume aún lejana.
Tercera etapa
Epílogo
Al cuarto lado que cierra este polígono poético ya me he referido al inicio, pues fue el origen de este comentario. Se trata de la poesía titulada «Casa de Rosario de Acuña», obra de José Luis Argüelles (Mieres, 1960) que forma parte de su poemario Morar, publicado en el recién finalizado 2023, el año del centenario de la muerte de la moradora de esa casa o faro, cuya luz aún perdura en el promontorio de El Cervigón, convertida en «un símbolo de la mejor España frente al odio de la carcunda», en palabras del poeta.
Casa del diablo y de la bruja, casa
batida por tormentas y rumores,
por piedras de ignorancia fiera y rasa
que arrojaban oscuros odiadores.
Casa muy blanca en los acantilados
que azotan las mareas, casa en la ola,
abierta casa para los alzados
contra las sombras, casa nunca sola.
Casa o faro en la noche gijonesa,
en la noche española, noche dura
de sables y sotanas, noche densa
frente a la casa cuya luz perdura.
La casa de Rosario de Acuña: alta
casa que guarda la razón más alta.
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