28 enero

284. Poesías a ella dedicadas


Leyendo en días pasados unos versos alusivos a su casa gijonesa del acantilado, me vinieron a la memoria algunos más, que poetas de otro tiempo le dedicaron en años ya un tanto lejanos.

En cada época, ciertamente, se generalizan determinadas costumbres, y la de utilizar la rima como muestra de afecto o admiración a las personas que integran el entorno de cada cual no resultaba infrecuente en la que a ella le tocó vivir. En determinados contextos, el verso otorgaba a lo dicho un valor añadido, un suplemento de calidad a lo que se quería expresar, de ahí que esa fuera la forma utilizada en álbumes o coronas literarias, tan frecuentes por entonces.  

La joven Rosario –que según nos ha contado empezó a escribir poesías desde la infancia– también participó de esta costumbre y escribió versos en algún que otro álbum, como bien podemos comprobar en su poemario Ecos del alma (donde incluye poesías de título inequívoco: «En el álbum de la Srta. Dª. M.T.», «Tu álbum y mi poesía»...) o en el que le dedicaron a su amiga Julia de Asensi, un manuscrito que se conserva en la Biblioteca Nacional en cuya página veintinueve encontramos la titulada «Una gota de rocío» (⇑), precedida de la pertinente dedicatoria y convenientemente firmada, rubricada y datada (noviembre de 1874). 

En estos primeros años dedicó sus poesías a pintores, escultores o arquitectos, clásicos y contemporáneos, como Rafael Sanzio, Fortuny o Benlliure; a ilustres escritores, nacionales o extranjeros, como Cervantes, Espronceda, García Tassara, Calderón, Víctor Hugo, Leopoldo Cano, Bécquer o José Echegaray; a destacadas figuras del teatro nacional como Julián Romea o Elisa Boldun; o a conocidos cantantes de ópera, como Francisco Salas o Enrico Tamberlick. Luego, cuando decidió convertirse en una activa defensora de la libertad de conciencia renunciando a su prometedora carrera literaria, no abandonó su gusto por la poesía, aunque a partir de entonces sus versos tuvieran protagonistas bien diferentes («Al pueblo», «A la señorita Emilia Villacampa, la hija del héroe...», «La beata», «La calumnia», «Los seudo-sabios»...).

Casi al mismo tiempo, mediados de los ochenta, encontramos una fractura similar en lo que a poesías a ella dedicadas se refiere: las había habido años atrás, cuando obtuvo sus primeros éxitos literarios, y se volvieron infrecuentes a partir de entonces, tras su conversión en una propagandista de la libertad de conciencia, en una luchadora contra la marginación de la mujer, en una defensora de los más desfavorecidos. 

Primera etapa

Fue en 1876, tras el exitoso estreno de Rienzi el tribuno, cuando Rosario de Acuña, que por entonces contaba tan solo veinticinco años de edad, empezó a recibir halagos en forma de versos. El primero, de autor desconocido, fue un soneto titulado «A la Srta. Dª Rosario de Acuña (después de asistir a la representación de su bello drama Rienzi el tribuno)» que fue publicado a los pocos días del citado estreno en las páginas de La Ilustración Española y Americana, y cuya primera estrofa no desentona de otras que aparecían por entonces en este prestigioso –y longevo– semanario:

Suena del genio la sublime lira,

y al mágico poder de sus acentos, 

de amor y libertad los sentimientos, 

el alma ansiosa con placer aspira. 

A los parabienes de la crítica, se unieron los de algunos conocidos escritores que decidieron darle la bienvenida al gremio literario con algunas poesías dedicadas a tan prometedora y joven autora dramática. Una corona poética en la cual participaron Juan Eugenio Hartzembush (Para formarse idea / de las diversas gracias que atesora / Rosario, que vea / el curioso su Rienzi, y a la autora / ...), Enrique R. Saavedra -duque de Rivas- (Una te lleva al templo de la fama / otra los cielos te abre; / eres, por una, musa en el Olimpo, / por la otra eres un ángel / ...), Pedro Antonio de Alarcón (Dicen que eres un rosario / de dones maravillosos / ...), Ramón de Campoamor (Eres Venus cuando miras, / y Talia cuando cantas; / ...) o José Echegaray (⇑).

A estos versos un tanto almibarados que le dedicaron estos veteranos poetas, alguno ya setentón, le siguieron algunos otros de escritores más jóvenes, como Juan Tomás Salvany, nacido tan solo tres años antes que ella, autor del soneto «A Rosario de Acuña, autora del drama "Rienzi el tribuno"» que incluye en un poemario que publica el mismo año del estreno. Salvany era uno de los colaboradores de La Mesa Revuelta, una revista literaria dirigida por el común amigo Tomás de Asensi y en la cual Rosario también colabora. No debe de extrañar, por tanto,  que en sus páginas aparezcan también versos elogiosos. Allí se publica el poema escrito por Leopoldo Augusto de Cueto (Cartagena, 1815 - Madrid, 1901), cuya primera estrofa dice así:

Con tus veintitrés abriles

arduos problemas alcanzas

y en los abismos te lanzas

de las contiendas civiles

De hechuras bien diferentes es la poesía que le dedica José Ixart (con i latina o con y griega, que de las dos formas lo he visto escrito, incluso en el mismo texto, renglón arriba, renglón abajo), afamado crítico literario y, andando el tiempo, director de la revista ilustrada Artes y Letras que, con carácter mensual, se editó en Barcelona entre los años 1882 y 1883, contando con la colaboración de Eugenio Sellés, Armando Palacio Valdés o Leopoldo Alas, quien, por cierto es de los que utiliza «Ixart» en las cartas que le envía, aunque, curiosamente, Manuel de Montoliu titule José Yxart, el gran crítico del renacimiento literario catalán el libro publicado en 1956 y en el cual se recoge una relación de estas cartas enviadas por Clarín.

Copia de la poesía «A Rosario de Acuña», José Ixart, 1876

Mayor repercusión obtuvo la poesía escrita por José Martí (Cuba, 1853-1895), creada a partir de un error original, como bien podemos deducir de su mismo título: «A Rosario de Acuña. Poetisa cubana autora del drama "Rienzi el tribuno", laureado en Madrid» (⇑). Tras unos primeros versos halagadores, la oda se torna más arisca y Martí reclama a la joven poeta que rechace las ajenas alabanzas y retorne a la patria común:

Mas ¿cómo no te dueles, 

¡oh poetisa gentil!, de que en extraña 

tierra enemiga, te ornen los laureles 

amarillos y pálidos de España,

 si en tu patria de amor te espera fieles

 y el odio allí su brillantez no empaña?

[...]

El error de Martí fue motivo de discusiones (⇑), que se mantuvieron durante largo tiempo, entre quienes no admitían la posibilidad de que el «padre de la patria cubana» pudiera haberse equivocado («Era cubana. ¿Qué mayor autoridad que la de José Martí, quien seguramente la conoció en la Península o tuvo de ella exactas referencias?») y quienes aportaban datos que probaban que no había nacido en Jiguaní o en El Caney, sino que lo había hecho en España.

Segunda etapa

«Lo que antes escribiese, lo rechazo, como nacido en una edad nebulosa, que tenía reminiscencias del candor y recuerdos (emocionales para la mujer) de la propia mística...»: aquella carta en la cual se hace pública su adhesión al grupo de quienes defienden la libertad de conciencia supone el abandono de su carrera literaria y el inicio de su «campaña de Las Dominicales» (⇑). Nada será igual desde entonces, tampoco en el asunto del que estamos tratando: las poesías a ella dedicadas empiezan a escasear y ya no serán escritas por poetas, consagrados o noveles, sino por integrantes de la heterodoxia.  

Tan solo unos meses después de que fuera dada a conocer aquella carta, en el mismo semanario se hace pública una poesía a ella dedicada (⇑) escrita por Salvador Sellés (Alicante, 1848-Madrid, 1938), en cuyos versos se visualiza esa ruptura, los dos momentos, el de la joven y prometedora dramaturga («Desde entonces admiro / tu luz excelsa / en silencio y en sombra / sigo tus huellas, / ...» ), y el de la tenaz luchadora contra las supersticiones y el fanatismo («.../ a tus pobres hermanas / de cautiverio, / diles, emancipándolas: / –triunfad del miedo; / ...». 

Ya en plena campaña de Las Dominicales (⇑),  la sola mención de su nombre provoca el encendido aplauso de los unos y la vociferante crítica de los otros, como bien quedó de manifiesto en la visita que realizó a Luarca en el verano de 1877: «los centinelas valdesanos» se apresuraron a enviarle un anónimo con insultos y amenazas, al tiempo que sus partidarios organizaron una velada literaria en su honor en el casino de la villa. Enterado de tal circunstancia, el dramaturgo y publicista Eloy Perillán Buxó (Valladolid, 1848 - La Habana, 1889), que por entonces se encontraba en el cercano concejo de Coaña, lugar de nacimiento de su mujer, la también escritora y periodista Eva Infanzón Canel, Eva Canel, se acercó a la capital valdesana para dar lectura a un poema, escrito por un católico y cristiano confeso y   «dedicado a la ilustre escritora doña Rosario de Acuña», que tituló «La mitad del hombre» (se puede leer íntegramente en el comentario 75. De una visita a Luarca y de lo que allí aconteció ⇑), del cual aquí recordamos una de sus estrofas:

Pero esto no viene a cuento...

tú vas con otra idea en pos

con fervor y con talento,

que para amar bien a Dios

no es de rigor el convento...

Pasados ya algunos años de duro batallar, decide poner fin a la lucha activa con el estreno de El padre Juan: un drama escrito con pretensiones propagandísticas pues es una apología del librepensamiento, el triunfo de la luz de la razón frente a las tinieblas de la superstición. Tras el exitoso estreno en el madrileño teatro de La Alhambra, la  autoridad gubernativa decide suspender las representaciones, desatando la polémica: la prensa confesional apoya la medida por considerar herética la obra, mientras que desde otras cabeceras se critica, con mayor o menor beligerancia, la prohibición. Las Dominicales del Libre Pensamiento destacó por su decidido apoyo a la autora del drama. En uno de los números que salió a la luz semanas después de la prohibición se publicó un soneto escrito por Ángeles López de Ayala: un canto a la grandeza de su amiga (⇑), como bien se puede constatar leyendo sus últimos versos:

Pero ¿qué importa a tu esplendor radiante
el loco empeño y los esfuerzos vanos,
con que pretende el mísero intrigante

eclipsar tus destellos soberanos?
¡¡¡Tanto más colosal es el gigante,
cuanto más le circundan los enanos!!!

Texto de los sonetos «A Nakens» y «A Rosario de Acuña» 

Pasados ya unos años, cuando aquella campaña de Las Dominicales habitaba en el campo de los recuerdos, por más que, quizás a su pesar, ella aún se mantuviera en plena batalla contra todo tipo de injusticias porque nada de lo que sucedía a su alrededor le era indiferente, hasta la casa gijonesa del acantilado le llega un soneto de José Nakens (Sevilla, 1841 - Madrid, 1926), como contestación a otro que previamente le había escrito Rosario de Acuña, como resumen de sus comunes vidas vistas desde la atalaya de la vejez compartida, visión que comparte su compañero de batallas, el activista republicano y anticlerical : «Áspera y dura ha sido nuestra vida, / cuando tan fácil a los dos nos era / colgando nuestra pluma en la espetera, / trocarla en apacible o divertida. / »

Luis S. Arregui, quien andando el tiempo se convertirá en secretario del Círculo del Partido Republicano Federal de Gijón, es el autor de la poesía «A la señora doña Rosario de Acuña» que publica el diario gijonés El Noroeste algunas semanas antes de su muerte, que el republicano poeta presume aún lejana.

Poesía escrita por Luis S. Arregui


Tercera etapa

«A la que fue honra de nuestro sexo. La ilustre doña Rosario de Acuña» Luisa Cervera, 1923
La hora de la muerte es un buen momento para glosar las virtudes de quien nos abandona, sin escatimar elogios, incluso cuando se trata de alguien como ella que habitó en la heterodoxia; incluso si ha sido una mujer a quien en vida se la calificó de «harpía laica», «engendro sáfico», «hiena de putrefacciones» o «trapera de inmundicias». Dicen que en «España se entierra muy bien» y en su caso no fue una excepción: sus detractores tuvieron el detalle de guardar silencio, los tibios hablaron de sus dotes literarias obviando todo lo demás, y sus correligionarios llenaron páginas y más páginas con sus alabanzas, entre las que no faltaron las poesías. Tal fue el caso de «A la que fue honra de nuestro sexo. La ilustre doña Rosario de Acuña», un soneto escrito por Luisa Cervera (Requena, 1843 - Valencia, 1924) que fue publicado junto a otros recordatorios en El Motín de su amigo Nakens, en uno de los números aparecidos tras su muerte.

Epílogo 

Al cuarto lado que cierra este polígono poético ya me he referido al inicio, pues fue el origen de este comentario. Se trata de la poesía titulada «Casa de Rosario de Acuña», obra de José Luis Argüelles (Mieres, 1960) que forma parte de su poemario Morar, publicado en el recién finalizado 2023, el año del centenario de la muerte de la moradora de esa casa o faro, cuya luz aún perdura en el promontorio de El Cervigón, convertida en «un símbolo de la mejor España frente al odio de la carcunda», en palabras del poeta.


Casa del diablo y de la bruja, casa

batida por tormentas y rumores, 

por piedras de ignorancia fiera y rasa

que arrojaban oscuros odiadores.


Casa muy blanca en los acantilados

que azotan las mareas, casa en la ola, 

abierta casa para los alzados

contra las sombras, casa nunca sola.


Casa o faro en la noche gijonesa,

en la noche española, noche dura

de sables y sotanas, noche densa

frente a la casa cuya luz perdura.


La casa de Rosario de Acuña: alta

casa que guarda la razón más alta. 




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