21 diciembre

36. Proxeneta roja, engendro sáfico, harpía laica...


La publicación en el diario El Progreso de «La jarca de la Universidad» (⇑), artículo que Rosario de Acuña había enviado a su amigo Luis Bonafoux, director por entonces de El Internacional, periódico en español que se editaba en París, provocó una airada reacción de los universitarios españoles: huelgas, manifestaciones, denuncias… y artículos de protesta como el que sigue, escrito por Ernesto Homs, estudiante de Derecho y colaborador del semanario Cataluña. No tiene desperdicio: «proxeneta roja», «engendro sáfico», «histérica», «alcohólica», «cretina», «degenerada», «hiena de putrefacciones», «harpía laica», «chantajista de sufragio universal»...

Fragmento del artículo publicado en el semanario Cataluña

«Estaba por llamarla chula. Pero…no. No quiero empañar el prestigio de españolismo, el colorido de raza de las ilustres nietas de aquellas eminentes bravías que hicieron palpitar la época de Goya y Lucientes en la más intensa de las exaltaciones. No quiero que la figura resuelta de la chulapa que peina su cabellera en dos bandós ungidos y cobija su busto de hembra fuerte en el pañolón de flecos y calza su pie menudo con mimo, con pulcritud, sirva de parangón para lo que motiva estas líneas. La llamaré otra cosa…

Una chulapa, sea de la condición que sea y sea en la fase de su vida que se quiera, puede ser muy bravía, pero, esencialmente es honrada, es noble. Una chulapa denuesta a quien la ofende, a quien la zahiere, a quien la desengaña, pero no hace extensiva su malquerencia a quienes son ajenos al suceso e inocentes de la ofensa que puede exasperarla, especialmente si de mujeres se trata, porque ante todo y sobre todo, es una devota de su sexo. Una chulapa, sea cual fuere la adversidad que la obceque, usa un lenguaje viril, contundente, pero nunca recurre al de aquellas que viven de la mancebía, bien como propietarias, bien como favoritas, bien como simples esclavas de prostíbulo. Una chulapa se cuida de sus defectos y de sus ventajas y no lleva estadística de las ilicitudes sociales, porque sería incompatible con su independencia fundamental ese chismorreo de fámula despechada, de cocinera de sisa, de comadre, de tasca y de buñolería. Una chulapa no se preocupa por esas escenas de adulterio de folletín en que casi siempre una duquesa refinada se deja manosear por su cochero, porque la chulapa supone que esos papeles de duende quedan encomendados a quienes por ello están de sobra cualificados. Una chulapa no se dedica a la investigación venusiana de las afrentas sexuales como base de alguno de sus improperios sino que habla siempre como mujer, como ser débil, a quien pueden torturar todas las pasiones, pero no como barragana hambrienta en trances de lamentar que el macho se acaba, se debilita o no cumple debidamente funcionalismos de erección o demasías de Priapo. Por eso queda sobradamente razonado el que no quiera usar la palabra «chula» para calificar a esa proxeneta roja, a esa amapola de campo común, a ese engendro sáfico que con tanto detalle y tanta obstinación habla de lo epiceno, de lo andrógino.

La llamaremos histérica… Su obsesión principal en rebajar el gráfico de virilidad de la juventud universitaria española hace pensar, con extrañeza, en qué fundará sus dudas acerca de esa masculinidad genital de la adolescencia de hoy.

La llamaremos alcohólica, la llamaremos cretina, irresponsable, la llamaremos degenerada y todo eso nos dará una idea rigurosa de la especialidad a que, dentro del concepto de hembra, pueda pertenecer esa hiena de putrefacciones que todavía se atreve a glorificar el papelucho que pintorreó su fachada tabernaria con semejante libelismo.

¿Qué sabe esa harpía laica lo que son las madres de la clase media española, especialmente? ¿Qué sabe de sus sacrificios, erróneos o acerados, pero sacrificios alfil, para cuidar debidamente del futuro de sus retoños? ¿Qué sabe esa chantajista de sufragio universal quién fue mi santa madre, ni el grado de destrozo en que su corazón llegó a su último latido siempre por causa nuestra, por su celo, por sus preocupaciones en pro de nuestro bienestar? Y, por ese orden, ¿qué sabe esa trapera de inmundicias de las otras madres de la clase media, como la mía heroínas, como la mía intachables?

Todo lo anterior y mucho más que podría añadir sé fríamente que es para aludir a esa buscona de estercolero social. Lo hago con serenidad, con absoluta conciencia y consciencia, porque yo creo que todas las leyes de la caballerosidad se estrellan y deben estrellarse contra episodios como el presente, sobre todo cuando quien los ocasiona no puede considerarse como la mujer que debe siempre respetarse, sino contra la fiera de quien debemos en todo caso defendernos.

La ofensa que unos escolares más o menos desenfadados hayan podido inferir en las personas de unas simpáticas sacerdotisas académicas debe ser protestada y repelida con toda la masculinidad necesaria. Pero cuiden también de recordar los indignados por ese hecho el compromiso, por ejemplo, en que muchas veces se encuentran las mujeres decentes y acomodadas cuando por esas calles se enfrentan con obreros de toda calaña, imprudentes las más veces, y en todas ellas amargados por esa prosa vividora de los libelos revolucionarios. No olviden que en un pueblo tan democrático como los Estados Unidos existe una ley severísima que castiga las ofensas a la mujer y que esa ley no es de la época constitucional de ese pueblo flamante, sino muy posterior, y eso debido a los excesos agresivos de una muchedumbre que en su inmensa mayoría pertenece a esa clase baja que tan cómodamente exceptúa en su inmundo escrito la pantera jacobina.

Muchos juzgarán imprudente o inoportuno el que, quizás en vía de serenarse el temporal de estos días, haya quien procure que el barómetro baje de nuevo. Sin embargo, como que el suceso presente no es un caso aislado sino efecto de un estado de cosas que ya va resultando demasiado permanente, hay razón de comentario. El hecho actual en el aspecto en que yo lo trato, es un reflejo del matonismo político de que va siendo víctima la mayoría honrada de los españoles en virtud de las complacencias y de las complicidades de unos cuantos fantoches políticos que, usufructuando las ventajas de las instituciones actuales, todavía vacilan en exterminar a reos del calibre de los de Cullera.

El hecho actual no es más que efecto también de que esas hordas, que mejoran las condiciones primitivas y selváticas de los clanes africanos, sienten despecho al ver que no se suman a sus fechorías de enmascarados los que en las aulas buscamos o debemos buscar la solución de problemas múltiples, ya en la esfera jurídica como en la esfera científica. Notan nuestro despego y desdén hacia tanta bellaquería y tanta vulgaridad, que, a la primera ocasión y a pretexto de cualquier incidente minúsculo, arremeten contra nosotros, pero no en nuestra condición de escolares, sino inmiscuyéndose calumniosamente en nuestra esfera privada y en la de nuestros mayores como ocurre en el caso actual. Es una cuestión de táctica que les dará peor resultado que la que hayan podido usar hasta ahora porque la clase escolar honrada, por progresiva que sea, siempre tendrá en cuenta con quien mezcla sus prestigios y al lado de quién debe compartir su intelectualidad y su educación sentimental. No es posible otra cosa y menos aún tratándose de carteristas de la política y de esas eminencias de barracón que, a pesar de la representación pública que quieren ostentar pretenden obtener títulos académicos por el procedimiento del artículo 29…

Por lo anterior no es posible aislar la cuestión de estos días del movimiento político, del desenfreno social que ha de llevarnos, si un remedio enérgico y pronto por parte de todos no lo evita, a las gloriosas jornadas lusitanas que se desarrollan en nuestro mismo territorio geográfico y, tal vez, no más tarde, a una cariñosa intervención extraña. Los sucesos que se desarrollan deben de servir de aviso a los escolares y no escolares para que en la ocasión propicia vayamos todos unidos a dar una batalla de cultura, de prestigio, a fin de cancelar todas las hipotecas de infamia y de deshonra con que los afrancesados y los cosmopolitas del crimen han gravado el buen nombre de España. El medio de dar esa batalla sería el de formar un partido de reintegración nacional, sin que diferencias de momento nos detuvieran, porque hay que calcular que para muchos extranjeros de buena fe y otros de índole perversa no somos los españoles ni monárquicos ni otra cosa, sino un rebaño triste de analfabetos y torturados»

Cataluña, Barcelona, 2-12-1911

Nota. Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 31-12-2009.





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