Rosario de Acuña tenía una casita en El Cervigón, en Asturias, frente al mar. Es posible que ella creyese que tenía una alhaja; pero pudo desengañarse cuando, puesta en el trance de hipotecar la casita, le valió bien poco dinero. Quizá sólo el montante de los réditos la mantenía piadosamente en su ilusión primera.
Luchó Rosario al final de su vida por no perder la propiedad de la casa, que de este modo fue más íntimamente suya; porque si un tiempo había sido fruto de su menguada hacienda, era después hija de su anhelo y su voluntad. Fue pagando intereses, pero redimirla de la carga no pudo por más que lo procuró, y aquí, por si en esta época de biografías cree alguien que merece la pena hacer la de Rosario de Acuña, voy a revelar que cuando en ciertas noches de la semana, al tocar las doce, salía Rosario por la chimenea montada en una escoba (según comprobó y escribió con toda seriedad una persona respetable y verídica) (1), iba a ver si el diablo, a cambio de su alma, levantaba la hipoteca. Pero el diablo no es ya el de aquellos tiempos en que se le ahogaban las piaras; se ha hecho inteligente hombre de negocios, y tomó la propuesta a risa.
Por fin le llegó su hora a Rosario de Acuña; la de morirse quiero decir. Y a sus herederos, la de padecer. Malas herencias las que nos llegan de personas como Rosario; no resuelven nada y obligan a mucho. Los herederos, aunque vencida la hipoteca ya, han seguido pagando los réditos mientras ha durado la condescendencia del hipotecario, el cual ahora pide la casa. Por afán de exactitud pudiera completarse que la casa o el dinero, aunque la situación de los dueños actuales hace por completo hipotético el segundo término del dilema.
Se han puesto en campaña para impedir que la casa vaya a manos de quien no se sabe el uso que ha de hacer de ella. Quieren una verdadera ganga: seguir pagando los réditos toda la vida, tan contentos de no ver el Cervigón desviado del sentido que su poseedora hubiera querido darle. Esperemos que se alcance a más. Tal gestión lleva Regina Lamo, sobrina de Rosario, y también mujer y escritora de temple, y con tal persona, que pudiera resultar fácil alarde el decir que, si no, aun pedimos algunos en el Cervigón nuestra parte de herencia; aun creemos que puede ser presa codiciada la casita donde Rosario de Acuña vivió y escribió, por la que luchó y de la que salía, untada, en una escoba; aún no hemos olvidado que Rosario de Acuña no fue de esos buenos combatientes que por sus virtudes merecen el respeto de sus adversarios, sino de los otros, de los mejores, de los que no lo merecen.
Notas
(1) Se refiere al artículo escrito por Manuel Álvarez Marrón que fue publicado en el diario La Marina de La Habana en 1912 con el título «La casa del diablo» (⇑).
(2) Javier Bueno Bueno (Madrid, 1891-1939), hijo de la actriz Soledad Bueno y del periodista José Nakens, era redactor de La Voz desde el verano de 1921. Tras su paso por Crisol y Luz, en la primavera de 1933 le fue encomendada la dirección del diario socialista Avance, que se editaba en Oviedo.
(3) Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 9-7-2010.
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