12 abril

262. Telegrama de apoyo al ministro de Justicia portugués

 

Ciertamente, la situación ha cambiado. Ya no estamos en la total oscuridad  de la que nos hablaba Patricio Adúriz (⇑), en la ignorancia casi absoluta, en el desconocimiento de esa Rosario de Acuña a la que aludía el topónimo que daba nombre a una zona del litoral gijonés. Tras años y más años de búsqueda, gracias al trabajo colectivo de investigación que se ha llevado a cabo desde finales de los sesenta del pasado siglo, hoy conocemos los hitos más significativos de su trayectoria vital y buena parte de su obra (⇑).

Mapa de Portugal

Sin embargo, aún quedan cosas por saber, aún hay etapas de su vida de las cuales desconocemos casi todo. Tal sucede con los dos años que pasó en Portugal, el tiempo del exilio. A finales del mes de noviembre de 1911, ante el temor de ser apresada por el asunto de La jarca (⇑), abandonó su casa gijonesa de El Cervigón en busca de un lugar más seguro. Se escribió por entonces que la Guardia Civil se había presentado en su casa hallándola vacía, que se había marchado a Francia. Luego supimos, por lo que ella nos contó a su regreso, que fue en Portugal donde se refugió, que allí pasó dos largos años, «caminando a pie, en jornadas cortas, por sus regiones». También dejó escrito que los portugueses fueron muy caballerosos con ella,  que el líder republicano Alfonso Costa (ministro de Justicia y Cultos en el Gobierno Provisional y futuro presidente de la República) la invitó a comer a su casa. Contamos también con esa fotografía (⇑) publicada en Rosario de Acuña en la escuela, tantas veces ya copiada y repetida, en la que la vemos con vestidura talar, pamela y báculo en un escenario de montaña, con una nota explicativa que la sitúa en el «nevero de la laguna Redonda (Sierra de la Estrella), 1750 metros de altitud, año 1913». Poco más. 

La del exilio portugués es una etapa recurrente en mis investigaciones y suelo tirar de los hilos que van apareciendo. Así sucedió cuando localicé algunos periódicos, que decían tener noticias procedentes de Tuy, asegurando que doña Rosario se encontraba en la localidad portuguesa de Valença. No quedaba otra que buscar allí, y nada mejor para ello que hacerlo en el Archivo Municipal. El archivista Rafael Higgs Estanqueiro me facilitó una copia del periódico O Valenciano publicado el 17 de marzo de 1912, donde se dice que doña Rosario había partido de Valença en dirección a Lisboa, después de haber pasado varios meses en la localidad. 

O sea, que pasó más de tres meses en este lugar, que contaba por entonces con  poco más de quince mil habitantes, y cuya condición de ciudad fronteriza, a una mirada de Tuy, debió de resultar especialmente atractiva para ella. Ciertamente, no era mal lugar para estar: cerca de España, del esperado regreso, pero, por aquello de las fronteras, en un escenario bien diferente al que estaba acostumbrada y que, además, estaba viviendo por entonces un proceso de profunda transformación,  pues en los primeros meses del año doce, los que ella vivió en Valença,  tuvieron lugar sucesos de gran importancia en la historia contemporánea de Portugal. Veamos.

Apenas un año antes de su llegada se había proclamado la Primera República Portuguesa tras la Revolución del 5 de octubre de 1910. Unos meses después el Gobierno Provisional aprueba la Ley de Separación del Estado y las Iglesias (Lei da Separação do Estado das Igrejas), razón por la cual la Santa Sede rompe relaciones con Portugal. En abril de 1911 se dota de una nueva Constitución, en cuyo articulado se reconocía un amplio repertorio de derechos, entre los que se encontraba el de libertad de expresión y de pensamiento, bien querido por nuestra protagonista, quien lleva media vida luchando para que en España estuviera reconocido y fuera libremente ejercido. El nuevo texto constitucional asume los principios de la Ley de Separación y establece la igualdad de todos los cultos religiosos, la secularización de los cementerios, la laicidad de la enseñanza (neutra en materia religiosa), la extinción de todas las congregaciones religiosas y órdenes monásticas, la exclusiva competencia del Estado en el funcionamiento de los registros civiles... 

Ni que decir tiene que el clero no aceptó de buen grado la nueva legalidad constitucional y así se lo hizo saber a sus feligreses en diversas cartas pastorales. El poder civil, decidido como estaba a que se cumpliera la legislación vigente, no dudó en expulsar de sus respectivos distritos o diócesis a los prelados que se negaban a acatar las leyes de la República. Tal fue el caso de Antonio Mendes Belo, patriarca de Lisboa. 

El primer día del año 1912, mientras en el palacio de Belem tenía lugar una recepción oficial con motivo del Año Nuevo, presidida por el presidente de la República Manuel de Arriaga (una alta ejemplaridad religiosa y persona de acrisolada honradez, al decir de doña Rosario), centenares de católicos se congregaron a las puertas del monasterio de San Vicente de Fora, residencia del patriarca de Lisboa, para mostrar su apoyo al prelado, que había recibido la orden de expulsión.  

Pocos días después, el ministro de Justicia António Macieira comparece en la Cámara de los Diputados para dar explicaciones de aquel suceso y de las medidas que piensa adoptar al respecto. Cuenta que entre quienes a acudieron a homenajear al patriarca se encontraban algunos funcionarios del Estado, quienes, en vez de cumplimentar al presidente de la República en el día de la confraternización universal, prefirieron acudir al monasterio de San Vicente para apoyar a la reacción. Termina su intervención afirmando que «jamais lhe tremerá a mão para fazer justiça». 

Aquellos dos actos celebrados el mismo día en dos edificios del Estado, uno en Belem otro en San Vicente de Fora, suponían la representación de un enfrentamiento entre la libertad y la reacción, al menos eso era lo que pensaba gran parte del pueblo portugués si damos por bueno lo que publicaron por entonces algunos periódicos lisboetas como A Capital. En apoyo de la nueva legalidad republicana, emancipada de los dogmas, se convoca al pueblo de Lisboa a participar en una manifestación  el domingo 14 de enero de 1912. 

En los días previos la prensa da cuenta de las numerosas adhesiones remitidas por juntas municipales, entidades culturales o asociaciones de librepensadores. Rosario de Acuña, residente por entonces en una ciudad fronteriza perteneciente al distrito de Viana do Castelo no puede menos de acudir a la oficina de telégrafos para enviar un telegrama mostrando todo su apoyo al ministro Macieira:

Valença, 14, as 11,30. Una mulher espanhola, qui ha trinta annos vem luchando na imprenta, no livro e no theatro, pela lliberdade de imprensa, e que se encontra refugiada em Portugal,  fugindo das furias jesuiticas, saúda o ministro da Justiça pelo seu acto civico e pela sua grandeza moral. Abaixo as seitas religiosas. Abaixo os jesuitas! Viva a razão e viva o progresso! Viva o Republica Portugueza!. Rosario de Acuña.





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