Así, con esa fórmula de cortesía y afecto, solían empezar los artículos que nuestra protagonista envía a Julia de Asensi y que son publicados en La Mesa Revuelta, revista que dirige el hermano de la destinataria, Tomás. El primer número de la publicación aparece el siete de abril de 1875 y a lo largo de ese año son varios los escritos que llevan la firma de la joven Rosario: Correspondencia de Andalucía (⇑), Una corona marchita (⇑), Una peseta (⇑), El mejor recuerdo (⇑), Una ramilletera en Venecia (⇑).
Julia era hija del diplomático Tomás de Asensi Lugar y de Rosario de Laiglesia Laiglesia, apellidos que, de seguro, resultarán bien conocidos a quienes siguen lo que en este espacio se va contando. En efecto, esta Rosario, madre de Tomás y de Julia, era hermana de Augusto, el padre de Dolores, Francisco, María del Consuelo y Rafael de Laiglesia Auset. Julia de Asensi y de Laiglesia era, por tanto, prima carnal de quien no tardando se habría de convertir en marido de Rosario de Acuña Villanueva.
Para aquella jovencita aficionada a la poesía debió de resultar muy estimulante: la novia de su primo Rafael era algo mayor que ella y podía ser un buen espejo en el que mirarse, pues había adquirido cierta soltura en el asunto de la versificación. A Julia, ciertamente, le gusta escribir poemas y en 1873, el año en el que cumplía los catorce, ya consigue ver alguno publicado. Al año siguiente, siguiendo una costumbre bien extendida entre las jovencitas de la buena sociedad de la época, abre las páginas de su Álbum para que amigos y conocidos escriban sus poesías a ella dedicadas.
Al pie de los versos allí escritos encontramos alguna que otra firma conocida. Están las de Gaspar Núñez de Arce, Juan Eugenio Hartzenbusch o Ramón de Campoamor, frecuentes en estos menesteres; también la de Joaquín Dicenta al pie de un soneto. La mayoría es obra de hombres más o menos duchos en el arte de la rima; dos son los poemas escritos por mujer: el uno es obra de la sevillana Mercedes de Velilla y Rodríguez; el otro de Rosario de Acuña Villanueva. Precedida de la pertinente dedicatoria y convenientemente firmada, rubricada y datada (noviembre de 1874) en la página veintinueve encontramos «Una gota de rocío (⇑)», tres quintillas en el álbum manuscritas y que dos años después serán incluidas en Ecos del alma, el primer poemario publicado por su autora.
A Julia le gustaba escribir y a la escritura se dedicó durante buena parte de su vida. Poesía, pero también alguna que otra obra dramática, artículos y, sobre todo, narraciones infantiles.
En los primeros años coincide con Rosario, la mujer de su primo, en algunas publicaciones. En las dos firmas aparece el apellido «de Laiglesia», el de su padre en el caso de la primera, el de su marido, en el de la segunda. Así sucede en el Álbum calderoniano. Homenaje que rinden los escritores portugueses y españoles al esclarecido poeta don Pedro Calderón de la Barca... que ve la luz en 1881.
(Julia)
Cual poeta asombraste al mundo entero
y unir supiste a tan brillante dote
la de ser bravo y singular guerrero
y esclarecido y recto sacerdote
...
(Rosario)
Pasan los siglos, pasan las edades
a hundirse entre las sombras del olvido;
polvo queda no más de lo que han sido
populosas y espléndidas ciudades.
...
También en la obra colectiva Las mujeres españolas, americanas y lusitanas pintadas por sí mismas, en la cual Julia participa con tres escritos («La aristócrata devota», «La trapera» y «La pupilera»), mientras que Rosario lo hace con uno («La cordobesa» ⇑).
A partir de la segunda mitad de la década de los ochenta sus trayectorias se distancian. La separación de Rafael, primero, y su adhesión al librepensamiento, después, terminarán por alejarlas definitivamente. La escritura, que anteriormente tanto las había unido, reflejará bien a las claras la distancia que se va abriendo en sus vidas. Julia de Asensi parece sentirse cómoda transmitiendo a jóvenes y adultos las bondades de la tradición; Rosario se dedica a combatir con afán las supersticiones y el fanatismo.
Están en orillas diferentes. Son militantes de dos bandos antagónicos, como bien se demostrará con ocasión de los violentos sucesos que en 1909 tuvieron lugar en Barcelona, la Semana Trágica. La orden del Gobierno ordenando el envío de miles de reservistas –la mayoría padres de familias obreras– a Marruecos desencadena movilizaciones, protestas, huelgas contra la guerra y una dura represíón posterior. Ni Julia de Asensi ni Rosario de Acuña se mantienen calladas ante aquella situación. Ambas toman partido y lo hacen en trincheras diferentes.
Julia, escandalizada por los ecos que le llegan de Barcelona, no duda en formar parte de la comisión constituida por las damas del Centro de la Defensa Social de Madrid al objeto de recabar firmas en toda España no solo contra los revolucionarios, sino también contra el «crimen de lesa patria y de alta traición que tales atropellos significan ejecutados cuando España tenía que defender en el Rif el honor nacional». A su lado se encuentran dos docenas de mujeres que, a tenor de los títulos que exhiben, bien pudieran ser consideradas genuinas representantes de la sociedad de orden, patriota, bienpensante... que no iba a la guerra. El escrito promovido por aquellas damas decía entre otras cosas lo que sigue:
Los vandálicos sucesos que sembraron de luto las calles de Barcelona y de otras poblaciones de Cataluña, no pueden pasar sin la más enérgica protesta de las personas honradas.
Los templos y conventos incendiados, los sacrilegios y profanaciones de cosas y personas sagradas, los robos y asesinatos y los delitos de alta traición y de lesa patria que los revolucionarios cometieron en los últimos días del mes de julio con escándalo del mundo civilizado, están pidiendo a gritos, no sólo un castigo ejemplar, sino una manifestación unánime y vigorosa de toda España para reprobar con indignación tan criminales atentados y para pedir a los poderes públicos, la adopción de medidas gubernativas que libren a la nación de tan siniestras desdichas...
Rosario, escandalizada por la desolación provocada por aquella leva forzosa que obligaba a miles de padres, a miles de obreros, a abandonar a su suerte a sus familias, decidió poner en escena La voz de la patria. Una obra estrenada en Madrid en 1893, «con ocasión de la otra guerra de Melilla», que refleja una situación similar a la que vivirían entonces muchas familias españolas. Trata de las disputas familiares que se originan ante la próxima partida de Pedro, quien, como reservista que es, ha sido llamado para combatir a las tropas marroquíes que llevan tiempo hostigando la ciudad de Melilla. La madre, que no entiende aquella guerra («¡Maldita guerra, maldita!»), quiere que su hijo huya por los montes hacia Francia; el padre no quiere ni oír hablar del asunto de la huida, pues es el honor el que está en juego («una guerra que es por honra/ no la maldicen las madres»). Por si fuera poco, Pedro tiene una novia que en la víspera le va a anunciar que va a ser padre... ¡Maldita guerra, maldita! Rosario de Acuña Villanueva, recién instalada en Gijón ciudad en la que ha decidido pasar los últimos años de su vida, no tiene otra forma de luchar contra aquella guerra que con sus palabras. Recupera La voz de la patria, dirige los ensayos y la presenta a sus nuevos vecinos en el gijonés teatro Jovellanos.
Rosario, escandalizada por la ejecución de Francisco Ferrer Guardia, a quien un consejo de guerra había condenado a muerte acusado de ser el máximo responsable de la Semana Trágica, alaba públicamente a Melquíades Álvarez por la defensa que realiza en el parlamento español del pedagogo y librepensador: «Me enorgullece ser conciudadana de quien ha sabido de un modo maravilloso defender la majestad de la Justicia y la supremacía de la Razón», escribe con ocasión del discurso que aquél pronuncia durante el debate que se sigue en el Congreso acerca del llamado Proceso Ferrer.
Julia de Asensi y Rosario de Acuña se escandalizan por cosas bien diferentes. La poesía las unió en otro tiempo, la vida vivida las situó en orillas diferentes, por momentos enfrentadas.
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