30 noviembre

224. Entretenimiento para la esposa


Escalonilla, Casa Ayuntamiento, construido en 1881 (Diputación de Toledo)

Aquel lote de huevos para incubar se fue para Escalonilla, una localidad situada en la comarca toledana de Torrijos y que por entonces contaba con unos tres mil quinientos habitantes. Esos se fueron para allí, como otros se habían ido a Méjico, a la Argentina y a casi todas las provincias españolas.  Era su trabajo: se ganaba la vida con lo que obtenía por la venta de los productos de su granja.

Su dedicación a la avicultura había comenzado unos años antes, tras establecer su residencia en Cantabria. Entonces comienza una nueva etapa en su vida, cada vez más alejada de la gran urbe, cada vez más convencida de las bondades de la vida en el campo. No obstante, las cosas han cambiado mucho desde que, allá en los primeros años ochenta, se fuera a vivir a Pinto. Desamparada del padre protector, desasistida de la mercenaria servidumbre que apechugaba con los quehaceres domésticos, y desprovista de la pasada fortuna que aseguraba su ilustrada vida campestre, debe ahora poner en práctica todo lo que antes había predicado, obligada por los avatares de la vida. Parece ser que algún lance imprevisto precipitó los acontecimientos: «una catástrofe de fortuna que me puso a las puertas de la miseria». No había más remedio que echar mano del ingenio para afrontar aquella situación y encontrar la manera de ganarse el sustento de cada día, para ella y para quienes con ella viven: su madre y Carlos Lamo, el joven y fiel discípulo que las acompaña  (⇑). A su cabeza acude entonces el ejemplo de una viuda normanda que conoció en su juventud, cuando en los primeros años setenta residió durante un tiempo en el sur de Francia (⇑). Una mujer que, viéndose joven aún con dos hijos que mantener y una modesta pensión, decidió mudarse a la Bayona francesa para poner en marcha una pequeña granja avícola la cual, atendida con inteligencia y esmero, aportaba las ganancias suficientes para que tanto ella como sus hijos pudieran llevar una vida desahogada. Ahora, que la situación económica de Rosario se asemejaba a la de la aquella viuda, su ejemplo aparecía ante sus ojos como la mejor iniciativa a seguir, pues las cuentas –como entonces había comprobado– parecían claras.

Solo había que ponerse manos a la obra: acondicionó su granja con los materiales más modernos, acudió a los más acreditados avicultores del país para comprarles varios lotes de gallos y gallinas de diversas y selectas razas, y dedicó muchas horas al cuidado de las aves. Su proyecto está en marcha y, gracias al trabajo bien hecho, sus productos comienzan a ser valorados, más aún tras haber obtenido el segundo premio (Medalla de plata) en la Exposición Internacional de Avicultura que se celebró en Madrid en el mes de mayo de 1902. Satisfecha con la labor emprendida, contaría más tarde que en un solo año había vendido catorce mil huevos para la incubación. El hecho de que unos pocos se fueran para Escalonilla no hubiera tenido mayor trascendencia si no fuera porque quien los había adquirido era Tomás Costa Martínez, por aquel entonces jefe provincial de Fomento en Toledo, presidente del Consejo de Agricultura y Ganadería en la misma provincia y, lo que era aún más relevante para doña Rosario, hermano de la figura más destacada del regeneracionismo.

Enterada de quien es el destinatario de aquel cajón con cinco docenas de huevos para incubar que había partido hacia la localidad toledana, con fecha 10 de abril de 1904 se toma «la libertad de escribirle congratulándome de que un producto de mi granja haya ido a parar a la familia que es honra de España y galardón de la Humanidad». Tras este breve preámbulo en el cual manifiesta además que las tres personas que moran en aquella casa (ella, su madre y Carlos Lamo, quien por entonces pasa por ser sobrino de doña Dolores Villanueva y Elices ⇑) son fervientes entusiastas de su señor hermano don Joaquín, la avicultora Rosario de Acuña realiza una descripción pormenorizada del procedimiento que han de seguir con aquellos huevos para lograr el objetivo perseguido. 

Antes de que lo hiciera la caja con los huevos, llegó la carta con las indicaciones. El señor Costa no tarda en tomar papel y pluma para mostrar su agradecimiento por las instrucciones recibidas, «todo un tratado de avicultura práctica, del que estaba muy necesitado». Le dice también que a ella debe su afición, pues durante una de sus estancias en Santander, donde suele pasar la temporada veraniega con la familia de su esposa, adquirió su folleto Avicultura (⇑), editado por El Cantábrico. Con lo allí aprendido por todo bagaje se adentró en la nueva tarea en la que ya comienza a cosechar las primeros frutos, pues dice que ya cuentan con unas treinta y cinco cluecas, y que piensa que se pongan muchos más y «sobre todo estoy esperando la llegada de los huevos de su granja para hacer con ellos cuanto usted me indica».

Es razonable suponer que a la avicultora Rosario de Acuña aquellas palabras le hubieran producido una lógica satisfacción, pues las elogiosas frases incluidas en esta carta (así como las de otras recibidas por entonces, además del escrito sobre su granja publicado en la prensa cántabra por uno de los promotores de la Asociación de Avicultores de Cantabria y –en mayor medida– el premio obtenido en la Exposición Avícola Internacional celebrada en Madrid en 1902) resultarían para ella un excelente bálsamo reparador frente a la indiferencia –teñida en ocasiones de cierto menosprecio– con la que los peritos titulados –partidarios de la selección genética de las gallinas– habían acogido su apuesta por el mestizaje («La selección, sí, pero antes la variabilidad. Sigamos humildemente a la Naturaleza, que para seleccionar mezcla antes siempre»). Sin embargo, no creo que tuviera la misma impresión cuando leyó las líneas en las cuales el señor Costa le contaba acerca de lo que la nueva actividad representaba tanto para él como para su mujer: «lo he tomado solamente como un sport de primavera, en el cual mi esposa lo pase menos aburrido, distrayéndose en llevar a sus pollitos el migón de pan, salvado y demás alimentos de aquella familia gallinácea». 

Luisa Sánchez y Gómez-Alía (Forja, Boletín de la asociación Mesa de Trabajo para Los Navalmorales, nº 32, diciembre 2017)

El menor de los hermanos de Joaquín Costa se había casado en 1900 con Luisa Sánchez y Gómez-Alía, hija única de una distinguida familia de propietarios que aportó al matrimonio una sustanciosa suma en metálico y varias fincas situadas en los términos toledanos de Los Navalmorales y Escalonilla, lugar este último en el que fijarán su residencia tras finalizar el viaje de novios que la pareja realizó por su Aragón natal y la capital cántabra, que desde entonces se convertirá en su destino habitual de veraneo. La vida cotidiana asigna roles bien diferentes a cada cual: mientras Tomás debe de ocuparse de las labores inherentes a la jefatura provincial de Fomento  que recientemente se le ha asignado, Luisa queda al cargo (de manera explícita o tácita) de la jefatura doméstica y de la representación familiar ante la comunidad. Para el desempeño de su nuevo papel, es probable que tome como referente a su madre, por más que los roles de la una y la otra resulten bien diferentes, pues doña Carmen Gómez Alía, viuda desde tiempo atrás, no solo participa activamente en la vida social de Escalonilla (liderando actos de gran relevancia como, por ejemplo, la puesta en marcha de la escuela de párvulos de la localidad, la segunda de la provincia) sino que también administra sus propiedades, labor que en el caso de Luisa era realizada por su marido (de hecho, en algunos anuarios de la época el nombre de Tomás Cuesta figuraba al lado del de su suegra, tanto en el apartado «Aceite de oliva, molinos de» como en el de «Ganaderos»). 

Así las cosas, habida cuenta del campo reducido de actuación que se le asigna, no resulta difícil suponer que su ánimo fuera decayendo ante la falta de estímulos; tampoco que, para intentar remediarlo, al marido se le ocurriera que la avicultura podría ser una eficaz pócima para aquel mal, que el cuidado de las gallinas se convirtiera en adecuado entretenimiento para su esposa: «...lo pase menos aburrido, distrayéndose en llevar a sus pollitos el migón de pan, salvado y demás alimentos de aquella familia gallinácea».

Entretenimiento para la esposa... No era ése, ciertamente, el objetivo que Rosario de Acuña asignaba a la avicultura, ni tampoco era ése el papel que deseaba para la mujer. Ni siquiera cuando, en los primeros años ochenta, recién instalada en la quinta que se había hecho construir a las afueras de Pinto, se dirigía a las lectoras de El Correo de la Moda para hablarles, entre figurines, de las ventajas que para la familia y la comunidad tenía la vida en el campo. Ni siquiera entonces, cuando en la firma de sus escritos añadía a su primer apellido el de su esposo, asumía dócilmente el papel de «ángel del hogar», el modelo de buena madre y mejor esposa que defendían los moralistas y que se perfilaba desde ese mismo semanario dirigido por Ángela Grassi, viuda de Cuenca. En esas mismas páginas ella postulaba un papel protagonista para las mujeres: «la sociedad tiene que regenerar por vosotras». Ni siquiera entonces, leería con indiferencia unas palabras tan diametralmente alejadas de lo que ella había defendido en «La educación agrícola de la mujer»:

La mujer científicamente agrícola; la que mirando el azul de los cielos señalase la parda nubecilla precursora del huracán y de la tormenta; la que eligiese sin vacilación la semilla fecunda, capaz de desarrollarse por el calor del sol y la humedad de la tierra; la mujer que con reposado acento diera la orden de la recolección, segura de sus beneficios por el conocimiento de la sazón del grano o del fruto; la que sin zozobra improvisara un aparato que pudiera sustituir en caso de rotura la pieza del arado o de la trilladora; la que en el silencio de su laboratorio analizara las combinaciones químicas, capaces de librar a la planta o al árbol del dañino insecto o de la epidemia funesta; la que a través de los rayos solares buscase en el microscopio las causas del empobrecimiento del vegetal, o de la extenuación de la ganadería, esa mujer capaz de formar el capital de sus hijos con las rentas de sus fincas rurales, mejoradas constantemente por una entendida dirección agrícola, esa mujer es la más necesaria en nuestra sociedad.

Si el hecho de que un señor pusiera en marcha una instalación avícola para que su esposa combatiera el aburrimiento, ocupándose de llevar cada día la comida a los pollitos, distaba mucho del modelo de mujer agricultora que ella promovía en los primeros años ochenta, mucho más alejada se encontraba dos décadas después, cuando la avicultura se había convertido en su medio de subsistencia, cuando propugna que la mujer campesina debe de jugar el papel protagonista en el desarrollo de las pequeñas industrias rurales (⇑), «una de las fuentes de mayor riqueza de todo país culto y trabajador», tal y como describe en varias entregas de su sección Conversaciones femeninas que publica El Cantábrico (sericicultura, elaboración de quesos y mantequilla, floricultura, conservas de frutas y legumbres, apicultura...). Ciertamente, la avicultura no representaba para ella lo mismo que para el señor Costa, don Tomás. 




También te pueden interesar


Familia de Acuña y Robles, (fotografía cedida por María José de Acuña Garrido) 212. La prima repudiada
Se enteraron, claro que se enteraron. Cuesta trabajo creer que no lo hicieran, pues los periódicos de toda España, aun los de menor tirada, se hicieron eco de aquel escándalo. La prima Rosario, la hija del difunto tío Felipe, estaba en boca de todos...



Fragmento de una litografía del año 1910151. De armas tomar
Dejó el campo y se fue joven a Madrid. Apenas tenía quince años cuando llegó a la capital para estudiar: fueron tres cursos en un colegio preparatorio para lograr en 1846 el grado de bachiller en Filosofía, título que le abre las puertas de la facultad...



Fragmento de la crónica acerca de la fiesta celebrada por el Ateneo Familiar73. El Ateneo Familiar: Rosario y Carlos se encuentran
No en vano lleva el Ateneo el nombre de Familiar. Una verdadera familia, en efecto, parecían las cuarenta personas congregadas. El presidente era un tal Carlos Lamo, joven estudiante de Leyes de apenas veinte años que terminará siendo su inseparable...



Doctor Franz Joseph Gall, grabado publicado en El Feníx, Valencia, 2-5-184730. El cerebro de la mujer
A mediados del siglo XIX las mujeres españolas saben que el hombre ostenta la hegemonía y que ellas tienen asignado un papel secundario en la sociedad, por mucho que quien rija los destinos del país sea una mujer o que los poetas engalanen a sus madres, amantes o esposas...




Fresco de la Casa de Julia Felix, Pompeya. Museo Arqueológico de Nápoles3. Sardinas rellenas
Era muy hogareña y le gustaba todo lo que tuviera que ver con la casa (incluido el huerto), desde su diseño hasta su conservación y cuidado. Nos habla acerca del sistema adecuado para fregar los suelos de madera o nos obsequia con alguna receta de cocina...