¡Cuánto cambian las cosas de un año a otro! Noviembre de 1911: las más doctas poblaciones españolas se pueblan de vociferantes universitarios que claman –ofendidos ellos mismos y ofendidos por la afrenta infligida a todas las madres de la patria– contra Rosario de Acuña, autora de un artículo que consideran infamante. Noviembre de 1888: los universitarios madrileños, apoyados por compañeros del resto de las universidades españolas y de alguna otra del resto de Europa, agradecen a nuestra protagonista el apoyo, en palabras y en pesetas, que públicamente les presta.
Del primer asunto, el más cercano en el tiempo, ya se ha dado cuenta en este espacio (15. Las explicaciones de Unamuno (⇑), 21. El escrito que provocó su reacción (⇑), 36. Proxeneta roja, engendro sáfico, harpía laica... (⇑), 99. «La jarca» a la luz de Elena Hernández Sandoica (⇑)...). Toca ahora ocuparse del segundo.
En el otoño de 1884 los universitarios madrileños andan revueltos: han salido a la calle para manifestarse en contra de lo que consideran un ataque en toda regla a la libertad de cátedra. La protesta estudiantil había comenzado tras la campaña de acoso que, iniciada por El Siglo Futuro, se sigue contra el catedrático Miguel Morayta, a quien la prensa confesional acusa de haber pronunciado un discurso irreverente y herético en el acto de inauguración del curso 1884-85 que se había celebrado en la Universidad Central. En las semanas siguientes se aviva el debate: se acusa al Gobierno, al nuevo ministro de Fomento, al otrora neocatólico y antiguo líder de la Unión Católica Alejandro Pidal y Mon, de ser muy permisivo con los profesores liberales. Algunos obispos publican duras cartas pastorales contra el contenido del discurso. Se argumenta que «contiene proposiciones que ponen en duda el diluvio universal y la descendencia del humano linaje de la primera pareja, Adán y Eva, y que confunden a nuestra santa religión con otras religiones falsas». Un grupo de estudiantes pide firmas de adhesión a las protestas de los obispos. La reacción liberal no se hace esperar: buena parte de los universitarios, afines a Morayta, se echan a las calles dando vivas a la libertad de enseñanza, no faltando tampoco las dedicadas a la república o a algunos dirigentes republicanos. Oyose también algún «¡Muera!», al que contestó con un «¡Viva el rey!» un oficial de seguridad «sacando la espada y acometiendo a la multitud» en unión de varios guardias.
La algarada estudiantil toma las calles del centro de Madrid. Carreras, embestidas, gritos, heridos, algún cristal roto, disolución de grupos a sablazos y más de una docena de detenidos «por proferir frases subversivas». La situación parece complicarse por momentos; las autoridades quieren atajar el problema cuanto antes y sopesan adoptar medidas drásticas contra los estudiantes.
Rosario de Acuña no se queda callada y hace pública una nota que remite a la Comisión de alumnos de la Universidad Central:
Si los acontecimientos universitarios acarrean la pérdida de la matrícula de honor a los estudiantes de la Facultad de Medicina de Madrid, pongo en conocimiento de éstos que estoy dispuesta a pagar la matrícula del estudiante que más adelantado en su carrera y con mejores notas, poseyendo dicho privilegio lo perdiese por resistirse a entrar en clase, mientras no se dé satisfacción cumplida a la maltratada dignidad de la cátedra.
El ofrecimiento de la escritora tiene una extraordinaria acogida en la Universidad Central, según cuentan los representantes estudiantiles en una nota pública de agradecimiento. La prensa, por su parte, se muestra dividida. Diarios hay que alaban la postura; otros, la critican de forma más o menos abierta. Así sucede con La Época, en cuyas páginas se tacha el ofrecimiento de político, y se le hace notar, a «la libre pensadora poetisa», que «si es aceptable la mujer literata, no lo es seguramente la mujer política».
No se arredra con las críticas recibidas, algunas de las cuales parecen ir dirigidas a aspectos personales (enterados probablemente de su ruptura matrimonial hay quienes escriben: «Rosario de Acuña ¿y por qué no de Laiglesia?»). No se amilana, no; parece decidida a defender aquella causa, la de la Libertad, cueste lo que cueste. Está con los universitarios en aquella batalla y días después ofrece un banquete (⇑) a una comisión de estudiantes. A la comida, celebrada el lunes 15 de diciembre en un conocido local de la capital, asisten también otros invitados, entre los que cuales se encuentra el profesor Morayta y el codirector de Las Dominicales, Ramón Chíes.
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