23 diciembre

51. La esquela del tercer aniversario


La tarde del fatídico cinco de mayo de 1923, la vida de Carlos Lamo Jiménez –de quien nos tendremos que ocupar con mayor profundidad– se quedó completamente a oscuras a sus cincuenta y cuatro años de edad pues le hurtaron la potente luz que había guiado sus pasos desde que, hace ya más de tres décadas, decidiera unir su destino al de Rosario de Acuña y Villanueva.

Superado el estupor de los primeros momentos, era ineludible hacerse cargo de la nueva situación que, en cierta medida, ya aparecía apuntada con trazo fino por la mano ausente que ya no habría de escribir cosa alguna. Allí estaba, en el testamento del año 1907 (⇑) en el que proclama su radical oposición de la Iglesia católica «y de las demás sectas» y convierte a Carlos en su único heredero.

Dese los primeros momentos, se declara decidido a dedicar el resto de sus días a rendir culto a quien fuera su compañera durante tantos años: «deber único que mi vida queda de hacer vivir mientras yo viva, y perdurar después de mí en la inmortalidad, que sus obras le darán, el nombre que será cada vez más glorioso de Rosario de Acuña».

Fiel a su compromiso, al acercarse la fecha del aniversario del infausto día, inicia gestiones para rendirle un homenaje a la compañera ausente. Con el apoyo del Ateneo Obrero, entidad a la que había estado muy unida la escritora, el 5 de mayo de 1924 se celebra una velada necrológica en el transcurso de la cual pronuncia unas palabras en las que justifica la sencillez del acto:

Que así como Ella se había retirado voluntariamente del «mundanal ruido» en el que pudo brillar tanto y desdeñó, saboreando, en cambio, en un rincón aldeano su dulce paz, su mágico panorama de bellezas interiores y de esplendideces mayestáticas en las lejanías del mar infinito y en la adorable tierra asturiana que la circundaba, este aniversario pretendía yo se limitase a una comunión de vuestras almas con la suya, de los que aquí vivimos, de los que recibisteis muchas veces el eco de su pensamiento en sus escritos, y de los que en otras muchas ocasiones oísteis de sus labios palabras de aliento… 

Y así sucederá en los años siguientes: cuando se aproxima la fecha del aniversario, El Noroeste recuerda puntualmente la cita, Roberto Castrovido envía un cariñoso escrito para que sea publicado por el periódico gijonés y en el Ateneo Obrero tiene lugar una velada literaria en recuerdo de la que fuera ilustre socia y colaboradora.

Esquela del tercer aniversario de la muerte de Rosario de Acuña

No obstante, en 1926 Carlos no puede asistir, y se ve en la obligación de avisar a quienes, a buen seguro, esperaban que llegase el día señalado para rendir homenaje a la distinguida ausente. Hasta ahí todo normal y lógico. Lo que ya resulta inhabitual es el modo que utilizó para informar a los interesados, pues el anuncio aparecido en la prensa local adopta la forma de esquela y en él se recuerda la condición de masona de la finada, lo cual no parece comulgar con el deseo de doña Rosario de que todo lo relacionado con su muerte fuera tratado con mesura y discreción.

En cualquier caso, aquí queda público testimonio de la opción tomada por quien desde el mismo 5 de mayo de 1923 se había comprometido a exaltar la memoria de la persona que durante tantos años fue su compañera.


Notas

(1) Ya entonces resultaba ineludible abordar con mayor profundidad la figura de Carlos Lamo. Al fin, varios años después, él es el protagonista del comentario  200. El buen discípulo (⇑).


(2) Este comentario fue publicado originariamente en blog.educastur.es/rosariodeacunayvillanueva el 19-3-2010.



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