10 agosto

175. La sobrina descarriada


A pesar de haber nacido en pleno centro (⇑) del Madrid isabelino (en las cercanías de la Puerta del Sol y de la que más tarde será la Gran Vía madrileña), las tierras jiennenses formarán parte de su  infancia y juventud, pues allí, en los salutíferos aires de sus serranías, encontraban temporal remedio sus dañados ojos. Cuando ni los grandes oculistas del momento, ni los remedios farmacológicos por ellos recetados conseguían mitigar los dolores, llegaba la sabia prescripción de su abuelo paterno: «¡Venga esa niña al campo!» Y al campo se iba la niña acompañada, las más de las veces, de su joven padre: «…en el tren andaluz hacia las posesiones de mi abuelo en pos de las valles floridos, en pos de las selváticas cumbres de la sin par Sierra Morena».

Dibujo de Antonio de Acuña Solís publicado en 1882Aunque tanto su padre como sus tíos habían nacido en Arjonilla, localidad de poco más de dos mil habitantes de la que su abuelo había sido alcalde primero, es muy probable que las correrías infantiles de Rosario tuvieran por escenario Andújar, la cabecera comarcal, pues como vecino del lugar figura el abuelo Felipe de Acuña Cuadros en un documento del año cincuenta y tres. Quizás el prematuro fallecimiento de su mujer, ocurrido nueve años antes, fuera una de las causas que motivaron su traslado. Lo cierto es que, en la mitad de la década de los cincuenta, cuando nuestra protagonista contaba con cinco años de edad, la muerte había mermado sensiblemente el número de familiares que poblaban aquella casa solar. A la ausencia de la abuela,  fallecida en 1844, se habría de sumar la de Pedro Antonio, el hijo mayor, y la de Petra, la única hija del matrimonio, que murió en el verano del cincuenta y cinco mediada la tercera década de su vida. Así pues, Felipe, Cristóbal y Antonio eran los tres hermanos que sobrevivían y los tres se mantuvieron muy unidos a lo largo del tiempo. Formaban una sociedad muy bien avenida, en la cual habría que incluir también al primo Pedro Manuel ⇑, (en realidad, como hijo de un primo carnal, era sobrino segundo), de una edad pareja a la suya y con quien compartían aficiones, inquietudes políticas y proyectos empresariales.

«¡Venga esa niña al campo!» Y a la Campiña de Jaén se iba encantada Rosario, pues allí, en los saludables escenarios de la sierra de Andújar, encontraban sus doloridos ojos la pócima reparadora; allí encontraba el cariño de su abuelo Felipe, de su tío abuelo Antonio María y de sus numerosos hijos,  de su primo Pedro Manuel y de sus tíos Cristóbal y Antonio. La esperaban con los brazos abiertos, en Andújar  y en Baeza, localidad muy ligada a su familia desde que a finales del siglo XV allí se asentara  la rama de los Acuña de la cual descienden, y a la que trasladaron tanto Antonio como Cristóbal su residencia y donde el abuelo morirá en el mes de septiembre de 1873. Baezanos eran también los hermanos Benavides, Antonio y Francisco de Paula, que como tíos eran tratados aunque realmente lo fueran de la mujer de su tío Cristóbal.

El viaje desde Madrid resultaba toda una aventura. Después de varias horas a bordo del tren correo de Andalucía (Aranjuez, Tembleque, Villacañas, Alcázar de San Juan, Manzanares, Valdepeñas...),  debía de apearse en una estación de nombre engañoso, pues aunque había sido titulada como Baeza para diferenciarla de otra que también se localizaba en las proximidades de Linares, se encontraba a casi veinte kilómetros de su destino. Para recorrerlos era preciso tomar un coche de caballos que durante años realizaba el trayecto en dos etapas, pues hasta que no se construyó el puente sobre el río Guadalimar resultaba obligado cruzar a la otra orilla en una pequeña barcaza.

Fotografía de la fachada del Ayuntamiento de Baeza publicada en 1920

Llegada, al fin, a su destino, en la casa solar encontraba el afectuoso recibimiento y el cariño de una red familiar que cada poco se incrementaba con nuevos vástagos. El nacimiento en 1856 de Felipe de Acuña Robles, el primer hijo de su tío Antonio, puso fin a su condición de nieta única y dio inicio a una larga lista de primos, hijos de sus dos tíos carnales: Rosario, Antonio, Francisco, María Teresa, Joaquín, Rafaela, Ana María, Petra, Ramón, María del Carmen y Teresa. Aunque no con todos pudo mantener la misma relación, pues entre el primero y la última había veintisiete años de diferencia, lo cierto es que todos ellos formaban parte de su largo elenco familiar, que aún podría ampliarse a Bernardo José, María Florencia, Juan Bautista, María Josefa, María de los Dolores y José María de Acuña y Jiménez de Soto, los siete hijos de su tío abuelo Antonio María de Acuña Quadros que ella pudo conocer (hubo otros dos que fallecieron antes de su nacimiento); y también a Rosario, Josefa y Francisca de Acuña y Espinosa de los Monteros, hermanas de su primo Pedro Manuel (⇑), y a sus descendientes. Una hija de la última de ellas, de nombre Petra de Solís y Acuña, figura en su testamento (⇑) escrito por su mano unos cuantos años después. A ella le dejará todas sus ropas de su uso particular «para que las use en memoria del cariño que nos unió desde la más tierna infancia». No será esta la única mención a sus primas que figure en sus escritos. Ya en Ecos del alma, su primer poemario, encontramos la poesía titulada A mi prima R. de A. y R. (⇑) , dedicado probablemente a Rafaela de Acuña y Robles (hija de Antonio de Acuña y Solís y de María de los Dolores Robles López), quien en la fecha en la cual fue escrito el poema contaba con cinco años de edad, pues había nacido en Baeza el 24 de diciembre de 1868.

Aquel entramado familiar no solo nutría con afectos a sus miembros, constituía también un eficaz instrumento de promoción social para la familia. El tío Antonio Benavides, que había sido ministro en diferentes gobiernos a lo largo del reinado de Isabel II,  fue nombrado embajador extraordinario y plenipotenciario ante la Santa Sede en el mes de enero de 1875. Su hermano, Francisco de Paula, es por entonces senador y obispo de Sigüenza. El primo Pedro Manuel, que en los primeros años setenta era diputado por la circunscripción de Baeza, había sido gobernador civil en Jaén, Toledo y Sevilla; el tío Antonio lo fue de Albacete y Castellón; y el tío Cristóbal era alcalde de Baeza en el año 1874, cargo que ya había ocupado su hermano desde el año sesenta y nueve.

Como queda dicho, Rosario disfrutaba en el terruño paterno no solo de los saludables efectos que los paisajes serranos proporcionaban a sus delicados ojos, sino también de los beneficios que sus relaciones familiares le brindaban. De unos y de otros tenemos alguna constancia escrita. La más relevante se produce en 1875. En la primavera de aquel año pasa una larga temporada en Andalucía: en Córdoba, tierra de su abuela paterna,  escribe «La vuelta de una golondrina» (⇑); en Baeza, «A una flor» ( ⇑); en Navalahiguera «Correspondencia de Andalucía» ( ⇑); y en Solana del Tamaral, ya en la vertiente manchega de la serranía,  «Las tres ilusiones» (⇑) y «Los dos ángeles» (⇑). La novedad de aquel año es consecuencia del reciente nombramiento de su tío Antonio Benavides como embajador ante la Santa Sede al que he me he referido más arriba. Apenas unos pocos meses después, Rosario viaja a Roma y se instala en la residencia oficial del embajador. No desaprovecha la ocasión: es recibida por el papa Pío IX, viaja por Italia y escribe Ante el sepulcro de Rafael (⇑), Al niño Manuel Baldasano y Godinez (⇑), Una ramilletera en Venecia (⇑)...

De la buena sintonía existente en el grupo formado por los tres hermanos (Felipe, Antonio y Cristóbal) y su primo Pedro Manuel son buena prueba tanto las actividades económicas conjuntas como las afinidades políticas. Sirva como ejemplo de las primeras El Fomento Minero, una sociedad constituida a finales de 1877 para la explotación de la mina de plomo Alcolea, sita en Linares. En cuanto a la política, los cuatro se encuadran en el ámbito liberal, en las cercanías del general Francisco Serrano Domínguez, duque de la Torre desde que Isabel II así lo decidiese a principios de los sesenta.

Aunque gaditano de nacimiento, el general Serrano mantenía estrechos vínculos en la provincia de Jaén, con propiedades rústicas y urbanas en Andújar y Arjonilla. Luego estaba el Coto del Socor, una finca de más de tres mil hectáreas «situada en el corazón de Sierra Morena», a unos veinte kilómetros de Andújar, que era su lugar de descanso preferido y escenario de afamadas monterías a las cuales, además de  destacados empresarios, solían acudir diputados, senadores y altos cargos de la administración del Estado, afines al duque. Los Acuña al completo, los tres hermanos y su primo, no solo eran asiduos participantes de las cacerías que se organizaban en el Socor, sino que alguno de ellos,  también era acompañante habitual de Serrano en otras que tenían lugar en diversos lugares de España.

Para aquellos que conocieran el vínculo que mantenían desde tiempo atrás con el duque de la Torre no debió de resultarles sorprendente que, tras la llegada al poder de los liberales de Sagasta en 1881, los Acuña recuperaran el protagonismo político que habían perdido durante los gobiernos conservadores de Cánovas. Antes de que terminara el año, Antonio volvió a ser nombrado gobernador; entonces lo fue de Sevilla y al año siguiente, de Granada. Menos tiempo tuvo que esperar Pedro Manuel: la Gaceta de Madrid del 16 de febrero publica su nombramiento como nuevo director general de Agricultura, Industria y Comercio. Quizás no fuera casualidad que el ministro de Fomento que firma el decreto fuera José Luis Albareda, otro de los participantes en las monterías del duque. Menos aún –claro está– que unos días después su primo Cristóbal fuera nombrado comisario de Agricultura, Industria y Comercio de la provincia de Jaén; tampoco que Felipe, jubilado por enfermedad tres años antes, retornara al ministerio de Fomento como oficial para convertirse en la mano derecha de su primo, acompañándolo a inauguraciones y otros actos oficiales, ocupando un puesto en la Junta Central de Exposiciones Agrícolas o ejerciendo como secretario del Consejo Superior de Agricultura (privilegiada posición que utilizó para echarle una mano al Ayuntamiento de Pinto y, con ello, mejorar las relaciones de su hija con sus nuevos vecinos ⇑). Estos nombramientos son un claro ejemplo de nepotismo que aún tendrá nuevos beneficiarios, pues, tal y como quedó de manifiesto en un comentario anterior (⇑), Rafael de Laiglesia, el marido de Rosario, va a ser nombrado visitador de Agricultura, con un suculento sueldo que será incrementado con el que recibirá como miembro del equipo responsable de la Gaceta Agrícola, revista editada por el ministerio de Fomento.

Aunque no desconocieran que, como consecuencia de la alternancia de partidos que se había iniciado entonces con la llegada al poder de los liberales de Sagasta, aquella privilegiada situación no podría mantenerse durante mucho tiempo, parece evidente que aquel era un buen año para los Acuña y no desperdiciaron la ocasión de dejarlo bien patente durante la inauguración del hipódromo de Baeza, que tuvo lugar durante las ferias de mayo de ese venturoso año de 1881. Cristóbal de Acuña, el flamante comisario de Agricultura de la provincia, era también –además de alcalde de la localidad– presidente de la Sociedad Hípica de Baeza y no desaprovechó la ocasión que aquel evento le brindaba. Sus caballos compitieron en las carreras inaugurales y entre sus invitados se encontraba el mismísimo general Serrano que había viajado desde Madrid con tal motivo, en compañía de Pedro Manuel y de Felipe.

No duró mucho aquel estado de gracia que parecía acompañar al grupo formado por los tres hermanos y su primo. La causa del fin no fue la acordada alternancia de poder entre conservadores y liberales, sino la repentina muerte de Felipe de Acuña,  ocurrida el 27 de enero de 1883. Nada fue igual desde entonces. Mucho menos para Rosario, su única hija, la mayor de las sobrinas de Antonio y de Cristóbal de Acuña Solís.

El primero en darse cuenta de que las cosas no iban como acostumbraban debió de ser Pedro Manuel al enterarse que Rafael de Laiglesia abandona las rentables ocupaciones que le había proporcionado: cesa en su trabajo como visitador de Agricultura, Industria y Comercio al tiempo que abandona sus funciones como responsable de Gaceta Agrícola. La confirmación de la ruptura de su matrimonio (⇑) con Rosario no tardará en llegar, pues a finales de mayo ya se encuentra en Badajoz, donde desempeña el puesto de jefe de la Sección de Contribuciones de la sucursal del Banco de España. Su mujer continúa en la casa de Pinto. Ya no volverán a estar juntos. Luego vino lo de su carta en Las Dominicales del Libre Pensamiento en la cual anunciaba su firme propósito de convertirse en una combativa librepensandora, en una tenaz luchadora en defensa de la libertad de conciencia frente a las fuerzas clericales. Apenas dos años más tarde se conocía su ingreso en la masonería...

Juan de Acuña Jiménez (Archivo de Jose María de Acuña Torres)
Las noticias no tardarían en llegar a sus tíos; tampoco a cuantos la conocían en Baeza (que contaba por entonces con unos trece mil habitantes) y en Andújar (lugar de residencia del primo Pedro Manuel y de sus otros primos, los nietos de su tío abuelo Antonio María), pues aun en el caso de que en estas poblaciones no se distribuyera el semanario librepensador, ya se encargaba la autodenominada «buena prensa» de dar cumplida cuenta de las impiedades publicadas en la «prensa del demonio» y de quién eran sus colaboradores. No tardaría en ser público y notorio que la única hija de Felipe de Acuña Solís; la sobrina de don Antonio, el gobernador; de don Cristóbal, el alcalde de Baeza, el presidente de la Sociedad Hípica, el comisario provincial de Agricultura; la sobrina segunda de don Juan de Acuña Jiménez, el alcalde de Andújar; la prima segunda de don Pedro Manuel, el diputado, el director general de Agricultura, Industria y Comercio; la sobrina de su eminencia Francisco de Paula, cardenal y arzobispo de Zaragoza; se había separado de la senda, del carril por el cual había transcurrido su vida hasta entonces, en compañía de sus ilustres familiares: caminaba descarriada, alejada del amparo familiar.

La vida para los Acuña continuó por derroteros similares a los que habían seguido hasta entonces. Pedro Manuel, que volvió a ser diputado por diversas circunscripciones de la provincia de Jaén, parece que también retoma su antigua afición por el teatro en verso, por las loas de asunto religioso. Si en 1867 había participado en la representación de la obra La institución del Rosario, de José Martín y Santiago, compartiendo escenario con su hermana Rosario y con su cuñado Enrique Lassús (véase el comentario 123. La otra Rosario de Acuña ⇑), en 1885 se convierte en autor (aunque algunos afirman que está escrita por su hija Camila) de la que lleva por título Loa de la Aparición de Nuestra Señora de La Cabeza. Antonio –gobernador de nuevo en los años noventa– y Cristóbal siguieron combinando política y negocios, dejando su impronta en la trama urbana de Baeza. El primero compra los restos de la iglesia del convento de San Francisco, demuele las partes dañadas y construye El Liceo, un teatro con capacidad para mil quinientos espectadores que acogerá las primeras proyecciones cinematográficas en el verano de 1906. También obtiene la concesión para la construcción de un mercado de abastos en las inmediaciones del teatro, para la cual utilizará parte de los materiales del convento derruido. Por último, la plaza de toros, que fue inaugurada en 1892. Hay quien dice su construcción  «fue sufragada por Cristóbal de Acuña»; en otros lugares se afirma que la obra se realizó también por iniciativa de Antonio.

Bipartidismo monárquico, loas a la virgen, cinematógrafo («¡El cine! ¡Qué barbaridad! –decía indignada doña Rosario. Ahí no puede haber poesía sino inmoralidad y folletín. Yo nunca estuve»), toros... Sí, está claro que Rosario se ha salido completamente del carril por el que transitan sus tíos. Se ha convertido en la sobrina descarriada.

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Nota.  Una vez terminado el borrador de este comentario quise contrastar su contenido con José María de Acuña Torres quien, además de nieto de Juan de Acuña Jiménez (el primo de Felipe de Acuña y alcalde de Andújar que se menciona en el texto), es autor de una exhaustiva Historia genealógica y heráldica de la Casa de Acuña que complementa los trabajos sobre los Acuña de Baeza que Fernández de Bethencourt concluye en los inicios del siglo XX.  Quiero dejar aquí constancia de mi agradecimiento pues, como era previsible, sus indicaciones y sugerencias me ayudaron a perfilar con mayor detalle el entramado familiar que Rosario se encontraba cuando visitaba Jaén. Gracias a José María conocemos a otros tíos, tíos segundos por ser hijos de su tío abuelo Antonio María de Acuña Quadros. Suya es también la fotografía de Juan de Acuña y Jiménez que ilustra el texto.




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