05 noviembre

136. Un abanico contra el hambre


Tras la revolución bolchevique, no resultaba inhabitual que la prensa occidental dedicara algún que otro espacio a comentar las penurias que sufría la población rusa. Cada cierto tiempo «el hambre en Rusia» surgía también en las páginas de los periódicos españoles (¡hay sitios donde están peor que nosotros!; ¡la revolución no es el camino!), con noticias acerca de la miseria que asolaba los campos rusos, que obligaba al pueblo a rebuscar entre la basura y aprovechar las cáscaras de patatas. Dejando a un lado lo que de propaganda pudiera haber en las noticias publicadas, lo cierto es que a principios del año 1921, la situación parece haberse agravado hasta el punto de que  Máximo Gorki, en un telegrama enviado al escritor alemán Gerhart Hauptmann,  solicita con urgencia «al mundo civilizado de Europa y América» pan y medicamentos para hacer frente al hambre que padecen millones de rusos a causa de una mala cosecha.
 
Fotografía de unos niños rusos a la espera de recibir ayuda alimentaria (otoño 1921)

La difusión del llamamiento de Gorki surte sus efectos y en América y Europa surgen iniciativas de ayuda. Pero la solidaridad no puede ser absoluta. Para los gobiernos occidentales el régimen ruso representa la revolución y ayudar a Rusia es dar soporte a la revolución. Mientras los dirigentes de uno y otro lado se echan la culpa de la situación (los gobiernos occidentales, firmantes de la Entente, cargan contra la economía comunista; los soviéticos dicen que el hambre resurge en Rusia cuando las cosechas son malas y que el bloqueo les impide abastecerse en el exterior para paliar la escasez), los millones de rusos hambrientos encuentran  la solidaridad del proletariado universal.

Son numerosas las iniciativas que se ponen en marcha en España para recaudar fondos con los cuales socorrer a las víctimas de la hambruna. En Gijón es el Ateneo Obrero quien toma la iniciativa de convocar a diversas entidades de la ciudad al objeto de «aunar voluntades y de ejecutar la acción mancomunada que se considere más oportuna». El proyecto echa a andar con varias vías de recaudación: por un lado, se abre una colecta pública a la que contribuyen  particulares y sociedades; por el otro, se organiza una exposición de arte con las obras que varios pintores han donado para la ocasión. Allí se encuentran cuadros de Manuel Medina, Nicanor Piñole, Evaristo Valle o Paulino Vicente. A su lado, un abanico, un hermoso abanico que, según se dice en la dedicatoria,  fue bordado décadas atrás por Dolores Villanueva Elices.   

Nada que ver con aquellos otros que regalara, cuando Madrid era una fiesta, en las funciones de homenaje a las actrices, como la celebrada en el teatro Español a beneficio de Elisa Mendoza Tenorio en la primavera del ya lejano 1880. Rosario de Acuña, la donante, cuenta ahora setenta y un años de edad y su situación económica no es nada boyante. Por mejor decir, pasa necesidad. Tras regresar del exilio portugués, que se llevó la mayor parte de sus ahorros,  tuvo que hipotecar su vivienda y como en aquella casa no entran al mes más cuartos que los veinte duros de su pensión, en alguna ocasión se vio obligada a empeñar alguno de sus ya menguados recuerdos familiares. Aunque la situación no está para dispendios, el dolor de sus semejantes no le es ajeno, nunca lo ha sido. La solución: el abanico. Un abanico de gran valor sentimental que será subastado el último día de la exposición. Un abanico que tiene además una dedicatoria:

Este abanico fue bordado por mi madre, Dolores Víllanueva, para mi canastilla de boda. Hace 50 años que la ofrenda de sus manos primorosas está en mi poder, y hoy la entrego a la comisión organizadora para socorrer, desde Gijón, a los hambrientos de Rusia, siendo mi deseo que los afortunados de esta hermosa Asturias, en cuyos lares se rinde tan fervoroso culto a los progenitores, justiprecien mi donativo, no sólo por su valor intrínseco y artístico, sino atendiendo a la representación del puro amor materno, conservado, con veneración filial, durante medio siglo. ¡Que los próceres asturianos, que los enriquecidos por su laboriosidad inteligente, engasten en el oro de su generosa piedad esta presea, para mí riquísima, y quedando unidos, por la virtud de la caridad, su noble desprendimiento y mi renuncia a la posesión de este recuerdo, logremos salvar de la muerte algunos seres, desgraciados hermanos nuestros.




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