Cuando me topé con Rosario de Acuña, de esto hace ya unos veinte años, hasta mí solo llegaban algunos retazos aislados, etiquetas sueltas, que apenas alcanzaban para bosquejar débilmente su figura: masona, escritora, librepensadora... Profundizar un poco más, conocerla un poco mejor, no resultaba sencillo por entonces, la mayoría de sus escritos permanecían inaccesibles, sepultados por el olvido. Hubo que buscar y rebuscar. Luego su palabra fue tomando forma poco a poco: primero el discurso pronunciado en la ceremonia de inauguración de la Escuela Neutra de Gijón, más tarde Rienzi y El padre Juan, su testamento...
En cuanto a su fisonomía, poca cosa. Durante bastante tiempo su nombre estuvo unido a aquella imagen de la blusa negra, del pañuelo blanco ceñido al cuello por obra y gracia de un prendedor floreado, de la mirada un tanto perdida en algún ignorado lugar a la izquierda del espectador, del cuidadoso peinado que había conseguido poner en orden sus ensortijados cabellos, aunque para ello hubiera que dejar algunos sueltos, caracoleando sobre su frente. El grabado de Camacho, que había sido publicado en las páginas de La Ilustración Española y Americana en 1876, fue utilizado –en su versión original o con alguna ligera modificación– por quienes por entonces tenían algo que contar sobre nuestra protagonista. Aparece en el reportaje que con el título «Masones de Cantabria» publica José Ramón Saiz Viadero en el diario Alerta de Santander a finales de 1988; en la edición que María del Carmen Simón Palmer realiza en 1990 de Rienzi el tribuno y El padre Juan; en la portada del folleto «Rosario de Acuña. Homenaje», editado por el Ateneo Obrero de Gijón en 1992...
Esa era, como queda dicho, la imagen habitual, la que por entonces se asociaba de forma casi automática a su nombre. Con menor frecuencia aparecía aquella otra, la de los tirabuzones. Un grabado, obra también de Camacho, que ilustró su poemario Ecos del alma. Lo incluyó Elvira María Pérez-Manso en el capítulo dedicado a nuestra protagonista en su trabajo Escritoras asturianas del siglo XX. Entre el compromiso y la tradición. Y fue la ilustración que elegí para la portada de Rosario de Acuña en Asturias (⇑). Tiempo después encontré un nuevo grabado suyo en la portada de La Ilustración de la Mujer del ocho de junio de 1884. Imagen diferente a las dos anteriores, con mantilla y la mirada hacia la derecha. Era una novedad y la utilicé en la portada de un nuevo libro: Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑). No fue en el único sitio donde apareció, pues fue la ilustración elegida en los espacios a ella dedicados en la Wikipedia y en Proyecto Ensayo Hispánico.
Entre los papeles de Aquilina Rodríguez Arbesú aparecieron algunas fotografías suyas: el retrato ecuestre que había editado Matarredona cuando publicó El crimen de la calle de Fuencarral, los posados ante la tienda de campaña, la fotografía de la cofia, capturada cinco días antes de su fallecimiento, con ocasión de la celebración del Primero de Mayo del año 1923... Las guardaba Aquilina como oro en paño, las publicó El Comercio en 1969 ilustrando las cinco entregas que Patricio Adúriz dedicó a nuestra protagonista, pasaron luego a manos de Amaro del Rosal (⇑) y ahora, integrados en su archivo personal (AADR), se conservan en la Fundación Pablo Iglesias.
No era mucho, pero se iba ampliando su galería iconográfica. Y aún habría de hacerlo más. En un ejemplar del Heraldo de París de fines del diecinueve encontramos una nueva fotografía suya: un retrato robado (⇑) en el cual aparece con un aspecto algo diferente. Para que nada faltara, he aquí una caricatura. Fue publicada en el semanario Madrid Cromo, en el número correspondiente al 22 de marzo de 1885. Este periódico literario, festivo e ilustrado, que había salido a la calle en los últimos días del año anterior, abría con una caricatura en su portada: José Echegaray, Mariano Benlliure, Julián Romea, Ramón Chíes... En el número doce aparece la primera dedicada a una mujer, a una escritora, a Rosario de Acuña. Por entonces su nombre empieza a asociarse al bando heterodoxo, pues tan solo unos meses atrás había proclamado a los cuatro vientos que se convertía en propagandista del librepensamiento y la quintilla que acompaña el dibujo se hace eco de este hecho:
Vena fecunda y copiosa
tiene su claro talento;
es discreta y es hermosa...
y pide en verso y en prosa
¡libertad de pensamiento!
Su galería iconográfica ya contaba con una caricatura. Andando el tiempo la lista se ampliaría con las fotografías relacionadas con La jarca: aquella en la que aparecía sentada en su casa de El Cervigón rodeada de patos y gallinas, como si no se hubiera enterado de los tumultos estudiantiles, y la de la sierra de la Estrella, en el tiempo del exilio portugués.
Solo me queda añadir que todas las imágenes a las cuales se ha hecho referencia en este comentario pueden verse con tan solo pulsar aquí (⇑).
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