versos clamando:
—¡Libertad y justicia!
¡No más tiranos!—
y al incendio sublime
del entusiasmo,
clamoroso, frenético,
resonó un «!Bravo!»
mártir augusto,
reluchaba muriendo
Rienzi el tribuno.
—¡El autor!—en inmensa
voz dice el público;
y el autor sobre flores
avanza en triunfo.
Aquella poesía fue su presentación en Las Dominicales del Libre Pensamiento. «Acompañada de una sencillísima carta de remisión, que respiraba admirable modestia, llegó a nuestras manos la pasada semana la hermosa y sentida composición poética...»
Mas ¡oh, colmo de asombros
y de sorpresas!
el autor no es sombrío
rudo poeta;
es bellísima joven
viva y risueña,
en diamantes y rosas
y luz envuelta.
Nadie ve, pero todos
piensan que guarda,
bajo el nítido brazo
lira dorada;
y en los golfos de lumbre
que en torno lanza,
si no ven, todos sienten
bullir sus alas
Ni Chíes ni Lozano lo conocían. El autor, «persona
para nosotros totalmente desconocida, se nos revelaba como un poeta
dulce y apasionado, y, movidos de ese
secreto impulso que siempre nos llevó a amparar los nobles anhelos de la
juventud ilustrada, insertamos gustosísimos y agradecidos, sin más
recomendación que la del mérito de la obra...»
¡Ay! no vueles al cielo,
Musa divina;
mi corazón extático
te lo suplica,
y en rincón ignorado
tiembla y palpita...
¡No, no vuelvas al cielo,
Musa divina!
Desde entonces admiro
tu luz excelsa;
en silencio y en sombra
sigo tus huellas,
alta la frente y alta
también la idea...
¿no es así como amamos
a las estrellas?
Tenía por entonces treinta y siete años, pues había nacido en 1848. Se llamaba Salvador Sellés Gosálvez, un alicantino dotado de una inteligencia superior a lo normal y con gran pasión por la literatura, al decir de sus biógrafos. También por las artes plásticas, según propia confesión: «He sido siempre muy aficionado al dibujo y a la pintura. A los trece años era el discípulo más aventajado de la clase en la academia de Bellas Artes».
Y en el tiempo en que llanto,
filial llorabas,
en la fúnebre losa
bebí tus lágrimas;
recogí tus suspiros
cuando eras alma,
y tus rotas cadenas
hoy que eres águila
Hoy que los ojos fúlgidos
ardidos tienes,
de beber en los soles
la luz del éter;
hoy que entrar en la noche
perpetua quieres,
—¡yo cegaré —prorrumpo–
más tú... no ciegues!
Aquella poesía publicada en el mes de mayo del año ochenta y cinco fue su carta de presentación, su iniciación en Las Dominicales. Sus directores no lo conocían, pero su firma llevaba años, desde los primeros setenta, apareciendo en diversas publicaciones espiritistas, en ocasiones compartiendo espacio con Amalia Domínguez Soler.
Torna rápida al cénit;
y al sol clarísimo,
a la santa y hermosa
verdad del siglo,
contemplándola dile:
—¡rayo divino,
funde supersticiones
y fanatismos!
Ven después, y a tu dulce
cándido sexo;
a tus pobres hermanas
de cautiverio,
diles, emancipándolas:
—¡triunfad del miedo;
sobre el cielo católico
giran mil cielos!
Por entonces ya había publicado algunas obras: la comedia Los faranduleros, el poemario titulado Hacia lo infinito o El temblor de tierra, poema también, espiritista. Sus poesías veían la luz en La Ilustración
Popular de Alicante o en La Ilustración Ibérica
de Barcelona.
De las penas eternas
os han hablado;
pues decid que es impío
dogma tan trágico;
que muriendo entre fieras
y perdonando,
Jesucristo lo ha dicho
desde el Calvario!
No temáis al hallaros
fuera del dogma,
de la luz y del aire
quedar remotas;
Dios está donde quiera
que una alma adora;
¡Dios está en todas partes...
menos en Roma!
Habiendo contraído matrimonio en el año 1875, se trasladó a vivir a Madrid en un tiempo en el cual la joven Rosario de Acuña empezaba a alcanzar cierta notoriedad. Conoció el éxito de Rienzi, supo de la muerte de su padre («Y en el tiempo en que llanto, filial llorabas, en la fúnebre losa, bebí tus lágrimas») y, alborozado, aplaudió su adhesión al librepensamiento. Desde entonces ambos coincidirían en aquellas páginas, avanzadilla en la lucha contra el oscurantismo.
Habla así: así destruye;
luego edifica;
ven a nuestras canteras
y a nuestras minas,
do piquetas melódicas
labran activas,
caridad, virtud, ciencia:
piedras magníficas.
Caridad, virtud, ciencia,
fúlgidas gradas;
para alzarnos al éter
ellas nos bastan;
en su cumbre contemplan
nuestras miradas,
el abrazo inefable
de Dios y el alma!
Aunque los redactores de Las Dominicales no fueran espiritistas, los poemas de Sellés siempre fueron bien acogidos, apreciados como testimonio de un coaligado: «Tenemos a los espiritistas por hombres sinceros y abnegados, fervorosos creyentes en un ideal sublime de redención humana, dispuestos siempre al sacrificio por la noble aspiración que constituye su lema: A Dios por la virtud y la ciencia.
Conocedores de su amor al progreso, los hemos considerado hermanos en el libre pensamiento
y como tales los hemos siempre amado y respetado; porque los hemos visto muchas veces y en ocasiones bien difíciles luchar sin tregua contra todo linaje de despotismo, así político como teocrático, dando ejemplos insignes de su apartamiento de los dogmatismos católicos.»
Hacer bien; dar magnánimos
del pan que falte,
(¡trigo o luz!) entre besos
de astro y arcángel;
sucumbir por los mismos
que nos infamen...
¡qué religión más santa
para salvarse!
Ven; tu voz prestigiosa
mágica sea,
quien le diga al dormido
mundo:—¡Despierta;
que en torrentes de soles
y de planetas,
el inmenso Infinito
llama tus puertas!
Sellés combatía a su manera, desde la atalaya espiritista y bien pertrechado de florida versificación. «El 8 de septiembre de 1888 le fue expedido en Roma el título de socio de la Academia Internacional para el estudio del espiritismo y del magnetismo, y en 10 de mayo de 1891 fue nombrado, en la proyectada Masonería Espiritista, grado 7º (último de aquel ritual) con el seudónimo de Torcuato Tasso»
¡El inmenso Infinito,
vivo hormigueo
de creaciones innúmeras
y de Universos;
el inmenso Infinito,
único templo
digno de Dios, del mundo,
del siglo nuestro!—
y después de decirles:
—Esa es el ara,—
di, Rosario, a los hombres:
—Ved la plegaria.
Y ante Dios desbordándose
de amores tu alma,
di solemne en los cielos
estas palabras:
Dicen que en Madrid conoció a Rosario, que mantuvo con ella amistad. La suya fue la primera de las felicitaciones que apareció en el especial que Las Dominicales publicó tras el estreno, y la posterior prohibición gubernativa, de El padre Juan («Un poema bello, sublime a veces, y útil, necesario, indispensable, urgente»). Librepensadores, republicanos, combatientes... tendrían mucho de que hablar. Pasó el tiempo y los dos abandonaron la capital para buscar la brisa, la sal del mar. Ella al Cantábrico, al de Cueto primero, al de El Cervigón después; a su tierra originaria, a la ribera de Alicante, al Mediterráneo, marchó él.
—Por la esfera y el átomo;
por lo que vemos
infinito en lo grande
y en lo pequeño;
por el ser más sublime
y el más abyecto,
de las razas que invaden
tierras y cielos;
Por los genios, los mártires,
los redentores;
por los Newton que pesan
mundos y soles;
por aquellos que roban
fuego a los dioses,
para dar generosos
alma a los hombres;
La Revelación, revista espiritista alicantina; El Luchador, diario republicano... en Alicante siguió escribiendo. En 1918 se convirtió en el primer presidente del Círculo de Bellas Artes. Siete años después el Ayuntamiento de su ciudad le concedió el título de Hijo Predilecto. Las Juventudes de Izquierda Republicana solicitaron para él la banda de la Orden de la República, que el Gobierno le concedió, siéndole comunicada tal distinción personalmente por el ministro de Instrucción Pública.
Por Colón arrancando
del mar sombrío
continentes de perlas
y paraísos;
por Jordanos y Sócrates,
Budhas y Cristos,
que a estos horas espiran
en los abismos;
Por los monstruos que incendian,
tañendo, Romas;
por las razas esclavas;
por las que azotan;
por los cepos infames;
por las coronas...
¡por verdugos y víctimas!
¡¡misericordia!!-
Falleció el 9 de febrero de 1938 cuando contaba 89 años: «Escribí versos contra la esclavitud, contra el cadalso, contra la
guerra, contra la reacción, contra el convento, contra el Vaticano,
contra el Palacio de los reyes. Y en favor de la paz, de la luz, de la
libertad y del progreso. Hice poesías para Chíes, para Lozano, para
Nakens, para Rosario de Acuña; no hice ninguna para princesas tristes
con los labios de fresa ni otras frutas.»
Se acabaron los versos de su larga poesía y aún no he escrito el título: «A doña Rosario de Acuña»
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