Hace unas semanas recibí del Centro Documental de la Memoria Histórica la copia de un ejemplar del semanario Vida Socialista que les había pedido hace ya un tiempo. Contaba con una referencia acerca de la publicación en sus páginas de un escrito de Rosario de Acuña y, aunque el periódico se puede consultar en otras bibliotecas, ese número sólo lo pude localizar en el CDMH. Sin duda, la espera mereció la pena.
En el texto del referido escrito –respuesta a una petición que le habían hecho llegar los responsables de las Juventudes Socialistas de la Hueria de San Andrés– encontramos una nueva evidencia de su cercanía al pueblo llano, a los más humildes, a los trabajadores, a los proletarios. Aunque no mucho antes hubiera escrito que «no es socialista en el sentido dogmático, ni científico de la palabra», la carta es prueba, una más, de que durante la última etapa de su vida, la que tiene por escenario su casa gijonesa, Rosario de Acuña se siente cerca de los desheredados, de los que sufren y padecen, de los que se retuercen ante las iniquidades de la sociedad. Así lo cuento en el apartado «Gijón: el compromiso social», incluido en Rosario de Acuña y Villanueva. Una heterodoxa en la España del Concordato (⇑):
El proceso de acercamiento progresivo a la clase trabajadora, iniciado en tierras cántabras, es ahora, tras su retorno del exilio, mucho más evidente. No es solo por justicia social; no se trata de que su conciencia de mujer criada en la abundancia burguesa necesite aproximarse a los desheredados de la tierra. No; es más bien una cuestión de esperanza. Lejos han quedado aquellos tiempos en que confiaba que la regeneración patria podía venir de la mano de unas mujeres ilustradas que, abandonando la enfermiza vida urbana e instaladas en sus nuevas residencias campestres darían a luz a una nueva sociedad ilustrada y racionalista. Su esperanza estaba ahora depositada en la clase trabajadora; anhelaba que los más concienciados pudieran guiar al resto por la senda del progreso. No podía menos que confiar en quienes eran capaces –hurtando horas al merecido descanso tras las largas jornadas de trabajo intenso– de acudir a las clases nocturnas que organizaba el Casino-Obrero de Gijón en sus distintas sucursales: «No hay espectáculo más soberanamente hermoso, que ver a los hijos del pueblo ansiosos de ilustrarse»; no podía menos que confiar en los carreteros (⇑) que no dudaban en salir en defensa de quienes son injustamente tratadas por «esos hijos espurios, amamantados en los hogares de la clase burguesa española, todos ellos convertidos en beaterios, alcahuetes de vicios y crápulas...»; no podía menos que confiar en quienes se rebelan contra «el endiosamiento de unos pocos sobre la sumisión de muchos...»
Mineros de Minas Etelvinas, 1915 (Asociación Cultural de Amigos del Valle de La Hueria) |
«¡Si no es por vosotros, proletarios, esto se acaba, se acaba!»: esa esperanza en la capacidad transformadora de la clase trabajadora será la que consiga sacarla del alejamiento y el silencio en los que se había refugiado tras el retorno de su obligada estancia en Portugal, donde tuvo que refugiarse para no ser procesada. Volvió más cansada y más pobre que cuando partió; también más decepcionada, tanto que bien pudiera pensarse que había tomado la decisión de abandonarlo todo y recluirse en la casa del acantilado: su firma desaparece de los periódicos y no consta que participe en ninguna reunión ni acto social.
Tras unos meses de soledad, de retiro, parece ser que hay quien la echa en falta. La primera llamada que recibe procede de la Juventud Socialista de Gijón, cuyos integrantes se acuerdan de ella para los actos que organizan con motivo del Primero de Mayo de 1914. Inicialmente la invitan a participar en un té fraternal, más tarde tomaron la opción de «hacer el domingo inmediato a dicho día una visita a la venerable señora ya encanecida en las luchas por la causa de la libertad».
Aunque el proyectado encuentro no se llevó a cabo entonces, pues doña Rosario se encontraba enferma y no puede recibirlos como ella hubiera querido, bien podemos pensar que esta iniciativa de los jóvenes socialistas gijoneses facilitó su recuperación, avivó de nuevo la esperanza: además de aquellos universitarios, hijos de la burguesía, que ataviados con sombrero y corbata salieron a las calles para pedir su cabeza, también había otros que claman contra las injusticias, se empecinan en acabar con las «tremendas iniquidades sociales», se acuerdan de ella y la toman como ejemplo.
Unos meses después y a unas pocas decenas de kilómetros de donde ella vive, otros jóvenes deciden agruparse para constituir las Juventudes Socialistas de la Hueria de San Andrés, una localidad del concejo de San Martín del Rey Aurelio que contaba por entonces con varias minas abiertas para la explotación de carbón: el coto carbonífero denominado Etelvinas, propiedad de Duro y Compañía, situado en el centro del fértil valle de Carrocera o el grupo denominado La Encarnada, de Gregorio Vigil Escalera y Compañía.
Mineros de Minas Etelvinas, finales de los veinte (Asociación Cultural de Amigos del Valle de La Hueria) |
De los cerca de quinientos mineros que, según informaciones de entonces, trabajan en la zona, unos pocos de entre los más jóvenes han decidido dar un paso al frente y agruparse para intentar contribuir al «mejoramiento moral y material de todos los explotados». De los integrantes de aquellos primeros comités de las Juventudes Socialistas de la Hueria conocemos algunos nombres. Sabemos de la ilusión y entusiasmo de Bernardo Villa y Amador Vicente (encargados de las suscripciones a El Socialista), del secretario José Calleja o de Luis Montes, presidente de las Juventudes, de cuyas actividades proporcionaba cumplida información en la prensa socialista.
Gracias a sus escritos conocemos algunos de los actos que organizan, bien sea para para propagar el ideario socialista o para estrechar lazos con las Juventudes y agrupaciones socialistas de otras localidades. En ocasiones, también organizan jiras campestres, actividad que permite tanto lo uno como lo otro, pues tras la caminata y la posterior comida fraternal no suele faltar el discurso de algún dirigente socialista.
Además de las informaciones sobre las actividades que llevan a cabo sobre las tareas internas de la organización, Luis Montes también escribe acerca de los asuntos que preocupan a sus jóvenes correligionarios, como los accidentes en la mina, el mutualismo obrero, la desatención médica, el precio del pan o la conveniencia de que en La Hueria se lea El Socialista y no los periódicos burgueses, «que han de defender siempre los intereses contrarios a los de los trabajadores, por sus ideas o por su dependencia económica».
En las páginas de ese mismo periódico, en la edición correspondiente al día 6 de septiembre de 1915, Luis Montes y sus correligionarios debieron de haber leído una noticia que, sin duda, resultaría de gran interés para ellos, pues hablaba del homenaje que se le había tributado en Gijón al veterano socialista Eduardo Varela Bellido, de la «imponente manifestación con las banderas al frente» que recorrió las calles gijonesas, también de una corona de flores que iba tras las banderas, en la cual se podía leer la siguiente dedicatoria: «A memoria de Eduardo Varela (un buen sembrador), su antigua amiga Rosario de Acuña y Villanueva».
A finales de ese mismo año, también pueden leer en las páginas del mismo periódico un suelto que les atañe, pues pide su colaboración: «Las Juventudes y Agrupaciones deben preocuparse por conseguir que este notable número sea muy leído y propagado...». Se refiere a la próxima edición del semanario ilustrado Acción Socialista en el cual se incluyen las respuestas que sus responsables plantearon a diversas personalidades: «¿Qué opina usted de Pablo Iglesias?». Allí están las opiniones de Gabriel Alomar, Joaquín Dicenta, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Miguel de Unamuno, Antonio Zozaya o Gumersindo de Azcárate. También la de Rosario de Acuña («Me preguntan ustedes cuál es mi opinión respecto a Pablo Iglesias...» ⇑).
Bien parece que doña Rosario se encuentra cómoda en aquel entorno. No hay que olvidar que ha dejado escrito que por aquel entonces sólo leía la prensa portuguesa y El Socialista. En esas mismas páginas que ella solía leer vuelve a aparecer un escrito suyo con un título muy atractivo para sus lectores: «El Primero de Mayo de 1916», que también será publicado en la edición correspondiente del semanario Acción Socialista.
Bien. Amador Vicente, Bernardo Villa, José Calleja, Luis Montes y los demás integrantes de las Juventudes Socialistas de La Hueria parece que lo tienen claro. Están pensando en celebrar el segundo aniversario de su fundación y toman el acuerdo de enviar una carta a Rosario de Acuña con el fin de pedirle un escrito suyo para leerlo en la velada conmemorativa que tienen previsto organizar. A su favor cuentan con un antecedente: saben que unos meses atrás, en marzo de ese mismo año, en la velada que había organizado la cercana Agrupación de La Vega con motivo de la «conmemoración de La Commune» se había leído un texto suyo escrito expresamente para tal acto.
Doña Rosario aceptó la invitación. En su respuesta (⇑), firmada en Gijón el 6 de diciembre de 1916, encontramos algunas reflexiones ya conocidas, que tienen que ver con la necesidad de formarse, de no ceder ante la llamada de las «sensualidades groseras», de permanecer bien despiertos en la batalla diaria «con el trabajo por lema, la justicia por fin y el amor por medio». No faltan manifestaciones similares en otros escritos suyos dirigidos a distintas sociedades obreras. En esta ocasión y además de lo anterior, la carta contiene un elemento novedoso, tanto que me resultó sorprendente cuando lo leí.
Resulta que Rosario de Acuña no solo estaba al tanto de la existencia de las Juventudes Socialistas y de sus actividades, sino que también conocía a su fundador. Estaba al tanto de que Tomás Meabe había fallecido meses atrás, «en la plenitud de su vida», y conocía también algunos de sus escritos, tanto sus artículos doctrinales como sus poesías, «delicadezas de alma, penetración de entendimiento, voluntad generosísima y mentalidad cultivada hasta la cumbre del arte literario».
Así que el consejo que les brinda a los destinatarios de sus palabras, jóvenes socialistas de La Hueria, no es otro que el de seguir el ejemplo del fundador, que estudien sus escritos y que los aprendan de memoria, «ellos os darán las claves de todas las literaturas fecundas, humanas y justas».
Por las informaciones publicadas en El Socialista sabemos que, en efecto, el contenido de esta carta fue leída en la velada conmemorativa. También que unos días después, quizás como consecuencia de estos actos, el comité acordó dirigir una circular a todas las de la región (más de treinta) «con el fin de crear la Federación de Juventudes Socialistas de Asturias».
José Calleja Díaz |
También sabemos qué fue de alguno de aquellos entusiastas socialistas que un día decidieron escribir una carta a Rosario de Acuña. Gracias a la Fundación José Barreiro tenemos noticia de la trayectoria seguida por José Calleja Díaz, secretario por entonces de las Juventudes.
Nacido en La Hueria de San Andrés en 1898, empezó a trabajar como minero en La Encarnada cuando tan solo contaba doce años de edad. Tras su paso por las Juventudes, se integró en la Agrupación Socialista de su localidad. En noviembre de 1925 participó como delegado en el XV Congreso de la Federación Socialista Asturiana. A propuesta de las agrupaciones de San Martín del Rey Aurelio, fue uno de los integrantes de la candidatura socialista en las elecciones municipales de febrero de 1931, resultando elegido concejal y uno de los miembros de la Comisión de Obras Públicas...
Lo que desconozco es si en algún momento realizó algún testimonio público acerca de una carta que tiempo atrás, cuando contaba con dieciocho años y era secretario de las Juventudes Socialistas de La Hueria, una vieja luchadora les remitió desde una casa situada sobre un acantilado del litoral gijonés exhortándoles al estudio y al trabajo, si habló a alguien de su afectuosa despedida: «Siempre pensando en vuestra labor de titanes y deseándoos fe para mirar alto y valor para luchar toda la vida, queda vuestra amiga
Rosario de Acuña y Villanueva»
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