Sábado 11 de febrero de 1933. El presidente de la República Niceto Alcalá Zamora inaugura el Grupo Escolar Rosario de Acuña. En ese momento, la mujer cuyo nombre identificará desde entonces a ese colegio llevaba casi una década muerta; Regina contaba con 62 años; Julia iba a cumplir los treinta; Rosa María aún no había nacido.
Cuenta la prensa que el barrio de Aluche se había engalanado para la ocasión, que desde el Puente de Segovia no eran pocas las casas que lucían colgaduras de los colores nacionales, colchas o mantones de Manila, y que en la Puerta del Ángel se había levantado un arco de triunfo con una inscripción que decía: «¡Viva la República, que ama la cultura!». Para que nada faltara, la Junta Municipal de Enseñanza había editado un folleto titulado ¿Quien fue Rosario de Acuña? con la pretensión de que el vecindario pudiera conocer a la mujer que daba nombre al nuevo colegio.
Unas semanas después de la inauguración ya encontramos noticias de la existencia del Patronato Rosario de Acuña, a cuyo frente se encuentra Regina Lamo Jiménez, «sobrina», amiga y entusiasta transmisora de su vida y obra, labor a la cual llevaba ya un tiempo entregada: elegida vicepresidenta del Ateneo Socialista de Barcelona, a finales de 1928 organiza una velada para honrar la memoria de su amiga Rosario; un año después pone en marcha la Editorial Cooperativa Obrera y su colección quincenal La Novela Blanca, en cuyos dos primeros números, titulados El secreto de la abuela Justa (⇑) y El País del Sol (⇑), recopila algunos de los escritos de «su excelsa ascendiente».
Instalada en Madrid, prosigue su actividad divulgadora, ahora desde la presidencia del Patronato. A primeros de abril de 1933 participa en una velada en honor de Rosario de Acuña que tiene lugar en la Sociedad Matritense de Amigos del País, con el mismo propósito que la celebrada semanas atrás –el día anterior a la inauguración del grupo escolar– en el Ateneo de Madrid. En los inicios del mes de junio se conocen las gestiones que el Patronato está realizando para organizar una función en el teatro Calderón con la finalidad de obtener fondos que permitan habilitar un dispensario infantil en el colegio. Sabemos también de sus intenciones de organizar una colonia escolar en Gijón, en la misma casa del acantilado donde había vivido su amiga. El 3 de julio más de 600 niños celebran en las instalaciones del grupo escolar el Día de la Cooperación Internacional con una chocolatada; unos días después, Belén Sárraga pone fin al ciclo de conferencias organizado por el Patronato con la que lleva por título «Problemas educativos». Antes de que el año finalice se publica Rosario de Acuña en la escuela, un libro que recopila algunos de sus cuentos y poemas...
Grupo Escolar Rosario de Acuña |
A principios de 1934 ya conoce que será la directora del madrileño Grupo Escolar Rosario de Acuña. Tal y como nos cuenta la profesora e investigadora Isabel Lizárraga Vizcarra, al mes siguiente ya se encuentra en su nuevo destino: «Después de cesar el 25 febrero de 1934 como maestra de Villafranca, se incorporó a la plaza de Aluche y se presentó en la capital con su madre Nemesia y sus hermanos Miguel y Carmen». Como el sueldo no da para mucho, abre despacho de abogada en la calle Mayor y asume la asesoría de la Federación Provincial de Trabajadores de la Tierra. «Como Rosario de Acuña, Julia también era una mujer valiente y luchadora, otra propagandista revolucionaria, y tenía ante sí en aquellos momentos la oportunidad de seguir batallando por la justicia, tanto desde su labor docente como desde la asesoría de la Federación o desde su despacho».
Ya están juntas, en el mismo barco. Julia como directora del colegio y Regina presidiendo el patronato. Son dos mujeres valientes, decididas, luchadoras. No escatimarán esfuerzos a la hora de reclamar mejoras para el colegio. Llaman a todas las puertas, sean del Ayuntamiento, del Ministerio o de la Presidencia de la República.
Sea por su insistencia, sea por cualquier otra razón, el caso es que en los inicios de 1935 la prensa informa de que el alumnado del Grupo Escolar Rosario de Acuña será el que ese año, «con motivo de las fiestas de Reyes», reciba los juguetes donados por Presidencia. Y don Niceto, acompañado del gobernador civil y del alcalde de la ciudad, acude de nuevo a la barriada de Aluche para hacer entrega a la ilusionada concurrencia de juguetes y libros (quizás entre ellos hubiera algún ejemplar de Rosario de Acuña en la escuela, que acababa de ser incluido por el Comité Nacional de Cultura en la lista de libros seleccionados para uso en las escuelas).
Regina sigue insistiendo. En los inicios del mes de abril de 1935, encabeza la comisión del Patronato Rosario de Acuña que es recibida por Alcalá Zamora en el palacio presidencial. Unos días después, en las instalaciones del colegio se conmemora la proclamación de la República con una merienda para la totalidad del alumnado y las madres lactantes del barrio. En el transcurso de la misma la comisión municipal prometió al Patronato que ese mismo mes funcionaría la cantina escolar y se resolvería el problema de los accesos al colegio. Julia, por su parte, debe de hacer frente a quienes no ven con buenos ojos su intensa labor como activista política y sindical: el Consejo Provincial de Primera enseñanza suspendió temporalmente las clases hasta la conclusión de un expediente abierto por la actuación continuada de un maestro, que ha venido «realizando una labor demoledora entre los niños, al mismo tiempo que llevaba a cabo una campaña en contra de la directora (de filiación socialista), interesando en dicha campaña a los padres de los alumnos».
Ciertamente, Julia Álvarez Resano, que ya había sido secretaria general del PSOE en su localidad natal, se había dado de alta en la Agrupación Socialista de Madrid nada más llegar a la capital para hacerse cargo de la dirección del Grupo Escolar Rosario de Acuña. Su destacada actividad política, primero en Navarra y ahora en Madrid, la llevaron a formar parte de la candidatura del Frente Popular por la circunscripción provincial en las elecciones legislativas de febrero de 1936; a convertirse en diputada, meses antes de que todo se volviera guerra.
Tal y como se cuenta en un comentario anterior (⇑), antes de que concluya aquel trágico mes de julio del año treinta y seis, el Patronato Rosario de Acuña hace público un comunicado de apoyo al Gobierno del Frente Popular y anuncia «que está organizando una guardería de niños que ampare a los de la barriada de Aluche, a la cual pertenece el grupo escolar».
La situación se complica. A principio de octubre los militares sublevados avanzan hacia Madrid. A partir de entonces ya nada será igual para el Grupo Escolar Rosario de Acuña. Una parte del alumnado es enviado a la huerta murciana; los de la guardería parten hacia Barcelona. Meses de guerra, dolor y muerte.
Decretada la paz por los vencedores, todo se volvió negro para los vencidos. En la negritud del olvido se enterró todo recuerdo de Rosario de Acuña Villanueva: el polvo cubrió sus libros en archivos y bibliotecas, su nombre se borró de los callejeros (⇑), el grupo escolar del barrio de Aluche, distrito de Latina pasó a denominarse San José de Calasanz... El inicio de la larga posguerra confinó a Regina Lamo Jiménez en Barcelona al amparo de su hija Enriqueta y para colaborar en la economía familiar publicó algunos libros bajo el seudónimo Nora Avante. Falleció en 1947, cuando contaba con setenta y siete años. Julia Álvarez Resano, después de prestar sus servicios como gobernadora de Ciudad Real, como juez de primera instancia e instrucción en Alberique, como magistrada interina del Tribunal Central de Espionaje y Alta Traición, partió para el exilio. La antigua directora del Grupo Escolar Rosario de Acuña residió primero en el sur de Francia y más tarde en México, donde murió en 1948, unos meses después que Regina.
Tras varias décadas de olvido, silencio y desmemoria, el aire viciado que todo lo envuelve parece que empieza a moverse, abriendo algunos huecos entre la densa neblina. En Gijón comienzan a preguntarse (⇑) quién había sido esa mujer cuyo nombre permanecía unido a un determinado lugar del litoral gijonés, un topónimo tantas veces utilizado por quienes por él transitan: «estuve por Rosario Acuña» o «fui a dar un paseo hasta Rosario Acuña». Algunos años más tarde, María del Carmen Simón Palmer, investigadora del Instituto de Filología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas reedita dos de sus obras (⇑) y hace pública una lista con el paradero de varias decenas de sus escritos. Poco a poco va aumentando la nómina de quienes se interesan por desempolvar el rastro de su existencia, por rescatar su ejemplar testimonio vital para incorporarlo al patrimonio colectivo (⇑).
Centro Sociocultural Rosario de Acuña |
En 2017 se constituye en Madrid la Asociación Mesa de Memoria Histórica del Distrito de Latina. Entre sus integrantes se encuentra Rosa María Arteaga Cerrada, la cuarta protagonista de esta historia, la cuarta de las mujeres que han unido su nombre al del Grupo Escolar Rosario de Acuña.
En la segunda reunión que celebra la Mesa, Rosa María presenta una propuesta que tiene por objetivo la restitución de la denominación del centro cultural conocido como San José de Calasanz por el de Rosario de Acuña, el nombre con el cual fue inaugurado el edificio en febrero de 1933. Fue bien acogida por el resto de integrantes y se acuerda su traslado a las autoridades municipales. A ella le corresponderá defender la proposición ante la Junta Municipal, exponiendo a los presentes un documentado resumen de la biografía de doña Rosario, al tiempo que reivindica la importancia que conlleva el propio acto de restitución, de recuperación, de la denominación original. Semanas después, la Junta Municipal del Distrito de Latina acordó asignar el nombre Rosario de Acuña al centro sociocultural sito en la calle María del Carmen, número 65. Al verano siguiente, la decisión es ratificada por el delegado del Área de Gobierno de Coordinación Territorial y Cooperación Público-Social.
Hay que decir, no obstante, que el proceso no resulto sencillo. Para empezar, la aprobación en la Junta del Distrito no fue fácil: tanto en la primera votación como en la segunda se registró el mismo número de votos a favor de la propuesta como en contra, siendo necesario el voto de calidad de la presidenta para que, finalmente, fuera aprobada. O bien no estaban de acuerdo con esta labor de recuperación, o bien era la propia Rosario de Acuña la causa de su negativa; quizás fueran ambas cosas. Fuera como fuera, el caso es que surgen nuevos obstáculos: el acuerdo de la Junta de Distrito no acaba de recibir el visto bueno de la Junta de Gobierno del Ayuntamiento de Madrid, sin cuya aprobación el cambio de nombre, la recuperación del históricamente primigenio, no se produciría. Al parecer, podría haber algún obstáculo en el entramado normativo municipal que impediría la duplicidad en el nombre de
calles y de edificios municipales, lo cual sucedería en este caso, pues
ya existe una calle con su nombre.
Probablemente los ortodoxos cuidadores de la normativa municipal no contaban con que Rosa María Arteaga fuera tan luchadora como el resto de mujeres que protagonizan este comentario, que habría de batallar con tesón por aquello que consideraba justo; tampoco con su larga trayectoria en el desempeño de funciones jurisdiccionales como fiscal, jueza y magistrada. El caso es que no cejó en su empeño. Tras meses de espera, en una reunión de la Mesa de Memoria Histórica informa de las trabas que se ha encontrado la propuesta que habían presentado y, bien lejos del desistimiento, procede a leer el recurso de impugnación que ha preparado acerca de la interpretación realizada de la ordenanza municipal en vigor.
Al final, como ha quedado dicho, en junio de 2018 queda formalmente aprobada la nueva denominación oficial: desde ese momento el edificio que albergara aquel grupo escolar que fue inaugurado el sábado 11 de febrero de 1933, destinado ahora a otros usos, recupera su nombre primigenio: Centro Sociocultural Rosario de Acuña.
Cuenta la prensa que el barrio de Aluche se había engalanado para la ocasión, que desde el Puente de Segovia no eran pocas las casas que lucían colgaduras de los colores nacionales, colchas o mantones de Manila, y que en la Puerta del Ángel se había levantado un arco de triunfo con una inscripción que decía: «¡Viva la República, que ama la cultura!».
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