A pesar de los esfuerzos realizados por Regina Lamo durante los años veinte y treinta; a pesar de haber conseguido reunir algunos de los textos de Rosario de Acuña en dos volúmenes (El secreto de la abuela Justa (⇑) y El país del Sol ⇑) publicados en la Editorial Cooperativa Obrera; a pesar de la reedición, ya en plena guerra, de El padre Juan con una introducción (⇑) suya... De nada sirvieron los homenajes; de nada sirvieron sus esfuerzos para intentar conseguir que en la casa de El Cervigón se instalase una colonia escolar veraniega... Cuando las autoridades del nuevo régimen político instaurado por la fuerza de las armas se hicieron con las riendas del poder, una densa neblina fue ocultando el testimonio vital de aquella ilustre librepensadora: en el uniforme y gris escenario que por entonces se empezaba a dibujar no había sitio para quien había empeñado sus mejores esfuerzos en la búsqueda de la Verdad. De nada sirvieron los esfuerzos de Regina; de nada. La niebla consiguió ocultar aquel potente foco de Luz:
Hasta tal punto fue así, que, pocas décadas después, en Gijón, la ciudad en la que quiso pasar los últimos años de su vida, pocos eran los que tenían noticia cierta de quién había sido su, en otro tiempo, célebre vecina. Apenas habían pasado cuatro décadas desde su muerte y su memoria parecía haberse desvanecido, por más que su nombre siguiese siendo utilizado para identificar la zona donde se localizaba la que había sido su casa:
El resultado de su investigación fue publicado en El Comercio, diario en el cual colaboraba habitualmente. A lo largo de cinco entregas (⇑) fue capaz de recuperar para sus lectores algunos de los hechos más significativos de la vida y, también, el testimonio de aquella convecina librepensadora, masona, anticlerical... Todo un ejemplo de habilidad expresiva, pues no debemos de olvidar que por entonces, finales de los sesenta, la censura continúa al acecho, y la figura de Rosario de Acuña no era, precisamente, un ejemplo que comulgara con los principios ideológicos imperantes. Así que, optó por resaltar su lado más humano, dejando en un segundo plano los temas más conflictivos, como el mismo Patricio Adúriz Pérez nos relata en uno de los párrafos finales:
La importancia del trabajo de Adúriz estriba en las fuentes que utilizó para su elaboración. Buena parte de sus informaciones las obtuvo de primera mano, pues tuvo la fortuna de localizar a alguna de las personas que conocieron en vida a la librepensadora de El Cervigón: «Llegamos justo a tiempo. Unos cuantos años más y entonces sí que afirmo que no habríamos conseguido nada». Llegó justo a tiempo y encontró a un señor que le regaló una fotografía de doña Rosario; y a otro que «le narró un suceso verídico»; también a Emilio Medina Tuya, probablemente familiar de José Medina Piñera, el propietario que había vendido los terrenos de El Cervigón, y firmante junto a otros vecinos del escrito que Rosario de Acuña enviara a El Noroeste (⇑) en protesta por los ejercicios de tiro que los militares realizaban en las proximidades de su casa; y, especialmente, a Aquilina Rodríguez Arbesú, una mujer con quien la escritora mantuvo una relación de amistad durante los últimos años de su vida. Admiradora confesa de doña Rosario, en tiempos de la Segunda República puso en marcha un Comité Femenino para exaltar la memoria de su amiga, y después, fue ella la que durante mucho tiempo se encargó e llevar flores a su tumba dos veces al año: el 5 de mayo, coincidiendo con el aniversario de su fallecimiento, y el 1 de noviembre, que lo era de su nacimiento. Tal era el fervor que sentía por su amiga, que guardaba como oro en paño libros, fotografías, algunas copias que ella misma había realizado de algunos de sus poemas... y el testamento, el famoso testamento ológrafo.
Por si lo anterior no fuera suficiente, el trabajo de Adúriz se completó con fotografías, reproducciones de portadas de sus libros y de algunas de sus poesías: el soneto dedicado a su padre («Piedra que serás polvo deleznable...» ⇑), Sombra y luz (⇑), A mi madre (⇑), Asturias (⇑), Mis golondrinas, Los poetas nacen (⇑), A Gijón (⇑). El resultado final bien puede calificarse como exitoso, pues consiguió poner luz donde antes reinaba la oscuridad más absoluta.
Tras este primer rescate realizado por Patricio Adúriz Pérez (⇑) a finales de los años sesenta del pasado siglo, la figura de Rosario de Acuña empezó a sacudirse la borrina que la ocultaba. Desde entonces, aquel topónimo utilizado en la frase «fui a dar un paseo hasta Rosario Acuña» cobró mayor sentido para cuantos ya sabían quién había sido la ilustre moradora de aquella casa que se alzaba sobre el acantilado.
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Algún tiempo después de haber publicado este comentario, tuve la suerte de poder examinar el archivo de Patricio Adúriz, que se conserva en el Museo del Pueblo de Asturias. Para no dejarme prender en la maravillosa variedad documental que allí se conserva, busqué entre las revistas, catálogos, recortes de periódicos, cartas, manuscritos, partituras o las centenares de fotografías del archivo, todo lo que tuviera que ver con Rosario de Acuña.
Aunque la mayoría de documentos que encontré ya eran conocidos, pues los había publicado en la serie a ella dedicada que apareció en el diario El Comercio en los primeros meses de 1969, hubo un recorte de prensa que captó mi atención. Aparecía una fotografía suya del Primero de Mayo de 1923, distinta a aquella otra que se había publicado. Aquel día, como en los años anteriores, la Federación local de Sociedades Obreras, organizaba una gira que tenía por destino la casa de Rosario de Acuña situada sobre los acantilados de El Cervigón. En la fotografía que se publicó el 16 de marzo, ilustrando la última entrega de la serie, aparecía ella sola; en esta otra, el fotógrafo Villa nos la muestra junto a dos mujeres integrantes de la organización «afecta a la Unión General de Trabajadores», que aparecen en primer término.
En el texto que la acompaña puede leerse el siguiente texto: «No se llamaba socialista y sin embargo lo era desde los pies a la cabeza [...] La fotografía que avalora estas líneas es la única que se conserva de esta excelsa mujer, cuyas huellas en el pensamiento español y en las letras nacionales dejan una estela imborrable. Esta fotografía fue sacada este 1º de mayo y es otra prueba evidente del cariño y amor con que acogía a los humildes...»También te pueden interesar

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Rosario de Acuña y Villanueva. VIDA y OBRA (⇑)