Me preguntan ustedes cuál es mi opinión respecto a Pablo Iglesias. Pues la de que es uno de los pocos españoles por los cuales no se siente absoluta vergüenza de llamarse español...
A pesar de no considerarse socialista en sentido estricto, a pesar de que «no rinde la integridad de su razón a nadie ni a nada», sí que ha confesado ansiar «la hora solemne en que a las cumbres suban los miserables y bajen a las honduras los ensoberbecidos»; también su simpatía por algunos dirigentes socialistas. La sintonía con algunos de ellos viene de atrás, al menos desde los primeros años del siglo XX, cuando residía en Cantabria. Por entonces colabora con el primer periódico socialista que se editaba en Santander, el semanario La Voz del Pueblo que dirigía el asturiano Isidoro Rodríguez González (conocido como Isidoro Acevedo), quien, según él mismo nos ha contado «requería el concurso de su pluma –y en alguna ocasión el de su palabra hablada– para asociarla a determinadas tareas de nuestra obra colectiva». Esta colaboración proseguirá en Asturias, cuando doña Rosario traslade su residencia a Gijón y Rodríguez Acevedo reciba el encargo de dirigir el semanario ovetense La Aurora Social.
A la vieja amistad que le une a Isidoro Acevedo, hay que añadir la de Teodomiro Menéndez (⇑) a quien apoya públicamente en la campaña electoral de 1919, o la de Virginia González, dirigente nacional con quien coincide en algunos mítines celebrados en Asturias y a quien rinde homenaje en las páginas de El Socialista con ocasión del Primero de Mayo de 1920 (⇑)... No hay que olvidar tampoco que en 1917 doña Rosario afirma que solo lee El Socialista y algunos periódicos portugueses, ni que, desde que retornara a Gijón tras el exilio portugués, su figura adquiere cierto protagonismo en las celebraciones del Primero de Mayo gracias a la iniciativa de las Juventudes Socialistas de invitarla en 1914 a los actos que organizan ese día.
Pablo Iglesias Acción Socialista, 26-12-1915 |
Poco antes, el 21 de marzo, se publica en Madrid el primer número de Acción Socialista, «revista semanal ilustrada», órgano del grupo de igual nombre constituido por militantes pertenecientes a las Juventudes Socialistas Madrileñas. Dirigida por Andrés Saborit, sus páginas acogerán artículos de carácter doctrinal junto a otros de actualidad. En el número 81, de tres de octubre de 1915, modifica su cabecera para añadir la leyenda «literatura, cuentos, poesías, estudios sociales y científicos, etc.». Será entonces cuando en sus páginas aparezca la firma de Rosario de Acuña junto a las de Pablo Iglesias, Jaime Vera, Daniel Anguiano o el propio Saborit. Ese mismo mes de octubre se publica en portada su soneto «¡Por saturación...!» (⇑) y unas semanas después un artículo titulado «Los deportes del porvenir» (⇑).
Para contrarrestar «la cobarde calumnia lanzada misteriosamente por [el semanario] El Dominó Negro» la revista lleva a cabo una encuesta entre diversas personalidades a quienes proponen responder a la siguiente pregunta: ¿Qué opina usted de Pablo Iglesias?
Las respuestas se publican en el número que sale a la calle el día 26. Allí están las opiniones de Gabriel Alomar, Joaquín Dicenta, José Ortega y Gasset, Américo Castro, Miguel de Unamuno, Antonio Zozaya, Gumersindo de Azcárate... He aquí la que envió Rosario de Acuña y que está fechada en Gijón el 15 de diciembre:
Me preguntan ustedes cuál es mi opinión respecto a Pablo Iglesias. Pues la de que es uno de los pocos españoles por los cuales no se siente absoluta vergüenza de llamarse español.
Si la burguesía patria, esa masa amorfa de la que apenas sale ya otra cosa que zoquetes deformes: unos, para ser molinillos en el remate de la perinola de la pedantería, y otros, para chapotear en el fangal de todas las bribonadas. Si esa burguesía contase siquiera con un millar de hombres de la hombría de bien, seriedad, firmeza de convicción, constancia en el ideal y voluntad activa y seguida para la propaganda, podría decirse que había clase media en España, y no una inmensa manada de atortolados, que berrean, mirando a dos polos: el de la vanidad o el de la gamella.
Pablo Iglesias, como otra escasísima porción de hombres de España –unos muertos ya y olvidados, y otros vivos aún, pero olvidados también– representará en la historia de nuestros últimos días la sagrada hueste que quiso –y vivió y trabajó para lograrlo– rehacer en lo posible la personalidad recia, honrada, valiente, sensata y digna que tuvimos... (y perdimos, creo que para siempre) los españoles.
Y no hagan caso de esos pasquines y libelos que pululan por la corte. En un ambiente en que la justicia anda a trompicones, siempre haciendo zalemas al mando y cortesías al éxito; en un país tan completamente disgregado en bandos, banditos y bandidajes de todas castas y colores, las escorias humanas borbotean en las superficies y salpican, sin ton ni son, unas veces a unos y otras a otros... Mas en los crisoles queda siempre el oro puro y brillante. ¡Si fuéramos a entretenernos en quitarnos salpicaduras, ya teníamos trabajo para toda la vida! Bien está una sacudida de cuando en cuando, pero sin más trascendencia. A Pablo Iglesias no podría mancharle ya ni aun una apostasía: su obra de cuarenta años le asegura la inmortalidad, sin pasquines y aun sin defensores.
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