Aceptando la invitación de mi estimado Luis Miguel Piñera, el pasado 26 de diciembre participé en la presentación de su último libro, titulado Rosario de Acuña y Gijón que tuvo lugar en el salón de recepciones del Ayuntamiento de Gijón. Cuando acudí a la cita tenía muy presente la frase que días antes leí en una entrevista que le hicieron para la ocasión: «Jovellanos y Rosario de Acuña son los dos personajes fundamentales de Gijón». No olvidemos que quien lo dice de forma tan clara y rotunda es el Cronista Oficial de la Villa de Gijón, lo cual confiere a tal afirmación el marchamo de rigurosidad de quien tan bien conoce su historia.
Sin duda aquella era una excelente ocasión para refrendar tal reconocimiento, una excelente manera de cerrar los actos del centenario de la muerte de nuestra protagonista. En la tribuna estarían presentes el cronista oficial y la alcaldesa de Gijón; y detrás, nada menos que el ministro de Gracia y Justicia don Gaspar Melchor de Jovellanos, atento a todo cuanto se dice desde ese cuadro que preside la estancia, una copia realizada por Rafael Carrillo de la obra que realizara Francisco de Goya en el año 1798.
Inició la sesión la alcaldesa Carmen Moriyón enumerando los actos que se habían celebrado con ocasión del centenario y agradeciendo a las personas que habían participado en su organización: cumplieron el objetivo previsto, pues «Este año hemos sentido la presencia de Rosario de Acuña en la ciudad». Destacó también la importancia que para nuestra historia común tuvo esta gijonesa ejemplar, de gran dimensión humana, y como prueba recordó el episodio en el cual socorrió a unos náufragos cuyo barco había encallado en los acantilados de El Cervigón (⇑).
Luis Miguel Piñera, por su parte, dijo que tenía claro que a Rosario de Acuña le sedujo el «ambiente industrial y político gijonés», razón por la cual decidió convertirse en gijonesa; «Rosario de Acuña vivió en Gijón y vivió Gijón. Se integró profundamente en la vida de la ciudad». Aunque, como comentó durante su intervención, hubo quien se posicionó contra ella («contra ella estaban los irracionales»), gozó de la admiración y respeto de buena parte de la población gijonesa, como prueba el multitudinario homenaje que le tributó el día de su entierro.
Por lo que a mi intervención se refiere, creo que queda bien resumida en la reseña que apareció en la prensa al día siguiente: «Macrino Fernández Riera, autor del epílogo de la obra, elogió las actividades desarrolladas con motivo del centenario del fallecimiento de la escritora, si bien aprovechó el acto para poner sobre la mesa varias reivindicaciones». No obstante y por si fuera de interés, aquí queda el texto de la misma:
Buenos días
La presentación de este libro supone el punto y final de las actividades organizadas con motivo del centenario de la muerte de Rosario de Acuña. Ahora que se acaban, creo que es buen momento para reconocer que no las tenía todas conmigo cuando en 2019 escribí un artículo, publicado en el periódico La Nueva España con el título «Cuatro años por delante», en el cual avisaba a la recién constituida corporación municipal, la anterior a la actual, de que la finalización de su mandato coincidiría con este centenario, al tiempo que recordaba quién había sido esta gijonesa ejemplar y también apuntaba algunas propuestas para la ocasión.
Por si acaso, para que el olvido no hiciera de las suyas, al año siguiente volví sobre el asunto con un nuevo escrito de título aún más explícito: «Preparando el centenario de Rosario de Acuña», que tuvo su continuidad en otros más, que con carácter quincenal fueron apareciendo a partir de la primavera del 2022. No sé si semejante insistencia tuvo algo que ver en lo que sucedió después; quiero pensar que algo sí debió de influir. El caso es que, tras el verano y después de unos contactos previos, se puso todo en marcha.
A partir de ahí, la red colaborativa impulsada por el equipo de la Dirección General de Igualdad fue dando los frutos que hemos ido disfrutando a lo largo de este año. Ya el inicio fue prometedor con una preciosa felicitación del nuevo año difundida por el Ayuntamiento, la agenda y el calendario de Igualdad, que en esta ocasión estuvo íntegramente dedicado a doña Rosario. Después siguieron los carteles del 8M ilustrados con su imagen, la exposición abierta al público durante tres meses en la casa de El Cervigón, el espectáculo Rosario Reflejo de Acuña (⇑) estrenado en el día del centenario en el Jovellanos, la colocación, por fin, de las placas que informan a quienes por el transitan que lo hacen por el Paseo Rosario de Acuña (⇑), una mesa redonda en la Feria del Libro, la unidad didáctica distribuida en los institutos, el cuento Érase Rosario de Acuña destinado a las lectoras más pequeñas y a los lectores primerizos…
Creo que no está nada mal, aunque, tengo que decirlo, echo en falta que aún no sepamos que va a pasar con la Casa de Rosario de Acuña, si volverá o no a estar de nuevo años y años sin un uso conocido; echo en falta que aún no se haya catalogado el archivo de José Bolado, para que pueda servir de punto de referencia en las investigaciones y destino de nuevas donaciones, como las que ha recibido en los últimos meses; echo en falta también que no se haya aprobado oficialmente que la estación ferroviaria de Gijón (⇑) –la de ahora, la de Sáenz Crespo que se abrió con carácter provisional en el año 2011, y la que en el futuro venga a sustituirla– lleve el nombre de Rosario de Acuña, tal y como se anunció en el pleno municipal de octubre del pasado año.
Confío en que todo ello llegará, y lo hago desde el convencimiento de que Gijón es ahora más acuñista que hace un año, que cada vez somos más las personas que conocemos a esta gijonesa ejemplar, como bien he podido comprobar en las actividades organizadas por el Fórum de Política Feminista, en las de la Escuela Feminista Rosario de Acuña, las de la Biblioteca Jovellanos, en las del Ateneo Obrero o en las visitas guiadas a la exposición; como también se ha podido constatar por su mayor presencia en las redes digitales, en los institutos, en las librerías, en los medios de comunicación…
De esta unión cada vez más estrecha entre doña Rosario y la ciudad en la cual quiso vivir y morir, es buen ejemplo el libro que nos ha reunido hoy aquí, de título bien explícito. La condición de cronista oficial que desde hace unos meses ostenta su autor y la presencia en este acto de la alcaldesa de la ciudad suponen, a mi entender, un reconocimiento oficial o institucional de la importancia de esta gijonesa ejemplar en nuestra historia común, tan ejemplar y tan importante como bien quedó de manifiesto en esa afirmación que hemos escuchado en días pasados: «Jovellanos y Rosario de Acuña son los dos personajes fundamentales de Gijón».
Luis Miguel Piñera, declarado jovellanista y acuñista confeso, hace ya tiempo que se unió a esta tarea colectiva de recuperación de su memoria, bien desde el añorado Club La Nueva España, en cuya programación no faltaba algún acto coincidiendo con el aniversario de su muerte, bien desde las páginas de la prensa local. Hace ya tiempo que había incluido a Rosario de Acuña Villanueva en la historia de este Gijón que tan bien conoce y que nos ha ido contando en decenas de libros y en centenares de artículos. A ella se ha referido en algunos de sus escritos, de los cuales quiero recordar también aquí dos de ellos, pues ponen de manifiesto la larga relación de doña Rosario con esta ciudad.
El primero, que lleva por título «Acuña contra las tabernas», nos sitúa en un tiempo en el cual nuestra protagonista todavía no reside aquí, por más que la ciudad forme parte de su geografía familiar pues conoce Gijón desde bien joven, cuando solía venir para que sus enfermos y doloridos ojos se beneficiaran de los efectos salutíferos del Cantábrico. Estamos en 1888 y es probable que los directivos del por entonces joven Ateneo Obrero, conocedores de la intensa campaña que estaba desarrollando en defensa de la libertad de conciencia, quisieran contar con su colaboración. El caso es que les envía un discurso que fue leído en una velada celebrada en el verano de 1888 (⇑), en el cual insta a los obreros a alejarse de la taberna y acercarse al estudio, a convertirse en los protagonistas de la regeneración social.
En «Virginia González y Rosario de Acuña, feministas y heterodoxas», se ocupa del encuentro de estas mujeres en el verano de 1919, cuando ya es una vecina que lleva años viviendo en la casa del acantilado. Nos cuenta que doña Rosario se desplazó hasta Turón. Lo hizo primero en tren, en un vagón de tercera, hasta la estación de Santullano y luego a pie, caminando al lado de las vagonetas y pisando escorias incendiadas, para abrazar a la dirigente socialista, de quien conocía, y admiraba, su destacada actividad política y sindical (⇑).
Y ahora, en Rosario de Acuña y Gijón, nos habla de estos y de otros destacados episodios de su etapa gijonesa, la última de su vida; también de la ciudad que ella conoció: su ciudad. Y es que, aunque en muchas ocasiones la viera desde la distancia, desde la lejana casa del acantilado, lo que en estas páginas queda de manifiesto es que nada de lo que sucedía a su alrededor le resultaba indiferente, que a pesar de sus muchos años de lucha, ella siguió hasta sus últimos días defendiendo a los más necesitados y batallando contra la marginación de las mujeres, sus hermanas.
Estimado Luismi, creo que quedan cosas por conocer, cosas por divulgar, cosas por hacer; creo que esto no es un epílogo sino más bien el prólogo de lo que aún está por venir, que se inicia ya mismo, con lo que seguidamente nos vas a contar.
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