A finales de la década de los sesenta del siglo pasado dieron con ella. Unos pocos saben de su existencia; unos pocos saben que la conoció, que fue su amiga. Amaro del Rosal (⇑) es uno de ellos. Le han dicho que en una aldea gijonesa aún vive una mujer que tuvo una relación de amistad con Rosario de Acuña, que guarda algunos textos de ella, además de otros valiosos recuerdos, y le escribe una carta desde el exilio mexicano para interesarse por ellos. Luciano Castañón (⇑), es otro de los gijoneses que sabe quién es. Se acerca hasta su casa y comprueba que, en efecto, allí se encuentra el último eslabón, el enlace que nos une con el recuerdo de su memoria, oculta durante tanto tiempo. No sólo por lo que cuenta, también por lo que ha atesorado durante décadas: algunas de sus cartas, recortes de periódico, copias manuscritas o fotografías. De todo ello también es conocedor Patricio Adúriz (⇑), quien cita su nombre –uno más entre los diecinueve que figuran al inicio de «Rosario Acuña»(1), la serie de cinco entregas publicadas en el gijonés diario El Comercio en 1969– como muestra de agradecimiento: «Vosotros, uno por uno, aportando el pequeño detalle o el dato vital hicisteis posible que se diera cima a esta trabajosa tarea en la que nos metimos de lleno». Por lo que supimos después, ella era de las del «dato vital» o, mejor, de los datos vitales.
Habrá que esperar unos años más para que su testimonio sea conocido, trascienda el reducido ámbito de los investigadores y se haga público, gracias al reportaje de Javier Ramos que aparece en la revista Asturias Semanal en su edición del 27 de octubre de 1973.
«Bruno salió a recibirnos cuando franqueamos el portón de hierro de esta casa llamada Rienzi...». Rienzi, como el personaje de su primer éxito teatral... Ya desde el inicio, ya desde las primeras palabras, Rosario de Acuña, es la auténtica protagonista del reportaje, revivida en el recuerdo de quien, a pesar de la diferencia de edad, fue su amiga.
«Recuerdo que mi padre, que fue quien me presentó un día en una conferencia a doña Rosario, me mandaba leer todas sus obras». Bien pudiera ser que ese encuentro hubiera tenido lugar el 29 de septiembre de 1911, día en el cual Rosario de Acuña pronunció una conferencia en el acto de inauguración de la Escuela Neutra Graduada de Gijón. De haber sido así, Aquilina Rodríguez Arbesú tendría por entonces veintiún años y ahora, en el momento en el que rememora aquel acto que tuvo por escenario el gijonés teatro de los Campos Elíseos, ya ha cumplido los ochenta y tres. Mucho es el tiempo transcurrido desde entonces, y cincuenta son ya los años que han pasado desde la muerte de quien fuera su amiga. Aunque la memoria se resienta y desdibuje algunos recuerdos (como sucede con el año en el cual doña Rosario se instaló en Gijón), hay otros que ya quedaron entonces debidamente contrastados, pues Aquilina cuenta con recortes de periódicos o cartas que los respaldan, y algunos más abrirán nuevas vías de investigación que, tiempo adelante, nos permitirán concretar la fecha de su nacimiento (⇑): por entonces se daba por hecho que había sido en una indeterminada fecha del año 1851, como también se afirma en el texto.
En otra ocasión Aquilina ya había contado que, al menos, dos veces al año llevaba flores a la tumba de Rosario de Acuña: el 5 de mayo y el 1 de noviembre. Hubo quien creyó que la visita al cementerio en la segunda fecha estaba relacionada con la festividad de Todos los Santos, pero en esta ocasión Aquilina lo deja más claro: «Desde que murió vamos por lo menos dos veces al año a llevarle flores al cementerio: el día de su nacimiento y el de su muerte». De ese hilo fui tirando hasta concluir que, en contra de lo que se pensaba, Rosario de Acuña Villanueva había nacido el 1 de noviembre de 1850, como tiempo después quedó probado cuando pudimos contar con su partida de bautismo.
Aquí está. Ella es Aquilina Rodríguez Arbesú: una mujer que no solo la conoció, sino que fue su amiga; una mujer que durante años ha atesorado su recuerdo y que ahora nos lo transmite con orgullo. De alguna forma, sus palabras logran rescatarla de la borrina del olvido y la devuelven a la memoria colectiva. De alguna forma, su testimonio se convierte en nutriente de nuevos afanes recuperadores. Pocos meses después de la aparición del reportaje, el mismo semanario hace pública en una sección destinada a recoger las opiniones de sus lectores el texto siguiente:
Homenaje a Rosario de Acuña
Señor director:
Cada época tiene sus grandes olvidados; unos, después de muchos años han vuelto a resucitar, otros permanecen latentes en la historia, pero marginados en el recuerdo. Los olvidados forman una «casta de malditos» que vagan por la historia como almas en pena buscando una época en la que reencarnarse. Generalmente son adelantados a su tiempo que no han encontrado acomodo entre los de su generación, que se equivocaron de siglo y solo saldrán a flote con el paso de los años.
Rosario de Acuña (1851-1923) es una de ellas (2) . Cuando pensar era para la mujer una deshonra, cuando los movimientos de liberación femeninos, de conocerse, sonarían a fin del mundo, esta gijonesa de adopción ya estaba dando ejemplo a las generaciones futuras. Muchas de sus ideas, avanzadas incluso para bastantes hombres librepensadores de su época, siguen hoy teniendo plena vigencia. Contemporánea de Rosalía de Castro, supo atacar con energía los prejuicios y supersticiones de la época, enfrentándose a una mentalidad de redil y telarañas.
Sus poemas, sus obras de teatro, sus valientes artículos de prensa, su pensamiento polémico y su crítica contra una Iglesia y un Estado anclados en viejas glorias ya periclitadas, fueron suficientes para declararla enemigo público número uno. Mal estaba que se fustigasen de tal forma los valores tradicionales, pero que esos ataques al espíritu y la gloria almidonada del pasado partiesen precisamente de una mujer ya era el colmo. Así fue como desde la España oficial unos y otros solo se acordaron de Rosario de Acuña para calumniarla. Ella era la voz acusadora, el anticristo y el antipolitiquerismo que no perdonaba la estrechez de miras, las ideas de redil.
Con la II República volvió a resucitar su memoria. El paseo de la Providencia en Gijón pasó a denominarse Paseo de Rosario de Acuña, pero luego, como el Guadiana, volvería a desaparecer de la faz del recuerdo para permanecer sepultada en el cementerio civil de Gijón hasta hoy.
Ahora que han pasado más de cincuenta años desde su muerte, ahora que su figura ya forma parte de la historia y han quedado atrás los partidismos, ¿por qué no se recupera para Gijón el honor de haber albergado a una mujer de tal categoría humana e intelectual? ¿Es que andamos tan sobrados de figuras históricas como para permitirnos el lujo de despreciar o ignorar los talentos enterrados?, ¿tendrán que pasar otros cincuenta años para que nuestros nietos del siglo XXI descubran entusiasmados la enorme talla intelectual y clarividencia de esta mujer del siglo XIX?
Algo habrá que hacer, sin duda, para darle a Rosario de Acuña el puesto que se merece como dramaturga y pensadora, como mujer que desarrolló una labor aperturista, en opinión de diversas personas, «no superada por nadie e igualada por muy pocos de su época».
Ricardo Santuña
Gijón
Asturias Semanal, 7 de septiembre de 1974
Notas
(1) Patricio Adúriz utiliza en el título y en los primeros párrafos del texto del primer capítulo «Acuña» por «de Acuña», que es la forma correcta, al menos la que utiliza la interesada en sus escritos. En las entregas siguientes ya será habitual la utilización «de Acuña».
(2) Como ya ha quedado dicho, por entonces se daba por bueno que Rosario de Acuña había nacido en 1851. Habrá que esperar a contar con la copia de su partida de bautismo (⇑) para que se enmendara tal error.
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