El reciente fallecimiento de José Bolado, a quien tuvo el gusto de conocer cuando se publicó su magnífica edición de las Obras Reunidas de Rosario de Acuña, me hizo recordar a la escritora librepensadora que vivió y murió en Gijón el 5 de mayo de 1923 y de la que tuve temprana noticia cuando pocos adolescentes de mi edad sabían que ese nombre no solo respondía al de una apartada zona de la ciudad sino al de una personalidad literaria, comprometida con la lucha social, y sepultada, como tantas otras, por la mordaza de la dictadura.
Mi conocimiento precoz se lo debo a Amaro del Rosal (⇑), que había tenido oportunidad de visitar a la poeta y escritora en su casa del Cervigón un primero de mayo y desde su exilio en México solicitaba regularmente a Luciano Castañón artículos publicados por Acuña en el diario local El Noroeste, en el que colaboró durante bastantes años. Movido por la curiosidad, recuerdo haber solicitado en la biblioteca pública del viejo instituto, con catorce o quince años, un tomo de ese periódico sin que se me permitiera su lectura.
Con el paso del tiempo, antes de que Bolado llevase adelante su más que notable edición –en la que podemos leer una excelente biografía de la escritora–, tuve oportunidad de revisar los artículos publicados por Rosario de Acuña en Las Dominicales del Libre Pensamiento, al lado de las firmas más sobresalientes del primer feminismo en España. Amaro de Rosal, que guardaba un recuerdo imborrable de Acuña, comparaba su personalidad con la de Flora Tristán, sobre la que Vargas Llosa escribió una novela (El paraíso en la otra esquina) que no está precisamente entre las mejores.
Desconozco si la actual corporación municipal, con ocasión de centenario del fallecimiento de Acuña –cuyo entierro reunió a una multitud en las calles de la ciudad–, tiene proyectado algún tipo de conmemoraciones que haga más viva la precaria presencia de su memoria. Macrino Fernández Riera, que tan bien conoce la obra de Rosario de Acuña, recordaba en varios artículos la necesidad de que el equipo de gobierno municipal no pasase por alto esa oportunidad.
En este sentido, no solo convendría resaltar el nombre del paseo que lleva el nombre de Acuña, desde el Sanatorio Marítimo a la carretera de La Providencia, sino recuperar un uso colectivo para la casa del Cervigón, que bien podría convertirse en un centro de documentación feminista. Se da la circunstancia de que el tío abuelo de Lidia Falcón, la persona que reúne en España la mayor documentación sobre el feminismo histórico, fue Carlos de Lamo Jiménez, con quien convivió Acuña durante los últimos años de su vida, hermano de la abuela de Falcón, Regina de Lamo, música, escritora y una avanzada también en la lucha por los derechos de la mujer.
En la localidad de Pinto (Madrid), en donde Rosario de Acuña también vivió, su nombre no solo está en el callejero sino al frente de un centro social inaugurado hace más de diez años. Esos precedentes son la base para que, con vistas al año 2023, una de las asociaciones culturales de aquella ciudad proyecte incrementar las obras de Acuña en las bibliotecas públicas y dedicar todo el año del Aula de Historia a la personalidad y obra de la escritora. Allí, ya está entre las previsiones del municipio todo un mes de mayo de 2023 dedicado a exposiciones, conferencias, proyecciones y funciones teatrales en torno a Rosario de Acuña.
Porque Gijón puede y debe, si quiere ser coherente con la multitudinaria despedida que sus ciudadanos dieron a quien tanto se preocupó por las clases populares en su lucha por una vida digna, sería deseable que en breve tuviéramos noticia de que Rosario de Acuña ha dejado de ser algo más que un bello promontorio desde el que se avista el mar. También debería avistarse desde allí una ciudad agradecida con quienes se comprometieron con la emancipación social.
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