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17 diciembre

142. La víbora de Asnieres


Fotografía de Bonafoux publicada en 1931
Así era conocido Luis Bonafoux, por lo afilado y mortífero de su pluma y también por la localidad cercana a París donde residió durante un tiempo, cuando era corresponsal del diario  Heraldo de Madrid: tenía su domicilio en el número 46 de la avenida Pereire en la ciudad de Asnieres, departamento del Sena. Dos características éstas que lo definen en gran medida, pues don Luis fue escritor y periodista, un periodista de raza a decir de algunos, y no se contentó con escrutar el escenario desde un sólo lugar, sino que lo hizo desde localidades bien diferentes: Burdeos, Puerto Rico, Cuba, Salamanca, Madrid, Santander, París, Londres...

Su padre, un francés que comerciaba con vinos que traía de su tierra, llevaba años asentado en Guayama (localidad puertorriqueña por la que, andando el tiempo, se convertirá en diputado el mismísimo Galdós) cuando en uno de sus viajes conoce a Clemencia, hija del político venezolano Ángel Quintero. Se casan y embarcan para Francia, donde no tardando nacerá Mario Luis Bonafoux Quintero. Poco después padre, madre e hijo regresan a Guayama, lugar en el que Luisito pasará sus primeros años. Parece que en poco tiempo ya está escrito una parte de su libreto: niño de origen franco-venezolano, nacido en Saint Loubez, a las orillas del Garona, y residente en Puerto Rico, España.

Algunas pifias cometidas en sus tiempos de bachiller dirigen sus destinos universitarios a la metrópoli. En Madrid inicia sus estudios de Leyes, que continuará en Salamanca, donde realizará sus primeras incursiones en el mundo del periodismo. Primero fue El Eco del Tormes; luego, ya en Madrid, El Solfeo, revista en la que se dará a conocer Leopoldo Alas, Clarín, con quien mantendrá una encarnizada polémica al acusarle de haber plagiado La regenta; más tarde El Globo, Alma Española, El Liberal, El País, Vida Nueva...

Amigo Bonafoux: Me envían el recorte de un periódico con un artículo que dice son «hampa dorada» los que colaboran en el Heraldo de París. No sabía yo que había vuelto a publicarse su Heraldo, pero sí sé que es un verdadero honor el contarme entre sus colaboradores, pasados o presentes. Como yo escribí en él (y escribiera si esta lucha feroz de trabajo y penalidades en que estoy metida me dejase algunos minutos de tiempo para honrarme en las columnas de su periódico), le ruego me haga partícipe de todo ese cieno que los sapos de la prensa española arroja sobre el Heraldo...

La carta de Rosario de Acuña es del año 1904. Había colaborado en el pasado en Heraldo de París y antes en La Campaña, dos periódicos que Bonafoux publicó en París. Su amistad viene, por tanto, de tiempo atrás. Quizás se conocieran en los últimos años del XIX, cuando la librepensadora residía en las proximidades de Santander, habida cuenta de que el señor Bonafoux tenía lazos familiares en aquella tierra y la visitaba con cierta frecuencia. Resulta que en una ocasión en que los días de bohemia le habían dejado la bolsa esquilmada, recibe una propuesta sorprendente: convertirse en gerente de unas minas de cobre localizadas en Soto de Campoo, en las cercanías de Reinosa. Ni sus estudios de Leyes, ni su experiencia periodística... la oferta tenía mucho más que ver con el hecho de que uno de los fundadores de la empresa fuera tío suyo. Lo cierto es que a finales de 1888 Luis Bonafoux ya está en tierra cántabra y que un año después se casa con  Ricarda Encarnación Valenciaga y Gordejuela, una joven de veinte años que trabajaba en la fonda que en Soto regentaba su padre. No aguantó durante mucho tiempo Bonafoux aquella vida tranquila y sedentaria, y meses después el matrimonio se traslada a Puerto Rico. Se marchó de allí,  pero volverá a Soto, a Santander, una y otra vez, desde Madrid, desde París... Dicen que sentía la obsesión de las cumbres...

«Si los apologistas de la costa de Esmeralda fuesen costeando de San Sebastián a Deva, Saturrarán y Motrico; si hubieran hecho el fantástico viaje de Zumárraga a Bilbao, o visto a Bárcena desde los riscos por donde trepa el tren de Santander, o entrado en Solares al despuntar el sol sobre el tupido follaje que envuelve el pueblo, o internándose, con doña Rosario de Acuña o con don Ángel de los Ríos, en el atormentado laberinto de aquella provincia hasta llegar a los Picos de Europa, no pareceríales tan pintoresca la impresión que la costa de Esmeralda deja en la retina».


Aunque es probable que hubieran coincidido en alguna cima admirando las cumbres de La Montaña, donde tenemos constancia de que sí lo hicieron fue en las páginas de Gente Nueva, escrito por Luis París. Allí compartieron ambos  espacio y protagonismo con Pompeyo Gener,  Nakens, Dicenta, Mariano de Cavia, Degetau, Fernández Shaw, Zahonero, Alejandro Sawa, Urrecha y otros escritores disidentes (⇑).

Con algunos de los integrantes de aquel grupo mantuvieron los dos una amistad compartida. Tal fue el caso de Joaquín Dicenta y el propio Luis París. De la relación que mantuvo con ellos doña Rosario ya ha quedado constancia en anteriores comentarios. Por lo que respecta a Bonafoux, baste decir que los dos arriba mencionados fueron sus amigos y confidentes  y que el madrileño café Fornos fue testigo de las animadas tertulias que –junto a otros integrantes de aquella «gente nueva» como  Manuel Paso o Alejandro Sawa– mantuvieron durante años. 

La relación entre Rosario de Acuña y Luis Bonafoux lo fue de amistad pero también profesional. El español nacido en Francia, que la trataba de «amiga y compañera» y no olvidaba enviarle recuerdos de su mujer e hijos («Ricarda saluda cordialmente a usted. Mis muchachos le envían muchos cariños»; «en casa todos la recordamos a usted con cariño y respeto»), solía hablarle de sus proyectos periodísticos ( «Creo que resucitaré La Campaña y que el primer número podrá salir el 15 de este mes...»; «Creo que sacaré un nuevo periódico la semana próxima, periódico más literario que político, pero dando de vez en cuando una campanada política») para los cuales le pedía una y otra vez colaboración: un articulito de media columna o «publicar en cada número algo de las memorias íntimas de usted. Sé que el público, mi público, las querría y admiraría». Su amiga Rosario, desde Madrid primero y desde Cantabria después, le enviaba artículos o poesías;  también un cuento (El secreto de la abuela Justa (⇑), dedicado a los hijos de Bonafoux)... y algunas cartas: todo lo publicaba el hispano-francés (incluso una fotografía (⇑) que por casualidad llegó a sus manos).

Decía más arriba que quizás se hubieran conocido en Cantabria. Si probable es que hubieran coincidido en cualquier paraje de La Montaña –habida cuenta de que, cuando el periodismo y la bohemia soltaban amarras, volvía don Luis a Santander y doña Rosario allí vivió unos cuantos años–, de lo que no cabe duda alguna es que ambos concitaron la ira de muchos españoles en el año once, cuando estalló el escándalo de La jarca (⇑): la pensadora le envió el ácido escrito y el periodista lo publicó al instante. Fue en París... pero todo se termina sabiendo. Mucho más si alguien está por la labor de que así sea. Se supo... y se armó una buena. Los nombres de Luis Bonafoux y de Rosario de Acuña estuvieron en todas las protestas, en todas las proclamas, en todas las manifestaciones, en todas las quejas. Uno ya estaba fuera de España, la otra se tuvo que ir. También coincidieron en esto.




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Rosario de Acuña y Villanueva. VIDA y OBRA (⇑)

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26 noviembre

139. Con la «gente nueva»

A partir de su carta de adhesión al librepensamiento Rosario de Acuña reconocerá como próximos a republicanos, librepensadores, regeneracionistas, masones, institucionistas, socialistas…; identificará como correligionarios a periodistas de la «mala prensa», a científicos no creacionistas, a lideres republicanos, a socialistas, a masones, a autores de «obras impías»… Una vez que ya es pública y manifiesta su condición de librepensadora y masona, su nombre se convierte en una referencia para quienes, como ella, representan una alternativa a la «gente vieja» que permanece anclada en el conservadurismo y la tradición. Tal distinción no resulta ninguna novedad; de tiempo en tiempo, aparece algún grupo –con voluntad o no de serlo, con voluntad o no de configurarlo– al cual se denomina «nuevo», «moderno», «novísimo» o algún otro término similar que remarque las diferencias que mantiene con lo que por entonces está vigente.

Anuncio de Gente nueva publicado en El Motín

Quienes han estudiado a estos nuevos disidentes, integrantes del grupo que en los años ochenta del siglo XIX fue conocido como «Gente Nueva», coinciden a la hora de señalar algunos de los rasgos que identifican a sus miembros: proclives a las novedades del progreso científico, su voluntaria marginación del poder, cierto carácter iconoclasta y revolucionario, su vocación de punta de lanza o avanzada social. Puestos a concretar, hay quien señala dos hitos de importancia en la génesis del grupo: las huelgas estudiantiles de finales de 1884 y los actos de homenaje a Giordano Bruno promovidos por alumnos de la Universidad Central. Del primero ya se ha hecho mención en el comentario 137. Yo pago la matrícula (⇑): la virulencia de los ataques contra el discurso pronunciado por el profesor Miguel Morayta en la inauguración del curso en la universidad madrileña subleva a muchos estudiantes, ante lo que consideran una embestida contra la libertad de cátedra. En cuanto al segundo, baste decir que los universitarios madrileños se sumaron con premura y entusiasmo a la celebración «del aniversario del suplicio de Giordano Bruno» que pretenden realizar sus colegas de la universidad de Roma. Con este motivo acuerdan invitar al resto de universidades españolas para que se unan a dicha solemnidad, nombrar presidente de honor al profesor Morayta y crear comités locales en las sedes universitarias.

En ambos sucesos tuvo participación destacada Luis París y Zejín, a la sazón un activo estudiante de Medicina. En noviembre de 1884, cuando tienen lugar las protestas estudiantiles, conocidas como «La Santa Isabel», en defensa del profesor Morayta, Luis París forma parte de la comisión de estudiantes sublevados, y en calidad de tal firma la carta en la cual los universitarios agradecen a Rosario de Acuña el apoyo que les ha brindado, ofreciéndose a correr con las gastos de matrícula de uno de los estudiantes que, contando con el derecho de matrícula de honor, «lo perdiese por resistirse a entrar en clase, mientras no se dé satisfacción cumplida a la maltratada dignidad de la cátedra».

Por lo que respecta al homenaje a Giordano Bruno, bien pudiera considerarse un episodio más de aquella batalla que se libra en defensa de la libertad. Entre los mensajes de apoyo y solidaridad recibidos por los estudiantes de la Universidad Central no faltaron los de numerosos profesores y alumnos del resto de las españolas; también de otras extranjeras, entre las cuales figuraron las de Turín y Roma. Los representantes de esta última, tras alabar el heroísmo de los universitarios madrileños que sufren persecuciones por reivindicar la libertad de enseñanza y de pensamiento, manifiestan su intención de «abrir como protesta contra esta cruzada de los clericales una suscripción internacional para levantar en Roma un gran monumento a Giordano Bruno».

Aquel comunicado recibido desde Italia parece dar alas a los huelguistas, que intensifican sus acciones de protesta. Algunos de sus más destacados integrantes, entre los cuales se encuentra Luis París, son procesados «por ejercer coacción sobre sus compañeros para que no entrasen en clase». No obstante, el campo de batalla no se reduce al entorno de la universidad, está también en los periódicos, está en la calle. Los estudiantes, sabedores de que una parte de la prensa les es hostil, no tardan en editar La Universidad, «periódico escolar libre pensador», y convertirlo en su «órgano de prensa». Será en las páginas de esta publicación donde aparezca un comunicado firmado el 14 de febrero de 1885 y dirigido a «Los estudiantes de España»:

El día 17 del corriente mes de febrero cúmplense doscientos ochenta y cinco años que Giordano Bruno, de Nola, subió a la hoguera, levantada en Roma por la Inquisición, a sufrir el martirio impuesto por la intolerancia religiosa, en castigo a haber afirmado el libre examen en las escuelas y universidades de Italia, Suiza, Francia, Inglaterra y Alemania. Nuestros compañeros los estudiantes italianos reclaman el concurso de los españoles… 

Tal parece que se ha abierto una fisura en el monopolio ideológico ejercido por la jerarquía católica. El discurso de Miguel Morayta resultó ser el detonante y los estudiantes han salido a la calle en defensa de la libertad de cátedra. Quienes en España se han venido significando en defensa de la libertad de pensamiento aprovechan aquella coyuntura favorable. El impulso venido desde Italia alienta sus esfuerzos: Giordano Bruno es el mejor de los estandartes en aquella guerra abierta contra la intransigencia. Los universitarios madrileños, haciéndose eco de las propuestas de sus camaradas italianos, constituyen una comisión organizadora de los actos de homenaje a Giordano Bruno y convocan a los estudiantes de toda España a constituir comisiones similares y a enviar «trabajos en prosa o en verso sobre el asunto que mejor les plazca, pero relacionado con el acto que en ella se conmemora». Está claro que algo se está moviendo. También fuera de los recintos universitarios: el 17 de febrero Las Dominicales publica un número extraordinario dedicado a Giordano con escritos de Demófilo, Emilio Castelar, Rosario de Acuña, José Nakens, Rafael M. de Labra, Miguel Morayta, Ramón Chíes y otros colaboradores.

Como queda dicho, Luis París Zejín jugó un destacado papel en las huelgas del mes de noviembre de 1884; en la creación La Universidad, órgano de prensa de los estudiantes; y en los actos que en honor del filósofo italiano tuvieron lugar en los meses siguientes. Su nombre encabezó manifiestos y convocatorias; será su nombre también el que figure al pie de la obra Giordano Bruno y su tiempo, uno de aquellos trabajos que la comisión organizadora había solicitado a los estudiantes de toda España de uno y que Luis sometió al juicio de sus compañeros. Será también Luis París quien, unos años más tarde, ponga nombre y apellido a aquella «gente nueva», pues en 1888 publicará Gente Nueva. Crítica inductiva, en cuyas páginas se analizan la personalidad y la obra de Pompeyo Gener, Luis Bonafoux (⇑), Mariano de Cavia, Federico Degetau, José Nakens (⇑), Alejandro Sawa, Carlos Fernández Shaw, José Zahonero, Federico Urrecha, Manuel Paso, Joaquín Dicenta (⇑), Juan B. Amorós, Emilio Ferrari, Eduardo López Bago, Rafael Altamira, José Verdes Montenegro y José Ortega Morejón. Y, por supuesto, Rosario de Acuña, la única mujer entre todos los integrantes. De ella dice París:

En estos últimos años ha emprendido una campaña periodística que la ha hecho popular y que ha dado no poco brillo e importancia a Las Dominicales del Libre Pensamiento, acumulando en cambio sobre su cabeza odios y persecuciones que hubieran hecho vacilar y detenerse a cualquiera, pero que a ella sólo le han impulsado más y más, sirviéndole de acicate y estímulo para continuar su tarea, muy fructuosa en la propaganda de los ideales racionalistas. 

Con algunos de los integrantes de aquella «gente nueva» mantuvo doña Rosario una relación que va más allá de las coincidencias ideológicas. Tal es el caso, del propio Luis París y Zejín, de Nakens –con quien mantendrá una fluida correspondencia, al menos en los últimos años de su vida– Bonafoux o Dicenta. En el caso de estos dos últimos, el lazo afectivo se habría alimentado con algunos encuentros personales, haciéndose extensivo a la parentela de ambos escritores.




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Rosario de Acuña y Villanueva. VIDA y OBRA (⇑)

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