Nació en pleno centro de Madrid el primer día del mes de noviembre de 1850, cuando la capital no había alcanzado aún la cuarta parte del millón de habitantes; creció a la sombra de los viejos edificios de los Austrias y de las nuevas estampas isabelinas; y se marchó antes de cumplir los veintiséis, para vivir en Zaragoza primero, luego en Pinto, Cantabria y Gijón, donde falleció en mayo de 1923. Aunque ya no volverá a residir en su ciudad natal (salvo un breve periodo en los años noventa), volvió y volvió, sin importarle que el regreso tuviera que hacerlo en un vagón de tercera.
Lo que sigue es un recorrido por su callejero madrileño, por los escenarios que, de una u otra forma tuvieron alguna importancia en su vida. Sobre un plano de Madrid de 1877 (José Pilar Morales, Guía del plano de Madrid y sus contornos en 1877, Madrid, Tipografía de Gregorio Estrada, 1877) se han situado las veinticinco referencias seleccionadas y que se comentan seguidamente.
1. Calle de Fomento. Aunque no fuera la que ilustra este comentario (mucho más moderna, pues, como otras realizadas por el ceramista Alfredo Ruiz de Luna para el Viejo Madrid, fue instalada en 1992), la placa que daba nombre a esta calle debió de ser una de las primeras que leyó, dado que para ella no era una más del callejero madrileño: en una vivienda del número 29, auxiliada por el buen hacer de un médico amigo de la familia (⇑), sus ojos vieron la luz por primera vez a las cinco y media de la mañana del primero de noviembre de 1850.
El nombre le viene del ministerio del ramo, que durante algunas décadas tuvo su sede en esta misma calle, en el palacio que había ocupado anteriormente el Consejo Supremo de la Inquisición.
2. Iglesia parroquial de San Martín (calle Desengaño). Originariamente formaba parte del convento de Portacoeli, que se había establecido en este lugar a mediados del siglo XVII. El edifico actual fue construido en 1725 en sustitución de la antigua iglesia, en estado ruinoso. En 1836 se convierte en parroquial de San Martín, al desaparecer la anterior, que estaba situada junto a la plaza de las Descalzas Reales.
En esta iglesia, considerada una muestra representativa del barroco madrileño, el sábado 2 de noviembre, tan solo un día después de su nacimiento, la hija de Dolores Villanueva y Felipe de Acuña es bautizada con el nombre de María del Rosario Santos Josefa. Tal y como se cuenta en el comentario 83. Que no, que no... que nació en Madrid (⇑), la copia de esa partida de bautismo, firmada por Sebastián Fernández, el cura que la bautizó, zanjó por fin el asunto: no nació en 1851, como se afirmaba; y no lo hizo en Pinto, Bezana, Galicia o Cuba, que nació en Madrid el primer día de noviembre de 1850.
3. Ministerio de Fomento (calle de Atocha). En 1847 Felipe de Acuña Solís, tras su boda con Dolores Villanueva Elices, abandona los estudios en la Facultad de Jurisprudencia para ponerse a trabajar como escribiente en el Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, anteriormente Ministerio de Fomento, con sede en la calle del mismo nombre, la misma en la que instalaron su domicilio, la misma en la que nació su hija.
Algunos años después, el ministerio se trasladó al antiguo convento de la Santísima Trinidad (Trinitarios Calzados), sito en la calle de Atocha. Desde entonces, el edificio pasó a tener un significado especial para Rosario: se convirtió en el lugar donde trabajaba su padre, el antiguo escribano, ahora auxiliar en sus distintas clases (séptimos, sextos, quintos...), y más tarde inspector (también inspector jefe) de ferrocarriles... Sin duda, aquel fue un lugar de referencia para ella, más aún después de que el primo Pedro Manuel (⇑) fuera nombrado director general en ese mismo ministerio y que, como consecuencia del nombramiento, su padre asumiera nuevas responsabilidades, sus tíos ocuparan cargos de relevancia, y a su marido le dieran una buena ocupación, bien remunerada.
Aquella situación duró lo que duró, y el edificio que ocupó el ministerio, denominado de nuevo de Fomento, fue derribado a finales del XIX.
4. Embarcadero de Atocha. Retrocediendo algunos años, volviendo a su niñez, resulta que cuando Rosario contaba cuatro años comenzó a padecer los primeros síntomas de una enfermedad ocular llamada conjuntivitis escrofulosa: sin previo aviso, sus ojos se poblaban de doloras vesículas. Tan solo encontraban alivio en contacto con la naturaleza, con los aires serranos de las tierras que su familia paterna poseía en Jaén, de donde llegaba la sabia prescripción de su abuelo paterno: «¡Venga esa niña al campo!» Y al campo se iba la niña (⇑), acompañada las más de las veces de su joven padre.
Hacían el viaje en el tren andaluz, al que se subían en el embarcadero de Atocha, la estación provisional que se abrió en febrero de 1851 con ocasión de la inauguración del ferrocarril que unía Madrid con Aranjuez, primer trayecto de un viaje que, atravesando las tierras manchegas, les llevaría con los suyos, «en pos de las valles floridos, en pos de las selváticas cumbres de la sin par Sierra Morena».
Ese mismo embarcadero también será, años después, la puerta de entrada y salida que comunicará su quinta campestre, situada a las afueras de Pinto, cerca de la estación, con su ciudad natal. Pero eso, queda dicho, será más adelante.
5. Estación provisional en las proximidades de la montaña de Príncipe Pío. No solo en las serranías andaluzas encontraban alivio sus doloridos ojos, también les sentaba bien los efectos salutíferos de las brisas marinas. Y con quince o dieciséis años tomó el tren y se fue a Gijón, a las orillas del Cantábrico, a las aguas, y empezó a enamorarse de Asturias (⇑).
Durante su infancia y juventud Rosario viajó con cierta frecuencia, en compañía de su madre, de su padre o de ambos. Viajó, como queda dicho, para buscar alivio a sus ojos, también para conocer nuevos lugares, en España y fuera de ella.
Por suerte para ella, eran tiempos de expansión del ferrocarril; por suerte para ella, vivía en una ciudad que se estaba convirtiendo en un nudo ferroviario, puerta de salida para distintas direcciones. En 1861 la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España construyó una estación provisional en las proximidades de la montaña de Príncipe Pío con motivo de la inauguración de la línea Madrid-Irún. Desde entonces aquella nueva estación se convirtió también en el inicio de viajes y más viajes (⇑), para conocer Gijón, París, Bayona o Roma.
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6. Teatro Real (plaza de Oriente). La dolorosa enfermedad ocular que la condenaba a padecer episodios de ceguera temporal trastocó todos los planes. Ya no iba a ir a ningún colegio de monjas, tal y como habían previsto sus progenitores; los suyos se hicieron cargo de su educación, adaptándose a sus periodos de ceguera y a los cuidados que precisaban sus ojos: de la mano de su madre fue conociendo las primeras letras; de la de su padre, la historia y la literatura. Los viajes y el contacto con la naturaleza le abrieron nuevos campos de conocimiento.
Y para que nada faltara, todo ello fue completado con buenas lecturas, afamadas representaciones dramáticas y la mejor ópera, que pudo disfrutar en su juventud, temporada tras temporada, en el palco familiar o, usando sus propias palabras, «desde nuestro palco del Real». Tal y como se cuenta en el comentario 279. De la clásica a la copla, de la ópera a la bulería (⇑), en este prestigioso teatro de ópera, inaugurado formalmente pocos días después de su nacimiento, escuchó a la soprano Adelina Patti, al tenor Mario de Candia o a Enrico Tamberlick, también tenor y amigo de su padre.
7. Liceo Piquer (calle Leganitos). Aunque no pudo asistir a ningún colegio de monjas, aunque no pudo seguir el programa regulado por la nueva Ley de Instrucción Pública (La denominada Ley Moyano de 1857), parece que Rosario alcanzó entre los suyos una educación similar a la que por entonces recibían las hijas de las familias de economía desahogada. Fue creciendo entre viajes, conciertos y libros; fue acumulando muchas vivencias, ilusiones o dudas que tan solo aguardaban el momento propicio de ser contadas, de convertirse en escritura.
Por lo que sabemos, en su casa alentaron estas aficiones literarias de la joven, hasta el punto de que su padre utilizó su valiosa red de contactos (⇑) para lograr que los escritos de su hija fueran publicados. Al principio se trata de artículos o pequeños relatos, como los que publica la barcelonesa Gaceta Universal, que dirige su amigo Agustín Urgellés de Tovar; luego poesías. En el verano de 1874, cuando contaba con veintitrés años, La Ilustración Española y Americana publica su poema «En las orillas del mar». Unos meses después recitó sus versos en público, lo hizo ante la «selecta concurrencia» que se había reunido en el Liceo Piquer. Fue su primer recital y no debió olvidarlo.
A finales de la década de los cincuenta, el escultor José Piquer Duart compró dos edificios contiguos en la calle de Leganitos y los rehízo, el uno como domicilio familiar y el otro como pequeño teatro, un lugar de reunión para que sus próximos, amantes de las artes en general, y del teatro y de la música en particular, pudieran deleitarse en las veladas que allí habrían de celebrarse. En la noche del treinta de enero de 1875, la distinguida concurrencia de aquel Liceo –regido desde la muerte de su fundador por Emilia Llull Mitjavila, la viuda de Riquer– disfrutó de diversas obras musicales y «tuvo ocasión de admirar también por vez primera a la poetisa señorita de Acuña, cuyos inspirados versos agradaron mucho».
8. Teatro del Circo (plaza del Rey). Ciertamente, la «señorita de Acuña» quería ser poeta (más que "poetisa"), pero no fue la tolerada lírica femenina de sus primeros poemas la que le llevará a las puertas del Parnaso madrileño. No; será con el verso grave y viril de un drama trágico con el que reciba el reconocimiento del público y la crítica capitalina.
El 12 de febrero de 1876, cuando la autora tan solo contaba con veinticinco años de edad, tuvo lugar el estreno de su primera obra dramática: Rienzi el tribuno, que recibió los aplausos del público y el reconocimiento de los críticos más afamados del momento. El exitoso estreno (⇑), no lo olvidará, tuvo por escenario el teatro del Circo, situado en la plaza del Rey. Allí se mantuvo en cartel durante dos semanas; luego varias compañías lo representaron por diversos teatros de España. No volverá al mismo escenario, pues el teatro del Circo fue destruido por un incendio ocurrido ese mismo año. Tiempo adelante, en el mismo solar se edificó el Teatro-Circo de Price.
9. Iglesia del Carmen Calzado (calle del Carmen). Pocas semanas después de los entusiastas aplausos recibidos en el teatro y de las alabanzas que por su obra le brindaron conocidos escritores del momento, el sábado 22 de abril de 1876, Rosario de Acuña se casa con Rafael de Laiglesia Auset, un joven teniente de Infantería con el grado de capitán que le fue concedido por méritos de guerra, de quien, al decir de los próximos, está muy enamorada. Según nos cuenta Fernández de Bethencourt en su Historia genealógica, la boda se celebra en la parroquia de Santa Cruz, que por aquel entonces tiene su sede en la iglesia del Carmen, tras su ubicación temporal en el convento de Santo Tomás, a donde se había trasladado después de que fuera demolida la antigua iglesia de Santa Cruz, sita en la plaza del mismo nombre.
Tras otorgarse mutua promesa de fidelidad eterna ante el católico ministro y sus respectivas familias (⇑), Rosario y Felipe inician un viaje por Andalucía, a la vuelta del cual deberán desplazarse a Zaragoza, donde ha sido destinado el militar.
10. Domicilio familiar, calle Concepción Jerónima, 13. El traslado a la capital zaragozana supuso un cambio brusco en su vida, no solo por su nueva condición de mujer casada, sino también por el alejamiento de lo que por entonces era el principal centro literario del país. Madrid estaba, ciertamente, muy lejos y durante el año 1877 su firma parece haber desaparecido de los periódicos (⇑).
Todo parece más complicado, como queda de manifiesto con ocasión del estreno de Rienzi en Valladolid. El empresario del teatro vallisoletano, que quiere contar con su presencia, remite telegramas a Zaragoza y a Madrid, a la calle Concepción Jerónima 13, el nuevo domicilio de sus progenitores; envía un representante a recogerla; su padre se traslada a Valladolid... Luego está lo de su nueva obra. Le asaltan las dudas. En el otoño se estrena en su nueva ciudad; lo hace, por primera y única vez, con seudónimo. A pesar de que fuera muy aplaudido por el público, las dudas persistían. Así que, cuando vuelve a Madrid en las Navidades de ese año, decide reunirse con algunos de sus amigos escritores en su casa, supuestamente en al nuevo domicilio familiar de Concepción Jerónima. Al ver el decaimiento de la joven autora (⇑), todos los presentes, entre los que se encontraban Echegaray y Núñez de Arce, exigieron y obtuvieron la promesa de que proseguiría en el empeño.
11. Domicilio familiar, calle Carretas, 31. La casa mortuoria. Por lo que luego supimos, su descontento no obedecía solo a su actividad como escritora, tenía mayor alcance, como bien se puede deducir de esta frase que escribió tiempo después: «Impuse al matrimonio la condición expresa de vivir en los campos, pues nada me importaba que el hombre corriese al placer ciudadano, si era respetado mi aislamiento campestre…». El caso es que se marchan de Zaragoza; Rafael es autorizado a trasladarse a Madrid y, poco tiempo después, se encuentran residiendo en una quinta campestre que se ha hecho construir a las afueras de Pinto, una localidad que por entonces no alcanza los dos mil habitantes.
Su marido comienza a trabajar en el Ministerio de Fomento; ella se dedica a recuperar el contacto con la naturaleza y a convertir su nueva morada en una unidad de producción autosuficiente. La nueva vida en el campo parece satisfacerla plenamente.
No obstante, aquella nueva y esperanzadora etapa va a verse bruscamente alterada al poco de haber comenzado. El 27 de enero de 1883 fallece su padre, joven aún, pues apenas cuenta cincuenta y cuatro años de edad. La inesperada pérdida de su progenitor supuso un mazazo para ella, apenas mitigado con las públicas muestras de apoyo que le brindaron los regidores de su nuevo pueblo, agradecidos como estaban a las gestiones realizadas por su padre en beneficio de Pinto (⇑).
12. Cementerio de San Justo. Tal y como recoge el certificado de defunción, el «ilustrísimo señor» (como corresponde a los honores de Jefe de Administración Civil que le habían sido concedidos años atrás) don Felipe de Acuña y Solís falleció en su domicilio, sito en la calle Carretas, número 31, cuarto tercero (la tercera dirección que les conocemos, tras la de Fomento y la de Concepción Jerónima) a consecuencia de una «congestión cerebral».
Varias fueron las esquelas publicadas en la prensa madrileña. El excelentísimo señor ministro de Fomento, el también excelentísimo señor director general de Agricultura, su desconsolada viuda, su hija D.ª Rosario, hijo político, hermanos, tíos y primos, daban cuenta del fatal suceso e informaban del funeral que tendría lugar en la parroquia de Santa Cruz (calle del Carmen). También informó del entierro, de la comitiva fúnebre, de los más de setenta carruajes que acompañaron sus restos mortales hasta el cementerio de la Sacramental de San Justo.
Tras la pérdida de su querido padre, Rosario vivió un tiempo de agonía constante, de existenciales dudas, de juveniles evocaciones, de replanteamiento. Fueron meses de reacomodo, de cambio, de metamorfosis (⇑): se separó de su marido, se convirtió en una propagandista de la libertad de conciencia, ingresó en la masonería...
13. Ateneo de Madrid (calle del Prado). El éxito alcanzado años atrás con Rienzi la convirtió en una escritora conocida, razón por la cual la prensa suele publicar cualquier noticia con ella relacionada y, en ocasiones, también tomará partido al respecto, más aún si vienen a poner en cuestión la ortodoxia, el orden establecido.
En la España de nuestras tatarabuelas los hombres ejercían el protagonismo social; a la mujer le habían asignado el papel de «ángel del hogar», buena esposa y mejor madre que ejercía sus funciones en el reducto del hogar. ¡Ay de aquella que osara poner en cuestión este reparto de papeles! Resultó que, en pleno proceso de reflexión, ella decidió que no estaba por la labor, y el 19 de abril del año ochenta y cuatro se convierte en la primera mujer en ocupar la tribuna del Ateneo de Madrid (⇑).
Desde su fundación en 1835, el Ateneo Científico, Literario y Artístico de Madrid había reservado aquel destacado estrado para los hombres, y el hecho de que una joven dramaturga y poeta rompiera la tradición (y lo hiciera, además, en el nuevo edificio que había sido inaugurado unos meses atrás en un solemne acto presidido por Antonio Canóvas, presidente del Consejo de Ministros y presidente también del Ateneo) abrió una intensa polémica. No será la primera en la que Rosario de Acuña va a estar presente.
14. Café de Fornos (esquina callé Alcalá-calle de Peligros o Virgen de los Peligros). El catedrático Miguel Morayta pronuncia el discurso inaugural del curso 1884-85 en la Universidad Central de Madrid. La prensa confesional, que lo tilda de herético, inicia una campaña contra él y contra el Gobierno que, a su juicio, se muestra muy permisivo con los profesores liberales. Buena parte de los universitarios se echan a la calle en defensa de la libertad de cátedra. El rectorado, que quiere atajar el asunto, anuncia medidas drásticas. Rosario de Acuña sale en defensa de los universitarios (⇑) y se ofrece a pagar «la matrícula del estudiante que más adelantado en su carrera y con mejores notas, poseyendo dicho privilegio lo perdiese por resistirse a entrar en clase».
Nueva polémica, que se avivará aún más cuando se conozca que nuestra protagonista ha invitado a un banquete a los representantes de los universitarios (⇑) que tiene por escenario el Café de Fornos, uno de los establecimientos más conocido del Madrid de la época, por ser sede de tertulias literarias y lugar de encuentro de la vida artística capitalina. Trasciende también que entre los presentes se encuentran algunos conocidos librepensadores como el citado Miguel Morayta o Ramón Chiés, codirector del semanario Las Dominicales del Libre Pensamiento. Lo que no contó la prensa fue que la anfitriona informó a sus invitados de que tenía tomada la decisión de sumarse a la lucha por la defensa de la libertad de conciencia. Pocas semanas después se conocerá públicamente y, desde entonces, se hablará de ello largo y tendido.
15. Hospital Asilo de Santa Lucía (Calle la Ruda o Calle de la Ruda). A los cambios que experimenta su vida tras la imprevista muerte de su padre, hay que sumar uno de gran trascendencia para ella: en el año 1885 sus ojos podrán, al fin, verse libres de la lacra a la cual han estado sometidos desde la primera infancia, gracias a una intervención quirúrgica realizada por el doctor Santiago de los Albitos Fernández (1845-1908).
La operación tuvo lugar en el Hospital Asilo de Santa Lucía que el doctor Albitos había abierto un año antes en la madrileña calle de la Ruda, en pleno barrio de La Ribera. Allí recibía tanto a clientes de pago, que acudían desde cualquier punto de España, como a pobres y menesterosos, a quienes operaba gratuitamente.
Gracias a la pericia de don Santiago, aquella mujer que tan sólo unos meses antes había abandonado el campo del oscurantismo abrazando la causa del librepensamiento, podía ahora abrir sin temor sus ojos a la luz recuperada (⇑).
16. Palacio de Justicia (Plaza de las Salesas). El hecho de que residiera en Pinto no fue óbice para que siguiera desplazándose a Madrid. De hecho, los viajes a la capital, donde seguía viviendo su madre, debieron de ser frecuentes. Y en uno de ellos, de regreso a su casa, se encontró con que uno de los paquetes venía envuelto con el papel de un periódico que nunca antes había leído Las Dominicales del Libre Pensamiento (⇑).
Tal y como contará en los escritos que desde entonces aparecerán en este semanario librepensador, no le gusta lo que ve y se dedica a combatir la sinrazón o las supersticiones. El análisis sociológico debe parecerle insuficiente para explicar el desvarío humano, razón por la cual se adentra en el campo psicológico, en los límites entre la cordura y la locura. Convoca un premio de investigación sobre el tema y sigue con atención dos de los sucesos que mayor conmoción producen en la sociedad de entonces: el asesinato del primer obispo de la diócesis de Madrid-Alcalá por disparos del sacerdote Cayetano Galeote y el crimen de la calle de Fuencarral, caso sobre el que hará públicas sus reflexiones en un folleto que se publica por entonces (⇑).
Sabemos que asiste a diario al Palacio de Justicia porque la presencia en la sala de una mujer provista de lápiz y cuartillas no pasa inadvertida a los periodistas que allí se encuentran, y alguno hay que lo hace público. Ella es, en efecto, «la mujer del rincón», la que toma notas de cuanto ocurre en la sala, y, una vez señalada, no duda en contar las razones que la mueven a seguir con detalle lo que allí ocurre (⇑).
17. Palacio de la Industria y de las Artes (final del paseo de la Castellana; en la actualidad calle José Gutiérrez Abascal, 2). El hecho de que hubiera decidido vivir a las afueras de una pequeña localidad, alejada de la vida ciudadana, no quiere decir que no se enterase de lo que sucedía en su Madrid natal; tampoco que renunciara a acudir a cualquier evento que considerara interesante.
En el mes de mayo de 1887 se inaugura el Palacio de la Industria y de las Artes, para cuya construcción se había convocado un concurso con motivo de la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881, al objeto de que acogiera de forma permanente estas exposiciones. Tras la inauguración oficial quedó abierta al público la Exposición de ese año, que debió de ser visitada por Rosario de Acuña pocos días después pues, tal y como se cuenta en el comentario 160. Convertida en crítica literaria (y de otras artes) (⇑), por entonces publica dos artículos dedicados a comentar dos de las obras allí presentadas.
18. Fomento de las Artes (Calle del Horno de la Mata,7). Gracias a la asiduidad con la que suelen aparecer sus escritos en Las Dominicales (que también publica todo cuanto con ella esté relacionado) no tardará en estar completamente integrada en el seno del librepensamiento español, como bien se puede deducir de las muestras de apoyo y las cartas de adhesión que aparecen en sus páginas. El dominical también publica los discursos y conferencias que doña Rosario envía a las diversas sociedades que se lo demandan.
En el caso de la sociedad madrileña Fomento de las Artes, fundada en 1847 como centro de instrucción del obrero y cuyo objetivo era el mejoramiento moral y material de sus asociados, es la propia Rosario de Acuña la que visita su sede para pronunciar dos conferencias tituladas «Los convencionalismos» y «Consecuencias de la degeneración femenina», que no pasarán desapercibidas, especialmente la última, que provoca alguna que otra virulenta respuesta por parte de la prensa confesional (⇑).
Al Fomento acudirá también como oyente, a escuchar a su amiga Ángeles López de Ayala (⇑) hablar de un tema que tiene gran interés para ambas: «La mujer y su misión».
19. Teatro Alhambra (Calle de la Libertad, esquina calle San Marcos). El primero de noviembre de 1890 cumplirá cuarenta años, «la crítica edad de los cuarenta», el momento elegido para dar por concluida la campaña de Las Dominicales, para «retirarse del trabajo activo de la inteligencia», ocasión propicia para preparar algo especial, su despedida. Buena conocedora de la eficacia del teatro como medio de propaganda escribe El padre Juan, una obra al servicio de la causa del librepensamiento.
No encontrado empresario alguno que quisiera aventurarse en la empresa, a ella le toca hacer todo: forma una pequeña compañía con actrices y actores aficionados, dirige los ensayos, alquila el teatro, cuida de los detalles de los decorados y el vestuario y, al fin, tras dos meses de preparativos, en la noche del viernes 3 de abril de 1891, con el oportuno permiso gubernativo, se alza el telón del madrileño teatro Alhambra, que se encontraba repleto de público.
Tras esa exitosa función ya no habrá más (⇑), pues el gobernador de Madrid firmó una orden suspendiendo las representaciones de la obra, prohibiéndose la venta de billetes.
20. Domicilio de su madre (calle Bailén, 35). Tiempo después de la muerte de su marido, Dolores Villanueva Elices abandona la vivienda de la calle Carretas. Busca, quizás, alguna que se ajuste a sus nuevas necesidades y a los reducidos ingresos que recibe como viuda. De hecho no está de acuerdo con la pensión que le pagan, pues cree que le corresponden 6125 pesetas anuales con cargo al Monte Pío del Ministerio de Fomento y no las 1250 que le ha asignado la Junta de Pensiones Civiles. Presenta recursos y más recursos en un largo proceso durante el cual consta que tuvo, al menos, dos domicilios diferentes: calle del Carmen, 39, izquierda (marzo de 1883) y este de la calle Bailén, donde firma en abril de 1896 una nueva solicitud para que se le permute la pensión que recibe por la del Monte Pío.
Calles señaladas, domicilio de los suyos. Quizás la de Bailén fuera la última, pues poco tiempo después de que fuera firmada esta última solicitud Rosario y su madre Dolores se marchan a vivir a Cantabria, cerca del mar.
21. Jardín del Buen Retiro. A principios del verano del año noventa y dos, tras varios meses postrada en la cama por unas fiebres palúdicas que la situaron al borde mismo de la muerte, hace público su renovado propósito de retirada, de «marchar por largo tiempo, quizás para siempre, a orillas del Océano». Y allí se fue al fin. En la costa gallega, estuvo un tiempo; luego marchó a Cantabria, en compañía de su madre y de Carlos Lamo, su buen discípulo (⇑). En Cueto, una localidad situada por entonces a unos pocos kilómetros del centro de Santander, pondrá en marcha una granja avícola (⇑).
Si los peritos titulados ponían el énfasis en la selección, ella optó por el mestizaje: «La selección, sí, pero antes la variabilidad. Sigamos humildemente a la Naturaleza, que para seleccionar mezcla antes siempre». Y tal parece que su opción resultó satisfactoria ya que obtuvo el segundo premio (Medalla de plata) en la Exposición Internacional de Avicultura que se celebró en el madrileño Jardín del Buen Retiro en el mes de mayo de 1902.
22. Teatro Español (Plaza de Santa Ana). Su actividad como avicultora prosiguió, con algún que otro percance, hasta el robo de la primavera de 1905: unos intrusos penetran en su granja y se llevan gallos y gallinas con un valor que, a precios de mercado, suponía el importe de un año de trabajo. El descalabro económico fue importante, pero lo peor era vivir con el convencimiento de que los ladrones residían en las proximidades.
Hasta ahí llegó (⇑). Se acabaron las jornadas de sol nacer a sol poner, todos los meses del año, todos los días de la semana. A partir de entonces pudo moverse libremente por Cantabria, pudo regresar a Madrid. El 7 de marzo del año siete está de nuevo en su ciudad natal, a donde ha viajado para asistir al estreno de Daniel, drama en cuatro actos escrito por su amigo Daniel Dicenta (⇑).
A pesar de las reformas habidas en los últimos años, el escenario no le es desconocido, pues en el teatro Español también se estrenaron dos de sus obras: Tribunales de venganza (1880) y La voz de la patria (1893). Han pasado unos cuantos años desde aquellos lejanos aplausos; ahora es ella quien aplaude con entusiasmo tras presenciar la obra: «Bravo, Dicenta; la noche del estreno mis manos se llenaron de vejigas de tanto aplaudir...».
23. Monumento a Castelar (Plaza del Obelisco). Tras el abandono de su actividad como avicultora, se toma un tiempo antes de iniciar una nueva etapa en su vida. Está decidida a establecerse en Asturias (⇑), razón por la cual y tal y como ella nos cuenta en 1908 pasa seis meses seguidos en una pensión de Gijón. Lo hace de incógnito, «sin que nadie notase mi presencia», como si de una prueba se tratara de cómo podría ser su vida en esta villa asturiana. Debió de resultar satisfactoria, pues unos meses después firma el contrato de compra de un terreno situado sobre un acantilado del litoral gijonés, alejado de la población.
Antes de la mudanza se desplaza de nuevo a Madrid para participar en la manifestación que ha convocado el diputado republicano Sol y Ortega como culminación a la «campaña de moralidad» contra el Gobierno de Maura. Dicen que fue un acto multitudinario como antes no se había visto; hablan de unas 150.000 personas a lo largo del recorrido (El Prado, Recoletos, Castellana).
La prensa cuenta que Rosario de Acuña llegó a la por entonces denominada plaza del Obelisco acompañada de José Nakens, director de El Motín, a quien conocía desde tiempo atrás y que la homenajeará tras su muerte (⇑). Allí escuchó el discurso pronunciado por Sol y Ortega.
24. Plaza de toros (Fuente del Berro, Goya o de la carretera de Aragón). En Gijón inicia la última etapa de su vida, caracterizada por su gran compromiso social. Aunque la casa de El Cervigón se encuentra alejada de la ciudad, aunque busque el retiro y el abrazo de la Naturaleza, no se muestra indiferente a lo que sucede a su alrededor y establece vínculos con las «agrupaciones librepensadoras y radicales» de la ciudad.
Un suceso no previsto, la protesta estudiantil contra su artículo «La jarca de la Universidad», la obligará a exiliarse durante dos años en Portugal para evitar ser apresada. Aquella obligada estancia en tierras portuguesas la sitúan en una situación de «seminecesidad» (⇑). El acercamiento a los obreros y a los partidos de izquierdas se hace patente y no duda en trasladarse de nuevo a Madrid para asistir al gran mitin aliadófilo del 27 de mayo de 1917 en la plaza de toros. La opción estaba tan clara para ella que había ofrecido amistad y madrinazgo (⇑) a uno de los españoles voluntarios en la Legión Francesa.
Su presencia en el mitin tampoco pasó inadvertida. Cuando Roberto Castrovido ocupa la tribuna así se lo hace saber a los presentes, que responden con una gran ovación en el momento en el que el orador le envía su saludo.
25. Glorieta de Neptuno. Tan evidente era su cercanía a las agrupaciones obreras (⇑), tan conocidas sus llamadas a la unidad de las izquierdas que, con ocasión de la huelga general de 1917, las autoridades gubernativas ordenaron en dos ocasiones el registro de su casa gijonesa.
A pesar de lo precipitado de la convocatoria, la huelga fue un hecho: pararon los principales centros industriales y mineros del país, así como las grandes ciudades. El Gobierno estaba decidido a frenarla cuanto antes: se detuvo a los integrantes del comité de huelga y reprimió duramente a los huelguistas.
Rosario de Acuña vuelve a Madrid en noviembre para participar en la manifestación convocada por socialistas, republicanos y reformistas para exigir la amnistía para Anguiano, Besteiro, Saborit y Largo Caballero. El lugar de concentración se encuentra en la fuente de Neptuno, que es preciso expandir por el Paseo del Prado hasta la estación de Atocha y por el otro lado hasta Cibeles Finaliza ante el monumento a Castelar, donde intervienen los distintos oradores.
Durante el regreso a Gijón, de nuevo en un vagón de tercera (⇑), quizás comience a lamentar aquella ocasión perdida, pues como ella contará poco después en las páginas de El Socialista siente cierta desazón por los magros logros cosechados por una huelga que pretendió ser revolucionaria. No cabe otra cosa que seguir mirando al futuro con la esperanza puesta en las mujeres proletarias: «De las mujeres del pueblo, que son las que aguantan las bestialidades de toda clase de machos, ha de surgir el núcleo de las rebeldes, e ínterin ellas primero y todas después no se rebelen en todos los órdenes de la vida moral y social de España, seguirán haciéndose revoluciones blancas.»
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